Las paredes caían como estatuas de sal, deshaciéndose cual castillos de arena adentrados en el mar. Los vidrios estallaban como estrellas fugaces llevando a su paso un ruido estremecedor.
Los testigos de esta horrenda tragedia permanecían conectados sólo a sus mariposas de vida, el miedo y el desconcierto se apoderaba de sus débiles corazones ya que todo había rebotado: sueros, agujas, tijeras, bisturís, vendas… Todo en el suelo, oxigeno sin vida y una nebulosa de la muerte desprendía olor a grietas mientras el desfallecimiento se podía oler en el aire…
Esas grandes olas habían llegado hasta las puertas del viejo y único Hospital
del pueblo. Otras habían calado por las paredes arrasando camas de esperanzas,
llevándose en sus ondas a quienes allí reposaban. Era determinante tomar una pronta decisión, como lo era la vida y la muerte. Ya había pasado el más fuerte y destructivo, vendrían muchos más pero menos dañinos. Esa madrugada del 27 de Febrero se había cobrado vidas sin números, sin rostros, sin perfiles…
Inquietaba y asustaba sin poder predecir siquiera si había que ser prudente o evacuar en la marcha y buscar un lugar donde llegara luz o sucumbiera muerte.
Encaminándose por los pasillos del viejo hospital sólo se veía desconcierto, agitación y destrucción.
¿Dónde de la vida con esperanza pensar se podría??
¿Dónde de la muerte llorar y desgarrarse se podría?? ……
No quedaba otro lugar más lúgubre y más funesto que ése, pero había que buscar luz en este oscuro desamparo, que hacía interminable el ruedo de las rocas sobre los sueños de esas madres que aún enlazadas en sus vientres no querían ver sus sueños truncados. Y allí se colgaron las cortinas del cielo y como quien tapa el sol con un sólo dedo, para que no siga quemando existencias, se colgaron sabanas de esperanzas…
Allí en la sala de la morgue se abrieron vientres oprimidos…..
¡¡¡Allá se moría…!!!
¡¡¡Acá se nacía!!! ……..
Y lamentos de esperanzas remecían a esas parturientas entre charcos y dolientes gemidos como un viento parpadeante. Y en esa fría noche pujaba el destino de esos niños que venían a alegrar sus vidas.
¡Eran los hijos de las cicatrices!
¡Hijos de la esperanza!
Y ellas salían a su encuentro, en medio del dolor y la agonía se preparaban a recibirlos en sus brazos de amor para recoger en sus corazones la más bella imagen apegada a su débil y enternecedor llanto. Fueron los alumbramientos más inolvidables de todas sus vivencias: los ojos expectantes y los rostros impávidos y atónitos de los profesionales que corrían de cama en cama para alzar en sus manos el resplandor de una estrella…
Cuando Chile se ponía de nuevo de pie…
¡La esperanza alcanzaba llantos...
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