París, 14 de febrero del 2010
Recordada Paula:
Hoy se cumplen once meses y siete días desde que te fuiste. El
día esta frío y gris al igual que mis sentimientos, una
espina dolorosa remueve constantemente el espacio vació que dejaste
al partir. Hace justamente un año nació nuestro hijo, ese, al
cual abandonaste cuando aún no había cumplido un mes de
nacido, déjame contarte que mañana le haremos la fiesta de su
primer año; ha crecido, tiene ya sus primeros dientes y al
sonreír los muestra con gracia sin par, su pelo es claro como el
tuyo, pero tiene mis ojos, tan oscuros como la negra profundidad del
cosmos, y al igual que allí, en el candor de sus ojos titila un
lucero, aún no puede caminar, pero sin que nadie le enseñe
aprendió a decir mamá, tal parece que te invoca a la
distancia, ¿sabes? Es muy parecido a tí, cuando lo veo mi
ensueño repite tu imagen, cuando lo abrazo siento que aprieto tu
cuerpo nuevamente, y aún en el suave gorjeo de sus primeras palabras
adivino tu voz. Como podrás ver no he podido olvidarte, sigo mirando
la puerta por donde saliste sin despedirte, con la esperanza de que un
día llegues y nos abraces, pero solo el viento pasa silbando sin
detenerse, y a veces, cuando la dejo abierta por si acaso ese día tu
imagen se perfile en el dintel, bate las hojas tristemente hasta que la
nostalgia me obliga a cerrarla.
Hoy es un día más de tu ausencia...
Paula, ayer fue la fiesta del primer año de Esteban, nuestro hijo,
estuvieron mis padres, mis amigos, mi familia; de tu parte solo estuvo tu
prima Berta; si debo ser sincero hubiera preferido no verla, tal parece que
vino solo a ejecutar su venganza; en cuanto llegó recordé el
día en que nos presentó, por aquel entonces salía con
ella y acababa de declararle mi amor, pero en cuanto te vi supe que mi vida
quedaría irremisiblemente prendida a la tuya. También
tú me miraste como si yo hubiera sido el hombre al que esperaste
toda tu vida, tenías 24 años, yo, 27, dijiste que
venías a adquirir una maestría en Historia del Arte, que te
tomaría un año conseguirla. Enseguida nos sumergimos en la
vorágine de los encuentros, de la pasión desenfrenada y loca
que nos consumió, hasta que Susan, tu prima, me confesó que
tú estabas comprometida con un político peruano que te
daría lo que yo no podía darte. No lo negaste, fuiste sincera
y confesaste que lo nuestro era amor de un día, que aunque profundo,
estaba destinado a quedar en un bello recuerdo.
Cuando te embarazaste pensé haber ganado la batalla, creí que
el niño sería el yugo que te ataría a nuestro amor,
sin embargo, aún antes de que se cumpliera un mes del nacimiento de
Esteban un día saliste a la universidad y fue la última vez
que te vimos, ni un adiós, ni siquiera un hasta nunca, ni una
palabra, solo la ausencia y el silencio. Anduve por las calles de
París buscándote, gritando tu nombre con mi corazón
por si me oyeras en la distancia. Cómo imaginar que habías
regresado a tu patria, que nos habías abandonado; mi orgullo pudo
más que mi pasión y te dejé ir, me aferré a la
idea de que volverías, si no por mi, por el hijo que dejabas
indefenso. Pero los días pasaron, se convirtieron en semanas, en
meses, y en siglos de espera, hasta hoy, cuando vino tu prima, no sé
si para ahondar mi herida o para librarme de ella. Me conversó que
este día, como homenaje al amor que sentían, en el santuario
de Santa Rosa de Lima se celebraría tu boda con el brillante
político que asegurará tu vida.
Sea esta la portadora de mis parabienes, que tu brillante futuro no se vea
empañado por el recuerdo de la carita sonrosada de un recién
nacido que quedó olvidado en Francia, y que cuando hayas dado el
sí frente a los ángeles que adornan los altares no se haya
quebrado tu voz, o si te traicionó la mente, que el vaporoso velo
blanco, -sinónimo de tu pureza- haya logrado ocultar la humedad que
se formaría en tu corazón y rodaría por tus ojos en
forma de salobre pesar.
Lamento causarte una pena, pero déjame contarte algo más y no
lo tomes como una venganza, está lejos del amor que aún te
guardo el hacerlo. Esteban, nuestro hijo, al igual que yo estamos enfermos.
¿La causa? Mientras alumbrabas al niño, le trasmitiste una
enfermedad que fue su sentencia de muerte. Ayer salió del hospital
para que le celebráramos su primer año de vida, no sé
cuántos más podremos celebrarle, como tampoco sé
cuanto tiempo tendré para verlo crecer. Una pregunta:
¿sabías cuando me juraste amor eterno que eras portadora del
VIH? ¿Lo sabe el que este día te hizo su esposa?
Tal vez te suene a ironía, pero de corazón te deseo
felicidad.
Mauricio. |