Aquél revolver que cayó al suelo no estaba ya cargado. Había sido disparado por la incapaz mano de un hombre cuya indisciplina le hizo perder el control en una tienda de armas y al caer el divino azar hizo que se percutase, dando a parar el proyectil a la frente de un tipo que fumaba un cigarrillo en la salida. No se advirtió mucho en la tienda; habituados a los frecuentes estampidos del polígono de tiro que había en el subterráneo el disparo se camufló. El tipo recogió el arma, y se la devolvió al vendedor destrás de la vitrina 'fué una suerte que no se disparara' y se la pasó en las manos. El vendedor rió y capto que no la compraría, ni la probaría. Ni bien había entregado la pistola al vendedor tomó su maletín y salió confianzudo sin percatarse que un tumulto de gente se agolpaba en derredor de un tipo que yacía en el suelo. Cuando avanzó un par de cuadras miró de nuevo atrás y un flashback le indicó que él era el culpable... un susto repentino invadió su mente, y las ganas de llorar por el cagazo que se había mandado invadio sus emociones. Dobló rápidamente una esquina y lloró abatido, y gimió en silencio mientras se apoyaba contra una pared mientras caía lentamente... Tomó su maletín, se repuso un poco y corrió, corrió hasta llegar a los faldeos de un cerro para que nadie lo reconociera. Y así pasaron algunos meses. El hombre muerto a la salida de la tienda era un indigente que habituaba pedir limosna derca de la salida de la armería, nadie reclamó su cuerpo y supuso la policía que el disparo que le mató era una bala loca de una rencilla de narcos varias cuadras más adentro. Nunca más circuló en esa calle. Abandonó su empleo y la mismísima ciudad. Afeitó su barba, rapó su cráneo, y fué otro desde entonces...