No entiendo por qué hay que madrugar tanto para ir al colegio. Sinceramente creo que lo mejor sería comenzar las clases sobre las once de la mañana. Los niños estaríamos más despiertos y en invierno no pasaríamos tanto frío, porque a esas horas ya luciría el sol. Aunque poco importa lo que yo piense. El caso es que a las ocho de la mañana mi despertador suena como un loco, mientras yo me escondo bajo las mantas haciéndome la sorda.
-Vamos María, levántate que se hace tarde –dijo papá esta mañana entrando en mi habitación.
-Un ratito más ¡Por favor! –murmuré adormilada.
-Está bien, tú ganas, pero sólo un poco más ¿Vale? –sentenció papá.
Cinco minutos más tarde, mamá entró en mi habitación diciéndome que se había acabado el tiempo. Ella no es tan comprensiva como papá, siempre con sus reglas y normas. Yo no protesté más, y resignada, me levanté para ir a desayunar a la cocina.
-Buenos días peque –saludó mi hermano Pedro.
-Buenos días –contesté bostezando.
Cuando me sentaba en la mesa, me di cuenta que era la primera vez en mucho tiempo que desayunábamos todos juntos. Desde que papá había perdido su trabajo la vida familiar era mucho mejor, o eso me parecía a mí. Me encantaba tenerle en casa, que me despertase por las mañanas y que me acompañase al colegio.
Como siempre, mamá fue la primera en terminar. Ella entra a las nueve a trabajar en la peluquería de la señora Lola, su jefa. Nos dio un beso a todos y salió rápidamente por la puerta, mientras papá me recordaba que tenía que vestirme y preparar mi mochila para ir al colegio.
¡Qué frío hacía en la calle! No me gusta nada el invierno, con lo calentita que estaba en la cama. Cuando llegamos al colegio, papá me dio un beso y me pidió que me portase bien, aunque ya sabe que yo siempre me porto bien. Supongo que es algo que los padres creen que deben decir a sus hijos.
Ya en la clase saludé a la señorita Paula, que es mi profesora. La verdad es que me gusta mucho porque es muy buena, simpática y pone poquísimos deberes. Creo que es por eso que a todos nos cae tan bien. A primera hora teníamos matemáticas, que de todas las asignaturas es la que peor llevo. No me gustan nada y me parecen un rollo.
Unas sumas y restas más tarde, llegó la hora del recreo y me fui con Clara, que es mi mejor amiga. Tenía muchas ganas de hablar con ella, sobre todo para preguntarle por esa mala persona que tanto me preocupaba últimamente.
-¿La señora crisis? –respondió Clara sorprendida.
-¿No la conoces? –interrogué yo.
-Yo creo que no es una señora. El otro día escuché a mis padres hablar y es algo de los bancos –confesó muy segura.
-¿De qué bancos hablas?
-De los que dejan dinero a la gente… o algo así –me explicó Clara.
La verdad es que cada vez entendía menos eso de la crisis. Resulta que no era una señora sino que era un banco ¿Y por qué un banco dejaba a mi papá sin trabajo? Comencé a pensar que aquello era más complicado de lo que parecía, así que decidí que tanto si era una señora como si era un banco, la odiaría igualmente.
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