Solo yo y el toro lo supimos. El matador entró al ruedo, y su corazón estaba quebrado. Fingía ante la multitud, y sus pies pulverizaban los fragmentos, que se desprendían lentamente de su pecho. Por primera vez el toro ganaría, y aún cuando muriese, la arena sepultaría toda victoria y orgullo.
Agitó el capote, tratando de desviar nuestras miradas, pero el recuerdo de mis manos quemaba su piel de guerrero implacable. Su ceñida armadura, de lentejuelas y mal gusto, proyectaba con furia el olor de mi cuerpo; y aquello aumentaba la caida de los fragmentos.
El toro olió la muerte, y pese a que los lanceros intentaron demostrar qué el poder no menguaba; sólo tropezaron una y otra vez con el pobre corazón del torero, desparramado y pisoteado por el terror de los caballos. En secuencia las lanzas se incrustaban con porfía y temor; el toro ganaba fuerzas y el matador perdía la vida.
La multitud intuía el riesgo, pero el deseo de sangre siempre domina las evidencias; esta vez no fue la excepción. El toro rugía de orgullo, el matador estaba paralizado, con el pecho vacio y sus ojos sin brillo... la danza de la muerte comenzó, más mecánica que de costumbre, y la multitud comprendió que el momento de la caida era inevitable.
El capote ondulaba con tristeza, el cuerpo del torero se anquilosaba ante cada contundente embate. El toro ganaba terreno y con sus pezuñas le arrojaba migajas de corazón, mezcladas con arena y frustración. El torero caía, el toro acorralaba a su victima, y los cuernos reemplazaban a la espada. Fue el izquierdo, el más torpe, el que atravesó la nuca de su victima, humillando así el brillo opaco de las lentejuelas chillonas.
La multitud pidió dos orejas y un alma. El toro ganaba por mayoría aplastante, el matador caía por corazón faltante.
Hoy he aprendido a coser. La aguja y el hilo han remendado el capote, hoy he pulido las lentejuelas, y aunque algunas siguen manchadas de sangre, aportan nuevas tonalidades. Hoy la multitud pedirá dos orejas y el rabo, hoy dejaré atras el fracaso; me lo dice el espejo y la última puntada que le doy a mi pecho.
Nunca más se verá el vacio, y quizás el último fragmento crezca nuevamente en el ruedo.... |