Existe la ligera y sutil probabilidad, de que el contenido de este sobre no tenga relación alguna con usted. Sin embargo, la necesidad que se está por gestar en su memoria inmediatamente será suficiente para cubrir destellos de recuerdos vacios que posee. Le aseguramos querido amigo, que ni por un segundo se arrepentirá de haber sido beneficiado con el poder de esta carta. Pasaje hacia su libertad espiritual y regocijo terrenal por el resto de sus días.
Hallé este encabezado hoy miércoles por la mañana, en la espalda de un sobre, dejado bajo mi vieja y despintada puerta. Colores azulados desteñidos, y remanencias de años polvorientos, indican la vejez indiscutible de tan inquietante paquete. Una frívola estampa de algún descontinuado escudo de armas oculta tras un sello indescifrable, termina con mis dudas acerca de los años escondidos que posee sin duda el paquete que tenso entre mis dedos.
La tan singular e inusual inscripción gravada en el sobre, me hizo cuestionarme sobre la existencia del mismo, tan extraño e inesperado como las recientes visitas efectuadas por su servidor, al vil, retorcido y recóndito agujero en donde se halla el doctor Marcos.
Necia es su insistencia en que sufro YO, de algún mal del pensamiento, o la psique como dice él. Una depresión leve pero nada peligroso; emana de su vieja y arrugada boca, que parece haber perdido el sentimiento de humedad que algunas dulces bocas poseen, pero en fin. Así de inesperado fue el hallar aquel sobre un miércoles en la mañana. De verdad que no esperaba correspondencia, ni menos una así de sospechosa.
La intrigante pero válida forma de presentarme la idea de que sacara el papel poseído por los años, me seguía llenando de ansiedad y desesperación, poco a poco la curiosidad carcome las inhibiciones que algunas personas inhibidas tenemos. Nos lleva a estadios del pensamiento en donde no existe nada más que la suculenta intención de dejarse llevar por un simple y despreocupado impulso, y parece desde ahí, que el único medio para gozar de esa suculencia no es otro ni mucho menos que seguir nuestros instintos y aberraciones. Dando paso al desasosiego que genera seguir una pregunta metafórica que parece no ser palpable.
La simpleza del labor que era mi desconsuelo en esa mañana parecía tonta, sin duda alguna, quién se detiene a pensar tanto en abrir o no un estúpido sobre. Quién monta toda una secuencia de profundos cuestionamientos personales por el simple hecho de hallar un descuidado sobre, sobre el tapete que reposa detrás de mi horrible puerta. Nunca me ha gustado esa puerta, parece que pronto en una de las vueltas que da mi existencia, se encargue ella misma de liberar lo que hasta el momento y con tanto sacrificio he logrado contener tras ella. Maldita sea, voy a abrir ese estúpido sobre.
Me senté durante unos claros instantes, de vez en cuando aparecen claros en toda esta jungla. Continúe con la pregunta sobre la pregunta; claro es que la secuencia de pensamientos, sería entramada por el más diestro de los filósofos de nuestro moderno y descarriado tiempo, por alguien erudito, lleno de conocimientos de alta erudición, o por algún estudiante harto de su vida, con su sistema lleno hasta el último vaso capilar de alguna sustancia alucinógena. Se me ocurren estos ejemplos para poner en mi lugar, seres llenos de interrogantes y cláusulas de auto descubrimiento. Pero no, lo cierto es que era YO quien enredaba aquel asunto, y como ya lo dije, lo que más me preocupaba era la existencia verás del sobre. Maldita sea, ahora sí voy a abrirlo…
El doctor Marcos se hallaba en el umbral de mi puerta, tan sospechoso como el sobre, pero por fuera de la barrera que crea la Horrible puerta. Guardé el sobre en el cajón de metal que alguna vez fue lonchera escolar de un niño que llevo en algún lugar, y que alguna vez fue libre. No te muevas de aquí endemoniado sobre pensé por un segundo, entre escuchar el ronco eco de mi horrible puerta al ser golpeada, y descubrir lo sin sentido que era dirigir, incluso pensamientos restrictivos de desplazamiento, hacia probablemente el más inanimado de los objetos inanimados, el sobre.
Como era de esperarse un miércoles por la mañana, acercándose la hora del almuerzo, arribaba a mi puerta el ya tan mencionado doctor Marcos. Parece extraño lo sé, pero cuento con el servicio de psicología en la puerta de mi… diría casa… pero no lo era desde algún tiempo. Además algunos inhibidos preferimos refutar que habitamos en recintos de cuatro paredes con algunas grietas y muchos huecos.
Empezó la sesión, y mi querido (repugnante) psicólogo, descubrió hábilmente que algo estaba mal, o al menos diferente a lo que normalmente escucha los miércoles por la mañana. Sudoración fría, respiración entrecortada, movimientos de manos muy nerviosos, ansias y estrés. Nada de eso decía, pero estoy seguro que lo estaba impregnando en su libreta.
La entumición de mis manos se volvió evidente, el cuello empezó a cercenarse desde dentro por los cúmulos estresantes que lo cubrieron, la sudoración era esta vez ardiente y constante. Mis ojos empezaron a arder y una de mis cejas tiritaba como si un frío esquimal hubiese llenado la habitación.
Era demasiado.
La interrogante sobre la existencia física del sobre me corroía desde lo más apartado de mi inhibido ser, era obvio que su existencia mental era fuerte y confirmada, mas no corroborada por otro ser viviente aparte de mí y de las cucarachas que por momentos fugaces se atreven a cruzar las instancias de la pocilga donde existo.
Creció y creció, la ira me empezó a llenar, no me explico como el enfurecimiento hacia uno mismo se puede proyectar de maneras escabrosas hacia los alrededores. La absoluta, completa y desde temprano suculenta desdicha de querer confirmar el contenido del sobre, pero sobre todo la existencia del sobre. Sobre llevó mis actos a reflejos sobre actuados y sobre ejecutados, en donde el sobre paso conductual es llamado natural y el sobre cubrimiento de actos “in-cubribles” se auto considera sobre cubierto.
El incontenible deseo de verificar que no estaba demente, me llevó justo a lo contrario sin ningún reparo. Saqué abruptamente el dichoso y ya bien nombrado sobre, rebotó la vieja lonchera metálica, esparciendo sobre el piso de la habitación un sin número de recuerdos en papel.
Aún recuerdo los agónicos gemidos y el crujir de huesos faciales.
Desde entonces me hallo atrapado. Fui trasladado aquí y los guardas del hospital me miran con repudio, pero qué podría haber hecho YO diferente. Por cierto aún tengo con migo el sobre. ¿Te gustaría verlo?
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