Tocaba el piano con sus dedos enmohecidos. Solo el mar y la nada oían su concierto.Arregló por última vez su vestido, que alguna vez fue del encaje más fino en un París olvidado... sus bucles estaban cubiertos de piojos y arena; y en su rostro las llagas salinas guiaban, con dolor y sangre, el paso de las lágrimas.
Se llamaba Agnes Amelia Carlota Asunción, pero aquel nombre ya no existía, ahora era solo Lia, Lia a secas, Lia realmente seca. El sonido era forzado y ya casi inaudible. "Se necesita fuerza", pensó. Las teclas sangraban , eso la hacía sonreir y le brindaba nuevos bríos; " el secreto está en la fuerza, solo así la unión resulta perfecta", recordó entonces.
La memoria le fallaba por momentos, solo la extraña voluntad sostenia su cuerpo junto al piano y a la desolación. Recordaba a cuentagotas: Una boda, un pastel azahares y parabienes, sin embargo ahora solo importaba la música, solo eso la unía a la vida.
La noche cubrió una vez más su raquítica osamenta, pero la porfía de sus infectas uñas la obligaban a seguir interpretando. Los acordes eran cáda vez más difusos y definitivos. Lia lo sabía, el final estaba cerca; pero los finales no significaban nada para ella.
Seguiría describiendo su vida hasta la eternidad... una historia de finales, esa era la suya. Algunas teclas ya no percutían, más bien chapoteaban en una sangre espesa, añeja, y casi putrefacta. La boda nuevamente volvió a su cabeza. El frenesí quebró uno de sus dedos... "MAS FUERZA", pensó; mientras el viento nocturno ondeaba los harapos grises que cubrían su cuerpo.
El pastel, los invitados, los partes, el carruaje, el paje, las madrinas, ella y sus padres... la ausencia de Augusto, el odio, las burlas, el piano...
(...)El tiempo no era una limitante; nunca lo fue, y aquella noche que se alejaba por años de la boda, pero que mantenía intacto su final, le recordaron el motivo de aquella sonata.
Asumir que vagó por años, sin razón ni juicio, resultaba obvio y repetitivo
Presumir que solo la venganza guió sus manos, resultó concluyente...
(...) Y fue así, que la última tecla dejó de sonar. Las moscas y los gusanos revalsaron la madera, Augusto tenía razon... ELLA SIEMPRE FUE UNA BUENA CONCERTISTA... |