Está sentado junto a mí. Parece que tuvo un día pesado porque se quedó dormido. No lo culpo, el movimiento del tren es capaz de arrullar a quien sea.
En sus manos sostiene un libro, Cien Años de Soledad. Ignoraba que sabía leer. En qué página irá? Me gustaría saber para preguntarle de qué se trata.
¿Alguna vez has dormido con alguien que no sea yo ni Fernando? ¿Cuánto tiempo llevan juntos? ¿Cuántas flores te ha obsequiado? ¿Tiene la mirada más fría que mi boca? ¿Sus palabras pesan más que mi alma?
Sigue dormido, dudo que despierte antes de llegar a la terminal; faltan cinco estaciones. El tren está vacío y yo me bajo en Camargo. Sería una pena que llegue solo al andén, sobre todo por ser ésta la última corrida. ¿Cómo te gustaría que lo despierte? Disculpe joven, en dónde baja. No. Ya llegamos. No. Ya sé: estornudo, así seguro se despierta, ¿le doy un puntapié? Jamás, sería como echarte sal en la cartera.
Ayer pasé a la armería y me compré una pistola. Adivina cómo se llama. Te equivocas, esta vez le puse Rita, por la sencilla razón de que no conozco ninguna Rita. El tipo que me la vendió me habló maravillas de un revolver, de una escopeta, incluso intentó venderme un lanzagranadas. Le dije que no pensaba visitar el norte este mes y se molestó. Entonces miré hacia una repisa y ahí estaba, un poco polvorienta, escondidita. Y me acordé de ti, por eso la compré.
Pobre, se ve tan cansado. Seguramente estuvo trabajando hasta muy tarde. ¿Cuánto gana? ¿Quince, veinte? Qué envidia de veras. Eso de que te paguen por llevarle las cuentas a un rico no ha de ser tan estúpido como lo pienso. Estrenar trajecito cada mes, tener un carro no tan viejo y una esposa del mismo modelo.
¿Me perdonarías si lo hago? ¿Por qué eres así Laura?¿Cuáles pocas aspiraciones chingada madre? Antes eras distinta, no eras tan plana. Antes veías un funcionario y te daba rabia.
Cuando te conocí tenías diecisiete años y eras muy tímida. ¿Te acuerdas de Julia? Nunca había jugado a las muñecas, pero Julia no es cualquier muñeca. Las muñecas siempre son secretarias, doctoras, aeromozas, estudiantes, maestras, esposas, amas de casa; bueno, algunas pierden ese encanto cuando se casan. ¿Y porqué se llama Julia? Es que ella quiere ser policía. Aquí a los policías les decimos puercos. Julia nunca podría ser como ellos.
¿A Fernando también le contaste la misma historia o para él no es Julia sino Samantha? ¿Qué otros nombres tuvo después de que me conociste? Si mis cálculos no fallan habrá tenido unos cuatro. ¿Cierto? No me digas; de eso tampoco te acuerdas. ¿Sabes? Admiro tu capacidad para olvidar las cosas, para bloquear los recuerdos de tu memoria. Los buenos, por supuesto; los malos seguro los tienes escritos en la palma de la mano, en los brazos, en las piernas, como si fueran cicatrices, para que Fernando las vea y aparte de amor te tenga lástima.
¿Cómo te fue mi amor? Bien, puse al corriente los impuestos del señor Sifrán. Qué bueno mi vida. Mañana revisaré la nómina y puede que recortemos algunos gastos. Me alegra corazón; ¿sabías que de niña soñaba que me casaba con un contador?
Viéndolo bien no tiene cara de contador, de pendejo sí, pero de contador no. Miro a Rita y creo que no la merece. Qué culpa puede tener de que hayas cambiado. Si lo hago las cosas van a ser igual: tú te vuelves a casar con un oficinista y yo te sigo reprochando. En todo caso la que lo merece eres tú.
Bueno, se me acabó el tiempo, ya llegué. Voy a despertarlo
Amigo, ya estamos en Camargo. Yo aquí me bajo. Tenga esta bala, hágame el favor de dársela a Laura. Le juro que ella no era así.
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