-No existen los monstruos -se repetía incesantemente Alfonso. Sólo existen en la imaginación y en las películas de terror, creaciones para vender boletos en taquilla con historias de personas deformadas con guantes filosos y máscaras de hockey, en los cuentos para niños existían en los armarios, acechando en la oscuridad, pero no en la vida real; se preguntaba entonces porque veía uno cada que se miraba al espejo.
Había leído numerosas publicaciones psicológicas acerca de la esquizofrenia; incluso Mariana, su antigua pareja, le había dado una extensa plática sobre la enfermedad, sus síntomas y tratamientos mucho antes de que él, ingresara al hospital psiquiátrico de San Fernando y se volvía a preguntar si acaso se estaría volviendo loco. ¿Un loco se daría cuenta que enloquece? En su lógica, el loco pensaría que todo lo que ve y escucha es real, por lo que para él no serían locuras, pero se sentía cada vez más alejado de la realidad y encontraba a la gente a su alrededor ridículamente cuerda.
Respiró profundamente, tratando de obligarse a no pensar en aquella pintura que le hacía pensar “cosas malas”, pensamientos ligados al horror, al sufrimiento y a aquel hermoso carmín de la sangre. Al pensar en el color volteó a ver sus manos, en su manía nerviosa se había excedido al morderse las uñas mordiendo la carne de los dedos, que goteaban sangre por las pequeñas heridas.
Se preguntaba cuánto tiempo más podría tener en el estómago esa sensación, semejante a un vacío, provocada por los nervios. Se dijo a sí mismo que si no se mantenía ocupado en algo cruzaría la imaginaria frontera al poblado de los locos, escogió un libro al azar, el libro elegido resultó ser de los que dejara Mariana olvidados y que tanto odiaba, “el caballero de la armadura oxidada”, recordó cómo discutían por la inutilidad de los libros de autoayuda que él consideraba insulsos y extremadamente obvios, tomó un segundo libro, en esta ocasión el elegido fue de las crónicas vampíricas de Anne Rice, comenzó a leerlo, y determinó que leer acerca de seres bebedores de sangre no lo distraerían de las “cosas malas” que acechaban en su mente.
Agarró una silla plegable y se dirigió a la pequeña terraza de su departamento, pues había decidido que la mejor manera de distraerse sería viendo la gente pasear, pasatiempo que había descubierto era su favorito junto a Mariana, recordó las tardes que solían sentarse juntos, observaban a la gente, elegían a uno y le inventaban una historia de donde venía, hacia dónde se dirigía, el que contara la historia más graciosa elegiría la siguiente actividad, usualmente ganaba Alfonso pues hubo una vez en que gozaba de una imaginación sorprendente y una agudeza visual que le permitía observar los pequeños detalles que hacían sus historias más creíbles. Al evocar esos recuerdos una oleada de nostalgia le sugirió la idea de llamar a Mariana y narrarle la historia imaginaria de la única persona que pasó por la calle en aquel momento, un vendedor de escobas, del cual solo pudo imaginar que vendía escobas por que había perdido su empleo debido a la bebida; se dijo a sí mismo que no era una historia muy imaginativa y que tal vez Mariana no disfrutaría ser interrumpida por algo tan trivial.Una vez que el vendedor de escobas desapareció de vista, Alfonso esperó a que alguien más caminara para continuar con su pasatiempo, después de interminables 30 minutos que le parecieron 3 horas, nadie caminó en la calle y los pensamientos se habían acentuado en su cabeza, esta vez las “cosas malas” tenían un rostro, tenían voces que le susurraban al oído. Volvió a entrar al departamento para encender el televisor con la esperanza de que algo acallara las voces en su cabeza, el noticiero mostraba sangrientas escenas de un tiroteo al norte del país, las telenovelas de otro canal nunca pudo soportarlas, las caricaturas actuales lo irritaban bastante, siguió buscando en los canales de películas, en su mayoría eran películas que él consideraba sólo a su madre le gustarían. Una vez recorridos todos los canales terminó por rendirse a la tele e incluso llegó a pensar que la televisión se había confabulado en su contra para evitar entretenerlo.
Al continuar con el zapping le pareció que entre las palabras entrecortadas de los canales l le daban un mensaje dirigido a él, Zap el zap momento zap llega zap no zap tratando zap huir zap no existe zap escapatoria zap destino. Al escuchar la palabra destino dejó de cambiar el canal, la proyección continuó: -destino elegido por los turistas…- dejó de poner atención pues trataba de convencerse a sí mismo que no hubo ningún mensaje, de encontrarle la explicación lógica, inconscientemente debía de estar pensando en cosas malas y por eso le parecía escuchar que un interlocutor invisible se dirigía a él, lo cual era imposible.
Cuando ni la sensación del estómago ni los pensamientos funestos desaparecieron tomó la decisión de abrir la caja de somníferos que tenía guardada para casos de emergencia, como esta, cuando el insomnio atacaba fieramente y su locura acechaba como monstruo oculto en el armario llenó un vaso con agua del grifo, tomó el somnífero y se dirigió a su habitación, teniendo cuidado de poner el cerrojo, a pesar de que vivía solo, se quitó el cinturón para que no le incomodara y se acostó mientras lentamente se abandonaba al mundo de los sueños.
Lo último que recordó antes de dormir fue el susurro de alguien que reía dentro de la habitación. |