A TOQUI Y AL LULO LOS LLEVAN
Ciro, apodado Toqui, hace dos meses que está internado en el asilo de Berazategui. Sólo cuando duerme descansa de su pregunta :
- ¿Dónde está la luna? ¿Dónde está? ¿Dónde está? ¿Dónde está la luna? ¿Dónde está? ¿Dónde está? –
Tiene veintisiete años. Es flaquito. Su pelo está siempre cortito. Los ojos diminutos nunca están quietos, van y vienen en sus órbitas, bailotean.
La primera vez que pasó por un lugar como éste fue a los diez años. En aquella época coreaba a su club amado :
- ¡La acadeeemia! ¡La acadeeemia! ¡La acadeeemia!
Durante cinco meses no paró con ese cántico. En la escuela, en el tren, en casa de su tía y, por supuesto, en el estadio de Avellaneda.
A los dieciséis años compró una guitarra y aprendió a tocar el “Himno a la alegría” Estuvo pulsando las cuerdas por casi dos meses.
Al año siguiente, e inmediatamente después de salir del instituto, comenzó con su nueva obsesión : reír y llorar alternativamente. Lagrimeaba por cuatro o cinco horas, comía, dormía y luego llegaba la risa. Reía y reía hasta causar alteración en quienes lo rodeaban. Después, otra vez, regresaba al llanto; era lastimero y desgarrador.
Su padre partió a Estados Unidos cuando él tenía tres años. Dijo que conseguiría un buen empleo, y que cuando estuviera bien instalado, enviaría dólares para que Ciro y su madre viajaran; nunca supieron más de él. Un cáncer veloz se llevó a la progenitora dos años después.
Su tía Margarita, a pesar de su modesto puesto en Alpargatas y de que tenía tres hijos para alimentar, decidió hacerse cargo del huerfanito. En ese tiempo fue cuando Ciro comenzó con sus repeticiones. Alguien de su cuadra, lo apodó “Toqui”.
Estas ideas fijas no eran constantes. Había largos períodos donde no aparecían. Durante esos lapsos trabajaba, iba a la escuela y hasta tuvo dos novias. Sin embargo, un día, sin que nada lo hiciera prever, una nueva insistencia surgía. Así, perdía empleos, era expulsado de las escuelas, sus amigos huían y a Margarita no le quedaba más remedio que internarlo. Tras temporadas de variada duración, poco a poco se iba calmando. Sus obsesiones siempre fueron sónicas, jamás hubo violencia.
Pero aquí está otra vez. Una noche se le ocurrió mirar hacia el cielo. Al día siguiente hizo lo mismo. Y así continuó por casi dos meses, hasta que al finalizar su jornada de trabajo en una pizzería, cuando regresaba a lo de su tía en Barracas, detuvo a un viejito que pasaba por la vereda y le preguntó :
- ¡Eh! ¡Señor! ¡Pare, por favor! –
- Sí, joven… ¿qué necestita? – respondió cortésmente el anciano.
- ¿Dónde está la luna? -
- ¿Qué dijo? –
- Que si sabe ¿dónde está la luna? -
El interrogado, mecánicamente, intentó llevar su cara hacia arriba, pero no pudo, un fuerte dolor cervical no se lo permitió. Un poco debido a este impedimento y otro poco por creer que era objeto de una broma, irritado, masculló :
- No me tome el pelo… ¿eh? –
- No. Se lo pregunto en serio : ¿Dónde está la luna?
El viejo, ofuscado, se fue sin agregar nada.
Ciro pensaba : No la veo. Hace dos meses que la busco y no está en el cielo. ¡Dasapereció!... Están las estrellas, pero ella no. Ni menguante, ni creciente, ni llena; no hay caso, no la encuentro.
Pasó delante de él una adolescente fumando marihuana, y Toqui le preguntó :
- ¿Dónde está la luna? ¿La viste? –
- ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! – vociferó la chica.
Llegó a la esquina, y observando a un perro flaco que husmeaba en un tacho de basura, se le acercó.
- Che, ¿vos la viste? ¿Viste la luna? –
El can le mostró sus dientes y comenzó a ladrar hasta aturdirlo.
Una semana después, Ciro era conducido por su tía hacia el asilo de Berazategui. Margarita, con expresión de resignado hartazgo, acompañaba una vez más a su sobrino hasta la reclusión Nº… La pobre mujer había perdido la cuenta.
La institución era estatal. Ocupaba más de media manzana. Había discapacitados mentales con diferentes grados de alteración. El director en persona registró su ingreso.
- Ciro… ¿Otra vez por acá? –
- Director… ¿Dónde está la luna?
La máxima autoridad del asilo miró a Margarita, y con voz apesadumbrada, dijo :
- ¿Así que ésta es la nueva?
- Y sí, señor… Usted ya lo escucha… Ahora se le dio por la luna.
Toqui pensó : Creen que estoy loco, pero a nadie se le ocurre mirar para arriba. Luego, observando la puerta tras la cual estaba el pasillo que desembocaba en el conocido pabellón, insistió :
- Parece que a nadie le importa, pero yo quiero saber… ¿Dónde está la luna? ¿Dónde está? ¿Dónde está? –
…………………………………
La nave proveniente de Orión aterriza cerca de Chivilcoy. De ella desciende Inout vestido de cura. La misión que le encomendaron sus rectores está grabada en sus neuronas : debe dar clases de teología y filosofía en la universidad católica argentina. Para ello lo han munido de la documentación correspondiente. Con ella se presentará ante las autoridades eclesiásticas.
Camina un kilómetro aproximadamente hasta llegar a la terminal de buses. Minutos más tarde se dirige hacia Buenos Aires, su destino.
Enseñar las ciencias de Dios será su tarea hasta que se le comunique, si así lo deciden sus superiores, algún nuevo cometido.
……………………………..
Hace un año que el Lulo Gómez está encerrado en el hospicio cerca de Capilla del Monte. Permanece gran parte del tiempo en el patio mirando un ciruelo. Allí está : quieto, callado, sus ojos están vacíos. Se queda un rato sentado contemplando el árbol frutal, luego se levanta, y arrastrando los pies, vaga entre los rosales, para finalmente volverse a sentar en un rincón del jardín. Apenas come, apenas respira. Los doctores temen que esta depresión le traiga consecuencias graves. No saben si no hubiera sido mejor dejarlo en la estancia, aun contrariando a sus padres adoptivos. Ellos lo habían echado muchas veces, ya no lo soportaban. No aguantaban más mimetizaciones ni más contorsiones.
Un día, hace veintiocho años, hubo una jineteada en el campo de los Gómez, en Ongamira. Acudió gente de Villa Dolores, de Jesús María y hasta de Villa Mercedes. La jornada transcurrió entre asado, vino y doma de potros. Al caer la noche los invitados partieron. Ramón Gómez y algunos ayudantes se dispusieron a ordenar el caos mugriento que el gentío había dejado y luego, extenuados, se fueron a dormir. A medianoche la Chingo, esposa de Ramón, escuchó que alguien deambulaba por la galería de la casona. Se levantó y descubrió, en un rincón, a un chiquillo que sollozaba.
Durante dos días le preguntaron quién era y de dónde había salido. El pequeño, que tendría tres o cuatro años, respondía que no sabía. Al tercer día fueron hasta la comisaría de Capilla del Monte y desde allí telefonearon a todos los que estuvieron en la jineteada. Nadie admitió haber extraviado a un niño.
El chico era pelirrojo y de ojitos verdes. Después del llanto inicial, el ánimo de la criatura se fue haciendo jovial. Gesticulaba permanentemente. Muecas cómicas se dibujaban todo el tiempo en su carita. Pasada una semana, Ramón y la Chingo se habían encariñado con él, y aunque lo pensaron, no hicieron nada para entregarlo a las autoridades. Sin proponérselo, terminaron por adoptarlo; y no fue por falta de hijos, sino por una mezcla de lástima y simpatía; los Gómez eran padres de Elvira, Marcial, Antonio, Graciela y Jerónimo.
En muchos aspectos el Lulo fue convirtiéndose en un hijo más. Se le brindaba comida, abrigo y afecto. Sin embargo algunas reglas que Elvira, Antonio, Jerónimo y los otros estaban obligados a acatar, a él no se le exigían; asistir a la escuela fue una de ellas. Pasó su infancia como un niño cimarrón. Durante casi todo el día deambulaba por el monte llevando y trayendo las cabras del corral, trepando a los árboles, persiguiendo pajaritos…
Un día, José, un viejo amigo de Ramón le dijo :
- Che Ramón, disculpame que me meta, pero me parece que al guachito tuyo le está haciendo falta la escuela… Es muy divertido, pero se está poniendo medio salvaje… Anda todo el día en el monte y no veo que juegue con los otros chicos. Aparte, casi no le entiendo cuando habla, y no creo que sepa leer y escribir…
Ramón se quedó pensativo y luego :
- La verdad es que tenés razón. No se me había ocurrido. Mañana mismo voy a Capilla y lo anoto. –
- Voy a ser curioso… - agregó José : - ¿Cuántos años tiene? –
- ¡Qué sé yo..! Once o doce. –
Dos semanas después el Lulo estaba sentado en el pupitre de la escuela. Miraba todo como si fuera de otro mundo. En su rostro se advertía una mezcla de asombro y susto.
Tras muchos días de padecimiento le rogó a Ramón que lo sacara de allí. Le decía que no se hallaba, que estaba triste, que no quería a la maestra y que las letras le parecían una cosa inútil. Pero nada de esto fue tenido en cuenta, lo obligaron a continuar. No obstante, aunque sin que le dedicara tanto tiempo como antes, se le permitió seguir con lo que más le gustaba : el campo, las cabras, los insectos…
Fue en esta época cuando comenzaron las imitaciones. Un día se presentó en la casona reproduciendo los sonidos de la Lula, su cabra preferida. Y así prosiguió por más de un mes. Salvo cuando estaba en la escuela, comía o dormía, su único sonido era igual al del animal predilecto. José, a raíz de esto, lo bautizó como el Lulo. Hasta ese momento todos le decían : el “chico”. También en esta época, y debido a exigencias del ministerio de educación, el Lulo fue registrado como hijo de Ramón y Luisa, es decir, la Chingo.
Lo de la cabra se le fue olvidando, pero un año después se entusiasmó con un zorzal que anidaba en un árbol cercano a la casona. Esa vez no sólo emitía el gorjeo del pájaro, sino que también hacía sus movimientos. Su cuerpo se tensaba y realizaba las sacudidas nerviosas del ave; su boca cobraba la forma del pico; sus brazos y manos aleteaban.
Con el paso del tiempo se transformó en un experto contorsionista. Un día se quedó tieso frente al banco de la escuela y tomó la apariencia de éste. Otro día flameó como la bandera. Una noche de tormenta fue relámpagos, truenos y hasta agua. El Lulo devino en un espectáculo, todos quedaban boquiabiertos; despertaba asombro, admiración y risas. El asunto se fue complicando cuando comenzó a imitar a diferentes personas de su entorno : a la maestra, a su hermanastra, a don José. A algunos de ellos no les resultaba divertido, lo tomaban como falta de respeto.
Después de soportar demasiado, Ramón, enfurecido, tomó al Lulo por el cuello y lo llevó hasta la pirca que servía como límite de su campo. Una vez allí, desenvainando el rebenque que llevaba siempre consigo, comenzó a azotarlo mientras gritaba :
- ¡Basta, chico de mierda! ¡Basta de remedar! ¡Comportate como un cristiano, carajo! ¡Basta de hacerme quedar mal! –
El chico nunca había sido golpeado de esa manera. Desde el suelo, con los ojitos enrojecidos, gimió :
- ¡No me pegués! ¡No! ¡No! ¡Por favor! No lo voy a hacer más…-
Ramón detuvo la paliza, y con voz ronca por la ira, terminó diciendo :
- ¡Más te vale! –
Luego regresó a la casona resoplando.
El muchacho permaneció más de media hora tendido sobre la greda, luego, cuando pudo recomponerse, tuvo, en un primer momento, la intención de adoptar la forma y el deslizarse de la fusta, sin embargo inmediatamente, recordando la promesa que acababa de hacer, temeroso y arrepentido, controló su impulso.
El Lulo no era estúpido. Sabía que debía dominarse, pues de eso dependía su supervivencia. No quería perder la sabrosa comida que preparaba la Chingo ni el afecto que le tenían sus hermanastros, de modo que las mimetizaciones cesaron. No obstante, le costaba gran esfuerzo sujetarse, en su naturaleza estaba ser como lo que tenía enfrente; era como un espejo, o mejor aún, como el agua : tomaba la forma del recipiente que lo contenía. El Lulo era influido por todo aquello que lo rodeaba y que por alguna desconocida razón despertaba su interés.
………………………………
Inout, transfigurado en el padre Agustín, está de pie junto al estrado y enfrente de sus estudiantes. El aula es grande. Tras saludar, y esbozando una cálida sonrisa, lanza esta pregunta :
- ¿Dios ( el creador ) y su obra ( la creación ), son la misma cosa? : Sí y no… Sí, porque en todo hecho están presentes las características de su hacedor. Y no, porque el hacedor, no necesariamente ha pasado en su totalidad al hecho. En otras palabras, la Creación es sólo una manifestación de su Creador.
Hace una pausa, se aclara la garganta, y reforzando su afable expresión, continúa :
- Si Dios es perfecto, se puede inferir que su obra también lo es, porque de algo perfecto no puede surgir algo imperfecto… El hombre es creación de Dios, pero es imperfecto… ¿cómo puede ser esto así?... ¡Qué pregunta! ¿No?
Varios de los oyentes se arrellanan en sus asientos.
- El hombre, en Adán, a causa de la caída, perdió la conexión con Dios, y por eso es imperfecto, porque se separó de Aquél, y su visión pasó a ser parcial. Con su pequeña mente, entonces, no pudo comprender la grandeza de lo Perfecto, o sea, de Dios. Pero Jesús recompuso las cosas trayendo la Gracia y la Fe. Él descendió desde el resplandor, trajo la luz, la diseminó, y luego volvió al resplandor.–
Se restriega las manos y agrega :
- Piensen en eso… Es todo por hoy. –
……………………………….
Es de noche, el pabellón está a oscuras, todos los internados duermen. Ciro sueña que hace el amor con Sharon Stone, están junto a un árbol que hay en el patio del instituto, la luna fulgurante ilumina sus cuerpos. El muchacho despierta jadeante y transpirado. Se toca el pene y los dedos le quedan pegoteados. Ya espabilado, siente crecer un inmenso placer por su cuerpo y por su mente. No sabe precisar si es a causa de la onírica cópula o por haber visto a su astro perdido. Sin pensarlo, va hasta la ventana, y mirando por ella, decepcionado, descubre que la luna no está. ¡Qué pena! ¡Fue un sueño! ¡Sólo un sueño! piensa entristecido. Este desánimo es profundo, tanto, que lo lleva a un estado de exasperación : ¡Qué mierda hago acá! ¿Para qué estoy? Nadie me cree… Nadie se da cuenta que no está… ¡Basta! ¡Me voy a la mierda!
A tientas va hasta su armario y se viste. Abriendo la puerta que da al pasillo, camina en silencio por éste hasta el hall de entrada. Una vez allí se acerca al portal, y jalando el picaporte, comprueba que no está enllavado. Es incomprensible e inusual, pero así ocurre; parece que el empleado encargado de este trabajo, olvidó hacerlo. Un minuto después Toqui está en la esquina. Las luces de mercurio alumbran la madrugada de Berazategui, no hay transeúntes. El muchacho, mientras sonríe, va sintiendo un hormigueo de libertad, y velozmente echa a andar por la vereda. Va como loco.
Mientras se desliza a toda prisa, percibe que varios lazos van cortándose dentro de él. No puede pensar, no sabe explicárselo, sólo quiere huir. Escapar del instituto, de su tía, de las burlas de tanta gente, de sí mismo. Intuye que conforme más rápido lo haga, las amarras irán desapareciendo. Después de varias cuadras, toma consciencia de que no es algo que le parece, a medida que avanza, va confirmando que pierde peso. Esto le da más ganas, más fuerza y hasta más alegría. Por eso sigue y sigue. Quisiera no detenerse jamás. Correr y correr. Alejarse y sentirse liviano por completo.
Luego de casi una hora se detiene extenuado. Está frente a un gran corralón donde varios camiones inmensos son cargados y descargados por diferentes hombres. Rodeando al corralón hay algunos galpones desde y hacia los cuales se llevan y se traen bultos de distintos tamaños. Sin meditarlo, Toqui entra y se ubica junto a uno de los vehículos cuyo depósito está a medio llenar. Tres hombres y una mulita mecánica colocan grandes cajas en él.
- Che, pibe ¿Querés laburar? – le pregunta un morocho corpulento de pronunciadas patillas.
- No sé – responde Toqui sorprendido por la interrogación.
- ¿Cómo, no sé? Entonces, ¿para qué estás acá? -
El muchacho, sin pensarlo, dice :
- Y… sí. -
- Bueno, entonces, subí al camión y andá acomodando las cajas. - ordena el morocho. - Ayudale a ese petizo... - termina agregando, al tiempo que señala a un joven que estaba haciendo esa tarea.
Al cabo de una hora y media el trabajo está realizado. La bodega del vehículo está repleta de cajas. Toqui está cansado, pero feliz. Sin saber el motivo, esta actividad lo ha llenado de satisfacción. A continuación, el corpulento, mirándolo con rostro severo, le pregunta :
- Pibe, ¿sos mayor de edad? -
- Veintisiete-
- ¿Te gusta viajar?
- Nunca salí de Buenos Aires.-
- ¿Querés ganarte unos cuantos mangos?
- Por supuesto... -
- Entonces vamos hasta Córdoba... Descargamos esto y volvemos.-
La propuesta entusiasma a Toqui. Imagina carreteras y montañas, paisajes que sólo vio en televisión. Los rostros de su tía y del director del instituto cruzan por su mente. Luego, sonriente, acaba pensando : ¡Ma... sí! Alguna vez tengo que hacer mi vida.
- Te pago $ 800, con comida incluida. Tardamos tres días, más o menos. ¿Qué te parece? -
- Sí, acepto. -
- Muy bien... – dice el patilludo, luego agrega : - ¡Ah! Una cosa más : Nada de drogas, ni de alcohol, ni de minas.. ¿Eh? -
- Está bien... Acepto. - repite Ciro mientras mira el cielo. La luna no está, pero las primeras luces del sol van anunciando la llegada de un nuevo día.
…………………………………….
El Lulo está otra vez en el patio del hospicio, aburrido, callado. Un gato gris pasa cerca de él maullando suavemente. Contemplarlo saca al Lulo de su ensimismamiento y despierta cierto entusiasmo en su ánimo. Un segundo después imita el sonido del animal. El felino trepa a un muro y sale del asilo. El muchacho, en cuatro patas, hace lo mismo. Sin darse cuenta cabalmente, ya está en la calle. No ve al gato, pero sigue imitándolo. Cinco minutos más tarde se incorpora. Continúa caminando. Transita por una calle, por otra. La gente del pueblo va y viene. Luego de andar por casi una hora, está en la carretera. Sigue y sigue, se siente contento, abandona la ruta y marcha a campo traviesa. El aroma del poleo y de la peperina lo pone feliz. No piensa en nada. Está libre.
En el asilo nadie percibe su ausencia.
…………………………………………
Después de descargar las cajas en un hipermercado de Córdoba Ciro y su patrón, llamado Humberto, comen unas suculentas milanesas en un restaurante. Mientras disfrutan de la comida Humberto recibe una llamada en el celular. Dos minutos más tarde se dirige al muchacho :
- Ciro, ¿tenés ganas de seguir laburando? –
Toqui termina de tragar y dice :
- ¿Cómo, seguir laburando?
- Sí. Me acaban de pedir que llevemos un cargamento a Capilla del Monte… Es cerca.-
- No sé.-
- ¡Vamos! Ya que estás acá, podés hacerte unos mangos más…-
- ¿De qué se trata? –
- Son treinta televisores… Me dicen que nos ayudan a cargar y descargar… ¿Y?
- ¿Por cuánto?
- Y… Mirá… Te pago 200 más. Así redondeás los 1000 –
- Está bien, hecho. – responde el muchacho pensando en la nueva cifra, luego agrega :
- ¿Es lindo para allá? –
- Lo mejor de Córdoba…. Ya vas a ver qué belleza es ese
paisaje : ríos, sierras, aire limpio. ¡Te va a gustar!
- ¿Cuándo salimos?
- Enseguida nomás… Terminamos de morfar, descansamos un rato y le metemos. –
- Bueno.
- ¡Ah, pibe! Quiero decirte una cosa : No me preguntés más dónde está la luna. En el viaje me preguntaste como diez veces. Pará con eso, por favor. –
Humberto hace una pausa, chasquea con la boca y acota :
- Si ése es tu mambo, allá vos, pero a mí no me importa la luna. Yo estoy laburando. Así que ya sabés, nada de luna… ¿Está bien?
- Disculpe, Humberto, no lo voy a joder más con eso. – asevera Ciro mirando hacia el suelo.
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El Lulo se detiene deleitado; junto a una piedra descubre a un cuis. Los ojos del animal son como dos perlitas negras. Ambos se observan concentrados. El animalito está tenso, el muchacho embelesado. El cuis se refriega las patas delanteras y mueve su hocico. Enseguida el Lulo ensaya esos movimientos. El roedor se asusta y sale disparado, va dando veloces saltitos. El muchacho hace lo mismo. Mientras corre, se siente cuis. Un estado de plenitud desenfrenada lo envuelve. Sigue corriendo tras el bichito, salta sobre las piedras, esquiva los espinillos, sortea algunas avispas. El Lulo es un cuis, y más todavía, es todo el campo. En su ser cabe todo el paisaje; el Lulo es esa montaña, ese cardo, aquel arroyo. El lulo es el sol y el aire. Todo lo influye. Todo lo atraviesa. Y corre excitado, maravillado. Y corre sintiendo el mundo moverse en su cuerpo. Persigue al animalito durante horas. Se acerca a la carretera, se aleja y vuelve a acercarse. El roedor sigue huyendo. El anochecer se aproxima.
………………………………..
- ¡Bajate, pibe! ¡Bajate del camión! – grita Humberto enfurecido.
- ¡No! ¡Por favor! No lo voy a molestar más con eso! –.
- No te creo… Ya me lo prometiste como mil veces y seguís con el rollo de la luna. ¡No, pibe! ¡No te aguanto más!
- Pero no me puede dejar en medio del campo. – arguye Toqui afligido.
- Claro que puedo… - responde el morocho, luego mete la mano en su bolsillo y saca un fajo de billetes. Cuenta una, dos, tres veces y dice _
- Tomá, te doy más de lo que te prometí. – agrega mientras extiende el brazo hacia el muchacho. – Ahí van 1.200. Tomá eso y arreglatelás… Capilla del Monte queda cerca. No sé, hacé lo que quieras, pero bajate. –
Ciro toma el dinero y, resignado, desciende del vehículo. Tres segundos después el camión comienza a alejarse.
Ciro queda desorientado en la banquina. ¡Qué mierda hago ahora! piensa. Sin proponérselo comienza a caminar. Los automóviles pasan a su lado a gran velocidad. Está anocheciendo, a lo lejos, los cerros ya no se ven tan nítidos. Camina cabizbajo; ni siquiera sabe si el rumbo que ha tomado lo llevará hasta Capilla del Monte. Luego de diez minutos, oye algo. Son pasos que se mueven en el matorral. Mira varias veces y no ve nada. Vuelve a observar y, sorprendido, a pocos metros, ve pasar un bichito ( le parece una rata ), y tras él a un muchacho corriendo. El joven se pierde entre los arbustos. Un minuto después surge otra vez. Ciro lo contempla, y automáticamente le chista :
- ¡Ch, ch! ¡Eh! ¿Qué estás haciendo? -
……………………………
Inout está frente a los estudiantes explicando el significado profundo de las tablas de la ley que Moisés recibiera en el monte Sinaí, pero debe interrumpir su alocución, un mensaje llega a su mente :
- Vaya a un lugar apartado. -
Dos minutos después está sentado en uno de los retretes de la academia. Una nueva comunicación se presenta :
- Abandone todo y viaje hasta Chivilcoy, mismo sitio de aterrizaje, ahí aborde el transporte que lo llevará a “Shis”. En ese sitio, junto al aromo ancho, verá el “nous” de obsidiana, a través de él se le informará su siguiente función.
Tres horas más tarde Inout está apoltronado en el bus que lo conduce a Chivilcoy, ya no está vestido de cura.
……………………………..
El Lulo se detiene, observa brevemente a Toqui y continúa corriendo tras el cuis. Ciro halla incomprensible esta actitud e insiste :
-¡Eh! ¡Por favor, vení! Estoy perdido.
Al ver que el muchacho no responde a su llamado, Toqui, sin meditarlo, decide seguirlo. Alejándose de la carretera se interna en el maleza.
- ¡Por favor! ¡Pará! Necesito preguntarte algo. - va gritando mientras corre.
El Lulo vuelve a detenerse, y tras observar a Ciro por un instante, reanuda su persecución. Y ahí van los tres : el cuis, el Lulo y Toqui. Ahí van, sorteando los desniveles del suelo, eludiendo los molles. La noche se acerca.
Después de más de media hora el Lulo, abruptamente, deja de correr. Vuelve sobre sus pasos y dice :
- ¿Por qué me seguís? ¿Te mandaron del asilo?
Toqui está exhausto. Su pecho parece que va a estallar.
- ¿Y? ¿Te mandaron del asilo, o no?
- Esperá… No puedo hablar.-
La oscuridad es casi total, apenas pueden verse los rostros. Algunos murciélagos vuelan emitiendo sus chillidos.
- No vengo de ningún asilo. - responde Ciro todavía jadeante. - Estoy perdido, no sé dónde está el pueblo… Quería que me indicaras. -
- ¡Ah! Era eso - dice el Lulo aliviado, y agrega : - Ahora ya no creo… Estamos lejos de Capilla… Me parece que vamos a tener que quedarnos hasta que amanezca.-
- ¿Qué? - exclama Toqui entre sorprendido y asustado.
- Después de todo, ya perdí el cuisito… Con tantas frenadas, lo perdí, se fue. Y con esta oscuridad, no creo que lo halle…
- Disculpá, pero no entiendo ¿Por qué vamos a tener que quedarnos? -
- Porque el pueblo está muy lejos y hay muchos bichos feos a esta hora. Mejor preparo un fueguito y nos quedamos… ¡Bah, no sé! Vos podés quedarte solo si querés. -
Ciro hace un rápido repaso de su situación y pregunta :
- ¿Vos sos de la zona? -
- Sí. De acá cerca.
- Entonces me quedo con vos… ¿qué voy a hacer solo? - explica entre contrariado y resignado. Luego de un breve silencio, agrega :
- ¿Qué es eso del “cuisito“?
El Lulo lanza una sonrisa sonora y añade : - Es un bicho muy lindo… Lo venía persiguiendo… Es raro verlos, ya no quedan.
- ¿Y lo del asilo?
- Mmmmm… De eso no quiero hablar. - Hace una pausa, piensa, e imitando el acento del otro, pregunta : - ¿Vos, qué hacés por acá? ¿Y esa tonada?
- Soy de Buenos Aires y… - Ciro reflexiona, se restriega las manos y contesta : - Es una historia larga. Venía en un camión. Estaba laburando, transportando un cargamento hasta Capilla del Monte. Pero el chofer, mi patrón, se enojó conmigo y me largó en la ruta. -
- ¡Ah! Te dejaron a pie. - exclama el Lulo, luego insiste : - Vamos a tener que hacer un fuego, yo lo hago. Soy de acá y conozco los yuyos. Enseguida se va a poner fresco y muy oscuro… Hoy no hay luna. -
- ¡Por fin! - grita Ciro.
- Por fin… ¿qué? -
- Por fin, alguien se da cuenta de que no hay luna. - le informa Ciro entusiasmado.
Una hora después el Lulo ha encendido una fogata y ambos están sentados calentándose las manos y conversando. En el cielo diáfano las estrellas titilan fulgurantes. A pocos metros de la lumbre, la negrura es impenetrable, y sólo pareciera tener sonidos; son los emitidos por grillos, lechuzas y urracas rezagadas que aún no llegaron al nido, pero también se oyen otros lejanos e imprecisos, se trata de rumores misteriosos.
- ¿Así que te llamás Ciro?
- Sí.
- ¿Tenés hambre?
- Mucho.
- Esperá, ya vuelvo - dice el Lulo, y tras incorporarse, se pierde en la tiniebla. Pasan diez minutos y regresa con mistol, verbena y piquillín.
- Comé esto. Es para que no te silben las tripas. -
A pesar de la desconfianza que siente hacia esos frutos desconocidos, decide ponérselos en la boca.
- No son como pizza o hamburguesas, pero peor es nada. - dice Toqui sonriendo. Luego adopta cierta seriedad y agrega :
- Supongo que te escapaste de un asilo, pero, ¡calma!, ya me dijiste, no te voy a preguntar. Lo que quiero decirte es que yo también me escapé. - Ciro duda, no sabe si debería revelar algo de sí mismo, porque aunque estén solos en medio de la nada, este muchacho no deja de ser un completo desconocido. Sin embargo, un minuto después llega a esta conclusión : A veces es mejor hablar de nuestras cosas con gente que no conocemos. Aparte, talvez no vuelva a verlo nunca… Y si no lo veo, no me va a reprochar nada, ni se va a burlar de mí. Mira el fuego, y las chispas lo distraen por algunos segundos, luego se sumerge otra vez en sus pensamientos : Me parece que este paisano está un poquito loco, y qué mejor que alguien así para que me entienda. Además, creo que va a ser la manera menos aburrida de pasar la noche.
- Tengo veintiocho años. Como te dije, nací en Buenos Aires y bla, bla, bla… Lo más importante es que muchos creen que estoy tocado… -
- ¿Tocado? - pregunta el Lulo sin entender.
- Sí, loco. Por eso me dicen “Toqui”. Dicen eso porque, de tanto en tanto, se me pega algo y le doy todo el tiempo a eso. -
- No entiendo… ¿Cómo, que se te pega algo? -
- Claro. Me gusta un tema musical, por ejemplo, y paso días y días tarareando la melodía o tocándola en la guitarra. Y así ocurre con todo lo que me gusta, me parece raro o me da miedo. En realidad, ¿sabés qué pasa? Pasa que me meto dentro de las cosas. No sé, a lo mejor es al revés, las cosas se meten dentro mío y no me sueltan… Te juro que es algo que no puedo manejar, es más fuerte que yo. Y esto saca de las casillas a todo el mundo. Por eso me han encerrado muchas veces en los institutos. - Ciro masajea su cara y agrega : - ¿Entendiste? -
- Por supuesto.- responde el Lulo y queda pensativo. Ambos miran el fuego sin decir nada. Los murciélagos continúan volando cerca de ellos, a lo lejos se oyen los aullidos de un zorro y algunas polillas se acercan atraídas por las llamas. Acto seguido, el Lulo se levanta y toma dos piedras filosas.
- Vamos a cavar unos ahujeros. Tomá una de éstas. - comienza ordenando, luego completa : - Tiene que ser del tamaño tuyo. Nos vamos a meter adentro y después nos tapamos con la tierra que saquemos. Sino hacemos esto, nos vamos a cagar de frío. -
- ¿Dos agujeros? - pregunta Ciro asombrado.
- Sí. Como si fueran camas de tierra… Dale, empezá. -
El Lulo termina antes y decide ayudar a Toqui. Diez minutos después están casi sepultados, sólo sus cabezas quedan al descubierto.
- La verdad es que tenés razón. Ya no tengo frío. - dice Ciro. - Un poco incómodo, pero calentito.- termina agregando.
- Yo también creo que estoy un poco loco. - explica el Lulo tímidamente, como si no quisiera hacerlo. - Yo imito a todo. Puedo convertirme en todo lo que quiera. En un alacrán, en una plaza, en una cabra. Así fue desde chico. Por eso me mandaron pa’l asilo un montón de veces. Parece que eso le molesta mucho a la gente. A mi tata y a mi mama, la Chingo, más que a nadie… Pero ya estoy harto, ¿sabés? Ya estoy cansado de que no me quieran por eso. Yo soy así y no puedo dejar. - balbucea entre sollozos. - Y no quiero hablar más. - termina diciendo.
Otra vez los sonidos nocturnos dominan el campo.
- No creo que sea casualidad que nos hayamos encontrado, ¿no? - piensa Ciro en voz alta.
- ¡Vaya a saber! - acota el otro muchacho. - Ahora descansemos… Mañana se verá.-
Ciro está a punto de dormirse, pero un interrogante invade su mente. A riesgo de que su acompañante se fastidie, resuelve hacer la pregunta :
- ¿Y cómo te llevás con las minas? -
Ya casi dormido el Lulo murmura :
- ¿Qué? ¿Con las minas? -
- Sí, con las mujeres, las chicas. ¿Tuviste alguna? -
El Lulo no sabe si es necesario responder. Nunca habló de esto. De todos modos, aun sin estar seguro de querer contestar, dice :
- Eso siempre fue un problema. Me gustaron tres : la Norma, la Josefina y la Edith, pero como me gustaban tanto, terminé imitandolás… Hablaba igual que ellas, caminaba de la misma forma, hacía los mismos gestos. Al final, se enojaron y me mandaron a la mierda. Así que no. Con las chicas no me llevo bien. Por eso ando solo.
- Che, pero, ¿nunca tenés ganas de…?
- Claro, pero, pero… No quiero hablar de eso. - susurra el Lulo con el gesto infantil de poner sus labios como trompa.
- Está bien, no te hagás problema.
- Mejor, durmamos. - insiste el Lulo.
- Tenés razón. - afirma Ciro. - Con esta incomodidad, no sé si puedo, pero voy a tratar. -
………………………………..
Llega el alba. La primera claridad va disolviendo suavemente la oscuridad. Los pájaros comienzan a alborotarse. Ciro siente su cuerpo dolorido y despierta de su desapacible sueño. Al abrir los ojos observa un objeto que brilla a pocos metros, junto a un aromo. Abandona su lecho de tierra e, intrigado, se acerca a esa cosa. Es una piedra negra que se enciende y se apaga. Ciro está frente a ella, la observa estupefacto. Lo piensa y lo vuelve a pensar. La curiosidad es más fuerte que su precaución y toca el objeto. De inmediato un cosquilleo corre por su cuerpo. Un segundo después deja de ver el campo. Lo rodea una niebla amarillenta, luego lo invade una especie de placentero vigor, seguido de una sucesión de imágenes difusas que desfilan ante sí : un planeta, un desierto, un reptil semejante a una iguana y cientos de frutas, quizá manzanas. La secuencia se interrumpe abruptamente. Algo lo empuja y se percibe cayendo en un oscuro precipicio. Al final hay un cimbrón y el descenso concluye. Siente que ha salido de un vahído. Desde el suelo vuelve a contemplar el campo y al Lulo parado a su lado.
- ¿Qué hiciste? ¿Por qué la tocaste? - grita enojado.
Ciro se esfuerza por recuperarse y masculla :
- No sé qué pasó. -
- Yo te empujé… La piedra te estaba tragando. - explica el Lulo alterado.
- No entiendo nada. - susurra Ciro mientras va poniéndose de pie con dificultad.
- Esas piedras no se tocan… Bueno, la verdad es que no son piedras, son las luces del cielo…
- ¿Las luces del cielo? - pregunta Toqui entre incrédulo y asombrado.
- Sí. Esas luces no son del campo. Vienen de arriba. A ellas les gusta bajar de vez en cuando. Y yo sé que no se tocan.
El Lulo iba a continuar su explicación, pero un fuerte viento se lo impide. A continuación oyen truenos. Es como si una amenazante tormenta fuera a lanzarse sobre sus cabezas. Miran hacia arriba y una refulgencia los enceguece. Ese resplandor es también una nube, a través de la cual se asoma algo parecido a una nave brillante. Dos segundos después la luz los aspira hacia sí junto con la piedra.
Hay un torbellino en Ciro y en el Lulo. Parece un tornado que los lleva. El ventarrón está dentro de ellos, pero también a su alrededor. Los empuja, los aleja, los hace moverse en un espacio sin referencias. No hay arriba ni abajo, tampoco tiempo.
Finalmente el torbellino cesa. El Lulo y Toqui tienen la impresión de haber salido desde debajo de una cascada. Luego abren los ojos, les parece haberlos tenido cerrados durante mucho tiempo. Y ahí, frente a ellos, rodeado de un aura plateada, un ser de grandes ojos. El ser es Inout, y les dice :
- No deberíais haber estado junto a la antena ni tocarla. A causa de ello, no me es permitido dejaros en vuestro planeta. Me acompañaréis en mi nueva misión. -
Ciro no está asustado, sino conmovido. Se anima y pregunta :
- Señor, usted a lo mejor sabe, ¿dónde está la luna? -
Inout responde :
- Tú lo percibiste, únicamente tú. La luna siempre estuvo donde debía. Sólo durante un tiempo nosotros la ocultamos. Talvez algún día te revelemos el motivo. -
Inout se retira de la vista de ambos y la nave inicia el viaje hacia la constelación de Orión.
En Barracas, Margarita está angustiada por la desaparición de Ciro, y en Capilla del Monte, la Chingo y Ramón Gómez, buscan al Lulo, están arrepentidos por haberlo puesto en el asilo.
A TOQUI Y AL LULO LOS LLEVAN
sergio heredia ( septiembre/2010 )
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