Tijuana BC. Febrero 2012. Para no pronunciar nunca la palabra condón.
No sabes cuanto quisiera verte a los ojos, sostener tu mirada y hacerte saber con una mirada que te he querido profundamente desde que te conocí.
Quisiera fijar mi mirada en la tuya, más ahora cuando siento como si los sentimientos se volvieran un temblor en mi pecho, que me comprimen, que me dificultan respirar.
Quisiera verte en este momento de la noche, cuando ya no hay llamadas en el teléfono, cuando la gente se resguarda en sus casas, del secuestro, del fracaso, del desamor.
Cuando se acaba el movimiento en tu alrededor.
Sólo que ya te ha vencido el sueño, has cerrado tus ojos en un adormecimiento pacifico y profundo.
Tu respiración es uno de los pocos sonidos que pueden advertirse, puedo contemplar tu abdomen que sube y baja al ritmo que marcan tus pulmones.
Ahora mismo me viene a la mente una tormenta de recuerdos conmovedores, una especie de película que se proyecta fugaz, que salta desde el día que nos conocimos aquí, en la casa hogar a menores con VIH.
Recuerdo las noches en las que yo te leía cualquier cosa, y tu pegabas tu mirada en mi rostro.
De aquellas en las que te encontraba con llantos inconsolables y te abrazaba hasta que llegaba a ti esa paz tan tuya, tan natural.
También recuerdo tu admiración hacia mi, tu orgullo por ser parte importante en mi vida.
Y no sabes cuanto aprendí a querer tu frescura, la pureza de tu espíritu, tus ganas de vivir.
Si, y es ahí donde me atoro, donde me pregunto en que momento de esta vida, quien te engendro, se rehusó a respetarte como ser humano.
No sé cuando, sólo que si sé que sucedió, alguien se ubico en la comodidad de negar tu evolución, tu naturaleza, tu sexualidad.
No hubo quien te hablara del tema de la menstruación, de las toallas sanitarias, de la libido, de nuestra realidad, de los instintos más básicos, más naturales a la humanidad.
A sentir, a amar, a ser feliz de forma integral.
Y ya ves, no sabes cuanto me duele ahora mientras te veo respirando con tranquilidad en ese sueño pacifico que observo en tu situación, en esta sala de fase terminal en la que te consumes segundo a segundo, ya desprovista de tu sistema inmunológico, mientras esperas con paciencia que transcurran tus últimos días, en tanto afrontas tu final con valor, ese valor que no tuvieron quienes te engendraron para no pronunciar nunca la palabra condón, para hablarte del tema, para ayudarte a decidir.
Y claro, yo puedo culpar a cualquiera, al imbécil que te haya convertido en su pareja sexual, puedo culpar a la sociedad decadente en que vivimos, si puedo culparles.
Aunque no puedo engañarme, debo confesar que una parte de la responsabilidad, la tuvo quien se rehusó a respetarte como ser humano, cancelando tu derecho a sentir, a vivir con una razonable y positiva comunicación, orientación, por los malditos prejuicios y el machismo.
Andrea Guadalupe.
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