Ha habido varios momentos mágicos que se han desarrollado durante mi permanencia en esta querida página. Uno de ellos, cuando conocí de cuerpo presente a un puñado de integrantes de la página, entre ellos, a Shou, Anémona, Ignacia y al recordado Rodrigo, todos ellos, personajes gentiles y sencillos, emparentados por su vocación a las letras y provistos de un buen humor que me ha permitido tenerlos presentes desde entonces.
A cada uno de ellos, lo imaginé imbuido en sus letras, a Rodrigo y sus humorísticas anécdotas, a a Shou, concentradísima en finalizar de buena forma uno de sus brevísimos haikus; a Anémona, con el ceño fruncido en la búsqueda y rebúsqueda de palabras de buen sonido, como quien tañe un instrumento e intenta descubrir sus armonías. A Ignacia, por su parte, la imaginé al trasluz de un ventanal, rememorando sus historias lejanas, las que luego plasmaba en el papel, con dulzura, amor y añoranza.
Siempre recuerdo esos instantes y pienso que el tiempo se fuga demasiado aprisa, como si tuviera gran urgencia de acudir a su cita con las nuevas generaciones. Lo curioso, es que cada uno de los detalles de ese encuentro, no los he olvidado y permanecen en mi mente como algo muy valorado.
Años más tarde, tuve la oportunidad de asistir a un lugar en donde me reencontraría una vez más con parte de esos integrantes, pero esta vez, para mi placer, conocería a otros. Y así sucedió. Fui recibido en un agradable departamento por Valentina, muy cordial ella y expresiva en sus abrazos y gestos. Le sale por los poros su estirpe italiana. Allí estaban de nuevo Anémona e Ignacia, más la presencia emotiva de Neus y Graju, matrimonio venido de tierras lejanas para coincidir con nosotros en ese precioso encuentro. Ambos, muy cordiales y sencillísimos, tanto así que nuestro amigo se afanó en preparar una deliciosa tortilla española, la que aún aparece gustosa en mi memoria. Se habló de todo, reímos y terminamos hermanados en esta causa de la amistad por la amistad.
Más tarde, nos despedimos en la puerta de mi casa y aquello sí que fue irreal, tal si uno de mis cuentos se hubiese transformado en algo tangible, cual si ellos aparecieran de improviso por el influjo de una invocación. Claro, partieron y eso fue el párrafo del relato que no escribí, ya que los hechos terminaron por desarrollarse solos.
Ahora, sólo aguardo que cualquier día, tenga de nuevo el agrado de degustar a estos amigos, mitad tinta y mitad seres de carne y hueso, que se llevaron una gran parte de mi corazón y que ahora late en lejanas latitudes…
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