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Aún permanece en mis recuerdos la postura solemne del profesor Armando Cassígoli. Aparentaba una severidad que no era tan real, se investía de autoridad, cuando en realidad, era un tipo muy cordial. Sus clases, en rigor, no eran muy amenas, dado que profesaba la filosofía, clase árida para quienes estábamos más acostumbrados a las fórmulas de física y química (no siendo yo una lumbrera en ninguno de estos ramos).

El tema es que muchos años después, reflotó el recuerdo del profesor aquel, a propósito de la llegada a Chile de un joven hipnotizador que se preciaba de dormir al que se le pusiera por delante con el simple expediente del chasquido de sus dedos. Me refiero a Tony Kamo, mentalista, psicólogo e hipnotizador español, que apareció a mediado de los años ochenta para realizar un espectáculo asombroso que más temprano que tarde fue denominado como una vil farsa, ya que muchos especialistas expresaron sus dudas aduciendo la imposibilidad de hipnotizar a la gente con tanta facilidad.

Retrocedamos, pues, a mis años de liceo, cuando el ya mencionado profesor Cassígoli, también prolífico escritor de los años 50, se apareció una mañana con una sonrisa misteriosa en sus labios. En breve, nos pidió que nos pusiéramos de pie, alejados de nuestros pupitres y que comenzáramos a balancearnos con los ojos cerrados. Yo, obediente, realicé un tímido movimiento, entreabriendo mis ojos y percatándome de que algunos de mis compañeros se balanceaban con bastante amplitud, temiendo yo que se dieran el costalazo del siglo. El profesor, entretanto, se paseaba silenciosamente entre nosotros e iba eligiendo a los que él estimaba que le servirían no sé para qué cosa.

A todos los elegidos, los fue durmiendo, haciendo oscilar delante de sus ojos algo que no recuerdo si era un collar u otro objeto colgante. Posteriormente, con voz muy queda, les fue indicando a cada uno que tras determinado gesto suyo, ellos ejecutarían diferentes acciones, a saber: uno se levantaría y saldría de la sala, aquella, estornudaría sin parar, otro comenzaría a reír y el último, abrazaría a cada compañero y les manifestaría todo su cariño. Después, los despertó a cada uno y les ordenó que se fueran a sentar en sus lugares.

Cuando la clase prosiguió normalmente, los muchachos fueron realizando las acciones ordenadas no bien el profesor se tocaba la corbata, sacaba un cigarrillo, abría su chaqueta o se sentaba en su escritorio. Nosotros, absortos, reíamos embozadamente ante el inusitado espectáculo, sobretodo, porque algunos de los alumnos elegidos eran de muy bajo perfil y jamás hubieran realizado de motu propio lo que se les ordenaba hacer bajo sugestión.

Pero, el que más me impresionó fue el compañero que ante la orden impuesta por el profesor, se levantó de su asiento y se abalanzó sobre un compañero, al que acarició con fraterno gesto, mientras de sus ojos se escapaban gruesas lágrimas.

Hoy, Kamo ha regresado muy diferente, más maduro y menos lúdico. Tras su imagen quedó una enorme sombra de dudas, incrementada por los que negaron que lo suyo hubiese sido auténtico. Farsante fue lo menos que se dijo de él. Pero, apelando a mi lejana experiencia con el hoy ya fallecido profesor Armando Cassígoli, puedo darle un poco de crédito a las espectaculares presentaciones del mentalista español, porque en aquel día, a esa hora y en dicho lugar, no hubo cámaras, ni focos, ni protagonistas concertados, sino un puñado de muchachos asombrados por una rutina que jamás de los jamases olvidaríamos…













Texto agregado el 13-02-2012, y leído por 220 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
15-02-2012 Gui, felicitaciones, hace mas de 5 años que soy parte de esta comunidad y tienes una bibliografia espectacular hombre, muchas felicitaciones otra vez!! carolinaeme
14-02-2012 un relato interesante, excelentemente estructurado y muy cautivante. chanypia
14-02-2012 Será cuestión de comenzar a darle más credito a los mentalistas, me gustó el texto****** shosha
13-02-2012 Es más fácil lograr estos efectos de dominación de la voluntad en masa que de modo individual. Se ve perfecto en la película The wall, donde queda demostrado que casi cualquiera, y en cualquier época, puede sucumbir ante un antihéroe mentalmente enfermo, producto de su aislamiento y circunstancias traumáticas de vida, que sólo se liberará cuando derribe los muros, afronte los juicios y se exponga al mundo exterior. 5* -preciosa-
 
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