“Que aprendan que la verdadera felicidad no esta en conseguir sus metas sino en apreciar lo que uno tiene”
Pablo Neruda
Fue simple, muy simple. Extremadamente simple. Llegué ése primer día y ya estaba ahí, como esperando verme, conocerme o mejor dicho que yo la conociera. Iniciativa del hombre para dar el primer paso, eso esperaba.
Era temprano, un primer día de colegio. Las caras largas sobraban, como el color plomo del cielo, abrumante, como el calor que nos pegoteaba con la humedad. Recuerdo que era un salón inmenso, bah un galpón inmenso. La bandera colgaba muerta en la cuerda que la unía al mástil y esperaba el silencio de los cientos de chicos para ser izada. Solemnidades, formalidades y ahora la masa de guardapolvos blancos, lenta y con esfuerzo, se dirigía hasta lo que en aquellos días creía como una cárcel.
Y fue simple.
Entrar como alumno nuevo no era nada fácil, aún más, sabiendo las condiciones de ése guardapolvo, era mas gris que blanco. Pero ella lo hizo simple. Fue mirar y ser mirado. Admirar de mi parte, también. Era nueva, como yo y ya algo nos unía.
Aquel fue el primer día que la conocí, y así lo recuerdo hoy . Me acuerdo también que el camino a casa era casi el mismo. Caminábamos dos cuadras “juntos” (nunca me acercaba), cruzábamos la vía del tren, una cuadra más “juntos” y ella doblaba en su casa de chapa (o chapa de casa) y yo doblaba a la izquierda y llegaba a la mía. La humildad, también nos unía.
Era complicado para mi empezar en una escuela nueva. La situación no era de las mejores, mi viejo dejò de aparecerse un dìa por casa y ahora mamà se adjudicó su rol. La realidad fue cruda, pasamos por varias jodidas y además el viejo nos dejó a la deriva. Nuestro refugio temporario como la vieja solía llamarlo, pasó a ser una suerte de casa en las afueras de Coronel Pringles. Hoy por suerte ya casi no lo recuerdo, pero siempre que pienso en èl creo creer que el de arriba siempre nos siguió de cerca, nos puso el hombro, nos apoyo en las complicadas y por suerte hoy en dìa estamos mejor. En fin, volviendo al relato...
El segundo día yo volví con ganas de verla. De amigos, ni hablar. Me costaba lo que el trabajo a un perezoso rico. Era introvertido pero también ellos lo eran, las clases eran silenciosas, mudas. El ruido era cosa rara, la maestra era la única en hablar y aquel que respondía una pregunta era casi un rebelde. Los recreos eran el traslado de la clase a la intemperie. No habían corridas, ni pelotas de futbol ni elásticos. Algunas reuniones de unos pocos que con respeto, se susurraban palabras. ¿Y eso, me convenía?, para nada. No podía hablarle y las situaciones tampoco ayudaban. Y ahora no era simple. Por mi y por ella. Pero igual me gustaba,insistía, me gustaban esos ojos almendra, esa nariz hecha por el arte de dios y su boca de esponja de realeza.
Caminamos “juntos” de nuevo. Dos cuadras por la calle de tierra, la via del tren, una cuadra y a la izquierda. Hoy alguien la esperaba en la puerta. Ella dobló en su casa, y ése alguien, con el aspecto de un padre, con la actitud de un chico, la agarró de los pelos. Si, oyó bien. La arrastró a la casa, y la escena se acabó para mi. Nunca supe que pasó, pero imaginé que algo andaba mal.
En la escuela nada ocurrió. Ella me miró, sabía que yo la había visto y eso lo aseguro. Las miradas hablan. Me transmitió el miedo que sentía, o al menos así lo creí, pero ¿Qué podía hacer yo?. Con tan solo catorce años enfrentar al “padre” de una chica que sinceramente no conozco y que además no sé si el violento es el padre o talvez un hermano mayor o un padrastro, era ilógico. Su cara no tenía marcas y su pelo, furiosamente tironeado ayer, estaba hoy, atado a la perfección. Una maestra no notaría nada.
Por dentro sabía que valiente no era. Y no me animé a hablarle, a preguntarle. Porque ella también era callada. Y los compañeros también, y nadie se preocupaba por el otro. Además se que fuí el único que vio lo que pasó. La mayoría vive para la zona del almacén, nosotros y creo que uno más, que dobla antes de la vía, vivimos para el lado del baldío.
Por la tarde, a la salida fue lo mismo. Esta vez no hubo golpes, pero nadie la esperaba. Solo unos gritos que escuché tras la puerta de lata, un hombre que cerraba la cortina de una ventana y nada más. Pero yo también era ingenuo.
Faltó al día siguiente y así el día se hizo largo, cansador. Ése día me hice el primer “amigo”. Como te llamas, que edad tenés, a que escuela ibas y que pasó que te cambiaste a ésta. Suficiente. Creo que se llamaba “Lauta”. Pero sólo esa emoción. Día llano. Y de vuelta a casa.
El sol ya dormía y yo estaba por hacerlo. Pero antes me pregunté varias cosas, acostado en el colchón en el piso. Miraba las pajas del techo. No entendía porque a veces era asi, tan marica, tan debil para no poder ir a hablarle a la chica que me gustaba, o no tomar decisiones, o no ser seguro y mil cosas mas. Como siempre que me ponía un poco sensible, saltó el tema de mi viejo, de dónde estará, de si estará vivo y qué se yo. Pero antes de dormir, cuando las parpados se empiezan a pegar, cuando los oídos se agudizan y la respiración se hace densa, pensé en esa chica, que fue mi primer amor, aunque con la vista me enamoré, y ya me parecía suficiente para considerarla un todo. También, esa noche soñé con ella, con esa boca que expresaba palabras de amor que me gustarían escuchar, con una casa blanca y grande en el fondo, y nosotros tirados en el pasto, hablando casi con los labios juntos y abrazados, y me decidí a dar el primer paso, a tomar la iniciativa.
Desperté feliz.
Apareció en la clase cuando la maestra ya daba las primeras indicaciones del ejercicio que teníamos que hacer. Trató de que no lo viéramos pero era evidente. Su ojo estaba morado al igual que su brazo, y un rasguño cruzaba lo visible de su pecho. Ella me miró, se sentó al lado mío en un banco desvencijado y yo devolví esa mirada con un gesto. Parecía como si nuestros sueños se hubiesen unido en uno solo y ahora nos buscamos, buscando que lo que vivimos en ese sueño se cumpliese alguna vez. Me puse mal, no podía ver que sufriera. Dudé, pero al final lo hice. Por fin un cambio de actitud. Pero, la negativa del director me desganó de nuevo, el "...no puedo hacer nada por ella, anda a la policía, que se yo pibe". Complicado y ahora era yo solo.
El timbre una vez mas. El abandono de las aulas y el sufrimiento de ella sabiendo que al llegar, la historia de siempre.
La caminata “juntos” intente que fuese lo mas juntos posible. Me acerque casi corriendo. Me frené a pocos metros, y la seguí de cerca las dos cuadras de tierra, cruzamos la vía del tren y me puse a la par. Tomé aire. -“¿Estas bien?”-, fue lo primero que dije. Respondió que si, extrañada, pero al ver que miraba las marcas, me pidió ayuda, socorro y todos los sinónimos de auxilio. Lloró y yo casi lo hago. La abrase conteniéndola y sabía que la situación (que al fin se dio) lo ameritaba.
“Vení para acá nena” grito ese hombre, nefasto y alto con las ropas gastadas. Ella me miró, nos soltamos. Impotencia. “Vení para acá te dije” y dio los primeros pasos contra nosotros. Estaba casi a un metro. “No me faltes el respeto pendeja”. Y cuando atinó a golpearla, ella corrió en dirección contraria, corrió por donde habíamos pasado recién, por donde dimos el primer paso, el primer diálogo.
Y el tren. Y mi grito de espanto, y el del padre y el del chico que caminaba siempre a la par nuestra. Y el tren, que puso el punto final, que marcó el adiós y la ruptura. Ese tren que no me dejó dormir en semanas, ese tren que se llevo al primer amor de un niño que indefenso no animaba a hablar y a imponerse, y ese hijo de puta que intentó llorar sabiendo que ahora ella iba a estar mejor que antes.
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