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Inicio / Cuenteros Locales / DALKIRIA-KUN / Yiago y la muerte

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Mi madre me dijo un día que cuando yo nací, aunque no hacía más que llorar, pero igual ella estaba realmente alegre. Recuerdo cada cosa que me ha dicho, por más insignificante que fuese, ya que a mi madre la amé más que a nadie. Antes de que partiera yo era normal, era un chico igual a cualquier otro, iba a una escuela semi pública por que ella decía que en ese lugar aprendería las lecciones más importantes sobre la vida, tenía muchos amigos y siempre sonreía. También era bastante miedoso y siempre que algo me asustaba iba corriendo a los brazos de mi madre. En cambio, frente a mi padre yo debía actuar como un adulto, por más que mi promedio en la escuela nunca bajara de 9, el jamás se sentía orgulloso.
Cuando mi madre murió yo apenas tenía 14, los doctores dijeron que hicieron todo lo posible, pero ella había perdido mucha sangre a causa de una bala en el pecho.
Ella me recibió en el mundo sonriendo mientras limpiaba mis lágrimas y yo la despedí llorando a la par que ella sonreía por que con su cuerpo había bloqueado el ataque que iba en mi dirección.
Unos días después mi padre y yo nos mudamos a otra ciudad y dejamos atrás nuestra anterior vida. En este nuevo lugar él comenzó a ser más estricto que antes, mientras que yo comencé a estudiar en un colegio privado y mi vida se volvió aburrida y gris, mi madre se llevó con ella todos los colores a mí alrededor.
Ahora mismo tengo 19, curso segundo año en una universidad de finanzas para seguir los pasos de mi padre y vivo solo en un departamento que él paga para que yo esté más lejos de casa, con la excusa de que así estoy más cerca de la universidad. No recuerdo la última vez que sonreí, la última vez que reí, ni siquiera cuando lloré extrañando mi anterior vida.
Duermo con el pensamiento de la muerte y me levanto con el pensamiento de que la vida es corta, aún así, no creo que esta me busque por el momento, aunque yo me pase deseando que esta me encuentre. Cada vez que salgo hacia la universidad me preparo como para la muerte, ya que si esta me encontrara y yo no volviera todo estaría en orden. Soy directo con la gente, por lo que carezco de amigos.
Cuando pongo en marcha mi reloj luego de cambiarle la pila siempre me pregunto, ¿es tiempo lo que creo o es la hora de la muerte lo que estoy alimentando?
Al no saber responderlo recuerdo siempre la misma poesía que escuche un día a un cura. “Vamos a tu encuentro, imparables, frenéticos, pensativos
Y dubitativos. No sabemos cómo ni cuándo. Al recibirnos, acógenos en paz y armonía, con amor y felicidad, paciente
Y tranquila. Llegaremos. No desesperes, muerte.”
Hay algo de cierto en esto, yo voy directo hacia la muerte sin importar que camino tome, y es más, deseo tomar la que me lleve más rápido a su encuentro.
Pero no por eso he de suicidarme, prefiero esperar el tiempo debido y dejar que la naturaleza haga lo suyo. Podrán creer que le temo a la muerte, pero aún tengo la vaga esperanza de encontrar en este mundo algo que me devuelva la felicidad que hace años que no siento.
Desecho todos estos pensamientos mientras estoy estudiando, pero en cuanto termino los reanudo. Por la noche, aunque estoy cansado, me pongo a mirar una película. En un momento me paro para ir a tomar algo, pero me cuesta mucho trabajo levantarme de la silla en la que descansaba momentos antes. Todo mi cuerpo duele y se siente bastante rígido. Veo a alguien abrir la ventana más próxima a mí y entrar por ella. Como solo está prendida la televisión y a estas horas no hay luz natural no puedo distinguir de quién o qué se trata. Intento hablar, preguntarle que hace allí, pero mi cuerpo ya no responde. Esa figura se acerca a mí y logró notar unos cabellos rojos como la sangre, un rostro más blanco que la leche, unos ojos marrones y oscuros y detrás de todo esto un arma. Creo saber de que se trata, pero se me hela la sangre y no consigo recordar qué es. Esta figura se acerca un poco más y entonces la distingo bien. Se trata de una mujer, bastante hermosa, de unos veinticinco años, que sujeta con una mano una enorme hoz. Y ya no puedo mirarla más porque mi cuerpo cae al suelo sin que yo pueda evitarlo. Lo más extraño es que no he sentido nada al chocar contra la madera. Ya no puedo moverme y apenas puedo pensar. Esta joven se agacha a un lado mío, toca con la punta de sus dedos mi mejilla y lo que pronuncia me deja aterrado: “Vengo a llevarme tu alma… Yiago”
Se reincorpora, veo una extraña mancha, más oscura que la misma noche, con una forma que no consigo descifrar. Y cierro los ojos en cuanto noto que se está preparando para cortarme con su hoz.
Cuando los abro los ojos me enceguece la luz que entra por la ventana. Me incorporo de un salto y me examino. Mi corazón late, estoy respirando y no tengo ninguna herida. Me duele el cuerpo por haber dormido en el suelo. Me pregunto si todo fue tan solo un sueño, ¡pero es que se sintió tan real! Pero ya no importa, yo estoy vivo y esa chica no se encuentra. La ventana tiene el vidrio cerrado y la televisión sigue prendida. ¿Acaso fue todo un sueño? ¿Un simple producto de mi mente, obsesionada con la muerte? Pero es que se sintió tan real. Y no puedo evitar pensar: “¿Quien dijo que el olor a muerte debía ser algo pestilente? Si lo que yo sentí esa noche fue el perfume de una hermosa mujer…”

Texto agregado el 12-02-2012, y leído por 187 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
12-02-2012 Felicitaciones yiago me gusto tu escrito. Abrazos.***** esclavo_moderno
12-02-2012 Muy buena historia,como la vida misma. Comparto con Yiago algo. Prefiero esperar a que la naturaleza haga lo suyo. siemprearena
 
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