Me miro en el espejo, pero no entiendo lo que pasa. Pienso en llamar a mi madre, que se encuentra en la cocina, pero descarto la idea, ella no ve lo mismo que yo, por alguna razón soy la única que lo ve. Vuelvo a entrar al baño y observo nuevamente el vidrio en busca de una respuesta.
Tomo el peine y comienzo a cepillar mi castaño cabello mientras analizo la situación. No es la primera vez que ocurre y se que tampoco será la última, pero no deseo ir al psicólogo y menos que me encierren por loca, hay demasiadas cosas que debo hacer mientras aún sea libre. Dejo el peine donde lo encontré y me alejo del espejo.
Entro en la habitación que comparto con mi hermana mayor cuando nos visita y me recuesto en la cama, tomo el espejo de mano que siempre llevo conmigo, solo para asegurarme que aún no he enloquecido. Observo la imagen de mí que devuelve el pequeño espejo. Todo es normal, ¿porqué allá no?
Cierro los ojos y me duermo, aunque aún no me puse el pijama y tampoco me lavé los dientes. Estoy muy cansada como para pensar en eso. Cuando vuelvo a abrir los ojos tengo frío, miro la hora en mi celular, son las 4 de la mañana. No se porqué, pero mi cuerpo me lleva al baño. Tengo miedo, como siempre que entro ahí.
Cierro los ojos tan fuerte como puedo y respiro bien hondo, una vez que tranquilizo recupero el control sobre mis piernas, pero como sigo algo nerviosa caigo al suelo. Todo está a oscuras. Agradezco que mis manos no hallan encendido la luz y que mis padres no se hayan despertado por el ruido. Camino a gatas otra vez a la habitación mientras lloro en silencio, no es que me sienta triste, pero no puedo evitarlo. No me pongo el pijama, pero esta vez me meto bajo las sábanas e intento dormir. Mi cuerpo tiembla ligeramente y las manos me sudan, pero lo ignoro. No es que sea la primera vez que me ocurra y lamentablemente seguiré durmiendo mal mientras me encuentre en esta casa.
Despierto a las 8:30 en cuanto suena la alarma, ¿Cuándo me dormí? No tengo idea, aunque no es que me importe. Salgo perezosamente de la cama y camino a la cocina. Mi madre ya se ha ido y mi padre aún no se despierta. En silencio me preparo una taza de leche caliente y abro las ventanas, porque mi único alivio luego de otra mala noche es ver la luz del día.
Pongo bastante azúcar en mi taza y la bebo lentamente, degustándola como si se tratara de un manjar exótico y raro, por más que sepa que todos los días los comienzo así. En cuanto termino la lavo y camino a mi cuarto por una muda de ropa y me dirijo al baño. Antes de entrar respiro hondo. Una vez adentro me suelto el cabello y dejo mi ropa en el suelo. Cuando termino de ducharme me pongo la ropa limpia y tomo el peine. Veo como mi mano tiembla, pero al menos una vez al día debo hacerlo.
Alzo mi cabeza y miro mi reflejo. Esa no soy yo, lo se perfectamente. Yo estoy seguramente roja, con una mueca de desagrado en mi rostro y siento las cálidas lágrimas recorrer mis mejillas. Pero mi reflejo, precisamente en el espejo del baño, me mira directo a los ojos con una expresión de asombro, para luego sonreír de la manera más perversa y retorcida que he visto en mi vida…
|