Tengo poco espacio pero aun queda algo. Como para escribir de las nubes mezclándose en el cielo. Cantando silenciosamente. Sembrando el horizonte de sombras. Moteando las llanuras y los cerros.
Existe allá arriba un paisaje imaginario de dragones y duendes. De gigantes y peces tímidos que nadan en el azul, que crean con sus colas remolinos de aire. Aplastan las nubes unas contra otras. Rayos y centellas. Un brillo, o dos a través de la corriente. Y estos peces blandos, se me escabullen entre el sol. Entre el smog. Estos peces se me reflejan en charcos empozados por días, en piletas pobres donde las palomas se refugian.
Hay también cuando los peces nada bajo, expanden sus blancas escamas por la ciudad, la hunden en un llanto, en un mar albino, componiendo nuevas canciones, creando torbellinos inclementes. Nos ahogan de frío y dulzura. Se mueven lento pero la vista los atrapa rápido. Son nuestros iris, pequeños pasos de niños, que saltan entre ellos, que juegan y viven cada rayo de sol, cada tempestad, cada pedazo de cielo y cada corriente.
Luego de todo, dejamos a los peces irse, y estos lloran. Yo rio, sonrío, me alegro y bailo con sus lágrimas en mi piel. Miro hacia arriba, ahora, los peces se ahogaron en la distancia. En el cielo sólo quedaron pobres imágenes de otros peces, de otros mundos, ya sin dragones, sin duendes, sin agua, sin vida para reír o llorar por mis peces muertos.
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