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Y para culminar el rito de traspaso, se compró un gato.

Cuando Paula decidió que debía que abandonar su personalidad porque se le dificultaba ser vista por el grupo al que creía pertenecer por determinadas elecciones, realizó toda serie de rituales que le permitirían evidenciarse.
Analizó detenidamente a sus referentes cercanos, notó que todas se parecían. El primer paso fue mirar embobada a la destinataria de sus suspiros, anotando en un cuadernito para después conversar acerca de las regularidades relevadas, vicios de cientista social.
-Tengo que inscribirme a clases de cualquier disciplina relacionada con el circo.
Paula era particularmente torpe con sus manos así que desestimó malabares y cosillas completamente imposibles de realizar con ausencia total de control sobre objetos externos a su cuerpo, pensó que tal vez esa noción de “objeto externo a su cuerpo” y “manejo de objetos” se vincularía con alguna de sus elecciones.
Pero volvió a la lista.
Tendría además que tocar un instrumento, eso siempre suma pero en el mundillo pastelero, mas aún. Cualquiera vendría bien, si es uno que pueda transportarse al parque mejor. Así se van dando cuenta, no?
Eligió la melódica. Es linda, pequeña y hay que hacer ejercicio con la boca y tener pericia con las manos, también la ayudaría.
Mientras tanto la miraba, inspeccionaba mis formas. Muy lejos de la mayoría de sus registros alistados me encontraba. Pero sigamos con Paula.
Paula era hija de una intelectual, de su padre nunca supe nada (no caeré en fáciles senderos de baratos pseudoanálisis freudianos y no es porque no adhiera inicialmente a esa forma de mirar al sujeto sino porque sería impropio para este escrito). Ella podía tomarse el tiempo de indagar sobre diferentes artes sin la necesidad imperiosa de trabajar. Para mí el arte era una necesidad imperiosa pero tenía que trabajar.
Destinos.
Paula vio también que la ayudaría cortarse el pelo y no porque le gustara, porque le quedaría lindo o le pareciera cómodo sino simplemente para que se vayan dando cuenta. Algo más del rito.
Había muchos ítems más en la lista.
Debería, porque en el mundillo todo está relacionado con el deber, manejar determinados términos en ingles, conocer algunos lugares recónditos y fiestas donde nadie va pero todos se encuentran. No podría ayudarla en esa empresa pero haciendo uso de mi buena memoria recordaba cada uno de los lugares que nombraban ciertas personas y personajes. Luego los buscaba para ofrecerle a Paula una grilla de espacios y una guía de lugares a visitar, haciéndose la que ya los conocía.
La acompañaba a veces, otras yo iba sola. Gritando con mis formas a viva voz que nunca había ido, que no tenía idea de las reglas, así era yo.
Me divertía además, verlas segregarme por no parecerme a ellas cuando tantas veces las oí sufrir por discriminaciones ajenas.

Un día llegó Paula a casa, como de costumbre conversamos sobre tres o cuatro temas paralelamente sin interrupción y saltando de uno a otro sosteniendo el anterior en pendiente. Mientras tanto, como tengo la necesidad de incluir a mis charlas movimientos, estaba preparando algo para comer por lo general es un revuelto de algo. Abrí la heladera y saqué un pedazo de pollo. Ante tal acción Paula me dijo que para ella lo hiciera sin animales porque a partir de ahora era vegetariana.
Mi carcajada más chica se escuchó hasta el 4to piso. Cuatro pisos de risas por las escaleras que recordaban nuestros asados y los domingos en la costanera con Fernet y bondiolapan.
Ahora Paula se convertiría en vegetariana y comprendí que era parte de su lista de pasos para su rito de traspaso. No tenía ni idea de las necesidades del cuerpo, de las dietas que hay que seguir para estar saludable siendo vegetariana pero ella lo había decidido y así lo iba a hacer. Pensé rápidamente que en unos meses ya no podríamos intercambiarnos ropa, Paula iba a engordar comiendo fideos con manteca todos los días.
En suma, ya Paula era un vegetal pero no se contentaba con eso. Comenzó a sentir culpas por no ser vegana, me llenaba de panfletos, excesos y fanatismos la casa intentando que yo entendiera que comer animales y derivados esta mal. La verdad es que aunque como poca carne, no me siento culpable por ello. Me siento más culpable por usar ropa de realización industrial que cortan y cosen hacinados miles de trabajadores esclavizados en Flores, por ejemplo.
Paula durante un mes fue vegana, o por lo menos eso embanderaba. No se lo creí demasiado, para mí a los fideos le ponía manteca.
La cuestión es que como la cocinera del grupo tuve que evitar la carne en todas las comidas y aunque a mi no me costó casi nada a Paula no le gustaban las verduras y pasó de comer tomate y lechuga a toda una cantidad de colores y sabores que desconocía. Fue positivo. Durante su etapa vegana no la acompañe en las recetas, me era muy difícil. Comimos ensaladita, bajamos algunos kilos.
Con todo, aun no se habia cortado el pelo y seguía su recorrida por las calles buscando claves que sirvieran a su rito.
Descubrió rápidamente que debía vaciar la mitad de su cajón de corpiños y bombachas. Los primeros eran casi una mala palabra, era la opresión del hombre en nuestros cuerpos, eran incómodos y feos. Aun siendo que Paula no se sentía comoda ni con el tamaño ni con la forma de sus tetas armó una bolsita con todos sus corpiños, los de colores, los a lunares, los con florcitas y me los dió. Buenísimo.
Ahora bien, este despojo le trajo como consecuencia que muchas de sus remeras se volvieron inusables. Indeseables. Indecorosas.
El decoro yo lo había perdido hace rato, pero Paula se sentía incómoda con ciertos ropajes así que como podía comenzó a comprarse ropa que combinara con su rebelión contra los corpiños. De todas maneras, algunos deportivos míos le quedaban bien así que hicimos cambiazo, total ella estaba en un período de llenar casilleros, yo podía bancarme el aro del corpiño algunos días y usar mi ropa sin corpiño otros.

Pero un domingo se fue a la banquina. Pisó el pasto y derrapó raudamente.
No les conté, pero Paula y yo hacíamos danza de chiquitas y de adolescentes y de grandes. La danza era nuestro cable al vuelo, la danza nos unía y nos liberaba. Pero también la danza nos disciplinó el cuerpo y algunas costumbres como por ejemplo la depilación constante. Vivíamos en baños y vestuarios, sacándonos la ropa y poniéndonos mallas, medias, por lo cual siempre estábamos depiladas.
Por mas que no fuéramos a danza actualmente, la costumbre queda. Pero abrí el cuadernito de Paula y noté que en su lista había escrito que tendría que abandonar su tan amada costumbre depilatoria porque eso la convertía en una traicionera a la causa. Ya me pareció demasiado entonces le dije que no hacia falta, que ella era hermosa y que si quería sacarse unos pelos no iba a decepcionar a nadie. Tal vez sí podría relajarse un poco con la conducta cotidiana, pero abandonarla me parecía excesivo. Todo bien con la elección de cada una pero pensaba que muchas de las chicas que elegían no depilarse eran rubiecitas y no se le notaban los bigotes como a Paula y a mi. Le dije que claramente si decidía renunciar a ese investimento cultural debería soportar mis risas cada vez que le viera asomar sus pelos por encima de los labios.
Ahí entraron en juego mis ideas, mis mambos y mis ganas de acelerar este juego que no le serviría a la vinculación real con su ser. Fue un alivio para ella que con sus ojos enormes intentaba pedirme refugio.
Me propuse no intrometerme mas, dejarla hacer su recorrido, esa era una intervención que ya me ponía en un lugar demasiado fuerte y prefería dejarla caminar por sus rutas, solo la acompañaría mientras saltaba por las mías.
Llegó un momento en que Paula cansada de que los intentos por demostrar sus deseos de bucear en bocas y cuerpos femeninos sean infructuosos vino al parque suplicándome que la acompañara a cortarse el pelo. Yo sabía muy bien que esa compañía que reclamaba no era sólo física ni emocional, ni siquiera era un pedido de permiso como muchas veces Paula hace. Era una demanda adolescente de empatía efectiva y ya habíamos abandonada esa etapa hace años. Me estaba pidiendo claramente que me corte el pelo yo también.
No podía negarme a un pedido de Paula y ella se abusaba. Sin embargo, esto era pasar un límite, me opuse un par de semanas. Luego accedí.
Mi falo y el de ella serían cercenados juntamente un lunes por la noche en las manos de un compañero de esquinas.
Así, horribles y cortadas, caminamos sesenta cuadras duelando nuestros rulos.
Las mechas cayeron y me sentí aliviada. Ya por este año había cumplido en reponerme a ciertos miedos y rebatir algunas marcas. Pero este escrito es sobre Paula.
El pelo corto le quedaba hermoso, ella es una persona bella en busca de la renuncia a su personalidad. Ese sí que es un pecado pero no soy quien para juzgarla. El pelo crece con el tiempo.
Otro día me preguntó por qué no teníamos apodos.
-Ay Paula ¿Otra vez con la lista?
-Si, es que me resulta extraño que casi todas tengan uno. ¿Qué onda?
-No se Pau, problemas con la identidad, quedan como raras, únicas. A la gente que no le sale distinguirse simplemente por su ser necesita toda serie de adornos y decoraciones para existir. No se Pau, ¿querés conversar sobre las determinaciones y las marcas subjetivas que implica la elección de un nombre dentro del entorno familiar y el uso de él para la socialización o preferís que volvamos a los 14 años y pensemos cómo nos decían? Ella sabía que la primera opción era mas divertida y podríamos estar horas conversando, pero eligió la segunda, así podría continuar con sus casilleros a llenar.
A mi me llamaban en algunos rincones del barrio “la turca”, por varias razones. Pero por favor no retomes ese apodo porque me acuerdo del turco y me dan nauseas.
Igual no era algo extendido. Y vos Pau, siempre fuiste Paula, entero. ¿Tanta lucha para que no te dijeran Paola y ahora te vas a poner un autoapodo? Ponete “Soy torta” así ya te dejás de joder un poco, ponete “selva negra”, si sos una torta morocha de chocolate.
Le encantó la idea pero “selva negra” era demasiado autoerótico, así que se quedó con Paula.
A unos meses de su vegetarianismo empezó a engordar y me pidió prestada la bici. Mataba dos pájaros de un tiro. Uh perdón Paulita, amor a las aves, no matemos a los animales ni en los escritos. Quiero decir que con una acción cumplía con dos causas. Sumaba un poroto en la lista y hacía ejercicio para bajar de peso. Torta, si. Pelo corto, también. Sin depilar, a veces puede ser. Pero gorda señorita danzarina, no. Eso sí que no se lo iba a permitir.
Yo me había mudado y la bici no me entraba en el monoambiente así que se la presté por tiempo indeterminado. Como todo lo mío con ella, que no es mío ni de ella. Es, simplemente.
Junto con la bici vino la mochila. Paula dejó en el placard todas sus carteras, sacó algunas mochilas, recobró otras desperdigadas por casa amigas ya que no abandonaría su obsesión por combinar sus ropas con las ahora únicas compañeras de salidas, las mochilas que se apoderaron de su espalda.
Paula se enamoró un par de veces, sacó información de cada una de sus relaciones. Yo otras tantas y disfrutaba mi no conformismo con las reglas. Igual las padecía.
Pau y yo nos alejamos algunas veces porque extrañábamos a la Paula sin máscara, a los días con maquillaje. Nuestra distancia no tenía sentido sólo era una forma de existir sin ser. A veces es necesario.
Amaba los perros pero Paula descubrió algo de la energía felina que la deleitaba.
Pensé rápidamente cómo esos esfuerzos por sacarse femineidad, por taparla claramente estaban haciendo ebullición en sus entrañas y había decidido encausar sus hormonas en un pequeño gato que le recordaba antiguos rótulos que nos perseguían y no éramos inocentes por ellos.
Pero no, la tierna Paulita había relevado que las fotos de muchas de sus nuevas amigas tenían como protagonista o colaborador, como estampa o ventana, un felino.
Paula con esta acción culminó su rito de traspaso y se compró a Nicolás.
Y así fue que entre gallos, una noche en la que el alcohol le había robado la posibilidad de pronunciar las vocales me aseguró que había completado la lista. Ahora podía volver a ser Paula y que se enamoren de ella sin prejuicios.
Porque ella es mas allá de una bermuda, unas clavas y cuatro clases de percusión. Mas allá de un gato, un pelo despeinado de 15 centímetros y un piercing. Más allá de una bici y 2 brócolis. Mas allá de una mochila, un pan relleno y una fiesta en inglés.
Paula es eso y mucho mas, no es todo ni mucho menos.
Paula es, compleja y simplemente.

Texto agregado el 09-02-2012, y leído por 78 visitantes. (0 votos)


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