La razón por la que entro a esta nueva cárcel es irrelevante, baste decir que no soy inocente y admito que técnicamente cometí el crimen del que se me acusa. No sirven las explicaciones en esta nueva modalidad de justicia. Mi única preocupación es cómo cumpliré mi pena en este nuevo establecimiento penitenciario al que llaman “el Túnel”.
Hace más de diez años, en las Naciones Unidas se consideró la necesidad de rever el sistema penitenciario. El aumento del crimen, la falta de capacidad para alojar a los prisioneros, el alto costo de mantenimiento de las cárceles y fundamentalmente, la altísima tasa de reincidencia, una vez cumplida la condena, alarmaba a todos los gobernantes del mundo. Se creó un comité de estudio para encontrar una solución.
Psicólogos, psiquiatras, sociólogos, economistas, doctores, ingenieros y expertos de casi todas las ramas del saber humano se reunieron día tras día. Un año después el Doctor en Psicología Manuel Rodríguez, presidente del comité, explicaba las conclusiones del mismo a los gobernantes del planeta:
- El crimen es una desviación del comportamiento natural humano, por lo tanto la gravedad del hecho y el tiempo de reclusión no es un factor determinante.
El criminal necesita, cualquier fuera su crimen, de tratamiento único para su efectiva y completa recuperación y su posterior reinserción en la sociedad
El costo y tiempo del Sistema Actual es muy oneroso y prolongado. El desafío del comité fue encontrar un tratamiento breve y económico que permitiera al convicto rever y modificar su conducta social.
La solución propuesta por este comité es recluir en total aislamiento a los convictos por un tiempo fijo de diez años, de esta forma nuestros psicólogos aseguran que…
Dos horas después, la asamblea general votaba casi por unanimidad la construcción inicial de veinte penales internacionales, distribuidos geográfica y demográficamente por el planeta para comenzar a aplicar parcialmente la moderna demanda de justicia. Cada penal alojaría a ciento veinte mil convictos.
Estos nuevos establecimientos penitenciarios comparten, desde el punto de vista arquitectónico la misma solución. Están compuestos por mil habitaciones de frente por ciento veinte de fondo. Todos tienen una fachada similar al frente de un gigantesco edificio de departamentos de veinticinco pisos de altura con cuarenta puertas por planta, En la parte frontal, cada piso tiene adelante un pasillo que une las puertas del mismo nivel. El acceso a los distintos niveles lo proporcionan dos escaleras helicoidales a los costados del frente de la estructura.
Pero el edificio tiene una característica sobresaliente más, la profundidad del mismo, Esta cárcel está insertada en una montaña, de manera similar a un túnel que la atraviesa, cada puerta delantera da acceso a una habitación de cuatro metros por cuatro, sin ventanas y, en su interior solo hay otra puerta opuesta a la de ingreso, comunicando con la siguiente habitación.
El presidiario “vive” en ese cuarto solo un mes de su condena, al finalizar el mismo, mediante un sistema automatizado de trampas, similar a compuertas, o dobles puertas con vestíbulo, el convicto “avanza” mes a mes, por el interior de la montaña accediendo al cuarto siguiente sin tener contacto con el hombre que le antecede. Al cabo de ciento veinte meses (y habitaciones), se abrirá la última puerta al otro extremo de la montaña dando fin a la condena y proporcionándole la libertad.
Mi “túnel” está en la isla de Pascua, el edificio atraviesa el viejo volcán apagado de Maunga O Tu’u entrando por el noroeste.
El médico chileno acaba de finalizar mi chequeo, toma algunas notas, asiente con su cabeza y finalmente me indica la salida al patio. Allí me reúno junto a los otros novecientos noventa y nueve convictos provinentes de distintos lugares de Sudamérica y que “alimentaremos” al túnel en este mes.
- Piso ocho puerta catorce - me dice el guardia armado, mientras arremeto a las escaleras. Subimos en procesión con las cabezas gachas y el corazón encogido. Llego agitado al piso octavo agradeciendo no tener como destino niveles mas altos, busco mi puerta y espero; mi mente vuela afiebrada de temor ante lo desconocido, al igual que en la entrada al infierno del Dante en la Divina Comedia, busco perversamente sobre la puerta la frase escrita “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”.
Han pasado cinco años desde la construcción y por supuesto nadie ha salido aún por el otro extremo que pueda contar la experiencia. Transcurre más de media hora hasta que un ruido mecánico me alerta, la puerta se abre deslizándose dentro del muro mostrando un pequeño y oscuro recinto más pequeño aún que un ascensor. Los altoparlantes gritan la orden de avanzar, me encomiendo a Dios e ingreso al habitáculo, un minuto después la puerta se cierra por detrás.
Transcurre una eternidad oscura y silenciosa medida en cientos de latidos de mi corazón, hasta que, la puerta del frente da paso a mi alojamiento por el siguiente mes. El “tratamiento” acaba de empezar.
Los minutos pasan y no veo nada, opto por sentarme en el piso hasta lograr que mis ojos se acostumbren a la oscuridad. Poco a poco los costados y ángulos de la habitación se van delineando. La pared del frente es totalmente lisa y sólo tiene al medio la puerta “siguiente”. A mi izquierda sobre el piso pegado al muro de hormigón una pequeña fosa que constituye la totalidad de las instalaciones “sanitarias” de mi cuarto. A mi derecha y contra la pared embutida en el piso observo la “cama”, me aproximo a ella notando al tacto que en definitiva es solo un rectángulo de suelo mas “blando”. Me acuesto y observo el techo y los detalles del cuarto. La escasa iluminación proviene de paneles cuadrados de grueso acrílico dispuestos en el techo como mosaicos de un tablero de ajedrez, alternando con otros que proporcionan ventilación y (pronto lo descubriría) lluvia. Al costado de mi cama noto curioso, una abertura similar a un nicho y un corto tubo de material sintético. El nicho está vacío, investigo el tubo imaginando que debería proveer agua. Resistiendo la sensación de asco que me da pensar que otros antes que yo se lo llevaron a la boca, chupo de él y un sistema de válvulas permite que un largo sorbo de agua inunde mi boca. Satisfecho por el descubrimiento aunque ofendido por la similitud con los bebederos de animales me recuesto en el piso, en seguida, la adrenalina inyectada a mi organismo en las horas previas abandona mi torrente sanguíneo y me duermo.
El siseo me despierta, el silencio es tan profundo que, por horas sólo escucho el ruido de mi respiración, pero de pronto empieza a llover. La economía práctica del edificio hace que la higiene personal y la limpieza del cuarto sean todo una sola cosa. Primero el agua apenas tibia y espumosa (seguramente mezclada con algún jabón o detergente) inunda toda la habitación, no hay donde esconderse, el baño es forzado, resignado me quito la ropa y me siento en el piso. A los pocos minutos la lluvia cambia a modalidad “enjuague” y finalmente se detiene. Por las rejillas corre un aire fresco que seca mi cuerpo y todo el cuarto, la ducha y limpieza han terminado.
Un ruido sordo llama mi atención, me dirijo al nicho y encuentro dos cubos similares a los cubos de sopa instantánea, sólo que de mayor tamaño, los miro con recelo, quito su envoltorio y los pruebo.
- Comida balanceada para humanos, ¡fantástico! - me digo con ironía.
El sabor no es malo, tiene reminiscencias de verduras, pollo y cereales. La consistencia es semiblanda, como la de un queso, en unos minutos he despachado el almuerzo.
La ducha marca el inicio de la “jornada” me desnudo, y aprovecho para lavar mi ropa (extremadamente resistente y abrigada). Luego viene el desayuno/almuerzo (solo hay dos comidas diarias, cada una consistente en dos cubos) que como sentado y desnudo, “chupo” un poco de agua y luego me “siento” sobre la abertura y hago mis necesidades, que, mediante algún extraño sistema de sensores, emite un oportuno e higiénico chorro de agua helada para proporcionar la limpieza necesaria de esa parte de mi cuerpo. El resto del día camino, y camino y camino recordando partes de mi vida, amores, odios, temores, alegrías, tristezas. De vez en cuando me detengo para tomar un trago de agua u orinar. Trato de descansar lo menos posible, camino y camino hasta que, el sonido en el “nicho” me advierte que ha llegado la merienda/cena. Me alimento mecánicamente pensando en bifes, milanesas o ensaladas, sentado con tranquilidad, luego camino un tiempo más para hacer la digestión hasta que el sueño me vence. Antes de acostarme me visto con mi ropa, que para entonces ya esta seca y me acuesto a dormir, o al menos cierro los ojos buscando descanso físico y paz a mi mente.
Los días pasan y todavía no acepto esta situación, - Es una pesadilla de la que pronto despertaré - me digo, - no me puede estar pasando esto.
He probado golpear paredes y gritar, a los efectos prácticos estoy solo y soy el único ser vivo en kilómetros a la redonda. De pronto recuerdo a cierto psicólogo que explicaba las reacciones del ser humano ante estas experiencias. Primero la negación, luego la ira, luego el ruego, luego la depresión y finalmente la resignación. Me queda un largo camino aún, todavía no he abandonado el primer cuarto.
Mientras camino voy encontrándole explicación al perverso funcionamiento de esta prisión. Desde el punto de vista económico el construirla dentro de una montaña garantiza ventilación y una variación climática mínima con ahorro de energía, los sistemas están claramente automatizados; la posibilidad de escapar es nula, aún pudiendo hacer un hueco (en menos de un mes) sólo lograría sorprender arriba, abajo o a los costados, a otro convicto en una habitación igual a la mía.
El sistema también permite que hombres y mujeres cumplan su condena en el mismo edificio, además, la necesidad de guardias es mínima, ellos solo hacen falta para monitorear el robusto sistema automatizado. Restaría ver si el tratamiento de aislamiento da el resultado esperado, pero con la economía lograda por los gobiernos, seguramente los muy hipócritas se darán por más que satisfechos independientemente de cómo salgamos.
Esta noche no puedo dormirme, las ideas más negativas asaltan a mi mente en oleadas:
- ¿Y si el sistema se ha descompuesto y las puertas no se abren más?
¿ y si los guardias han abandonado sus puestos o han muerto o la humanidad ha dejado de existir?, ¿Cómo será mi muerte si en algún momento deja de llegar comida o agua?. ¿Qué ocurre si el que me precede decide no avanzar? ¿Cómo compartiríamos el cuarto y la ración de comida? ¿Terminaríamos matándonos?. ¿Y si ya lo encuentro muerto cuando pase? ¿Habrán previsto esto? ¿Como sacarían el cadáver? Miro al piso sospechando de cada baldosa.
De pronto un ruido metálico paraliza mi corazón. Salto de la cama, reviso mi cuarto y observo que se desliza lentamente la puerta “siguiente”. Con el corazón que salta de mi pecho ingreso al habitáculo y espero, unos segundos, después la puerta se cierra detrás de mí y luego de otro minuto la otra se abre. Me dirijo a recostarme. De pronto las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas, la cama esta aún tibia, su ocupante estaba allí hace solo unos minutos. La soledad me destruye, finalmente me duermo llorando.
Hoy me he sorprendido en la ducha mirándome las uñas, han crecido casi dos centímetros, a este ritmo llegarán a medio metro cuando salga, he incorporado la rutina de limarlas contra el muro con frecuencia. La barba y el pelo no me molestan de momento.
El tiempo pasa y hoy me he dado cuenta de que he perdido totalmente la noción del mismo.
- ¿Cuantas puertas crucé? ¿Cinco, seis, quizás diez?
El sistema es tan tortuoso que, al ser las habitaciones idénticas, he perdido la cuenta de en cuántas habitaciones he estado y lo peor es que, lógicamente, tampoco sé cuantas me faltan de las ciento veinte originales. Estoy perdido en el tiempo, sé que voy a enloquecer.
Camino y camino, a veces pienso, otras simplemente calculo, calculo pasos, tres hasta la cama, cuatro hasta la puerta, tres hasta la pared, cuatro hasta la otra puerta, sumo catorce, lo transformo en metros, lo multiplico por las vueltas, saco promedios en función de tiempos contados en segundos transformados en minutos y luego horas, manejo kilómetros, días, hasta que finalmente me pierdo. Trato de mantener y proteger mi mente de la realidad de que esta soledad me va a enloquecer. He insultado a Dios, le he pedido perdón y luego le he rogado. Todo cíclicamente una y otra vez. Hace al menos un mes que soy conciente de que hablo solo.
Sigo caminando, las puertas pasan, el pelo crece, he superado la angustia, ya no pienso que día de la semana será o si afuera llueve o hay sol, no recuerdo a nadie, mis padres, mi novia, ya nadie existe, no tienen rostros ni formas, estoy absolutamente solo.
- ¿Y si nací aquí?- ¿Y si el mundo es esto y lo otro me lo imaginé yo? ¿Y si este cuarto es todo?
La puerta se abre dando lugar al habitáculo. Camino como un autómata cumpliendo un ritual. Apenas la puerta se abre corro a la cama a tocarla. Al cabo de unos segundos grito de alegría y furia.
- ¡Ja,Ja, está vivo, hijos de puta, mi amigo está vivo!
Caigo rendido sintiendo aún el calor del cuerpo que me antecede.
Las puertas van pasando, pero yo ya he dejado de caminar. De hecho he abandonado todos mis hábitos, ya no uso ropa, estas quedaron en el cuarto de atrás, y tampoco las extraño. La barba me llega hasta el pecho y el pelo hasta la espalda y tampoco me importa. He llegado a hacerme encima mis necesidades sólo por no arrastrarme hasta el hueco, y así sucio he estado hasta la siguiente ducha. El hambre me asalta, me arrastro hasta el nicho y encuentro seis cubos:
- ¿Desde cuando no como?
La puerta esta abierta, la miro impávido no recuerdo cuándo se abrió. De pronto me doy cuenta que en unos segundos se cerrará. Asustado por primera vez en años, corro al habitáculo justo cuando la misma está comenzando a cerrarse. Tirito de miedo mientras espero que la otra puerta se abra. Corro mecánicamente a la cama y la toco, lloro de felicidad y me duermo.
El susto me ha llevado a caminar nuevamente, adopto otra vez mis hábitos, me cuesta caminar como antes, pero todos los días me recupero un poco más. Un firme propósito de vivir ha vuelto a instalarse en mí, desde el susto tengo una nueva misión en la vida si alguna vez salgo.
La puerta se abre, entro y se cierra, se abre la siguiente y corro a la cama, pero esta vez encuentro a la misma helada. Sé que mi amigo ha muerto. Lloro con rabia, ahora sumo otro motivo más para vivir.
Camino, como, duermo y camino, y cada tanto cruzo puertas como en un laberinto maldito, he perdido la esperanza, sólo vivo como un pez en una pecera, como un pájaro en una jaula, suponiendo que así será toda la vida. La puerta se abre, salto al habitáculo, la puerta se cierra, pero esta vez un extraño presentimiento me invade, siento un raro frío en mis pies, miro y creo detectar una luz fuera de lo común filtrándose bajo la puerta. El corazón se acelera, la puerta doscientos cuarenta y dos, la última puerta, comienza a abrirse y una luz me ciega, desnudo doy un paso fuera y caigo desmayado.
Soy un hombre libre, El sistema carcelario ha depositado una mínima suma de dinero todos los meses en una cuenta bancaria a mi nombre, para que al salir pueda “rehacer mi vida”.
Estoy en Nueva York, frente a la sede de las Naciones Unidas, espero al Doctor en Psicología Manuel Rodríguez, tengo un revolver con dos balas en mi bolsillo, solo quiero agradecerle de parte de mi amigo y mía con una bala que lleva su nombre, la otra lleva el mío. Por el túnel se pasa solo una vez.
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