Para esta Navidad, mi hermana invitó a Doña Sofía a la cena de Nochebuena. Pero Sofía tenía el compromiso de pasarlo con su propia familia y declinó el ofrecimiento.
Pensé que en ese caso me invitaría a mí, porque ¿qué persona con sentimientos dejaría a su hermano que pasara la Nochebuena, sólo, como un perro en la vieja quinta familiar?
Así que me preparé para recibir el llamado de mi hermanita.
Me afeité prolijamente y me vestí con mi traje nuevo de gabardina, color gris perla, bien livianito por el calor. Elegí una camisa amarillo patito que me regaló Erika hace años y que no había estrenado todavía porque aborrezco ese color y me puse una maravillosa corbata de seda de color negro, que usaba nuestro abuelo en los funerales.
Me la puse con la intención de dar un golpe de efecto a mi hermana, así me perdona de una vez por todas, porque cuando alguien me pregunte en la mesa, extrañado, el porqué de la corbata negra, le responderé que es en memoria de todos nuestros familiares fallecidos, quienes en espíritu nos
acompañarán en esta cena familiar, representados por esa corbata de duelo que usaba nuestro querido abuelo.
Ahora me quedaba el asunto de los regalos. En nuestra familia se estila regalarnos entre todos y si somos por ejemplo trece en la mesa, cada uno de nosotros se irá con trece regalos.
En cuanto me llame mi hermanita para invitarme a la cena, le preguntaré quienes y cuantos serán los familiares que asistirán este año.
Le llevaré un regalo a cada uno que los dejará
boquiabiertos.
Le voy a regalar a cada familiar, nada menos que una pieza de mi famosa colección de juguetes de lata.
Sé cuantos me envidian por poseer esa colección, sobre todo mis primos Alfonso y Arnoldo. Si están invitados le regalaré a cada uno un tranvía. Son preciosos, de un color ocre con unas líneas finitas en rojo y marrón.
Toda mi colección es de los años 1938 al 1942, que fue cuando hicieron furor estos juguetes. Y yo la conservo en impecables condiciones. Ese autito tipo Ford T se lo regalaré a mi tío que siempre lo deseó y que aunque tenga 93 años de edad y una gran fortuna, no ha podido obtener este modelito, que yo obtuve de pura casualidad.
Varias veces ofreció comprarme aunque fuera ese autito, pero me ofendí terriblemente.
Le dije que estos autos eran como mis hijos. ¿Cómo creía que yo vendería a un hijo?
Para calmarme y que lo perdonara, me regaló 4 de los 6 tomos en cuarto menor de la Ilíada de Pope. Sonrió socarronamente cuando le pedí que me diera también los 2 tomos restantes.
--¡También son mis hijos! Y te dejo solo cuatro de ellos porque así no podrás venderlos. Cuando me muera tendrás los dos tomos restantes y podrás hacer lo que quieras con ellos. Te ruego que no los entregues baratos.
¡La gran flauta! Recordando estas cosas se me ha pasado el tiempo y no me han llamado
El teléfono tiene tono y mi celular está encendido.
¿Qué habrá pasado?
¡Ahh! ¡Ya sé! Seguramente vendrá mi cuñado a buscarme, para vanagloriarse con su auto nuevo.
Me ne frega como dicen los tanos.
Tengo que llevar una bolsa grande para llevar los regalos. No los envolveré. Las joyas no se envuelven.
El camioncito de reparto se lo entregaré a mi prima Victoria, que está embarazada, para que se lo regale a su hijo cuando tenga edad para comprender que no es un juguete.
Creo que llevaré unos 15 o 20 regalos. Casi la tercera parte de mi colección.
Pero todo sea por la familia.
Ya son las 11 de la noche. A esta hora ya deberíamos estar comiendo el pavo, para llegar a las doce justo para brindar.
Mi hermana calcula muy bien los tiempos.
Somos una familia de las de antes.
¿Andará bien este reloj de mierda? El viejo cucú del comedor marca las 10 y 10 desde hace 20 años.
La noche está negra y parece que ninguna estrella salió a pasear esta noche.
Creo que la mía tampoco.... |