¿Dónde están los nombres que nombran las cosas que nombro, que no conozco y hablo por ellas?
¿Y donde están las estrellas que no veo y nombro?
¿Será que no existen tales nombres, tales cosas como aquellas que nombro sin conocer?
¿Será que tampoco existen aquellas estrellas que no veo?
¿Dónde están esos ojos de océanos que de noche con tristeza me miran tras el cristal con que sueño?
¿Y donde la mujer que los porta y en ellos se esconde y en su corazón laten palabras de amor y misterio y yo le escribo?
¿Será que no existe la noche ni el cristal de sueños, ni mujer alguna con ojos oceánicos?
¿Serán estas preguntas el resultado de mi desasosiego, de esa enfermedad macabra de ver lo que no veo, de sentir lo que no existe, de perderme en los bosques erectos de los sueños?
¿O será que estoy groseramente enfermo de palabras y poeta?
¿Quién me lo dirá antes que me vuelva pájaro y me pierda definitivamente entre los negros rayones de la coherente locura?