No escribo con máquina solamente por que no tengo. Por que a lo mejor ya no existen, que es mas difícil dicen, como si las cosas ahora fuesen más fáciles. Siempre me ha gustado lo antiguo, lo rústico y las palabras de antes que sonaban tan modestas, tan poéticas, tan vida. Y soñaría entonces con visitar París en los treintas, ser algo así como un extranjero sudamericano, mexicano, o bien un forastero francés que se siente extranjero en su patria, como yo, como tantos y las letras sin rumbo. Encontrarte en la ville de l’amor e identificar nuestra propia naturaleza foránea con solo vernos a los ojos, preguntarte en un pésimo francés sobre la torre Eiffel, y que tu sonrieras, iluminaras la calle entera con tu sonrisa y tu piel dorada, como siempre, como cuando las mariposas salían de su capullo y nosotros festejábamos y reíamos y luego tu que me vieras, que me alentaras llamando por mi nombre felino y lloraras con verme, y yo llorara aun más con verte, por que lloro más, o así nos gusta verlo y luego derepente me invitaras a bailar un tango, de esos que no me salen, por que para bailar jamás fui bueno, y tu te reirías al principio, pero luego lo intentarías, de verdad lo intentarías para que ya no me diera vergüenza, para quizás algún día bailar en París o en la luna.
Escribo mejor si imagino que se quedará guardado, en el buró, en la memoria, me salen mejor las palabras cuando pretendo no mostrarlas, por que es mi mera sangre, la tinta, es mi corazón en cada palabra, en cada letra, así que me invento esta cuartada absurda, para evitarnos pretextos baratos. Ahora imagino que no existe remitente alguno, que será un escalón más en la arcaica torre de versos y poemas que protejo con recelo, por eso ahora no creo en enviártelo, sólo una mentira, para creérmela, para luego cuando ya no soporte las ganas de enseñarte, no sea tanta sorpresa, sea como involuntario y que las piernas no me tiemblen al esperar una respuesta
Siempre he sido un soñador, me gusta admitirlo por que es mi naturaleza desde que recuerdo, soñar y transportarme a realidades increíbles, en dónde soy un héroe de guerra, Romeo si es necesario, un cazador en la selva, o Ícaro extendiendo sus alas de cera hacía el Sol. Me resulta tan fácil, tan sencillo volar a praderas rosadas, llenas de fantasías y cielos de invierno, lleno de labios y poesías y soñar que escribo todo el tiempo, que te escribo todo el tiempo, así que sueño e imagino y el corazón me late tan fuerte, tanto, que a veces tengo que cerrar los ojos para tranquilizarme, y es ahí cuando, con los ojos cerrados, vuelvo a imaginar y entro en un ciclo delirante de realidades paralelas.
No recuerdo exactamente cuando (no soy un prodigio con las cronologías), pero lejos de los mundos inventados y los escenarios invisibles, soñé con un eclipse. Buscaría entonces cualquier pretexto para encontrarte en el otoño dónde quizás hallaría tu lucidez escondida, o incluso en el suelo que para nuestro suelo es poliéster azulado. La situación es que buscaba insaciablemente en micro instantes, lejos de centinelas pardas, acusaciones sin juicio y sueños contemplados, en los diminutos instantes en los que el alma se liberaba y la sed se hacía evidente. Te buscaba en el psicoanálisis gratuito, en el cielo rojizo de otoño y los rompecabezas propios de tu género, también a las dos de la mañana en dónde tu raciocinio tiende a expandirse y tu mirada se cansa y se convierte en una paradoja latiente, pues los ojos te cambian, se llenan de fuerza y de autenticidad.
Así que si tuviera la oportunidad cambiaría el tiempo, escribiría en una buhardilla francesa, tuviera mi máquina de escribir y la cultura del cigarrillo no fuera algo repugnante, si no un hábito natural y cotidiano. Caminaría en París, con sus calles decoradas de melodías románticas y ese olor dulce del amor a tu lado, con tu mano sujetada y usaría esos sombreros como los que usaba Sinatra, y tú, bueno, cualquier prenda se vería hermosa sobre tus delicados hombros y sé que te verías maravillosa con lo que sea, como todo el tiempo y con tu mera andanza exaltarías mi alma, y me mirarías de nuevo a los ojos y encontraría ese gesto que haces, como curiosa, como si vieras dentro de mí y a lo mejor entendieras y cayeras en la pretensión, como si no te dieras cuenta. Entonces a lo mejor, la música cambiaría, y fuera un tango, y te miraría y te sujetaría fuertemente, y te enseñaría lo buen bailarín que puedo llegar a ser a tu lado, lo buen hombre que puedo llegar a ser, entonces me acercaría, que tu respiración sería la mía, me acercaría tanto que hasta acariciar vous levrés, y que fuera mágico, como los eclipses en mis sueños y en mi corazón rebosaría la alegría de saber que a veces, se convierten realidad.
-¿Verdad?