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EL GORDO


Pedrito, el gordo, está en la sala de espera junto a su amigo Herminio. Una camilla, llevando a un enfermo con los ojos cerrados, pasa delante de ellos. El gordo piensa : “ ¿ Qué le habrá pasado a éste ? ¿ Dónde andará ? Talvez haya partido al lugar donde todos adelgazan…” Una pregunta escalofriante lo angustia : “ ¿ Únicamente muriendo podré estar flaco ? “
El amigo, tras codearlo, dice :
- ¡ Mirá eso ! - señalando a una esbelta joven de minifalda que se desliza por la sala.
Pedrito, con gesto de resignación, acota :
- Eso no es para nosotros. Vos sos un trapo viejo, y yo… Bueno… ¿ por qué creés que estoy acá… ? - dice mientras mira el cartelito ubicado frente a ambos. “Endocrinología” está escrito allí.
Aunque su permanencia en el hospital, supone lo contrario, el gordo, a estas alturas, está impaciente. No soporta la espera. No tanto por el tiempo que lleva ahí, sino porque todos los que aguardan, no hacen más que comparar sus cuerpos. Gordos y flacos se escudriñan sin tregua, algunos con disimulo y otros abiertamente. Lo cierto es que Pedrito está cansado de chocar con las intimidantes miradas de los otros pacientes, y siente deseos de escapar. En ese momento, el endocrinólogo sale de su consultorio, y con voz seca llama :
- Pedro Rivarola. -
El gordo mira a su amigo.
- Vamos, acompañame. -
Herminio, timidamente susurra :
- No, andá vos solo.
El gordo, fastidiado, insiste :
- Vamos, ya que esperaste tanto, vení conmigo. Vos entendés mejor las cosas que yo. Dale, si llegaste hasta acá, no me dejés solo ahora.
Verse expuesto frente al médico, siempre le provoca temor. Estar acompañado le da un poco de seguridad.
- Está bien. Vamos. - añade Herminio.
Un vez dentro, el facultativo, tras corregir la posición de sus anteojos, exclama :
- ¡ Mmm ! - Frunce el seño y clava la mirada en el vientre de Pedrito. - Hace mucho tiempo que no venía por aquí. - comienza diciendo, mientras escruta la inmensa masa adiposa que tiene enfrente. - Y por lo que veo, no le ha ido muy bien. Está mucho más grueso que la última vez. -
El gordo, al escuchar esto, se entristece de inmediato, y mira el piso.
- Bueno, pero lo importante es que ha venido. - agrega el médico. Luego se toma el mentón con la punta de sus dedos y mueve la cabeza como asintiendo a algo que está pensando. A continuación la menea, con el gesto de negar eso que acaba de pensar. - Espere Rivarola. Voy a buscar su ficha. - termina diciendo, y sale del consultorio.
Herminio observa a Pedrito y hace una mueca de no entender la actitud del médico. El gordo está tan abatido, que ni siquiera quiere continuar mirando a su amigo. Desea salir de la pena distrayéndose con algo. Sus ojos recorren la habitación. Ve un escritorio, una balanza y una camilla con una gran lámpara sobre ella.
El médico entra portando un cartoncito. Se ubica en el centro de la habitación y lo lee en silencio. Mira al gordo y dice :
- Desnúdese y recuéstese sobre la camilla. -
Pedrito obedece sin mirar a nada ni a nadie.
El médico se acerca y toca el abultado vientre. - Ajá, ajá.- exclama, y luego añade : - Póngase de pie. -
El gordo desciende y queda a pocos centímetros del facultativo. Están frente a frente. Expresión ante expresión. Miedo ante ciencia.
El doctor le toca otra vez el vientre y vuelve a leer la cartilla. Va hasta el escritorio, y tras tomar un estetoscopio, regresa hasta donde está Pedrito. Lo ausculta durante algunos segundos y luego dice :
- Suba a la balanza. -
Estas palabras suenan en el gordo como una orden para ir al cadalso.
Pedrito se monta sobre el artefacto y siente algo parecido a ser exhibido en un circo. Su blanca deformidad lo avergüenza. Alguien abre la puerta del consultorio y llama al endocrinólogo, quien sin hablar, sale de la habitación.
- ¿ Y ? ¿ Qué te parece ? - pregunta Pedrito a su amigo.
- No sé, todavía el médico no ha dicho nada… - responde Herminio. - Pero ahora que te veo así,… - continúa sonriente : - tampoco sé hasta cuándo va a aguantar esa pobre balanza.
- Callate, callate. - dice el gordo ante la risa burlona del amigo que va en aumento. Ésta se interrumpe abruptamente cuando se abre la puerta. El médico entra, y echando una ojeada al paciente, se dirige a una pequeña repisa. Toma un libro, y tras darle un rápido vistazo, lo deposita sobre el escritorio.
- Y bien, mi amigo… ¿ qué explicación me puede dar ? - dice dirigiéndose al paciente. - Usted verá lo que indica la balanza. -
- Sí, veo. - susurra el gordo asustado.
- ¿ Por qué ha aumentado tanto de peso ? - pregunta el endocrinólogo en tono de reproche.
- Yo no sé doctor. - afirma Pedrito, y tras dudar, continúa : - No sé qué pasa. Casi no como nada y engordo constantemente. No sé qué pasa conmigo… quizá sea heridatario, quizá… -
Vuelve a abrirse la puerta, y la misma voz, llama nuevamente al médico.
- Excúseme mi amigo, ya regreso. -
El paciente, tembloroso, se queda con las palabras atascadas.
El gordo no quiere mirar a su amigo por temor a toparse con la expresión de éste, la cual no deja de mostrar el asombro por semejante gordura. Dirige sus ojos hacia la enorme lámpara ubicada sobre la camilla y queda deslumbrado. En medio de la ceguera momentánea, su mente escapa fugazmente del consultorio y retrocede en el tiempo. Se ve joven, aún delgado y trepando a un árbol que había en el patio de su casa. Observa también a Ana María, la noviecita de aquella época, en el preciso momento en el que se aprestaba a darle el primer beso…
El facultativo entra nuevamente, y sacando el estetoscopio de su bolsillo, vuelve a ponerlo en la espalda del gordo. El frío del instrumento hace que Pedrito retorne con brusquedad al presente. El médico va hasta el escritorio y toma otra vez el libro. Esta vez lo lee con detenimiento. Mira una página y luego adelanta varias. Asiente con la cabeza y regresa al principio del libro. Detiene la lectura, levanta la mirada, y como observando un punto imaginario en el espacio, medita largamente. Después de varios minutos de silencio, camina hasta la balanza y ausculta otra vez al gordo.
- Sí, no hay duda, lo suyo no es glandular. - dice el endocrinólogo, y continúa : - Aunque vaya en contra de toda la medicina, estoy seguro de que su problema es pulmonar… Usted, mi amigo, respira demasiado… Sí, ese es su problema. -
El gordo no puede creer lo que escucha y sus ojos perforan al médico, quien tras una pausa, continúa explicando :
- Usted posee una reducida capacidad pulmonar. Sus pulmones no son capaces de albergar el aire que inhala, así es que ese aire se desparrama por otras partes del cuerpo… En una palabra, y aunque le parezca ridículo, usted está… ¿ Cómo decirlo ? Usted está como inflado… -
- ¡ No puede ser, doctor ! - asevera el gordo desorientado.
- Sí, así es. - afirma el facultativo llevándose una mano al mentón. Organiza sus pensamientos y continúa : - Pero no se sorprenda ni se desanime, lo suyo tiene una solución muy sencilla. Ya no deberá hacer dietas rigurosas, ni esforzarse con tanta gimnasia. - Calla durante un segundo, y tras observar el techo, regresa al rostro de su paciente. - Mire. - añade. - Tomaremos al toro por las astas. A partir de ahora, trate de respirar menos. Haciendo eso, bajará de peso. - termina diciendo con un tono que denota el final de la consulta, final que sólo se prolonga con esta recomendación : - Mida su respiración. - y agrega : - Por ahora es suficiente. Vuelva la semana próxima. Veremos si ha mejorado. Hasta pronto Rivarola. -
Sin salir de su anonadamiento, tras ponerse la ropa a toda prisa, el gordo abandona el hospital junto a su amigo.
Después de caminar una cuadra en silencio, ambos se detienen en la esquina. Pedrito, con el rostro desencajado, mira a Herminio y le pregunta :
- ¿ Y ? ¿ Qué te pareció ? .-
El amigo, en un primer momento se siente indeciso, luego, mientras mira un ómnibus, responde :
- La verdad es que me pareció totalmente absurdo lo que te dijo. - Hace una pausa, y depositando una mano en el hombro del gordo, agrega : - Bueno, hay que mirarle el lado positivo a las cosas… Ahora no tendrás que matarte de hambre. - Se restriega las manos con entusiasmo y añade : - Che, Pedro… ¿ qué te parece si nos vamos a casa y le digo a la vieja que se mande una de sus tallarinadas… ?
Pedrito, sin decir nada, sigue andando, y tras él, su amigo.
Fuera, estallan los bocinazos, los gritos y las frenadas. En la mente del gordo, todo es silencio, pero no un silencio placentero, éste también es caótico como el de fuera.
- ¿ Me querés decir cómo voy a hacer para respirar menos ? - pregunta mirando hacia el piso mientras caminan, y repite : - ¿ Me podés explicar cómo voy a hacer eso ? -
Herminio lo mira de soslayo, y encogiéndose de hombros, balbucea :
- No sé, si el médico te lo dijo, así tendrá que ser. Él sabe, por algo ha estudiado. -
El barrigudo vuelve a sumergirse en sí mismo. Recuerda a su psicóloga cuando, la semana anterior, le había dicho que su problema eran las palabras. Le explicó que por no decir lo que sentía, iba engordando cada día un poco más. - Las palabras que no se sueltan, acaban transformándose en grasa. - había agregado la terapeuta.
Las frases de la psicóloga lo intranquilizan más todavía, y por eso trata de quietárselas de la mente. Cuando puede lograrlo, se siente despejado, pero esto no dura mucho tiempo. Esta vez lo asaltan las sentencias lanzadas, hace dos días, por el pastor de su iglesia.
- Usted, hermano, no tiene fe. La fe lo llevará a la disciplina, y sólo así podrá bajar de peso.- dijo en esa ocasión. - El suyo no es un problema físico, es espiritual. Su espíritu está atrofiado por la falta de fe. Cuando tenga fe, resolverá el problema. -
Respirar menos. Palabras transformadas en grasa. Falta de fe. Todo esto lleva a Pedrito hasta las puertas del colapso. Cuando percibe que está a punto de llorar, se detiene abruptamente. Han llegado a una plaza. Mirando a su amigo, siente una extraña fuerza surgiéndole desde algún remoto rincón de su alma, y exclama :
- ¡ Que se vaya todo a la mierda ! -
Observa el tránsito y exhala con placer. Luego, volviendo sus ojos hacia Herminio, que lo mira atónito, dice lleno de felicidad :
- ¡ Basta de boludeces ! ¡ Vamos a tu casa ! ¡ Estoy loco por comer esos tallarines ! - tras lo cual, sonriendo, respira profundamente.




EL GORDO
por sergio Heredia ( mayo/1988 )





Texto agregado el 03-02-2012, y leído por 98 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
10-02-2012 Muy bueno lo de este gordo, bien contado, me hizo reír mucho.Es lo bueno que tienen las letras,nos cruzan a la vereda del frente para ver otras realidades.Saludos GaryLuna
 
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