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El que espera.

Soy la sombra que siempre espera, paciente en mi contenedor, mirando desde mi contenedor. Alguna vez tuve piernas y brazos –fuertes brazos con los que partía piedras a mi paso –pero vino la gran tristeza; los Magos del Norte llegaron a mi pueblo. Peleamos por cinco días sin descanso, y caímos, extenuados. Entonces me maldijeron y me retiraron de mi cuerpo… ahora soy una sombra bamboleante dentro del contenedor de cristal… anhelando y esperando, paciente, siempre paciente.

Los años pasaron, la nieve cubrió las negras montañas, los árboles mudaron sus hojas y los hombres, mujeres y niños que veía cambiaron: los hombres se hicieron ancianos, los niños en hombres, las mujeres en pacíficas ancianas… todos cambiaban, todos morían. Pero no yo, solamente espero.

Miro desde mi contenedor.

Esperando, siempre esperando.

Me gusta ver el negro cielo nocturno, cuando las frías estrellas aparecen junto la luna… me gustan las estrellas, porque me recuerdan que alguna vez fui hombre… pero ellas se quedan quietas y son mis compañeras… algunas veces, cuando el agua del lago se cristaliza, yo emerge como sutil humareda del contenedor y me paseo –cuando el viento no es tan fuerte para arrastrarme –y veo, desde el frondoso bosque, (lo que parecen mis ojos) tratan de observar. Me paseo por entre los árboles y los oigo cantar… ahora, sin cuerpo escucho más, oigo como las raíces suben el frío líquido y al hacerlo hacen un sutil silbido… después sigo andando, paseándome, ingrávido sobre las copas frondosas de los árboles, miro, anhelando, las montañas… negras o blancas, azules cuando los hielos se aferran a la dura piedra.

Camino…

Camino y veo el lago congelado, quieto, vuelto en espejo, perfecto.

Los Dioses del Agua debían descender y esculpir con sus suaves manos aquel espejo… pensaba.

Me postro sobre el negro espejo, y, allí, allí mismo, en el centro de aquel ojo perfecto, aquella circunferencia tan exacta miro las estrellas y la luna, me muevo sobre el espejo, sin posar mi vaporosa presencia sobre él. Entonces me siento estrella, me siento luna, me siento libre… y dejo de ser hombre, dejo de ser bestia… solamente paz… solamente quietud… solamente consuelo, y veo el negro cielo, y espero, espero… siempre espero.
Ya no anhelo un cuerpo…

Ahora mis anhelos solamente se centran, monopolizados, en el cielo negro de la noche. Cuando despierto, me siento fúlgida estrella, cuando duermo en mi pecho hay explosiones de estrellas, estrellas que crecen inmensamente y se despiden del negro seno con un resplandor majestuoso… las estrellas mueren, mueren dejando tras sí una poderosa estela… me imagino algún grano estelar, compacto, donde antes había una estrella.

Espero, y sueño, sueño que soy estrella y luna… ya no hombre ni bestia.

Cuando en el final pienso, quiero deshacerme en resplandores, en un estallido, para que las otras estrellas me vean… quiero desaparecer, dejando una escena digna de los Dioses… pero no ahora, aun disfruto… soy un ser de la noche, yo mismo soy la negrura del cielo… las almas no son blancas… son negras como mi vaporosa presencia y suben, veloces para rozar las estrellas…

Espero, y sigo esperando.

Texto agregado el 01-02-2012, y leído por 251 visitantes. (1 voto)


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