En las frías noches de tu negra cordura, acaricio el fugaz satín de tus ropas de cama anhelando la rigidez de tus escapistas y melódicas sonrisas entre los ires y venires fascinados de tu elegancia y mi ignorancia a la hora de partir.

Las sombras del corredor me asechan sin dar tregua a las mentiras que trenzo en mi cabello soga de quimeras y adoquines doblegados a los pies de mi dominante y perversa musa de mármol perfecto.

Tu reloj marca las seis y tres a lo que alego con alevosía y un poco de agonía, maldita sea dice seis ¡En punto! Te adelantas tres minutos miserables y pequeños, verdugos de mis más íntimos momentos.

Tus cabellos son rojos los míos blancos, tu piel marfil la mía morena, carnes pútridas manchadas por mentiras insípidas y desvergonzadas nos unen histriónicamente cuando tus ojos verdes se clavan inmisericordes y perpetuos en el caoba moribundo de mis dilatadas pupilas.

Tomas mis muñecas levantándome delante de tu falsa majestad riendo a carcajadas, alejándome del suelo donde mi inseguridad tambalea ante la vergonzosa realidad que me arrodilla lentamente día tras día en la soledad de mi funesta verdad a conversar contigo, bailando un Tango que me permite romper el hielo mientras recorro tu cuerpo semidesnudo lésbicamente soñando descifrar el enigma de tu compañía.

Entendiendo que la muerte duerme en tu canto, se amamanta de tus senos y se ríe de mi sarcástica cara de idiota cada vez que canto tus canciones sin melodía ni letra, esperanzada en hablarte una hora más antes de que tu pequeño retoño me deje sin tu latido.

La silla vacía, la cama tendida la ventana cerrada y una lágrima rodando por mi rostro pálido de maquillaje corrido, anuncia el dolor insoportable de conversar segundo tras segundo con el fantasma inconsciente de mi tan perfecta y moribunda memoria.

© Master Marat