NIEBLA SOBRE CÓRDOBA
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Novela
por Alejandra Correas Vázquez
1 — DESAYUNO
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Aquella mañana los pies presurosos de la sobrina repercutieron sobre las paredes de la planta baja, al descender por la escalera. Un silencio desacostumbrado envolvía la casas.
—“¿Y los niños? ¿Todavía no se han levantado?”
—“Están en la cama, no los quise despertar. Hoy no irán a la escuela”— contestó la tía
—“¿Por qué tus niños no irán a la escuela? Convendría que descansaras luego de pasar esta noche en desvelo”.
No le contestó. Su respuesta fue un gesto indefinido con la cabeza. Puso una pava enlozada sobre la hornalla, moviendo con la otra mano la manijilla del gas. Vertió agua caliente en el mate y cuando estuvo espumoso, comenzó a sorberlo por su bombilla de plata. La sobrina volcó leche hirviente sobre una taza y agrególe chocolate en polvo, mientras buscaba la azucarera para endulzarla con dos cucharadas. Luego apagó el gas y tomó asiento al lado de su tía.
Ambas miraron hacia la ventana. Algunos escolares dirigíanse a clase tiñendo la calle como luces de amanecer, al deslizarse por la vereda con sus delantales blancos. Escenario neblinoso. El sol demoraba su presencia, volviendo indefinidas las facciones de los niños. Conversaban animadamente entre ellos, dibujando en la Niebla una nube de vapor tras cada palabra. Otros, de paso pausado, caminaban envueltos en gruesas bufandas.
—“¡Yo insisto!”— expresó con fuerza la sobrina —“Sería mejor que los niños vinieran conmigo hacia la escuela, como siempre, pues ellos no te dejarán un momento de reposo ¿Qué te ocurre? ¿Por qué esa pena? ¿Acaso te ha sorprendido?”
—“Niña... una vida de dos, no siempre es fácil comprender, desde afuera”— contestóle su tía
—“¿Vida de dos? Llevo tres años viviendo en tu casa y siempre hemos estado solas, como dos madres de estos niños sin padre ¡Vida de dos! ¿Acaso te refieres a la nuestra?”
—“No ... Creo que has entendido bien mi pena”
—“Tía, comprendo que los niños te hagan falta en este día de sentimientos solitarios, pero no acepto la tristeza que nos envuelve”
—“Niña, deberías ir sabiéndolo desde ya: En la historia de una pareja, las confidencias de sus actores son siempre incompletas ¡Es el gran teatro de la vida! Cuando el intérprete equivoca el pasaje de un drama, cierra los ojos y luego de la función acude a su memoria, recordando el recitado completo que debió ofrendar a su público. Pero en la vida real no puede corregirse para la siguiente función ¡No la hay!”
—“Tía, no aspiro a ser tu público sino tu amiga”— le observó la sobrina —“Me llevas pocos años y te recuerdo con claridad. El día que entraste en nuestra casa traías un juguete en la mano. Era para mí”
—“Era el primer día, del primer mes, del primer año de esta década que ahora termina ¡La media tarde del nuevo año!”— evocó la tía
—“Ahora estamos en el último año de la misma década y todo ha cambiado demasiado”— acentuó la sobrina
—“Es cierto, niña. Ya no estamos los mismos y no vivimos de la misma manera, ni en los mismos sitios”
—“Mi infancia feliz de aquel momento se trocó en tragedia, dando a mi juventud actual un hálito de madurez prematura. Pero hoy tía, me creo la persona mayor de esta casa y creo que voy a regalarte pronto, un juguete”
—“Exageras...”
La sobrina giraba su cuchara dentro de la taza con chocolate, produciendo aros sucesivos. Su rostro trataba de reflejarse sobre aquel líquido, pero los círculos rompían el esbozo. Como espejo roto de los actores que pierden su imagen. O no pueden formarla.
—“¿Te has dado cuenta que aún no tienes treinta años?”— insistió nuevamente la sobrina
—“Ultimamente ya ni lo pienso”— contestóle su tía
—“¿Has pensado que yo no he cumplido todavía veinte? ...Pero nos hemos cargado con todos los años que él no quiso llevar consigo”.
—“Esa es una observación muy dura, niña”.
—“Hoy está muerto ¿Qué lo empujó hacia la violencia? Con esa discusión, ese enfrentamiento...”
—“Su juventud y la de su tiempo, hace una década”.
—“El quería imponerse por medios violentos, pero sin medir sus ideas en el campo del diálogo ¿Qué lo hizo entrar allí? ¿Quiénes?”
—“¿Qué? ¿Quién? ¡Quizás todos nosotros!”— expresó exaltada la tía
—“¡No yo!”— defendióse la sobrina
—“No, eras demasiado pequeña. Un juguete como aquél que te llevé de regalo, hace ya diez años...”
—“Entonces ¿Por qué eligió ese camino? Tenía una familia protectora. Una Universidad destacada ¿Por qué fue?”
—“Detrás de la vida familiar, en la calle, hay otra vida. Entre los estudiantes como él era entonces, se produce un contagio colectivo ¿No te lo dice tu juventud?”
—“Existen núcleos de insatisfechos. Pero no me arrasan como a él. No estoy dispuesta a repetir su escena. Voy a la Universidad en busca de lograr una profesión, como ha sido siempre en esta ciudad. La medicina para seguir el camino de mi padre. Y me esfuerzo en ello”— dijo la jovencita con energía
—“Perteneces a otra generación, niña, han pasado diez años”.
—“Quiero adornos en las calles. Luces. Colores. Una ciudad que brille. Todo cuánto él desechó a mí me atrae y trato de lograrlo ¡Soy de otra generación! Pues nos colmó de dolor la suya. Nos agotó. Tuvimos una infancia y una adolescencia difícil por causa de la generación del 70”— expresó vehemente la sobrina
—“Una juventud se adorna, pero las angustias navegan bajo sus collares. Estás más cerca suyo quizás de lo crees”.
—“¡Juventud divino tesoro!”
—“También lo fue en aquel tiempo”— aclaró la tía
—“Pero para que él nunca saliese de ella, de ese mito poético, de esa juventud imperiosa y exaltada que lo arrebataba al extremo ¡De sus veinte años ilímites! ...Yo, su sobrina, tuve que madurar en forma precoz. Jugarme. Trasladarme y vivir en tu casa. Imponer tu protección a mi familia, la que era de él, y él olvidó por principios que no juzgaremos más en adelante, porque hoy está todo concluido. Al menos para mí”— concluyó la chica
—“Dura y taxativa, como es esta nueva generación”
—“Te equivocas tía, soy reflexiva. Fui yo quien en ese momento pensó en tus hijos, que eran los suyos, y que él abandonó para correr detrás de un albur de violencia. Pues cuando los demás dudaron... ¡Yo contemplé mi juguete! Aquél que un primer día, de un primer año, me habías regalado”.
—“Sin embargo no pensamos en él”— acotó la tía
—“Sí, lo pensamos. Sí, de otra manera. Te retuvimos junto a nosotros y conservamos a sus hijos, gurises que apenas gateaban. De otro modo te hubieras vuelto a Jujuy dejando Córdoba, dejándonos a nosotros, y perdiendo todo lo de él ¿Y qué hubiera hecho tu familia viéndote regresar al norte sin concluir tus estudios, y como esposa de un guerrillero sin paradero fijo?”
—“Me había pedido que lo siguiera...”
—“¿Y los niños? ¿Y la ropa? ¿Y la escuela? ¿Era acaso posible alimentarlos con pólvora?”
La tía apartó a un lado el desayuno de la sobrina que habíase enfriado, sin ella tomarlo. Y levantóse encendiendo el gas para volver a entibiarlo. Puso su rostro contra la ventana cuyos vidrios hallábanse empañados a causa de la Niebla.
Figuras de niños en uniforme escolar, muy blanco, desaparecían con una ligereza fantasmal, bajo el manto blanquecino que cubría la ciudad de Córdoba en esa mañana de agosto. Una obscuridad penetrante envolvía la atmósfera en aquella primera hora de la mañana, como impidiendo el avance del día. El blanco relieve de La Cañada orientaba a los caminantes, con sus formas sinuosas y serpentinas, mostrando un paisaje de piedras blancas, delantales blanquísimos y nubosidad.
Formas aéreas como formas fantasmales. Como las ánimas penando de las tradiciones criollas. Como un ánima que sin duda en aquel momento rondaba esa ventana, empañada de Niebla, donde una tía y una sobrina mantenían su tenso diálogo.
Extendiendo ella un poco más allá la vista alcanzó a divisar, tras los vidrios nubosos, las verjas coloniales del Paseo del Marqués de Sobremonte, junto al cual por la falta de visibilidad, los automóviles se entrechocaban al ser estacionados. Los grandes plátanos con sus ramas desnudas, semejaban a duendes del pasado.
La sobrina también púsose de pie. Las dos mujeres contemplaron juntas y expectantes, aquella dimensión silenciosa y arenosa en el parque del Marqués. El paseo hallábase en esta mañana de Niebla añorante de niños, de voces y juegos. Brumosa melancolía que aparentaba por momentos, acompañar la tertulia triste tras esa ventana. La tía dijo entonces:
—“¿Qué debemos hacer en este día que es el primero en que él está muerto?”
—“¡El Juicio de Familia! Yo seré la Fiscal”— aseguró la sobrina
—“Y yo la abogada defensora”— contestóle la tía
—“Pasemos entonces a la Sala del Juicio”— impuso la sobrina con seguridad
—“¿Testigos?”
—“Nos sobran. Partamos del comienzo de esta década, en mi infancia. Córdoba en fuego. Córdoba conmocionada. Calles calcinadas. Autos volcados. Country Club bombardeado. Comercios barretados. Manifestantes incendiarios. Gases lacrimógenos. Niños, madres, transeúntes, buscando refugio en medio de refriegas”
—“¿Es el Juicio a una década?”
—“Lo es. La que torturó mi infancia. La que tiñó de horror mi adolescencia”
—“También es un símbolo”— intervino la tía —“A mí me toca decir: La que cautivó mis sensaciones de mujer. Mis deseos de amor y romance. Porque era una década y una juventud romántica... sin descartar su trágico fin”
—“Elaborado por ella misma”— insistió la niña
—“Pero con ayuda de sus oponentes, no lo dudes”
—“Sigamos adelante ¿Qué atractivo veías en esa década, tía?”
—“Yo me enamoré, me fasciné, viví la piel y la sangre. Hubo tragedia pero también hubo algo mágico. Me corresponde compartir ahora su Juicio, como compartí en su momento sus encantos”
—“Haces bien tía, tu papel de abogada defensora, tienes argumentos que te justifican”
—“Porque soy sincera. Vi ensueños que me cautivaron al comienzo de esa década. Después me alejé antes de involucrarme en ardores de violencia. Circulé por su pasión, pero me coloqué lejos del conflicto y ello me permite hoy estar viva. Pero no voy a negar su hechizo. Lo tuvo.”
Los niños de la casa continuaban durmiendo. Ellas pasaron unos minutos de silencio, mientras sus rostros volvieron a dirigirse hacia la ventana. Afuera el escenario había quedado vacío. No veíanse más escolares y los autos dejaron de circular. Poco a poco comenzaba a perfilarse el desfile de personas bien trajeadas, que ingresaban en el Palacio de Justicia, ubicado frente al paseo.
La calle pareciera obscurecerse aún más bajo aquella Niebla progresiva, haciendo impenetrable la visión. La sobrina acercóse a uno de los vidrios intentando descorrer con la palma de su mano el cortinado de vapor, que cubría la vista del Paseo Sobremonte. Sin ninguna transparencia, la ventana tocada de pronto por un débil rayo solar, dejó deslizar sus finas lágrimas, las cuales comenzaron a disolverse en el marco de madera.
—“Después de todo”— comentó la chica —“Será mejor que los niños no salgan con este día. Uno en Prejardín y otro en Jardín, tienen mucho tiempo por delante”
—“Hay mucha neblina”— admitió la madre de los niños —“La Niebla vivió durante todo aquel tiempo en nuestra casa. Cada pensamiento de mis costados era un rincón confuso. Una nubosidad se apoderó de mí, compartiendo a su lado sus premisas, junto a su bella sonrisa temeraria. Era una alegría eufórica dispuesta a cambiar a toda la sociedad nuestra... y hasta la del mundo. Su mirada penetrante, de ojos celestes muy claros, era tan bella, que yo no comprendí ante esa fascinación, el mensaje trágico que finalmente le aguardaba”— evocó la tía con emoción
—“Nunca tuvo presente los hechos reales, y prefirió la temeridad”
—“Dura como toda Fiscal. Como abogada defensora te diré que en su mundo soñado no cabía un final ingrato, como finalmente fue”
—“Tus dos hijos son sin embargo, algo real y claro. Estos gurises tienen tan pocos años que su mundo quedará fuera de esta esfera cruenta”— la consoló la sobrina
—“Eso espero. Es mi anhelo. Pero no fue igual para él. Porque no hay duda era yo quien no estaba preparada para una vida de riesgos, como la que él proponía”— admitió la tía
—“Y no tenías por qué estarlo”
—“Yo venía de una familia jujeña tradicional, con una vida serena y protegida, no estaba preparada para una vida insegura”
—“¡Y no es un delito!”
—“Pero él me acostumbró ... Sin embargo después deserté”
—“Tía, me causa dolor esta evocación. Soy la Fiscal de él, no la tuya. Has vivido más que yo, en años y en intensidad, tengo que aceptarlo. Pero veo errores en tus expresiones, pues él no tenía los derechos que se atribuyó contigo”
—“¿Cuáles? ¿Me explicas?”
—“Pues sí. Transmutar la existencia de una mujer muy joven, lejos de su familia, estudiante y enamorada. No puede pagarse la caricia del hombre a tan alto precio ¡No lo acepto!”
—“Buena Fiscal, pero demasiado dura. Hay algo de verdad, cuando arribé aquí para estudiar, yo tenía tu edad y me sentía muy sola. Fue hace diez años.”
—“Soy de otra generación, veo todo distinto... ¡Y debo irme en este momento hacia la Universidad dejando el Juicio de Familia, en un cuarto intermedio!”
La tía quedó contemplando un dedo de luz que penetraba por la ventana cubierta de Niebla.
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Sigo, deambulando en la Niebla por un camino desconocido ¿Hacia dónde? Sigo, como impulsada por un pasado destruido ¿A dónde? Sigo, como huyendo de la rudeza del abismo ¿Desde dónde? Sigo, sin contener el paso hacia una salida nebulosa ¿Hasta dónde? Sigo, en la Niebla, ignorando el futuro, en busca de un destino difuso ¿Por dónde? Como un ciego que busca su luz, cual llama apagada por el viento, soy un alma errante que busca su salida ¿Hacia dónde voy? ...Errante en la Niebla... ¿De dónde vine?
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2 — ALMUERZO
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Los vidrios manteníanse sin luz. La desnudez de los plátanos con sus gruesos troncos, producían movimientos en el ramaje, estremeciendo las verjas coloniales del Paseo Sobremonte. Más lejos, algunos vehículos encendían sus faroles al pasar por las esquinas, a pesar de la hora diurna.
La Niebla envolvía todo: Edificios. Casonas. Calles. Fuente. Palacio de Justicia. Palacio Municipal. Y la blanca Cañada añorante de su antiguo Calicanto, más rústico y más romántico, emitía su seco lamento aguardando las próximas lluvias primaverales de septiembre.
Desde un ventanal próximo, un niño arropado, febril y con gripe, sentíase satisfecho de estar enfermo en su casa y lejos de la escuela. La fiebre alteraba la visión de sus ojillos teñidos de rojo, haciéndole creer que esa forma transparente y blanquecina, zigzaguente frente a su ventana, fuera producto del delirio griposo.
Pero aquella ánima flotante entre la Niebla y escondida en ella, viajaba en forma aérea intentando vanamente traspasar sin cuerpo ni forma, los vidrios bien cerrados por el frío, de todas aquellas ventanas. Posábase angustiada en una de ellas reconociendo los rostros de su esposa y su sobrina... pero sin lograr escuchar sus diálogos.
La madre, la sobrina y los dos niños hallábanse sentados formando rueda familiar en el comedor, degustando el almuerzo.
—“¿Sabes como nos conocimos? En un núcleo de estudiantes”— fue contándole la tía a la jovencita —“Entre el bullicio ilusorio de la juventud. El horizonte se desmenuzaba en todos sus colores, como los trajes que lucíamos sobre el cuerpo. Los muchachos habían dejado crecer sus barbas y nosotras mostrábamos las primeras minifaldas. La Avenida Valparaíso de la ciudad universitaria estaba cubierta de guirnaldas. Era la “Fiesta del Estudiante”, inicio de primavera, 21 de septiembre”.
—“Una fecha que todos los estudiantes festejamos año a año”— confirmó la sobrina
—“Sí, pero aquélla era distinta ... Nosotros festejábamos el “Cordobazo” reciente.”
—“Cómo... ¿Festejaban la Córdoba incendiada, quemada, arrasada, destruida? ¿Tanto odiaban a Córdoba? Era 1969, un año antes de conocerte”— saltó la sobrina
—“No lo vinos de esa manera, lo admito”.
—“Ninguno de ustedes pensó en la Avenida Colón toda arrasada, donde yo vivía en casa de mis abuelos, llorando con ellos a “moco tendido” mirando tras las persianas cerradas, que eran atacadas a piedras y barretas”.
—“Acusación de Fiscal, que admito. Pero como te dije... nosotros lo vimos de manera distinta”— aseguró la tía
—“Pues sigo, soy la Fiscal: Autos quemados. Negocios destruidos. Kioskos incendiados. La Confitería Oriental frente a Plaza Colón, arrasada. Los juegos infantiles donde yo jugaba en esa misma plaza, todos destruidos. El auto de mi padre con el cual visitaba a sus enfermos, como médico, convertido en ceniza. Un vehículo que ya le sería difícil recuperar, pues éramos de una clase media, con un salario ajustado”— acotó casi llorosa la niña
—“Lo vimos como un sacrificio necesario”— expresó la abogada defensora
—“¿Por qué? ¿Qué daño habíamos hecho nosotros, los habitantes, la población civil de Córdoba, de clase media? Bienes perdidos. Salario de mucha gente convertido en ruina. Automóviles comprados con ahorros y que ya sería difícil recuperar, llorando ese esfuerzo vano”— continuó la sobrina
—“La juventud como el amor, enceguece, niña mía”— defendióse la tía
—“¡Esa juventud! ...No la mía... que halló todo destruido y debe reconstruir”.
—“Sí, niña, lo reconozco. Fuimos inquietos, en demasía”.
—“No pensaron en nosotros que vendríamos después”.
—“Sí lo pensamos, de otro modo, queríamos entregarles otro mundo. Un mundo nuevo que pensábamos crear”.
—“¿Con qué derecho determinaban por nosotros sin darnos la posibilidad de elección?”— expresó con enojo la sobrina
—“Esa alternativa no la pensamos. La admito pues hablas en tu papel de Fiscal”.
—“Determinaban nuestro futuro con los deseos de ustedes. Nos colocaban cadenas de antemano”— objetó la sobrina
—“¿Lo ves de esa manera?”
—“Sí. Seguro”.
—“Reclamábamos: Libertad”— aseguró la tía
—“La “libertad” que ustedes reclamaban, en esa juventud del 70, era ya el control de nuestros destinos. Nos imponían como regla fija ese mundo que ustedes deseaban diagramar. Un mundo nuevo determinado, que iría en el futuro a transformarse en nuestra cadena”.
—“Es tu forma de ver las cosas niña, pero no estabas allí, yo sí”.
—“Candado firme, imperioso, intolerante como todas las consignas religiosas, como todas las ideas guerrilleras ¡Pero nada nos preguntaron! No fuimos consultados y éramos ya los herederos forzosos"— insistió con fuerza la sobrina
—“Pero éramos románticos al comienzo, aunque no previéramos este planteo posterior. El de ustedes... Hoy”— argumentó la tía como abogada defensora
—“¿Es posible otro? También reclamamos nuestros derechos. Queremos elegir y no que elijan por nosotros”.
—“Tu juventud en esta nueva década, es en exceso libre, autónoma ¿Cuánto de esta autonomía de que gozan, se la deben a aquéllos jóvenes que pusieron toda la sociedad en duda?”—expuso con vehemencia la tía
—“Tengo que pensarlo, esa idea me es nueva”.
—“Porque no es tan simple juzgar para atrás. Nosotros debimos romper una cáscara muy dura, que no dejaba expresarse a la juventud. Cada familia nos imponía un cerrojo durísimo, y no teniendo alternativa lo hicimos en forma drástica. Cortamos un nudo gordiano, por el que ustedes ahora pasan libremente”.
—“A veces tía, me dejas muda”.
—“Porque todo el mundo, la gente, las familias, una generación u otra... tiene su parte de razón”.
Los dos gurises sentados a la mesa para el almuerzo, jugaban entrechocando las cucharas en medio de las risas, desconociendo su actual papel de huérfanos. Quizás, en gran medida, porque siempre lo habían sido.
La madre dio cuerda a su reloj cual midiendo el tiempo, y continuó hablando, como si no se dirigiera a nadie. Tal vez, es posible, hablaba para una presencia volante y blanquecina, muy transparente como toda “ánima en pena”, que recorría esos lugares de la casa, que fueran en otro tiempo sus sitios conocidos.
Allí estaban reunidas todas las personas que el guerrillero muerto amara y olvidara, durante el fragor de su contienda ideológica. Aquéllas para quienes quiso un mundo nuevo, a su gusto, elaborado a su propia medida, sin preguntarles sus deseos... Y por quiénes inmoló su vida. Su juventud. Por quiénes fustigó una sociedad y una ciudad. Aquéllos que amó y sacrificó en aras de sus ideas: sus hijos ahora huérfanos en forma definitiva. Su sobrina y su esposa, entablándole un Juicio de Familia.
La madre de sus niños —quienes no lo conocerían nunca— estaba allí, con sus gurises. Esa jovencita universitaria llegada desde Jujuy a estudiar arquitectura, y que él supo conocer en un Día del Estudiante, entre guirnaldas y colores. Había pasado una década, pero aún la dama jujeña era joven y hermosa.
El comedor había desaparecido para la esposa, como esfumado por los recuerdos, y quizás también para su sobrina. Pero la niña era su único publico, y ella continuó hablando sin prisa:
—“Era aquel festejo del Cordobazo, una época trágica y romántica. Fue el marco inicial de nuestra pareja...”
—“Un marco muy especial, por cierto”— comentó irónica la sobrina
—“No fue tan fácil para nosotros como lo crees, muchos estudiantes quedaron encarcelados, al lado de matones y delincuentes comunes que aprovecharon el batifondo, para lucros propios”.
—“No podían protestar, les dieron derecho al robo, ya que los estudiantes destruían en lugar de construir”— díjole la sobrina en su papel de Fiscal
—“Sin embargo, sobre ese nacimiento del amor, sobrevolaba ya la Niebla”.
—“Yo siendo pequeña, sentía los nubarrones”.
—“Luego, a partir de allí, he vivido durante años con la visión apagada. Me fue imposible entrever y dominar las circunstancias de mi vida, a partir de ese momento. Yo que fuera una hija rebelde y decidida, que partí desde el norte a estudiar en Córdoba, aunque protestase mi familia... había perdido la capacidad de decisión”— confióle la tía
—“¿De qué forma?”— preguntó intrigada la sobrina
—“Los factores que nos rodearon poseían un poder mucho más intenso que el nuestro, y fuimos juguetes de sus designios. Era una llama arrollante que nos controlaba y había que tomar decisiones rápidas. Cuando los rayos de luz danzaron en mi contorno, yo bajé los párpados. Era imperioso que uno de los dos sobreviviera, pues habían nacido dos niños. Fue nuestro último diálogo”.
—“¿Y los primeros?”
—“Surgieron de su boca. Igual a un torrente. Sólo había que responder. Los demás sonreíanle. Yo me puse a su lado”
—“Sugestión y captación, algo propio de insatisfechos”— expresó con fuerza crítica la sobrina
—“Era algo más. El brillaba en el centro de toda esa juventud, sin dañarla. Ofrecía lo único que poseyera realmente, lo que la naturaleza le había dado: Su gracia. Su brillo. Su encanto. Su magnetismo. Su fe.”
—“Sin duda, muchos hubieran deseado igualarlo. Creo que fueron más felices”— opinó la niña
—“También yo lo creo. El podrá ser juzgado con dolor ¡Y por tanto dolor! Pero nunca podrá dejar de ser amado, con la misma pasión que él nos brindara ¿No fue suficiente grandeza inmolarnos su vida?”
—“¡No se la pedimos!”
—“Dura, como toda Fiscal”
—“No siempre soy dura, no como persona. El era para mí un tío cariñoso, pero violento. Provocaba en familia grandes discusiones que me atemorizaban, escondiéndome bajo las sillas. Sin embargo, yo lo quise muchísimo, pero mi risa infantil no pudo ayudarlo”.
—“Como abogada defensora, confirmo que él defendiendo su autonomía, no recibía sugerencias, y encerrábase en su interior con sus ideas”— confidensió la tía
—“Mi padre deseó brindarle su mano fraterna de hermano mayor, y le hizo daño. O se dañaron los dos. Cuando él mantenía altercados por sus ideas, en nuestra casa, yo me escondía por miedo a las mutuas iras de los dos hermanos, en otra habitación”— recordó triste la sobrina
—“Lo comprendo. Hay experiencias que deben madurar para poder coexistir”
—“Nuestra casa era grande, sobre Avenida Colón, extensa, señorial, con tres largos patios y nos cobijaba a todos, abuelos, padres, nietos. Menos a él. No pudimos cautivarlo.”
—“El ya estaba inmerso en su gracia y su encanto, quería expandirse hacia otra forma de sociedad, por ello rechazaba su casa paterna”— admitió la abogada defensora
—“Mi abuelo agonizaba cuando él llegó trayéndote a su lado, el primer día de esta década que ahora termina. Y el viejo alcanzó a sonreír. Todos sonreímos... Fue una esperanza corta”
—“Debieron dejarlo. Despreocuparse de él. Desligarlo de esa sobreprotección familiar, que logró solo ahogarlo. Hubiera sido mejor para todos, para él... y para mí también”— expresó la tía casi implorante
Las dos mujeres quedaron calladas, como reconociendo sus mutuas realidades. De inmediato comenzaron a levantar los platos y cubiertos de la mesa donde transcurriese el almuerzo. Los niños continuaban jugando, ajenos a todo ese escenario nostálgico, pero vigoroso, que anteponía ideas y sentimientos.
El timbre sonó y la presencia de Clara —sirvienta por horas— produjo un momentáneo mutismo. El comedor quedó vacío. La cocina estaba tibia pero un aire fino penetraba por la banderola ubicada cerca del techo, recordando que afuera reinaba la Niebla.
—“No cierres la banderola. Pronto acabarán las heladas y un nuevo sol nos bañará sin clemencia. Como los años anteriores, vamos a extrañar este frío ¿Qué será preferible?”— dijo la sobrina que aprestábase a estudiar en la cocina
—“Quisiera mucha luz para despejar esta Niebla”
—“La nueva década nos librará por completo de ella”— le aseguró la niña
—“Pero habremos dejado en ésta que finaliza nuestros mejores sueños. Al menos ello es válido para mí. Yo he enterrado en el 70 mis fantasías y mi amor”— confesó la tía
—“¿Eran tuyas realmente? Mas bien yo creo que fue él quien te convenció de sus convicciones”
—“Tengo que pensarlo, niña. Esto que dices, es una óptica que no estaba en mis recuerdos. No sólo yo, como mujer, sentí su atractivo. Su vida entera estuvo aureolada por las reverencias de amigos de un día, fascinados por su magnetismo natural, rico y casi virgen. No elaborado”
—“Sí, lo comprendo. Por la ostentación de cuántos lo aplaudían batiéndole palmas, apretando sus manos de una manera fácil ¿Es eso tía?”
—“Su entorno también tenía fallas e intenté persuadirlo. Deslumbrados todos a uno, con la lucidez que demostró desde el primer momento. Era el mejor orador en las asambleas estudiantiles. Pero aquella luz de su mente, la facilidad de su palabra, la gracia de su ingenio, fue finalmente la Niebla que acompañaría su andar errante”
—“Fue su luminosidad y su sombra. Su derrota en medio de su triunfo”— sentenció con dureza la jovencita
—“Te has acercado a la verdad, aunque me cueste aceptarlo”
—“Ganaba con palabras batallas que nadie buscaba. Y puso de esta manera la misma euforia en la guerra armada, que en la palabra, sin medir el precio de la oposición real que saldría a su encuentro”
—“Dices bien, nunca calculó el precio de la reacción. El creía como todos ellos, que la población entera del país entraría en el conflicto a favor suyo. Pero nada de esto sucedió. No fueron acompañados por la ciudadanía”— admitió la tía
—“Toda esa chispa de ingenio dentro de una comunidad juvenil sobreexcitada, sería el instrumento que le valió a mi tío conseguir una desenvoltura fácil, para caer después lentamente, en una desidia paulatina hasta el derrumbe"— la niña escuchándose a sí misma, enmudeció
—“¡Juventud! ¡Divino tesoro!... nos has dejado— exclamó la tía
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¿Seguiré errante? Sedienta de ilusión y amor. Ansiosa de un mundo poderoso. Rodaré sola, con mis manos vacías y los labios secos ¿Hasta cuándo? ¿Cuál será el regreso?
Errante ... Insensible ... Sedienta de Amor ... ¡Y ya sin ilusiones!
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3 — MATE
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La hora del Mate, a las tres de la tarde —siesta— hora establecida en los ritos argentinos, llegó como siempre sucedía, también en este día diferente. Patético. Mate para quedar en el recuerdo, porque lo que en este día vivían la tía y la sobrina iba a ser evocado en el futuro.
Y en especial en el futuro de los dos gurises, ignorantes por ahora de este presente. Quizás en gran parte debido a que ellas, quienes llevaban viviendo varios años juntas, hablaban abiertamente de todo cuanto hasta entonces habían callado, como en un acuerdo tácito.
—“Mira, nada es nuevo”— expresábale la tía a su sobrina —“No existen por un improntum emociones nuevas. Ningún sentimiento surge de improviso. Hay largas meditaciones antes de tomar un camino”
—“¿Lo habías meditado?”
—“Aunque éste camino mío, hoy doloroso, sea la derrota. El derrumbe”
—“¿De qué forma estabas involucrada? Te he visto siempre como una madre abnegada y protectora de tus niños. Terminaste viviendo yo aquí, tu carrera y vas diariamente a un estudio de arquitectura donde diseñas. He visto tu disciplina. Solo en este día por razón especial, te has tomado un descanso”— comentóle sorprendida la niña
—“Lo de hoy significa el final de aquel todo que me envolvió hace diez años, esa parte de mí que ahora concluye”
—“Era necesario por bien de los niños”— aseguró la sobrina
—“Pero hay emociones que golpean muy rápido”
—“Yo lo viví desde la vereda contraria. Mi infancia entre nubes de gases lacrimógenos e incendios callejeros, bombas nocturnas entre grupos rivales... Todo aquello surge en mi recuerdo, como un fantasma detrás de las muñecas”
—“Por acumulación”— aceptó la tía
—“Me desorientó. Fue muy rápido para mí”— insistió la niña
—“”Pero fue un proceso largo para quienes nos injertamos en él. Como el agua que circula bajo la tierra en forma de río subterráneo, o mansa vertiente, y brota de pronto a la superficie. Aparece a los ojos de los demás en un punto elegido por la naturaleza. Sin embargo a circulado imponderables distancias”— una sonrisa iluminó su rostro
—“¡Para arrasar todo en creciente serrana!”
—“Pero también trayendo vida y fertilidad. Quebrando la sequía. Es poder. Es creación”
—“¿Entonces, tía, quieres crear y no destruir?”
—“”Siempre lo quise, aunque lo expresara de otra manera. Intentaba llegar hasta el cimiento, barriendo todo lo anterior para edificar un mundo nuevo. Una propuesta nueva”— explicóse su tía
—“¿Y nosotros, los que vendríamos después? ¿Cómo podríamos reconocer que era nueva ... si todo iba a ser barrido de raíz? No iban a quedar medios de comparación, y ya a nosotros, los del 80, nada nos quedaría de elección y selección”— le contrapuso la sobrina
—“Es verdad. No puedo negártelo. Pero teníamos puesto en ello nuestra fantasía. Estábamos seguros que crearíamos, y esto último ¡Sí! deseo preservarlo como idea, a pesar del caos”
—“¿Creación? ¿Allí, en medio de la bomba?”
—“Quedamos a mitad de camino, solamente con la bomba... Pero te recuerdo que yo no estuve en la lucha armada. Me había colocado a un costado con los niños y por ellos. Además yo soy aquí, sólo la abogada defensora”
—“No estás en el banquillo y sin darte cuenta pensaste siempre en la preservación. En la salvación de lo que aún quedaba, de lo que se conservaba de ustedes como pareja enamorada, como preservación de él mismo: sus hijos. Creación”
—“Sí, mucha creación hace falta, porque son muchos ahora los ausentes de aquel entonces. De cuántos recorríamos las calles bohemias de Córdoba, con nuestra fantasía”
—“Una fantasía trágica, tía”
La pava del mate bullía junto a la ventana cubierta de bruma. La bombilla de plata cargábase con el jugo aromático y caliente, borboteante de espuma.
—“El agua de la pava cuando bulle hirviendo avisa que está lista para cebar otro mate, y es como el agua que continúa su paso bajo la tierra y asoma a la superficie trayendo vida, en el sitio propicio”— argumentó la tía luego de un silencio
—“Trae vida. Así lo veo, como una providencia”
—“Hoy he dejado de creer, niña mía, para tu tranquilidad, que se puede torcer por voluntad propia las voluntades de los otros. Por tenacidad. O por disciplina. Pues hubo fuerzas que desconocíamos en la otra vereda, y eran más poderosas que nosotros”
—“¿Debo tomarlo entonces como un milagro?”
—“Podría ser. Los caminos nos avasallan y transmutan”
—“¿Traerá alegría a esta casa?”
—“Será si quieres un milagro, pero ha caminado lentamente en mi interior a través de desiertos. El mío principalmente. O el suyo ... cuando él vivía, hasta ayer. Es como todos los milagros que cree ver la gente, el público, el testigo ocular. Pero en realidad es un hecho elaborado lentamente en el pensamiento de alguien”— explicó la tía
—“Un espíritu maduro y un producto del tiempo y la experiencia”
—“Sí, pero con otro aditamento. Tiene sabor a conciencia. A seguridad. Lo que yo busqué siempre sin saberlo”
—“¿Seguridad en la inseguridad?”— preguntóle extrañada la niña
—“Aunque te parezca irrazonable. Me sentí apoyada por él, desconociendo el riesgo de seguirlo. Un hechizo de juventud como la emoción que me unió a él, en sus brazos grandes y viriles, en sus labios apasionados y cautivantes. Lo vi como un protector”
—“¿Nunca dudaste de tu elección, en la persona de mi tío?”
—“Aún no dudo. Pero ahora comprendo todo cuánto a él le faltaba todavía, para aquilatar sus proyectos. Y todo lo que poseía en exceso, en demasía, en fuego, en encanto, hacia cualquier punto siempre extremado”
—“Era un extremista. Nadie va a dudarlo”
—“No era yo la persona preparada para esto. Por ello estoy aquí, aunque deseara estar con él”— sostuvo la tía
—“Fue muy buena tu última elección, por ello hemos vivido estos años juntas en buena armonía”
—“Pero hoy soy la persona que tiene conciencia, de con quién estaba. Cuál... era mi compañero y socio, mi amado. Y palpo más que nunca sus principios”
—“Me das miedo, tía ¿Volverás todo para atrás?”
—“No hay peligro. Yo seguiré en adelante los míos propios. Sólo la mágica concepción del paganismo me permite explicarte y explicarme, las contradicciones de este mundo real. Y no ideal”
—“Te aferras a un mundo concluido”— observó la sobrina
—“No, en absoluto. Todos tenemos una parte de razón y nadie la tiene en forma absoluta”
—“Pero la tendrá Júpiter que está sentado en el trono”
—“La tiene porque Júpiter es cambiante y mutable, de amor y humor. El es, el fiel reflejo del mundo en que vivimos los humanos desde que empezamos a convivir”
Pasaron unos minutos de silencio. La pava en el fuego formaba una nube de vapor, mientras tras los vidrios de la ventana, la neblina formaba nubes,
—“¿Cómo ves su imagen en este momento?... después de tánto hablar hoy de él, cuando nunca lo hacíamos antes”— recomenzó la sobrina
—“Los dioses providenciales me lo brindaron con brazos abiertos, pero sin advertirme nada. Y me dejaron junto a él con mi vertiente de agua oculta, avanzando por ese desierto agotador donde él caminaba. Mi cántaro de agua no calmaba su sed.”
—“Nadie pudo calmarlo, nosotros, su familia, tampoco”
—“Hoy se rompió mi cáscara de tierra que era, en el fondo, muy frágil. Yo estaba erguida en la frescura de mi espuma brotante... Pero aquel desierto sediento ya no estaba conmigo”
El gas elevó su llama cuando la sobrina moviera la manijilla. Sobre la mesa hallábanse preparadas varias hojas de papel blancas y vacías de resma lisa. Un lápiz con sacapuntas. Una virome.
—“Todo viene de algún interior, sin duda”— expresó la niña mirándola de frente con intensidad
—“No lo dudes. Pero creo que tu juventud, tu época, tu década, que comenzará dentro de pocos meses cuando empiece el año 80, ha vuelto al seno familiar en contradicción con nosotros, y esperando mucho de ellos”
—“No lo veo de esa manera. Viviremos cada uno su vida propia y particular, y no una emoción masiva como fue la de ustedes ¡Por lo menos yo deseo elegir en vez de ser elegida! Al menos elegir mis propios deseos sin que me los imponga como una ley, la juventud en que vivo. Eso hizo la generación del 70 que me antecedió”
—“Es una acusación aceptada, señora Fiscal. Hay tantas posibilidades de encanto, como de disgusto en las ofertas de nuestras compañías”
—“Pienso que tengo derechos a que la ciudad me brinde la tranquilidad de circunstancias, en un espacio en paz, sin tumultos, para lograr mi vida. Lo mismo que yo espero otorgar”
—“Lindo pensamiento, y comprensible en ti, luego de todo lo que aconteció”— le reconoció la tía
—“Pero él ... ¿Por qué vino a nublar tu sonrisa? ¿Por qué no eligió en cambio otra angustia semejante a la de él, para acompañar la suya? Y si buscaba a tu lado equilibrio, como todos nosotros creíamos ¿Por qué lo rechazó y te desestabilizó?”
—“Quizás no había firmeza en mi equilibrio y fuera sólo otra cáscara”— respondióle su tía
—“¿Cómo? ¡No! ...no... no es así”— saltó la sobrina
—“Pudo ser un engaño. Una armonía con altivez norteña que yo había adquirido en el seno de mi familia”
—“¡Debes mirarme de frente y mirarnos a todos! Con tu altivez de antaño. Con tu armonía. Con la gracia que entonces nos cautivó”
—“Era la mía una armonía heredada, una altivez de señorío, propia de las familias antiguas de Jujuy”
—“¡Bella herencia! Entraste en nuestra casa con tu porte elegante y gracioso, de esas viejas familias del norte. Con la armonía de tu voz. Con tu acento jujeño encantador”— evocó la niña
—“Acepto tus impresiones sobre mí, que se grabaron en tu infancia”
—“El mundo está pleno de vida, y la tuya fue siempre muy rica”
—“Esta década, estos años 70, toda mi circunstancia en ellos, me han hecho olvidar a Jujuy. Mi familia siempre muy rigurosa, con sus tradiciones de abolengo, no aceptó mi matrimonio con él, disgustada por sus ideas. Fue un riesgo que asumí yo sola”— reconoció la tía
—“Un gran riesgo que ambas asumimos en estos años juntas”
—“Pero que ya es imborrable”
—“Sin embargo siempre hay un rescate posible. Quiero volver a verte como el día en que entraste a nuestra casa, haciendo sonreír a mi abuelo. A mi padre. A mí. Y brindándome un regalo. Lo he guardado entre mis objetos más secretos, porque contiene tu última sonrisa”
El escenario tras la ventana envuelta en Niebla, estaba vacío. Córdoba, siesta, brumosa e invernal. Mes de Agosto. La calle parecía obscurecerse aún más bajo aquel manto blanco que hacía impenetrable la visión.
Por medio de esa escenografía difusa y casi fantasmal, el ánima flotante y translúcida, tenue y blanquecina, continuaba su peregrinaje junto a los marcos cerrados de las distintas ventanas. Posábase en el borde de vidrio que lo separaba de aquellas dos contertulias, su esposa y su sobrina, intentando penetrar en su diálogo, con la mudez de toda ánima en pena.
—“Pero mi sonrisa, aquélla de mi llegada feliz a tu familia, era causada por la alegría de sentirme apoyada en su brazo viril, apasionado, con el cual él me llevó hasta tu casa”— replicóle la tía
—“Era un apoyo realmente? El tiempo lo diría: ¡No!”
—“Fue como yo sentíalo en aquel momento!”
—“...!No!..”
—“El cautivaba. Muchos deseaban poseer su encanto. Igualarlo. Hablar con el brillo de sus palabras. Copiar esa carga emotiva con la que proyectaba ideas nuevas. Pues su voz parecía enmudecer a todas las otras, en esos corredores universitarios cordobeses. Aún mismo bajo las viejas y antiguas arcadas jesuíticas”
—“Hoy día todo aquello ha terminado, mis horas de estudios son muy calmas"— expresó la sobrina
—“Hace diez años era todo emoción, y él brillaba dentro de aquellas asambleas de estudiantes, como si fuese su único orador. El monólogo se detuvo frente a mí callando de improviso, y yo quedé una tarde sola frente a él”
La evocación de aquellos días pasados hizo dispersar en ella, la joven y reciente viuda, todas las emociones anteriores. Y esbozó una suave sonrisa, como si recuperara la antigua.
—“¿Era un momento de gloria?”— insistió la niña
—“No. En absoluto. Pero me enamoré de él, casi de inmediato... Antes de pronunciar la primera palabra vi serenamente las figuras que se apartaban de mí. Del riesgo”
—“Aquello era de por sí solo, ya un mensaje”
—“Es cierto. Numerosos compañeros de estudios que en ese entonces yo tenía, hiciéronse a un lado de mí. Y lo advertí de inmediato. Tanto, como a las nuevas compañías que adquiría a su lado, en aquel momento”— admitió la tía
—“Asumiste plenamente el riesgo, con entereza”
—“Caminos que se abrían y caminos que se cerraban. Unos llegaban y otros partían de mi lado ¿Yo los dejaba o ellos me dejaban? Aún hoy no encuentro la respuesta, ni quiero escucharla. La primera fue mi hermana”
—“La conocí, pues llegó de Jujuy el día de tu boda. Fue el único miembro de tu familia que nos acompañó ¿Y qué te dijo ella?”
—“No retuvo las palabras, ella no iba a engañarme y expresó su pensamiento con claridad: “Tu futuro será incierto pues te has comprometido, no sólo con un hombre, sino también con una causa. Con el riesgo del combate. Pro como mujer, tienes la llave blanca en la mano”
—“¿Y qué le conteste?— preguntóle intrigada su sobrina
—“¡Creo en él! ... fue mi contestación!”
—“Pero ¿Qué es creer en un hombre? ¿Cerrar los ojos a todo el escenario que lo rodea? ...No basta— opinó la niña
—“Ya era un comienzo importante”
—“¿Cerrar los ojos? Tía, tus contradicciones me desconciertan”
—“Hubo falencia de mi parte. No palpé el peso de las frases de mi hermana, mayor que yo. Luego... quedé inserta en ese horizonte nuevo y distinto, que me fue envolviendo de a poco. Cuando hay riesgos muy grandes que correr, es necesario estar comprometidos con ellos de motu propio. Vivirlos por una misma. Y no por amor, por pasión, romance, como fue mi caso”
—“Entonces ¿Aceptas que no tenías convicciones propias?”
—“No en la misma medida que él. Deseaba acompañarlo. Pero es bien distintos ser soldado de una causa. Ni su brillo, ni su magnetismo, pudieron transformarme a mí en un soldado. Puesto que no lo llevaba en mi temperamento”— aclaró la joven viuda con certeza
—“¡Es un alivio! ... Lo menciono, por los niños”
—“¡Sus niños! ... Quienes hoy ya no tienen padre”— lamentóse la tía
La escena habíase tornado más expresiva, como si intentase colorear los vidrios opacos y blanquecinos de la ventana. La siesta brumosa comenzaba a desprenderse del silencio, y en el parque del Marqués de Sobremonte principiaron a perfilarse nuevos caminantes, protegidos de bufandas o ponchos de alpaca.
—“Nos hemos reunido en este día para un Juicio de Familia”— le recordó la joven
—“Es fácil juzgar sin juzgarse”— opinó la otra, también joven pero ahora viuda
—“Tal vez nadie pueda hacerlo con una justicia perfecta, lo admito, pero hay límites que nos ordenan para convivir, y esto es lo que yo le reprocho”— dijo la sobrina
—“El sólo intentaba buscar. O edificar un mundo nuevo”
—“¿Sin yo pedírselo? ¿También querías lo mismo?”
—“Yo sólo había querido amar. Incluso a su causa”
—“¿Qué siguió después?”
—“Era duro el momento. Exigente. Lleno de renunciaciones para una mujer muy joven y enamorada. Debía permanecer numerosas veces aislada, escondida, y él ausente, en su lucha. Me vi de pronto sola. Desde entonces caminé por mi soledad, volcándome en el abandono o la desesperanza”
—“Duro sin lugar a dudas. Nuestra familia los buscaba sin hallarlos”
—“¿No se puede amar serenamente? ...pregunté, imploré a las paredes que rodeaban, como única compañía”
—“Sin duda, no quedaba otra alternativa ”— acentuó la chica
—“Entonces comencé a preguntarme... Las flores de la naturaleza nos deslumbran, iluminan los churquis de la serranía agreste, colorean el yuyal ¿Deseamos conservarlas con nosotros, prisioneras? No. Nos gusta admirarlas. Gozamos con verlas allí, desparramadas por la Pachamama”
—“Bonita imagen, gozar de sus colores, sin causarles daño”
—“Fui hallando lentamente la debilidad de los actos, que dominaban a todos cuántos estábamos en aquel compromiso. Llegué a la esencia misma de cada uno de estos actos. Desmenucé sus mensajes. Juzgué yo también”
—“Lo presumía, pues te conozco bien”
—“Recordé lo acordes musicales más hermosos... y descubrí el abismo existente entre la belleza y la profundidad”— dijo la joven viuda con emoción
—“Mucho coraje el tuyo al cuestionarte”
—“Era necesario”
—“Todos tuvieron coraje, lo admito, puesto que arriesgaron su vida y su felicidad, su paz, su continuidad. Sé reconocer que había un sacrificio en todos ustedes. Pero no supe que dudaban o al menos, se autocuestionaban”— indicó la sobrina
—“Como en todo compromiso. En toda causa”
—“Sin embargo con ello no se salvó la paz de esta ciudad. Vi sus llamas, su angustia. Llenó mi infancia”
—“Y nuestra juventud”
—“Arrasó a mi familia, dividida en dos bandos”
—“No era nuestro propósito inicial”— declaró la tía dolorida
—“Pero fue la consecuencia final”— contestó la sobrina también dolorida
—“Porque lo profundo. Lo infinito. Lo que debía encausarnos en forma definitiva. Lo que podía redimirnos para lograr una sociedad creyente en nosotros... Faltó”
—“¿De qué manera lo percibes ahora”
—“La materia no estaba purificada. Era como un alabastro de la sierra que frotamos con nuestras manos por la superficie, y esperamos largo tiempo. El interior de la piedra continuaba inmóvil. Al mirarla, su luminosidad casi áurea manteníase entre las primeras vetas, pero de su centro no emergía la llama que pudiese convertirla en un solo fuego”
—“No era fácil lograrlo”
—“Y yo quedé sedienta. Mi anhelo se había frustrado”— aceptó la joven viuda
—“Sí, tía. Porque un encanto intangible te envolvió siempre. Una pureza. Fuiste la piedra de alabastro luminosa y translúcida, que contenía una veta de mineral precioso... colocada en el sendero de mi tío. Nosotros en la familia la vimos, y él no”
—“Dura como una buena Fiscal, es difícil continuar este Juicio de Familia, sin apenarse por él”
—“O por todo lo que él dejó a un costado”
—“Yo nada le reprocho, asumí esa elección al aceptarlo”— sostuvo una vez más la tía
—“Como gustes. Vamos a dejarlo allí, por ahora. Yo voy en este momento con mis papeles de apuntes hacia la Biblioteca Mayor... y volveré para la leche”
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No todo ha muerto, aunque los sueños rodaran al abismo. No todo se fundió entre las sombras monstruosas del olvido.
Hoy queda tu nombre, cuando la palabra enmudece. Cuando la música se convierte en un mar embravecido, queda tu imagen imborrable ... De un tiempo detenido.
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4 — LECHE
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Dos horas y media después la sobrina hallábase de regreso en casa, desde la Biblioteca Mayor, con las hojas blancas de papel liso llenas de apuntes en ambas carillas. Traía ese rostro serio y con mirada distante, que adquieren los lectores en aquel recinto de estudio creado en Córdoba por los antiguos Jesuitas.
Y allí estaba nuevamente frente a su tía, su contertulia, en la caldeada cocina de un día especialmente frío. Pero eran horas para ellas, cargadas de patetismo y remembranzas, imposibles de disimular. La leche tibia bullía servida por Clara, la sirvienta, quien también sentíase compenetrada de la situación en esa casa. Como intentando un consuelo, ella habíales preparado con cuidado unas tostadas de pan que colocó en la mesa junto a un frasco con dulce de leche.
El tarro con chocolate en polvo dispuesto en el centro de la mesa, con su cuchara lista para fraccionar ese cacao dulce, de acuerdo a cada comensal. Abundante para la sobrina, algo menos cargado para la tía, y poquísimo para los niños demasiado golosos durante todo el día. Los gurises alborotaban. Bebieron sus leches chocolatadas, rechazaron las tostadas, exigieron galletitas de coco, y salieron de allí. De esta manera una vez solas, las dos mujeres recomenzarían el diálogo:
—“A él le gustaban también las galletitas de coco. Y tomaba el chocolate de la tarde muy cargado en invierno”— recordó la tía
—“Tenemos gustos comunes, yo era su sobrina”
—“Me pareciera verlo en este momento. Como espiándome a través de los vidrios húmedos de esa ventana... Y oculto allí en la Niebla”
Expresó aquello con viveza la joven viuda, mirando hacia la opacidad exterior, en dirección a los vidrios empañados de la ventana donde un ánima penaba y revoloteaba, confundida en esa neblina de agosto.
—“¿Cómo fue posible que con tanto gusto por la vida, atentara contra la ajena ... y la propia?”— preguntó la sobrina
—“Es una forma de ver las cosas... esa opinión tuya”
—“¿Sabes que gateábamos juntos? Cuan largo era convertíase en un niño de mi edad, de apenas un año, gateando conmigo en la alfombra de la sala como si ambos fuésemos dos bebitos”
—“Tenía ese encanto”
—“¿Y por qué renunció a él? ¿O creyó que la guerra era otro juego?”
—“¿Y quién te dice que ésa no sea la explicación? Yo misma no lo pensé”— admitió la tía
—“Pero tuvo tiempo suficiente para palpar lo contrario... e insistió en ello. Coleccionaba siendo niño soldados de plomo y coches bomberos. Pero lo que él nunca imaginó cuando creció, es que en vez del jinete a caballo con casco dorado, iba a convertirse en el soldadito de plomo rengo, y arrojado al asfalto”— expresó con drama la sobrina
—“Hay algo que no podemos negar, niña mía. El creía en lo suyo y no se traicionó nunca a sí mismo, ni falseaba su postura”
—“No... no lo negaremos”
—“Quizás él no pudiera medir, por su juventud, la dimensión de los hechos y hasta dónde los mismos iban a llevarlo. Embarcóse en una contienda antes de haber vivido, experimentado. Y conocido mejor la naturaleza de la sociedad cordobesa, y los deseos de sus habitantes. Algo que ahora yo luego de diez años he palpado con esfuerzo, trabajando, ahorrando y dando de comer a los niños”
—“Eso hizo. El no se adentró nunca en los deseos cotidianos, pues ya estaba en guerra en contra de ellos, antes de conocerlos y vivirlos”— confirmó la sobrina
—“Es cierto ello. Todos cambiamos al adquirir responsabilidades. Nuestros anhelos ya no son más la expresión de nuestros sueños propios. Cambian nuestros deseos, pues éstos se convierten en las necesidades de quienes dependen de nosotros. Ahora esas imperiosas necesidades, son nuestros nuevos deseos”— admitió la joven viuda
—“Los deseos de una madre para con sus hijos. De un padre. De un abuelo”
La tertulia tornábase afable, en medio de la triste tarde nebulosa. Cada una de ellas presentía a la distancia, un amanecer distinto, pero aún faltaba mucho para concluir el diálogo.
Quizás ambas mujeres, una muy joven y otra menos joven, pero igualmente en plenitud, sentían a dúo la necesidad de una maduración real, firme.
—“El no alcanzó a sentir la evolución que va desde el enamorado, hacia el padre”— siguió insistiendo la tía
—“No tengo dudas, su presencia de padre siempre faltó en esta casa donde ambas vivimos”
—“Porque quedaría apartado de ellos en el momento de su nacimiento. Lo reclamaba la lucha comenzada. Y no veló sus gripes, anginas, vacunas, hambres ...como yo. No tuvo tiempo de hacerlo. Sus hijos fueron para él una ensoñación mágica, a quienes dedicaba poemas en sus cartas, que me llegaban viajando de mano en mano. Pues era peligroso para nosotros, recibir correspondencia por correo”
—“Los leí muchas veces”— confirmó la sobrina
—“Eran mi fortaleza en su ausencia”
—“Como asimismo enviaba pequeños paquetes con juguetes hechos por sus manos, autitos, camioncitos, avioncitos”
—“Preciosos, son artísticos. Allí tienes uno de adorno, arriba de la vitrina”— expresó la niña
—“Pero en su conciencia siempre fueron los gurises, producto de nuestra sensualidad, de una preñez surgida en delirio amoroso, que no llegaría para él a concretarse en un ser vivo. En un infante que llora y mama, corre y cae. No alcanzó a vivirlo. Sólo pensó en una nueva sociedad para ellos”
—“Idealismo puro”
—“¡Pero de amor!”
—“¿No era idealista también Robespierre?”— interrogó la sobrina
—“Lo era y se le llamó: El Incorruptible”
—“¡Cuánto peligro hay en las ideas puras!”
—“Fue la revolución que se escapó de sus manos en forma incontrolable y lo guillotinó al final ... pero aún así no se corrompió”— insistió la tía
—“¡Entonces es un abismo!”
—“Sin tregua ni retroceso”
—“¡Apartemos para siempre ese cáliz!”
—“¿Crees niña que yo tengo los ojos tapados?”
—“Así es, tía ¿Acaso no estamos evocando a un guerrillero muerto que trajo muerte?”
En ese momento pusieron cada una de ellas, la mirada en el rostro de la otra. Y tras el vidrio del ventanal, un sutil movimiento entre el manto de neblina, parecía corresponder sus pensamientos.
—“El no supo nunca de esta sobrina que creció, y quiere triunfar en la profesión de medicina, para aliviar enfermedades. Nunca lo pensó, pues desechó y dejó sus estudios, buscando la violencia”— opinó nuevamente la más joven
—“No lo pensó en forma directa. Lo arrolló, como a todos los estudiantes que estuvieron junto a él al comenzar los 70. Era pasión por una idea. Amor. Desechaba, eso sí, los éxitos personales ¡Ese era su idealismo!”— respondió la tía
—“Tampoco pensó en sus hijos que cuando crezcan querrán sin duda, lograr un techo propio, nacido de su progreso”
—“No. Se fue ignorando muchas cosas, es cierto. Lo admito”
—“¿Lo admites?”
—“Por cierto. Saltó de golpe a mi vista, luego de ser madre. Y me alejé así de ellos, del grupo, y su compromiso con una causa...”
—“Una decisión tía, que nos sorprendió”— recordó la niña
—“Te explicaré, niña. Hoy veo a los profesionales encerrados muchas horas en sus estudios. O a los científicos en sus laboratorios. Los pintores pacientes en su atelier, pincel en mano. Los ceramistas en su taller, con las manos entre arcillas y esmaltes. Los músicos en su sala acústica. Los comerciantes empeñados en distribuir mercadería, corriendo con el riesgo de traslados y sueldos. Los estancieros alimentando y ordeñando vacas. Los chacareros sembrando y esperando lluvias. Los veterinarios haciéndose responsables de la hacienda. Los agrónomos de la semilla. Los industriales de la producción... El no lo vio”
Como si un llamado tras la ventana llegase a sus oídos, la tía se levantó dirigiéndose a ella. Y colocó allí su rostro contra los vidrios empañados y llorosos por la Niebla. El tránsito afuera habíase reanimado debido a la hora, cubriendo al Paseo Sobremonte de una nueva multitud. Cual si con ello pudiera recrear las antiguas tertulias del Marqués, para aliviar esas frías tardes de agosto que preludian por anticipado, a la Tormenta de San Rosa.
—“El no vio esa pesada carga. El riesgo que asume a diario la sociedad... Pero sin embargo, fue honesto. Fue honesto consigo mismo, conmigo cuando me despidió para no involucrarme en hechos irreversibles, también con sus compañeros adicto ¡Y por ello murió!”— dijo motivada la tía
—“¡Murió también mi padre! Un médico de Urgencias. Cuando intentaba levantar heridos en un enfrentamiento, pues cada vez que miraba el rostro de un caído creía descubrir a su hermano. Este temor le hizo exponerse demasiado y cayo sobre él una granada desde el bando guerrillero”— contestóle rápido la sobrina
—“No lo he olvidado, pues te acompañé en esos días, ya que vivíamos juntas. Ya ninguno de los dos hermanos, tan opuestos en la vida, vive más”
—“Ninguno de ambos hermanos. Una familia quebrada”
—“Y los que quedamos, con la juventud golpeada entre tensiones y desencuentros, hemos comenzado a tejer la tela de otra manera”— sostuvo la joven viuda
—“Se hace imprescindible”
—“¡Que tu generación sea más exitosa que la mía! Es mi mejor deseo para ti... Cuándo los 80 finalicen ¿como serán ustedes? ¿Qué pensarán? ¿En cambios totales como nosotros? ¿O en la continuidad, como los abuelos?”
—“En Córdoba, la docta, que mucho ha sufrido en esta década”
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¡Treinta años tendré y tres que no te veo! Treinta años serán, y vendrán otros más, con nuevos goces y nuevos huracanes.
Años que pasarán sin poder ver más, tu boca fresca, y esa claridad de tu mirada llena de incalculables fantasía.
Años que pasarán sin poder percibir ya, esa aroma a virilidad que emanaba de tu cuerpo. Sin volver a palpar más, la piel tersa de tus largas manos, que parecían envolver al mundo y la vida... ¡Treinta años tendré, sin ya poder tenerte a mi lado!
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5 — MAZAMORRA
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—“Te vi salir, tía, luego de la leche y me puse alegre. Es bueno, pues hay que seguir viviendo”
—“Seguiremos todos. Pero no era un paseo de alegría sino de remembranza”— contestóle la mayor
—“¿Cómo es ello?”
—“Sí. Tomé el camino hacia el Parque Sarmiento, cuesta arriba, adonde solíamos encontrarnos él y yo, rodeados por todos los otros estudiantes”
—“Tu vena nostálgica. En este día de Niebla, no sería el mismo escenario”— pensó en voz alta la sobrina
—“Por el Coniferal. Allí están aún los rosales, pero ahora desnudos por el invierno. El césped seco y extendido en un solo color amarillo. La Rueda del Mundo, quieta e inmóvil desde hace tiempo. Niebla. Caminantes... Pero él ya no está caminando a mi lado, ni nunca volverá a estarlo”
Clara había servido la mazamorra tibia del atardecer. Macerada desde la noche anterior, pisonada y espesada con un palo redondo. Luego hervida con una pizca de bicarbonato con sal, y servida en tazones. Sobre la mesa colocó leche fresca para agregar a la mazamorra, pero sin nada de azúcar. Ella disponíase a partir hasta el día siguiente, luego de haber terminado su trabajo diario con aquella familia.
Atardecer. Hora del repliegue para los niños pequeños. Hora que recordaba, en este día de recuerdos, al rosario y la tertulia tomando mazamorra en las viejas estancias. La hora en que en tiempos de antaño, luego de esa ceremonia de la mazamorra, el Marqués de Sobremonte paseaba por una Córdoba Colonial reedificada por él. Hora en que sus antecesores, los Jesuitas, reunían a su alumnado junto al tazón con mazamorra, para especiales pláticas.
Atardecer. Hora en que el citadino cordobés toma la calle, se instala y conversa en un café. La hora en que las jovencitas y los jovenzuelos lucen sus modas. Mientras que los universitarios, sus ideas. Los bohemios, sus creaciones.
Hora ahora añorada por un ánima flotante, en su forma transparente, vigilando la ventana donde una tía y una sobrina platicaban. Pero sin poder penetrar en la intimidad de esa casa, que fuera suya, pero que estaba ahora separada para siempre de él.
—“El que se fue con orgullo, tía, no debe volver como un mendigo. Menos aún como un muerto”
—“¿Por qué tanta dureza, niña? Siendo que eras sus sobrina”
—“Porque creo que la forma de vida que él eligiera, fue culpable de la muerte de mi padre”
—“No podemos precisar quién de ambos hermanos fue víctima y cuál el victimario. Pensaban distinto pero nunca en los hechos se midieron”— le respondió la joven viuda
—“La muerte de mi padre fue anterior a la suya, y él fue en todo caso quien arrojó la primera piedra”— contestóle enérgica la sobrina
—“Sin proponérselo, aquello sucedió tal como dices”
—“Mi padre fue la primera víctima en esta familia, y yo la primera huérfana en ella”
—“Aún así, niña, no se contemplan las razones que llevaron a esta lucha... donde todos hemos perdido”
—“Sí. Todos”
Clara se despedía en aquellos momentos, mientras los pequeños jugueteaban en derredor de sus camas. Hallábanse ya lavados y con ropa de dormir, pero aún no los dominaba el sueño.
—“Lo has recordado nostálgica, toda esta tarde caminando solitaria por el Coniferal bajo la Niebla... Pero ése es un recuerdo demasiado lejano, inicial, de hace diez años ¿Y los más próximos? Hubo un tiempo posterior con boda, donde convivieron y nacieron dos hijos”— le planteó la niña
—“Lo hubo. Aún compartíamos la casa, las ansias... quizás también la aventura”— aceptó la viuda
—“Pero estabas corriendo un inmenso riesgo, y se lo hacías correr a estos gurises que ya habían nacido”
—“Me di cuenta y tomé conciencia de ello. Pero aún no corríamos un peligro amenazante y yo no quería dejarlo solo. No debía hacerlo, en medio de la contienda iniciada”
—“¿Era necesaria tanta aventura incierta, cruenta, fatigosa, dolorosa?”— le increpó la sobrina
—“Así lo creíamos ...¡Pero yo salvé a mis hijos!... Y me aparté. Es decir, decidí cerrar esta casa para todos sus encuentros, ya que era casa propia comprada por mi familia, temerosa de que yo no tuviese un techo seguro”
—“¿Y qué vendría después ... según todos ellos?”
—“Una nueva sociedad, diagramada desde abajo”
—“Desde cero ¿Pero habría paz?”— insistió la niña
—“Hoy día lo he pensado mucho. Calculo que no. Eran demasiadas oposiciones en una lucha inacabable que creímos corta”
—“Realidad que superó sus expectativas”
—“Fue lo cierto, lo real, lo inestable, lo tenso e intenso de nuestra situación. Así fueron nuestros últimos tiempos juntos”
—“¿Preocupantes?”
—“No. Aún pensábamos en vencer. Pero él de pronto, optó por permanecer en silencio. Yo, en esos momentos, comencé a encarnar el monólogo, que antes fuera suyo. Cada gesto mío penetraba en su mirada”— recordó la joven viuda
—“Era un cambio indicativo, que él asumió haciéndose cargo de la situación creada ¿Cómo era el estar diario?”
—“En esta misma casa. Los días eran una continuidad de situaciones comunes en todos los hogares. El mantel se extendía sobre la mesa. Mis caricias eran suaves. Un toldo cubrió el patio de las inclemencias del verano. Cambié las copas del almuerzo. Un color nuevo iluminaba las paredes. El primer niño nació y en seguida el segundo”
—“Un hogar con todas sus secuencias. Me alegra saberlo, por los niños”— comentó la sobrina
—“Sin embargo su frente altiva, pareció fruncirse. Y su mirada adquirió un tono sombrío”
—“Percibía los malos presagios”
—“Es posible. Pero aún nos negábamos a admitirlo”— sostuvo la tía
—“¿Qué hablaban? ¿Cuáles eran los diálogos?”— insistió la chica
—“Ya no había. El había enmudecido. Yo, en esos tiempos últimos, sostenía el monólogo”
Los ojos de la tía se hundieron en una lejanía casi impenetrable, dejando a su sobrina con la sensación de haberse separado de ella, en el espacio y en el tiempo. La brisa gélida del ventanal pareció golpear contra los vidrios, casi como en golpe de nudillos, haciendo que ambas mirasen hacia el exterior lleno de Niebla. El ventanal sólo ofrecía una visión obscura, nubosa, impenetrable, donde un ánima en pena vagaba e intentaba comunicarse con ellas.
—“¿Y cuál era tu monólogo?— preguntóle la chica
—“Sencillo. Intentaba dar forma a la pareja para lograr continuarla, a pesar de la situación insegura en que vivíamos”
—“¿Puedes reproducirlo?”
—“Sí, decíale ...“Al entrar en nuestra casa debes olvidar al mundo de afuera. Nuestra lucha es una historia más que rueda por el mundo, en este siglo caótico. Toma un dulce de esta caja”... era mi consigna cuando él estaba de regreso y lográbamos quedar solos”— recordó la joven viuda
—“¿Lo aceptaba?”
—“Con dificultad. El estaba jugado en su empeño. El tiempo transcurrió. Mis ojos recogían ese presente breve, palpado con los dedos”
—“Era muy poco para todo el amor inicial”
—“Poco y escaso. En el exterior nuestro, una energía movía a los seres, pero yo ya no la veía. Su existencia nunca me fue desconocida, pero la había dejado desde el comienzo lejos mío. Me hallaba en mitad del camino”
—“Hallábanse ya ambos, muy lejos del mundo real”— dictaminó la sobrina
—“Una atmósfera irreal para los otros, pero real para nosotros en ese entonces”— admitió la tía
—“Es el ensueño de las ideas puras”
—“Lo fue. En nuestros corazones volvióse una “nada” todo el escenario cotidiano de la ciudad que anhelábamos transformar algún día. Habíamos plantado una semilla y vimos sus primeros brotes, con esto nos contentábamos. Habíamos cubierto sus gajos de ternuras, pensamientos, pasiones, iras y alfombras”
—“Pero esa floración que los rodeaba resultó estéril”— opinó la chica
—“Creo hoy día que así fue. Ese conjunto floral no estaba alimentado por la interioridad más íntima, la que mantiene la fe y que se esconde en el centro del espíritu. Advertimos tarde su ausencia, cuando ya estábamos en aquella gesta y no podíamos retroceder, a modo de corregir los pasos anteriores donde asomaban las deficiencias. Allí nacieron las dudas”
—“¿El pensó en hacerlo?”— quiso saber la sobrina
—“Nada puede hacer un soldado solo, debe continuar”
—“¿Persistía en ustedes el mismo amor?”
—“No... Las dudas e incertidumbres en el devenir, debilitaron el primer fuego. Tal para la contienda, lo mismo es para el amor. El beso fue transformándose en un eco moribundo y su fin llegó, lentamente, sin prisa, pero sin retroceso”
En aquella evocación que llevaba impresa desilusiones pasadas, la joven viuda adquirió un aire desorientante. Por un momento, su melancolía iba a ser reemplazada por un aire desdeñoso. Como nubosidad nueva en medio de la nostalgia preexistente. Luego volvió a decir:
—“Cada actor, niña mía, conoce el tramo de su papel. Pero una parte recitada con sinceridad puede reconstruir la obra”
—“Eso mismo creo, tía, y te lo agradezco”
—“No es vano para mí, este recordatorio”
—“Lo conociste un 21 de septiembre de 1969, en el Día del Estudiante, entre flores y guirnaldas cuando despuntaba la primavera. Después se citaban en el Coniferal... ¿Pero qué derecho tuvo él, de rodearte a partir de allí, con víctimas y victimarios de guerrilla?”— interrogóle la niña
—“Lo acepté. Quise unirme a su destino, y me fue fácil al principio”
—“Una facilidad engañosa”
—“Lo advertí más adelante, cuando fui madre, cuando mi familia me ubicó en esta casa. Cuando retomé los cursos de la Universidad”— confirmóle su tía
—“Porque recobraste la posibilidad del hogar, que necesitaban los gurises”
—“En aquellos últimos tiempos que convivimos, fui comprendiendo la intensidad de nuestros temperamentos y sus divergencias. La distinta fuerza de entrega. Las motivaciones de su causa ... y mis motivaciones”— aclaró la reciente viuda
—“Eras un ser vivo, no podías ser sólo su papel carbónico”
—“La agudización se puntualizaba: Yo no era un soldado. Nunca llegaría a serlo”
—“Lo veo claro ¿Y él?”
—“La ciudad ya le era estrecha. Sobrevinieron entonces las primeras ausencias largas. Originadas por desplazamientos impuestos por la acción, que escapaban a nosotros. Ya no dirigíamos nuestras vidas”
—“El impregnó de asombro tu existencia, con su complejidad ¡Por ello lo amabas! Es como si hubieras querido con él, dar la espalda a tu vida protegida anterior, en Jujuy con tu familia. O sobreprotegida. Pero ... ¿Es valioso acaso el infortunio? ¿En la zozobra hay genio?”— preguntóle la más joven
—“Trato de recordarlo ... me es doloroso. Fue triste nuestro mutuo destino. Teníamos una lámpara de cristal en la mano y la dejamos resbalar contra el suelo. Fue una tarde. El sol se había puesto.
Ambas miraron hacia la ventana donde la calle en brumas, ya vespertina, dejaba entrever el brillo sinuoso de los faroles, debido al zigzagueo de ellos. Algunas bocinas de autos llegaban desde el exterior anunciando el final precipitado de aquella jornada.
—“Ausencias, regresos, todo sobrevenía en forma constante. También reproches, cuando aún queríamos conservar intacto el cristal. Pero de igual modo fuimos cayendo en la frialdad. Llegó el adiós”— recordó la tía
—“Era imprescindible, por tus hijos, por su preservación”
—“Así lo creí yo y él lo aceptó. Había que proteger y salvar lo que recién llegaba a la vida y tenía derechos propios ¿Puedes verlo? Estoy aquí frente tuyo y mis hijos en la cama. Pero ¿Y él?”
—“El eligió”— sostuvo la niña
—“Esa atardecer del adiós me dijo: “Mi lucha está más allá del dolor”... Y era sincero como siempre. Cumplió consigo mismo en todo momento”
—“¿Esperaba llegar hasta el final de su empresa?”
—“Estoy segura. Nunca consideró perder. Pero concluyó diciendo: “Debes quedarte y no esperarme más, por el riesgo que eso implica. Fue un error hacerte compartir esta lucha. Yo me he engañado” ...Y se alejó por aquella puerta, tal como si aún lo viera partir”— recordó dolida la tía
—“¿Engañado? ¿Qué buscaba?”
—“La comprensión. O un rescate. Ir juntos en la misma lucha”
—“No podías rescatarlo de nada, pues tu energía era sólo humana y femenina”— le observó la sobrina
—“La buscó en la luz de mi humanidad. La mujer es la paloma mensajera para el hombre”
—“Acepto la idea, dentro de una energía propia. Pero no más allá de ese límite, pues otra cosa es imposible”
—“Sin duda. Pero hoy, ahora, en este momento, me encuentro en el fondo de un foso donde el día se eleva lejos de mi mano. Lo vi entonces, y lo veo aún dirigiéndose hacia esa puerta de entrada a nuestra casa, para partir por última vez. Detrás de ella, ya no podría retroceder más, ni salir con vida”
—“Tus brazos son como ramas frescas azotadas por un vendaval. Pero están vivas y vitales aún. Espero, tía, mostrarte la verdad”— concluyó con fuerza la niña
Los gurises en el dormitorio, aún desvelados, saltaban sobre las camas como última parte de su juego. El más pequeño asomó pícaro su rostro por la puerta, pero se le ordenaría ir hacia la cama a toda prisa.
Pero la criatura ignoró aquello y acercándose a la ventana señaló con su dedito hacia uno de los vidrios del ventanal, obscuro por la Niebla, sin emitir palabra alguna pero gesticulando. Su escaso vocabulario, de pequeño infante, impedíale explicar aquello que él veía allí. Como no obedeciera, fue llevado en brazos hacia la cama.
—“Parecieran ellos ignorar todo, y comprenderlo a la vez”— opinó la madre
—“Era su padre, aunque nunca lo tuvieran realmente”— expresó la sobrina
—“En su despedida de ellos, los niños estaban dormidos cuando él se acercó a sus cunas para besarlos, por vez última. En aquella tarde del adiós un silencio absoluto nos envolvía, y él transpuso la puerta para ya no volver. Ambos sabíamos, lo que la entrega total a la causa, involucraba”— recordó la tía
—“Todos lo sabemos”
—“Era el final, ya no había más palabras entre nosotros”
—“Un final anunciado”
—“Sí, pero difícil de sobrellevar. Yo estaba en el llano, mientras él peregrinaba entre escollos. Las juventudes rebeldes como él, le ofrendaban tesoros a lograr. Su familia le imploraba descanso. El buscaba respuestas cuando nos conocimos. El peregrino se extasió ante la serenidad de mi llano. Pampa y Puna... lisas. Y vino a mí tendiéndome los brazos”
—“Pero era un rebelde, difícil aquietarlo. Imposible”
—“Traía agitada la mente, revuelto el cabello, los párpados cubiertos de polvo. Excitado y cargado de emociones en esa tarde de septiembre, donde comenzaba la primavera, dejaba traslucir su belleza varonil de finas facciones, ocultas en el desorden de su atuendo rebelde. Su atracción sobre mí fue inmediata”— confesó la joven viuda
—“No te sería posible cambiarlo”
—“No. Ni deseaba hacerlo. Lo llevé de mi mano bañándolo de llano. Pero cuando era llegado el momento de elevarnos hacia alturas, mi serenidad no le fue suficiente. Y yo que tenía más fuerzas porque no había sangrado, me quedé suavemente en mi llano. Siempre igual: plano, presente, tangible, teniendo por superficie una gasa incolora y calma”
—“Ese es tu encanto, lo que me retiene a tu lado”
—“Mientras que él estaba de pie, aguardando, con la mirada abierta hasta agotarse. Sus ansias no fueron colmadas y un círculo de agonía lo fue consumiendo”
—“¡Tía! ... Ya vivieron ... ¿Qué hizo él de mejor?”
—“Me mostró un día el Coniferal lleno de rosas”
El crepúsculo imperceptible, invisible debido a la Niebla, dejaba ya la ciudad. Córdoba adentrábase en la noche. Ya no escuchábanse los gallos de antaño ni las campanadas de hogaño. Pero sí numerosas sirenas de patrullas policiales, intentando poner orden en esta urbe convulsionada. Era una ciudad mediterránea caída en el desorden, pero a la cual había que terminar de ordenar.
Cada hogar tenía su anécdota. Cada familia, sus compromisos. Numerosos habitantes enfrentados entre sí, a los que era necesario reconciliar. Pero aún así, aquel anochecer de agosto previo a la Tormenta de Santa Rosa, o en su preludio, había concluido para unos y otros en forma inclaudicable. Con todos sus aciertos y desaciertos. Sólo el devenir podría disponer de sus resultados finales.
—“Nuestra soledad fue común. No compartíamos las mismas necesidades de lucha tenaz, y nos distanciamos”— dijo tras un silencio la tía
—“No es para todos seguir peleando en una batalla perdida”— opinó la niña
—“Creo hoy que nuestro amor vibró con intensidad, pero sin condensarse. Como una semilla plantada sin fructificar. Hace falta quitarse todas las máscaras... ¡Quizás él se la quitó!”
—“Ya no importa, tía. Mi abuelo y mi padre quedaron en el camino, mucho antes que él. Pero nosotras dos todavía estamos aquí ¡Preservémonos!”— pidió la sobrina
—“¡La máscara! Quizás la llevemos puesta todavía”
—“El camino es otro: Resurgir detrás de la Niebla”
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Por el Coniferal... hoy pasé, me llevaron...
Los árboles desnudos. El frío sol de agosto que moría.
Bajo un cielo pálido de Niebla. El césped amarillento y sombrío.
Los rosales sin rosas, y con todo mi cuerpo fatigado
Por el Coniferal... hoy he vuelto, sin pensarlo...
Por aquel viejo camino, al final del invierno
¿Cuánto tiempo hacía? ¿Cuánto tiempo ha corrido?
desde mi anterior pasada
El tiempo que durara esta agonía, ha pasado
sin haber cambiado nada:
Los árboles carolinos. La Rueda del Mundo.
¡Nada ha cambiado! Mas el ser con quien fui la vez pasada
¡Ya nadie lo verá más en la vida!
Por el Coniferal, hoy yo he vuelto a pasar...
¿Y ellos? ...Los otros caminantes
¿Acaso imaginaban?
El terrible recuerdo de mi amado.
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6 — CENA
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La cena a las diez de la noche fue frugal y rápida. El comedor no estaba demasiado frío ni caldeado. Ambas amigas, ambas mujeres, tía y sobrina, comieron con prisa y mutismo como si ese silencio evidenciara un agotamiento de recuerdos. O al menos, un deseo de pausa.
Los niños iban ya por la segunda hora de sueño, dejando toda la casa en paz completa y absoluta. Sólo algunas bocinas perdidas de automóviles llegaban desde el exterior, para recordar la existencia de una urbe mediterránea, en los años últimos de su conflicto armado.
—“Es hora de dormir, tía, pues yo debo levantarme mañana muy temprano para preparar un parcial. Evocarlo es ya una tortura inútil. Además no debes olvidar tus horas dolorosas”
—“Sí, niña, pero él fue centro de mi vida. Desde ese momento las acepté sin sopesar las dificultades. La incertidumbre. El temor a la tragedia que le aguardaba. Y que ambas, preveíamos”
—“El debió seguir un derrotero propio desde el comienzo, ya que lo había elegido para sí. Pero sin arrastrar a nadie por su camino”
—“Es posible, pero el amor es una fuerza que no contempla temores. Sigue adelante, entremezclando una hermosa euforia con dolores”— se explicó la tía
—“Comprendo. Recuerdo a mi tío, su alegría era encantadora. Pero también era presto de caer en las iras. Y luego olvidaba todo, como si los demás pudiesen hacerlo con la misma rapidez ...¡La vida tiene que ser alegre!... Puede serla”— contestóle la sobrina
—“Niña, deja de invocar las palabras. El término es sólo un dibujo del alfabeto. Un sentimiento dulce, sencillo, tiene más fuerza. Puede ser imponente”
Volvieron a quedar en silencio. La atmósfera exterior empañaba los vidrios con una espesa capa de Niebla. Los faroles del Paseo Sobremonte emergían con luminosidad fantasmal, como deseando acompañar la sobremesa de la tía y la sobrina.
—“La semana se vuela cuando uno estudia”— comentó la más joven intentando cambiar la conversación
—“La semana es larga, en cambio, cuando se está en la espera de alguien o se viven días penosos”— contrapuso la viuda
—“Tu espera a terminado, tía, porque ya no hay más motivo para ella. Y la pena más adelante, pasará al olvido, con toda la guerrilla y la represión, al mismo tiempo”
—“¿Cómo dices?”
—“Aquéllos que venimos hacia delante tenemos ese derecho”— sostuvo fuerza la sobrina
—“Visto así, tienes ese derecho... Pero yo he vivido estos años en una espera lenta. La mañana. La siesta. La tarde. El atardecer. La noche. La medianoche. El amanecer. El aura ¿Vendrá de verdad un devenir?”
—“Siempre vino, tía, y hubo generaciones nuevas. Tus hijos te lo demostrarán”
—“La vida, niña, se desliza tenue en un color. En uno solo. En dos colores se encrespa. En todos los colores juntos ¿Será igual? ¿O se apaciguará nuevamente?”
—“Pensemos en las caminatas serranas, donde a mitad del camino la ruta pareciera más empinada. Luego de pronto, se percibe el final... y llega la esperanza. Se alivian los músculos con sólo verlo aún antes de alcanzarlo”
—“Sí ...dices bien. En la mitad del camino, que es el más empinado, hay que tomar la decisión. Se regresa o se llega al final ¡Creo que él lo hizo! Y ello justifica su muerte para él mismo”— concluyó la joven viuda
—“Lo reconozco. Yo no estaré de acuerdo con sus consignas, mas no se amilanó a mitad del camino. Es como la sumatoria de los colores”
—“Sería lástima olvidar un color. Abandonarlo... ¡Alcancémoslos a todos! Abarquemos toda la gama que contienen los pétalos. Ellos se extienden hasta nosotros para expresar bien el amor”
—“Subamos al dormitorio, tía, nos hace falta dormir”
—“Pues será una noche de insomnio para mí”
Ellas fueron apagando las luces de la planta baja y al subir por la escalera, que rechinaba por el clima húmedo en extremo, la madera del ventanal pareció crujir desde afuera, como llamándolas, inútilmente.
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Primera soledad. Primera sensación de abandono. Bajo un cielo gris y dolorido, llena de pensamientos, vi partir un ideal y comprendí sin saberlo que era el fin de un pasaje de mi vida, en aquel adiós prematuro de mi amado.
Segunda soledad. Segunda sensación de abandono. En este día me he sentido deshecha de dolor y compasión por nuestro corto destino. En este día de Niebla me he despedido del amor, de la alegría, por el adiós definitivo de mi amado.
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7 — TRASNOCHE
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—“¿No puedes dormir? Oí cuando te levantabas. Mi sueño esta noche es también frágil”— preguntóle la jovencita
—“Te dije porque me conozco: ésta es una noche de insomnio para mí”
—“Pero ya han sido muchos tus insomnios durante estos últimos tres años”
—“Hace tres años fue un adiós prematuro y me despedía de él sin saberlo, en forma definitiva”
La sobrina sentóse junto a su tía, ambas en batón, dominadas al mismo tiempo por el insomnio. Una cafetera caliente emanaba su fuerte perfume y la tía sirvió otro pocillo para la recién llegada.
Tras los vidrios totalmente empañados por la Niebla, veíanse los faroles del paseo que emitían una luz difusa, mientras una lucesita más pequeña y zigzagueante parecía querer traspasar ese límite infranqueable de la ventana cerrada. El ánima penando volvió a contemplarlas juntas, en unión indisoluble, frente a las dramáticas circunstancias de quien era su principal protagonista.
—“Esta es una noche larga y cansadora, deberías haber permanecido en cama. Es una vigilia inesperada luego de habernos las dos acostumbrado al mutismo, en relación a su persona”— expresó la sobrina
—“Ambas conocíamos nuestras mutuas reflexiones, de modo que llegaría el momento para hablar de él”
—“Es una noche muy larga, tía, luego de una lenta lejanía. Pero lo debes observar de otra manera”
—“¿De cuál manera?”
—“Con altivez, sin bajar tu cabeza. Con la gracia que cautivaste a toda mi familia llevando tu estilo garboso, elegante, de fina joven jujeña, del cual él se enamoró”
—“No era propio, sino heredado por la educación familiar”— contestó la joven viuda
—“Es indispensable que lo recuperes, para enfrentar este momento sin abatirte”
Las dos mujeres cerraron por el momento su diálogo, y la menor dirigióse hacia la pileta para lavar las tazas de café que ambas habían usado. La cocina estaba tibia pero un aire muy fino y gélido entraba por la banderola. El Paseo Sobremonte reposaba. Los niños continuaban durmiendo.
—“El destino no se apiadó de nosotros, de nuestra generación”— expresó la tía
—“En cambio yo veo que él no se apiadó de ti. Se alejó hace tres años sin volver la cabeza, abandonando un hogar que él mismo había fundado. Y todo ello para deambular con su utopía trágica”— replicóle nerviosa la sobrina
—“”Utopía”, fue la obra maestra de Santo Tomás Moro... ¿Por qué la usas en expresión peyorativa?
—“Por ignorancia ... Por falencias ... Por las mismas limitaciones con que ustedes enfrentaron a una sociedad cordobesa con cuatro siglos de experiencia”
—“Es buena respuesta, niña”
—“Yo sólo quiero proteger a estos niños que duermen arriba, y ser tu mejor amiga. Brindarte una amistad útil para superar este día, y su doloroso recuerdo del amor”
—“Es mucho y demasiado, niña mía. Debo tenerlo en cuenta cuando te escucho y me duele ver, que lo juzgas a él con total rigidez”— aceptóle la nueva viuda
—“Soy la Fiscal”
La sobrina se levantó de pronto creyendo advertir un sonido procedente de la planta alta. Acercándose a la escalera agudizó su oído.
—“Aún duermen. Estuvieron despiertos hasta muy tarde”— dijo regresando junto a su tía
—“Hay que dejarlos, es medianoche. Ellos necesitan vivir. Han nacido en medio de la muerte y deben representar a la vida. Al devenir. Y mi amor les será incompleto algún día”
—“Una nebulosa te envolvió durante estos años, tal como la Niebla de la calle. Pues debe terminar... ¡Basta! ¡Vive!”
—“No puedo apartar de repente al mundo que me envolviera durante diez años, y en especial estos tres últimos, con sólo desearlo”— explicó sentida la tía
—“No de repente, pero sí desde ahora como recomienzo tuyo”
—“El estuvo en mi vida, presente o ausente, abarcando todo mi escenario. Fue mi elección y nadie me había obligado a ello. Así era mi deseo desde que lo conociera”
—“Pero él se apartó de su hogar. O al menos privilegió la causa. La lucha”— insistió la chica
—“Pues sí... la vida de familia le resultaba estrecha. Todos lo supimos siempre. El necesitaba un horizonte abierto, sin puertas ni ventanas”— confirmó la tía
—“El hombre debe abrir esas ventanas y el aire entrará a raudales. La mujer también es su niña”
—“Cada uno llevó su parte y vivió de acuerdo a su comprensión. Nada vuelve atrás. Sin embargo algo queda de este sendero compartido: Sus hijos. Y además mi propia vida que se encadenó a él, voluntariamente”
—“Tu vida convulsionada por él, y que debe resurgir entre las tablas enmohecidas de una demolición”
Ambas callaron. La sobrina volvió a levantarse, preocupada con ciertos ruidos sobre la escalera. Los siguió escuchando por un largo rato, hasta que éstos dejaron de hacerse sentir.
—“¡Tía! ¡Olvida todo! Tus hijos despertarán con el alba y habrá un nuevo amanecer en esta casa”— expresó la sobrina con emoción juvenil
—“Amanecerá sin duda. Tu energía es una redención. Pero los niños irán con prisa hacia su destino, y mi amanecer les será más adelante como una estela de sus costados”
—“Amanecerá... cuando te desprendas realmente”
—“Es difícil desprenderse cuando no hubo una despedida real, definitiva... Yo la esperaba”— recalcó en su dolor la joven viuda
—“Pero sí la hubo...”
—“¿Cómo? ¿Cuándo?”
—“Una tarde, estando yo sola... hace dos semanas. Tocó el timbre. Abrí pero no lo reconocí. Estaba muy cambiado y tuvo que decirme su nombre, pues yo realmente no sabía quién era ¡Mi tío perdido en el marasmo... aquí frente mío!”
—“¿Y por qué me lo has ocultado hasta ahora?”
—“¿Sabes que con sólo treinta y cuatro años ya tenía canas? No lucía más su bello cabello rubio alborotado. Sus ojos azules eran más pequeños y el rostro muy enjuto marcaba los huesos del rostro”— comentó con dureza chica
—“¿Qué derecho tenías para ocultármelo?”— insistió la tía
—“Tuve miendo. No se le reconocía. Era la sombra de aquél que fuera en su plenitud alegre y vital”— defendióse la niña
—“No era motivo para que yo desconociera su llegada a la casa. Para que creyese dolida, que realmente él se había alejado sin volver nunca la cabeza hacia mí”
—“Cuando me dijo su nombre sentí una honda pena. Sí, tía”
—“¿Por qué decidiste lo que yo debía saber o desconocer por cuenta tuya? ¿Acaso le cerraste la puerta?”
—“No ...¡Eso no!... El se negó a entrar conociendo su situación, como último gesto de buen hombre. Sólo quería verte y no te halló. Tampoco a los niños que estaban en la escuela”
—“Me has estado sobreprotegiendo, como antes el fuera sobreprotegido por su familia. No es bueno, niña”
—“El que se fue con orgullo de hombre exitoso, no debe volver como un fugitivo ...es mi forma de pensar”
—“¿Y quién puede decidir o dominar su destino, por mucho tiempo?”
—“Era la destrucción de un mito. De la fantasía que él mismo había forjado”— sostuvo otra vez la más joven
—“Aún así... No estabas en tu derecho al ocultarme su regreso, aunque éste fuese de un instante. El volvía por mí”
Un silencio, un vacío, parecía envolver a las dos amigas. Los ruidos de la escalera ahora eran más intensos.
—“Es la gran humedad de este día que hace crujir las maderas”— opinó la tía
—“Recuerda siempre que nada lo colmó, era un buscador insatisfecho. Se condenó él mismo a la tragedia”— expuso nuevamente la sobrina
—“Ello no te autorizaba a controlar sus mensajes”
—“Era un riesgo inútil”
—“Yo debía decidir. En todo caso ya lo había puesto de manifiesto anteriormente. Por nada del mundo haría algo que pusiera en peligro a mis hijos”— sostuvo la tía
—“Aquí vino al final”
—“Lo sabía. Lo sabíamos... Era ésta una despedida final. Pero decidiste por tu cuenta lo que era bueno o malo para mí”— continuó en reproche la joven viuda
—“Creí hacer bien mi papel”
—“¿Acaso no me dijiste hace poco, que en mi generación tuvimos el error de decidir por ustedes? Has actuado con la misma actitud irrespetuosa de mi generación, cuando decidimos cambiar a una sociedad sin preguntarle sus deseos”— expresó la joven viuda
—“¿Crees, tía, que hay una sola persona de mi familia que se satisficiera viéndolo acorralado? No, ninguno. A nadie le hacía falta su desdén, sus desplantes y estoques crueles. Pero tampoco deseaban sus desgracia. Se conmoverán todos con este final suyo, mucho más de lo que te imaginas”— dijo conmovida la chica
—“Pero terminaste apartándome de él”
—“No fue como dices, él no te halló al venir. Pero es cierto que yo callé”
—“Has actuado, niña mía, con soberbia juvenil”
—“Creo, tía, que nuevamente me has dejado muda”
Y mudas quedaron ambas, aunque cada una convencida de los suyo, sin mediar posibilidades de cambio. La helada nocturna que contorneaba la ventana y enmudecía la calle, mantenía mudo al Paseo Sobremonte.
—“Fue sin duda un temerario. Yo admiré el vigor de su fuerza”— recordó la viuda
—“Pero cuando llegó hasta la puerta ya no era mi tío. Aquél que jugaba conmigo y discutía con mi padre. En ese momento se produjo en mí un desnivel de imagen, al verlo fugitivo, como una figura disolvente”
—“Quizás ello me explique mejor tu actitud”— observó la tía
—“En ese momento, viéndolo tan abatido, pensé que te habías hechizado por una audacia que no tenía fuego. Que mi padre, su hermano mayor, se vio avasallado por un ímpetu que no tenía cuerpo. Que mi abuelo se desvivió por un drama que no tenía dolor”— expresó con severidad la sobrina
—“Estás entrando en un terreno de crueldad, y la extiendes hacia todos”
—“Pero es la verdad, aunque yo sea dura, nunca llegaré a ser tan dura como él. Nos dio vuelta la cara y nosotros quedamos atrás suyo, lejos, en el camino, mientras él seguía impasible y exigente por el mundo, lleno de reproches, como si todos le adeudáramos algo”
—“Era un soldado de una causa, una consigna. Pero piensa niña, que si su idea hubiera germinado, sembrada en otras condiciones, ahora ese brote se erguiría hacia el azul del firmamento. Y él sería un Héroe”— dijo con emoción la viuda
—“No hubo otras condiciones. Todos perdimos porque él también se destruyó”
—“Es la soberbia juvenil que quiere resolver de un chispazo los problemas del mundo y sus milenios. Como la tuya. Decidiste por mí sin darme lugar a elección”— le recordó la tía
—“No te lo he negado. Esa es la diferencia con mi generación, no nos creemos el pozo de la verdad ¿Qué hubieras hecho si yo te contaba su visita? ¿Ir en su busca en medio de las balas? ...Eso es lo que yo temía”— aclaróle su sobrina
Habíanse servido un segundo café y comenzaban ya a sentir la somnolencia del trasnoche, en su final.
Final de diálogo. Final de comunicación completa. Final de un duelo verbal entre dos amigas, tía y sobrina, que habíanse acompañado durante tres años sin exigirse nada.
—“¿Por qué cruje tanto la escalera?”— volvió a preguntar la sobrina
—“Es la humedad de un día como éste”
La sobrina levantóse inquieta y fue en dirección a la escalera. Luego retornó junto a su pocillo de café, intrigada, para sentarse otra vez en la mesa. La tía mirábala extrañada mientras agregaba más azúcar al café. Pero la niña fue de nuevo en dirección a la escalera intentando agudizar su oído.
—“Es extraño. Parecieran pasos muy suaves, pero distintos a los pasitos de los niños”— dijo subiendo la escalera
—“Puedes quedarte tranquila, duermen como ángeles, tal como son aún. Les falta mucho para perder sus alas. Todo hombre fue ángel alguna vez, aunque sus tragedias mundanas hagan olvidarlo”— comentó la viuda desde abajo
La sobrina regresó un momento después con apresuramiento, como si corriese, y fue a sentarse algo agitada.
—“¿Tropezaste acaso? Es peligrosa esa escalera de madera, de noche y a medialuz”— preguntóle la tía
—“¡No! ...pero creí ver una sombra... Me acerqué y ya no estaba”— respondióle excitada la sobrina
—“¿Cómo?”
—“Una sombra ...alta... no era de niño”
—“¿Dónde?”
—“En la escalera...”
—“¡Es él!” ... ¡Vino a despedirse!”— gritó la joven viuda
En forma precipitada salió corriendo en dirección a la escalera que crujía aún, con más ímpetu. La sobrina, ahora insegura y dudosa, siguíala por detrás.
—“¡Ya no está! ... ¡Pero él vino a despedirse de mí!”
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La noche y la muerte parecen unirse en sus imágenes.
La noche: muerte del día. La muerte: noche de la vida.
¿Será por eso que entre las tinieblas me parece encontrarte?
La noche: donde te encarnas de nuevo, dándome fuego de vida.
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8 — AURA
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Sobre los vidrios empañados de la ventana comenzaba a disolverse la Niebla. Más allá, las luces nocturnas y mudas de los faroles encendidos en el paseo, iniciaban su lento declive. Una a una irían apagándose. Su presencia ya no era necesaria en el antiguo paseo del Marqués de Sobremonte, frente al esplendor rosado y espectacular del aura.
—“¡Se va la Niebla y hoy tendremos sol!”— dijo la sobrina abriendo la ventana
La niña asomóse al exterior, aún helado, y absorbía esa gélida atmósfera refrescante del aura, después de una Niebla. Luego cerró la ventana, para impedir que el frío exterior entrase al interior.
—“No cierres totalmente la ventana, deja una rendija. Pronto acabarán las heladas y un nuevo sol nos bañará sin clemencia. Como los años anteriores, vamos a extrañar este frío ¿Qué será preferible? ...Repito lo mismo que dijiste ayer de mañana”— dijo la tía
Mientras las formas del Paseo Sobremonte iban delineando su contorno, aparecieron caminando por él, algunos trasnochadores o madrugadores. Con distintos rumbos se entrecruzaban entre los plátanos corpulentos sin hojas, como creyendo adivinar entre ellos la sombra del antiguo Marqués. Con su paso retumbante y fantasmal, recorriendo Córdoba, la ciudad que nunca lo olvidara.
Y otra sombra se alejaba de aquel escenario, a medida que las luces del aura iban irradiando toda su tersura. Y se alejaba ahora para siempre, en forma definitiva, a medida que avanzaba la claridad del día que había amanecido sin Niebla. Son sus sueños y sus ansias. Con su violencia y su pasión. Con su juventud perdida y su ánima penando.
—“Esta noche fue muy larga. Era la última. Me detuve frente a él en pensamiento ...Y él sintiéndome cerca suyo vino a verme ¿Qué nos unía aún luego de tres años sin vernos? ¿Qué fuerza extraña? ¿Por qué lejanos caminos de incertidumbre transportó su vida de peregrino? ¿Qué continuó uniéndolo a mí durante su deambular errante? ¿La duda? ¿La convicción?”— se preguntó la joven viuda
—“Quizás ambas juntas. No lo sabremos nunca”— opinó la sobrina
—“Es posible”
—“Tía, los niños se han despertado ¿Los oyes? Concluye aquí nuestro larguísimo diálogo ... ¡Vivamos”
—“Concluye aquí también, nuestro Juicio de Familia”— cerró diciendo con firmeza la tía
—“¡Sí! ...los gurises están llamando... ¡Fin del Juicio de Familia!”
—“¡Nos llaman a ambas, niña! Se prendieron de tu falda desde el día que tocaste la puerta para decirnos que venía a vivir con nosotros. Un gesto hermoso que ellos y yo nunca olvidaremos”
—“Me salió del corazón”
—“De tu bello corazón. Es sábado, hoy no tienes que asistir a clases. Llévalos al Paseo Sobremonte para que jueguen al calor. Puedes dejarme sola. No tengas miedo. Hay ahora mucha luz a mi alrededor”
—“Sí ... ¡La Niebla se ha alejado ya de mi ciudad!”
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Volqué una copa. Aquella del cristal violáceo que lo contenía. Destruí en una llama, el último de sus recuerdos que aún conservaba.
Desde el infinito los ángeles ondearon sus banderas. Un clarín irrumpió el espacio y se han abierto las nubes disipando la Niebla.
Yo los veo con sus alas doradas en la semiluz del invierno. Y él se aleja con ellos, volando solo entre soles.
El no está más conmigo en este amanecer. He quedado sola contemplando el vacío, y la humanidad continuará su ritmo. Pero yo seguiré en mi vacío, aunque el sol lance sus colores.
¡Ya!... ha terminado mi espera mirando el vacío. Ha terminado su tiempo y el mío. Y ahora deberé hallar yo sola, mi propio destino y camino.
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¡La Niebla se ha alejado ya de mi ciudad!
-----FIN-----
Córdoba – Argentina - 2012
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