La gente reclama el porqué uno vota uno, no así cuando se vota cinco. No podré olvidar la noche del 18 de junio de 2009 cuando, en el ejercicio de mi facultad muroviana para detectar pocilgas literarias, voté una estrella en el texto de X, un autor novel. Eran más de las 11 h cuando observé una estrella de cinco puntas a mano derecha de Mis Visitas. No quería abrir ese link, sabía que de hacerlo tendría que lidiar con la tormenta cerebral que cree verse reflejada en mí y olvida hacerlo en sí misma, aunque igual tomé el riesgo. Así sobrevinieron sapos y culebras, murciélagos y gusanos, lombrices y... Aclaro que X había escrito una oda al ser humano que en apariencia alcanzaba un sublime sentimiento hacia el género homónimo. Yo, bajo el seudónimo muroviano, uno de los más difíciles de llevar a término —juro que el nick está maldito—, le respondí en el lenguaje acostumbrado.
—¡Chúpame el uno, letrado de alcantarilla!
Ambos tipos de conductas son inaceptables, pero la segunda es respuesta a la primera, de manera que el peso recae en aquélla más que en ésta. ¿Por qué? Porque la persona supuestamente agraviada no está dirigiéndose a otra más que a sí misma. Dilucido: cuando uno cree en su obra nada ni nadie puede llenarle de descredito. La obra se viene abajo no por lo que otros digan, sino por lo que el autor crea de su entorno. Fórmulas como «eres una fracasada en las letras» o «escribes fenomenal» son esgrimidas en detrimento del verdadero arte, pues el artista les cree tanto que termina perdiéndose en la ambivalencia moral que surge por el diablito y el angelito que, respectivamente, se le distribuyen a cada hombro.
No he tenido noticias de que el sufragio en la Página de los Cuentos sea secreto. Por tanto, puedo dar mi opinión sobre un texto públicamente. Esta modalidad es ejercida por una gran mayoría que deja reflejado, a la luz de todos, que ha calificado un texto de excelente. Votar 5* y callarlo no hace bien al ego, por eso ese mar de pendejos y pendejas dejan claro cuál fue su votación.
La simple comunicación pública del sufragio “1*” es capaz de despertarles el animal que duerme en su interior. Pero, ¿será que prefieren flotar sobre nubes por el resto de sus días? Una obra no es buena ni mala: es una obra. El asunto está en que guste o no a quien la creó. Sólo así el autor está en la ruta hacia la originalidad, no la copia de los seudoacadémicos que he conocido en esta página por medio de mis tantos seudónimos. Pero les diré algo: la hipocresía sólo trae cadenas al hombre, pues no es de seres libres silenciar la verdad.
Existen varios tipos de verdades: las falsas y las verdaderas. La verdad falsa se desarrolla con la vida en sociedad, pues ¿quién, sino ésta, constituye el ente instructor de la misma? La verdad verdadera se desarrolla en el individuo como acto a posteriori de sus cuestionamientos del mundo observado.
Cada quien tiene su verdad y en la medida que la ejerza realmente será libre, pues ¿quién es verdaderamente libre como para expresar opiniones propias —no prestadas— frente a todo cuanto registra su sistema sensorial? Así comenzamos a ver a los ciudadanos como esclavizados por el pensamiento, o mejor dicho, por el temor que les genera el ser víctimas de las seguras represalias que le traerán de vuelta el comportamiento noble de ser honestos y sinceros con su entorno.
De manera que la sociedad no es más que un conjunto de conductas aceptadas y rechazadas por una mayoría que establece reglas que quebranta luego según se convenga. Las minorías serán vituperadas y cercadas, atadas y amordazadas, estigmatizadas y amputadas para luego ser ahogadas por la ola de la sinrazón. Por ello debe considerársele como falsa la idea de que la mayoría gana y suplantársele por ésta que muchos niegan con impunidad: la mayoría aplasta. ¿No será entonces que una persona loca es aquella que enfrenta cara a cara a una sociedad obsesionada por rematar retales que deslucen las prendas recién cosidas? El contraste habla más sobre los colores que el lienzo sin pintar y así como la carroña es para zamuros, las estrellas son para los corderos literarios, para lobos jamás.
El bisílabo murov está maldito. No lo escribas ni reproduzcas en tu mente; podrías perder la vida, o mejor todavía, la cabeza…
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