Capítulo 61: “La Gran Aventura”.
Iniciaba el mes de diciembre del año 2014. El calor era nuevamente insoportable. Lo único que queríamos en esos momentos era bajar la marcha, encontrar siquiera una miserable sombra y refrescarnos durante horas. Las altas temperaturas no nos permitían acelerar el camino, pero por cansador que fuese tampoco podíamos disminuir la velocidad y mucho menos trancarnos en un lugar a descansar.
Todos los liceanos que nos acompañaban en aquella aventura jadeaban y sudaban copiosamente. En lo poco que sus ojos decían, además de comunicar un tremendo delirio a causa del calor, era que se arrepentían sobremanera de haber venido. En la última semana que estuvimos en clases, antes de irnos un sábado, cada guerrillero se dio el trabajo de convencer a un determinado número para que nos acompañase, era técnicamente suicida ir solos. Y cuando los estudiantes habían aceptado la propuesta no existían motivos para poder dar marcha atrás, ni siquiera para querer hacerlo. El clima en agosto era templado, no llovía, había fruta, no hablar de la existencia de la sequía… todo era perfecto…
No podíamos detenernos. El día siguiente por la mañana teníamos que alcanzar nuestro objetivo, era el día de admisiones en la principal cárcel femenina del país, la que por aquellos días quedaba en las cercanías del balneario de Algarrobo. Ese aspecto de medio moribundos nos ayudaría a entrar después de todo, pues una vez adentro todo era un asuntito de tiempo.
Era la última cárcel a la que entraríamos. Ya todas las otras prisiones femeninas habían sido saqueadas hasta el fondo y las prisioneras desde aquellos días estaban en completa libertad.
Aunque a decir verdad no eran libres del todo. Estaban a cargo de Marisol, quien las había acogido como sus trabajadoras y que luego no tuvo tardanza en enviar una carta al gobierno. En dicha misiva solicitaba permiso para que las trabajadoras pudiesen desempeñar sus labores en la microempresa sin ser perseguidas y para ello, debía firmar que protegería a la Corona de las mujeres. Ésto último era totalmente paradójico, pues eran ellas quienes necesitaban protección, no Iberia.
Tiempo atrás se había conseguido que se eliminara el cargo por el cual se habían vuelto reos, pero sólo en las cárceles en que estaban. Era, después de todo, totalmente lógico, pues en dichas prisiones no estaba nada que permaneciese en pié ante la más mínima tentativa.
Marisol estaba entusiasmada hasta en lo último que quedaba de sí. Desde el día siguiente liberaría a las únicas trabajadoras que habían ido a parar a aquella cárcel, ya no había otra en pié. Seguimos caminando por transcurso de toda la tarde. Al anochecer, Franco nos anunció que el lugar en que nos detendríamos a pasar la noche estaba cerca.
Apenas llegamos al hotel nos bajamos de los caballos y fuimos a explorar terreno. Al poco andar nos topamos con unas arboledas que se veían técnicamente abandonadas. Decidimos dejar a los caballos ahí con algo de alimento para ellos, pues estaban terriblemente cansados.
Antes de ingresar decidimos quienes compartiríamos habitación con quién. A mí me correspondió junto con Marisol y dos compañeras de curso del liceo.
Lo primero que hizo Marisol al entrar a la habitación fue ir directo al teléfono y marcar un número. En su rostro era fácil distinguir la impaciencia. Como no le contestaban volvía a llamar una y otra vez hasta que se aburrió de aquel inútil ejercicio. Enrabiada lanzó el aparato lo más lejos que pudo, masculló un par de groserías y se cogió la cabeza a dos manos.
Al verla tan desesperada me tendí en mi cama, que era la que daba con la ventana y le dirigí la palabra. Mi propósito principalmente era calmarla, lo menos que necesitábamos en aquel momento era una persona enojada con precisamente la nada…
-¿Qué pasa, Marisol?-pregunté con aire casual.
-Nada, lo que pasa es que estoy tratando de comunicarme con el Martín y no me contesta nadie… no sé para qué tienen teléfono si no van a contestar…-fue su respuesta.
-¿Estaba enfermo cuando nos vinimos?-pregunté.
-No, pero igual quiero saber de él. Me tiene súper preocupada y lo que menos necesito es una preocupación más-declaró.
-¿A quién se lo dejaste?-quise saber.
-A la Andrea-contestó tratando de serenarse.
-¡A la Andre! Esa Andrea, la que yo conozco… ¿O es otra?-pregunté sorprendida.
-Sí, esa misma. Cuando me despidieron preferí llevármela a la casa, porque en las condiciones en que ella estaba no podía dejarla sola-contestó.
-Entonces no tienes nada de qué preocuparte… la Andre es súper responsable, así que no le va a pasar nada al Martín-traté de calmarla.
Yo ni siquiera había terminado de decir la frase con que trataba de calmar a Marisol, cuando la vi que volvía a marcar el teléfono. Ese era un buen augurio, si ella trataba de regresar a lo que hacía, entonces se estaba calmando.
-¿Y?-pregunté ansiosa.
-Nada, línea muerta-contestó.
-¿No renguea?-indagué.
-No… ¿Sabís qué más? Voy a preguntar en “Servicio a la Habitación” qué pasa con el teléfono-determinó.
No alcancé a decirle “que el viento sople a tu favor”, ni siquiera “suerte”. Apenas terminó de decir lo que haría, salió caminando totalmente decidida con rumbo a donde quería ir.
Nos acomodamos en la habitación y nos aprestamos a esperarla para cenar. A cada rato una que otra proponía comer antes de que Marisol llegase, pero las restantes la poníamos en su lugar y seguíamos aguardando a nuestra amiga.
-¿Y?-pregunté llena de ansiedad cuando la vi entrar.
-“Se necesita tener que pagar un monto mayor al de la habitación para poder usar el refrigerador, el teléfono y los otros servicios como agua y luz”-imitó a quienes trabajaban en el área de “servicio a la habitación”-… ¡Me crispan los nervios!-dijo totalmente furiosa.
Sólo atinamos a pensar que de todos modos no hubiésemos podido cenar pidiendo ese servicio…
Al rato alguien tocó la puerta y del otro lado de ésta se escuchó la voz de Manuel. Le indicamos que pasara.
-Malas noticias…-fue su saludo.
-¡Sorpréndenos!... ¡Ah, por cierto! Hola, ¿cómo estás? ¡Qué lástima que traigas malas noticias!-ironicé.
-No tenemos dinero como para cenar-fue su escueta respuesta.
-Dije “sorpréndenos”, no que nos dijeras algo que ya sabíamos, ¿savvy?... Eso es sólo el servicio a habitaciones, ¿cierto?-traté de guardar esperanzas.
-No… de hecho no nos alcanza ni para la entrada al restorán y si se ingresa sin entrada la comida es peor de lo que quieres saber…-dijo.
-¿Y para cuántas entradas nos alcanza o debo repetirte la cancioncita esa que cantan los piratas: Timamos, robamos, sin nada importar, tara rarira rirán?-inquirí de manera sarcástica.
-Ese es el problema, ya se nos había ocurrido eso, pero no nos da ni para una entrada haciendo vaquita…-contestó.
-Díganme mis queridos amigos: ¿Le temen al trabajo?-inquirí.
Las reacciones fueron varias. Desde un poco de agua desperdiciada en el cobertor de una cama (la chica que dormía ahí escupió el agua), una ceja alzada y una carcajada, pues Marisol pensó que mi propuesta era una broma.
-¿A qué tipo de trabajo te refieres?-preguntó la de la ceja alzada, pues una seguía tosiendo por escupir el agua y la otra tenía un severo ataque de risa.
-Al más fácil, cariñito. Me refiero a ir al casino. Nos divertiremos, entregaremos cartas, recibiremos propinas y ajustaremos el porcentaje de las ganancias. ¿Qué dicen? Dentro de un par de horas tendremos para cenar a cuerpo rey, ¿savvy?-fue mi propuesta.
Sólo entonces descubrieron que era en serio lo que yo ofrecía y como tenían hambre aceptaron irremediablemente. Manuel entonces se dirigió a ir a los otros cuartos a dar aviso del nuevo plan que teníamos.
Aquella velada comenzó temprano. Nos dirigimos al casino y nos ofrecimos para trabajar ahí, pues nos amotinamos en contra de los antiguos trabajadores y se fueron furiosos jurando que renunciarían. Como la empresa dueña del lugar estaba totalmente desesperada por la pérdida de empleados que perderían no recalaron en nuestras edades a la hora de admitirnos en el centro de eventos.
Poco a poco principió a llegar la gente. Todos iban en autos lujosos, con cocheros y sirvientes, ataviados de sus mejores galas. Pronto se acercaron a las mesas de póker, a los bares, a las ruletas y al escenario. Entonces cada cual veía sus posibilidades de reunir todo lo que podía de dinero haciendo lo que fuese, misión que al rato muchos estaban por terminar.
A mí me correspondió encargarme de una de las mesas de póker y lo más importante que me sucedió en toda la noche, además de llenarme los bolsillos más rápido de lo que creí me sería posible, fue un altercado que tuve con una rival perdedora. Ella me retó a jugar a cambio de que si ella perdía guardaría el secreto de que yo había arreglado parte de las cartas y le había pedido más propina de la necesaria. Yo, diestra jugadora y tramposa, lo cual atribuyo a haber sido pirata, le gané el duelo y lo único que pudo hacer fue romper su costoso vestido de la pura rabia que le dio.
Fuimos saliendo de oleadas a cenar y cuando se cerró el turno todos estábamos con el estómago lleno al igual que los bolsillos. Luego nos fuimos a dormir y despertamos refunfuñando por la temprana hora que el maldito despertador principió a sonar.
-Apaguen esa maldita cosa sino quieren que quede como un anticucho, ¿savvy?-dije-… ¡Por un maldito demonio! ¿Qué nadie va a apagar el maldito aparatito ese?
Cuando abrí los ojos ya lo habían apagado, pero de nada nos valía, pues nadie podría seguir durmiendo. Nos reunimos en el vestíbulo e hicimos lo que hacía mucho no hacíamos: pagar en lugar de hacernos los tontos.
Caminamos durante todo el tiempo restante hasta el mediodía. Llegamos a la cárcel y no había nadie que quisiera ser admitido para ese trabajo.
Se sorprendieron de nuestra determinación, pero fingieron seriedad y nos aceptaron de servidumbre.
En las dos semanas que estuvimos allí vimos toda clase de torturas y salvamos por todas las vías posibles a quienes las sufrían. Inventábamos enfermedades, falta de alimento, cualquier cosa que fuese culpa de la Corona y los malos cuidados que sufrían las prisioneras. Y así, poco a poco las torturas principiaban a tornarse en bendiciones, pues se les propinaba más comida, agua, lugares para refrescarse, medicamentos y un horario justo para los trabajos forzosos.
Cada tanto acaparábamos un mayor número de celdas y como éramos los únicos que limpiábamos esos sectores, contrabandeábamos armas y provisiones a las prisioneras.
Pero una vez quien era encargada de asear la bodega dio un paso en falso: se dejó descubrir. La Corona había notado que en nuestras habitaciones existía cada vez menos espacio para guardar nada de lo que pasaba de la barrera de los gitanos. Pero era aún más notorio que las armas estaban desapareciendo cada vez más velozmente de las bodegas. Era armamento grueso: cañones, fusiles, escopetas, metralletas, entre muchas otras armas de calibre tremendo.
Decidieron poner una cámara allí justo a la hora en que la chica fue a “limpiar”, ella sacó armas, las entregó en las celdas y nos descubrieron. Acto seguido se supo nuestra identidad y si no queríamos pasar a ser rehenes de nuestro principal enemigo, debíamos pensar rápidamente en un plan para liberarnos y para poder liberarlas.
En medio de la confusión pusieron en práctica todo lo que les habíamos enseñado acerca de la guerra. Usaron las provisiones bélicas que les habíamos pasado de contrabando y abrieron las celdas aliándose. Se amotinaron y prendieron fuego a la construcción para ser liberadas y retener a sus captores. Pocos se salvaron ese 15 de diciembre del motín. Muchísimas carcelarias ibéricas murieron en el intento de retener lo que era inminente: la huída. Pero pocas patriotas encontraron el destino fatal aquel día.
Eso era lo que hacíamos todas las veces que ingresábamos en una prisión: robar, liberar, quemar. Ese era el esquema y aquella vez no fue la excepción.
Caminamos con dirección al fundo de Marisol y junto a nosotros venían aquellas que tiempo atrás habían sido sus operarias. Ya mandaría la absurda misiva. Lo único que importaba ahora era salir con vida del escape de un amotinamiento que pudo ser peor…
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