Capítulo 58: “Exijo una Explicación”.
Guantes, gorros, bufandas y uno que otro paragua. Ese era el panorama para el día 18 de julio. El cielo estaba amenazante y el aire, lleno de neblina. Nos costaba ver con el humo de las chimeneas y el frío calaba nuestros huesos. Así era Talca en invierno. El suelo estaba plagado de escarcha, lo mismo se puede decir de los techos y cualquier cosa que hubiese permanecido quita durante toda la noche.
La gente iba de aquí para allá tratando de olvidarse del frío que les congelaba la existencia, fingiendo que podían con la prisa que llevaban. Eran las siete y media de la mañana, la hora de toda la helada. Pero nada podíamos hacer para ahorrarnos el momento de mayor tráfico en las calles talquinas. A esas alturas éramos muy pocos, era fácil que pasáramos desapercibidos y lo conseguimos. Las personas estaban tan preocupadas en sus asuntos que no les importaba la llegada de otros que no habían visto en mucho, ni siquiera notaron nuestro arribo a la ciudad.
Era el último día de clases del semestre. Luego del mediodía se daría paso a las vacaciones de invierno, las cuales habían sido esperadas con gran anhelo por todos los estudiantes del país. Los apoderados y los transportistas escolares hacían volar sus vehículos, o en su defecto los pies. Los alumnos tenían que llegar lo antes posible a los establecimientos a rendir los últimos exámenes y en el mejor de los casos a celebrar la llegada de esas dos semanas de libertad plena. Los horarios ese día serían difusos, casi inexistentes, pero presionarían a los adultos más que en cualquier jornada.
Comenzaba a lloviznar, más bien era una leve garuga casi imperceptible. Pronto se transformaría en una fuerte lluvia acompañada en el peor de los casos, lo cual era técnicamente una realidad, por una tremenda ventolera y el frío infaltable de julio.
Me despedí de los que quedaban por ir a sus liceos e ingresé al establecimiento en el que estudiaba.
En el vestíbulo reconocí a un par de alumnos y los saludé. Más bien me hicieron caso omiso y contestaron por educación, ya nadie me recordaba. Para ser franca no los podía juzgar por eso, no me conocían si así se quiere decir. Había asistido a clase dos meses y en dos años mi ausencia era una clave en el lugar.
Los pasillos enteros eran un caos. Todos llevaban ropa de color así que no desentoné con mi típica indumentaria. Todo el mundo conversaba acerca de las vacaciones y reinaban por su ausencia aquellos que no corrían por nada aquella jornada.
Luego de montones de dificultades logré mi principal objetivo que era localizar mi sala. Faltaba poco para la hora de ingreso cuando llegué a la puerta principal de mi aula. Titubeé un poco en entrar o no, pero no era el momento preciso para acobardarse. Probablemente el profesor jefe de mi clase estaría ya presente y yo interrumpiría su sermón. Entonces tendría que darle explicaciones como de costumbre cosa que no me apetecía.
En eso estaba, sumergida en dudas, cuando un compañero de curso abrió la puerta con total confianza. Tras entrar me vio y se dirigió a mí.
-¿Necesitas entrar?-me preguntó.
Me sacó de mis pensamientos abruptamente. Lo miré a la cara y respondí.
-Sí, en realidad soy de este curso-repliqué.
A esas alturas ya no me sorprendía que nadie me reconociese. Su respuesta fue enarcar una ceja.
-Entonces, adelante-respondió sin creerse mucho lo que yo le decía y abriendo la puerta de par en par.
-Gratce mille, amigo-respondí alegre al entrar, haciendo mi característico saludo.
Caminé con seguridad hasta mi banco, esperaba que estuviese vacío, sino no habría ninguna persona amiga en kilómetros a la redonda. A varios les robé unas cuantas miradas y silbidos, pero a nadie le preocupó quien era la “desconocida”. Al llegar y cerciorarme de que estaba completamente despoblado reconocí la mochila de Miguel tirada al descuido en el asiento del rincón. Era un buen indicio.
Me agaché para acomodar mi morral, que ahora cumplía la función de mochila improvisada. Cuando estaba por sentarme sentí una mano que me presionaba de la cintura hacia la mesa muy despacio.
-Permiso…-se anunció alguien, era una voz de hombre, mejor dicho muchacho.
Volteé acercándome a la mesa para dejarle pasar. Me puse muy feliz según lo que recuerdo, pues era Miguel y quería pasar a su banco. Su reacción fue diferente a la mía. Me miró de arriba abajo como si estuviese en presencia del mismísimo Kraken. Abrió los ojos como dos enormes timones.
-Parece que anoche me pasé de copas-fue su increíble confesión cuando consiguió recuperar el habla.
Mi única respuesta fue alzar ambas cejas ante aquellas palabras que mezcladas nada tenían al caso.
-Es una alucinación-siguió con fingido temor.
Volví a alzar las cejas como única respuesta.
-¡Viniste a clases!-exclamó.
-No, si me morí y ahora soy un fantasma que se te aparece… ¡Claro que vine!..., genialidad-fue mi respuesta.
-Pero si es el último día, no hay nada importante-replicó.
-Exámenes…-repliqué con mis típicos gestos que demostraban obviedad.
-¿Desde cuándo que te importan?-me inquirió.
-Desde siempre y me extraña que no lo sepas, ¿savvy?-fue mi respuesta.
-¿La única manera de pasar de curso?…-preguntó.
-Aye, hoy es mi último plazo, sino me quedo pegada, ¿savvy?-respondí.
En ese momento hizo su entrada en la bulliciosa sala el profesor. Alcé las cejas e hice unos gestos que indicaban mi desagrado ante esa situación.
-¿Problemas?-preguntó Miguel.
-Aye, a tu frente-indiqué.
-Suerte-dijo.
-Aye… Gracias…-fue mi respuesta.
Por lo bajo mascullé un par de maldiciones e hice unos gestos que indicaban mi desagrado.
El profesor se plantó al centro de la parte delantera del salón y esperó pacientemente el silencio de sus alumnos. Nos pusimos de pié y saludamos. Luego de un rato nos autorizó para que tomásemos asiento.
Comenzó a dar un tremendo discurso acerca de lo que para él significaban las vacaciones: una pérdida de tiempo. Indicó que no se perdiese el hábito de estudiar durante las dos semanas de libertad que seguirían a aquella mañana, cosa que probablemente nadie pondría en práctica ni siquiera dos minutos. Después se largó un tremendo sermón sobre los valores, la auto protección y hasta se dio el placer de hablar contra mí.
A esas alturas di un bufido. Miguel me lanzó una mirada discreta que llevaba consigo una suerte de regaño. Rodé los ojos y seguí escuchando completamente aburrida. Parecía desaparecer con el maldito sermón. Para mi felicidad el “breve discurso” del profesor llegó a su final. Dio paso a decirnos que nos entregaría la prueba y que esperaba que hubiésemos estudiado.
Se vieron caras de profundo descontento. Más era preocupación lo que sentían, les era preciso pasar el examen, sino estaban perdidos en el regreso a clases.
El profesor dio paso a la entrega de las pruebas de banco en banco solicitando un profundo silencio. Cualquiera que hablase perdería la oportunidad de salvar el semestre.
Con Miguel nos miramos justo antes de que arribase a nuestra fila y murmuramos que tuviésemos suerte. Al poco andar el profesor llegó hasta nuestro banco y le extendió el examen a Miguel quien principió a completar. Inercialmente extendí la mano para recibir el mío. Entonces el educador vio mi rostro.
-Señorita Poblete… que gusto me da verla-dijo sarcástico.
El sonido de los lápices marcando alternativas cesó y todos los rostros se voltearon decididos hasta mi banco. Era obvio, la voz del maestro había sido lo único que resonaba en la sala en esos momentos además de un leve barullo. Al verme comenzaron a murmurar entre sí, al parecer me reconocían.
-A mí también me alegra verlo, profesor. Y espero ansiosa completar este examen, por favor, si fuese tan amable entréguemelo. Me es preciso medir mi conocimiento-dije alargando la mano tratando de sonar agradable.
-Conocimientos que no será difícil medir: no los tiene. Brilló por su ausencia todos estos meses así que no puede tenerlos-indicó.
-Puede que aquí no haya estado, profesor, pero la mente es libre de aprender lo que quiere en el momento que desee. Usted puede traspasarme conocimientos de historia y mi mente puede aprender cómo divagar por un museo de arte de esa época, como puede que usted me lleve a un museo de arte medieval y yo allí aprenda sólo acerca de fechas. Y por lo demás es un error gramatical repetir la misma palabra varias veces, cómo dos, en una misma oración. Le ruego me disculpe si cometí esa equivocación, pero lo aprendí de usted-indiqué.
Estallaron unas risitas y ojos de asombro entre el alumnado con dicha frase, pero se perdieron en el olvido en cosa de nada. El profesor sabía bien a qué me refería, así que mi ironía no le calló de lo más agradable.
-Lo siento señorita, pero no puedo entregarle su examen para que lo desarrolle. No sabe nada y no hay manera de acreditar lo contrario. Así que no le queda más medio que repetir el año-fue su desilusionante respuesta.
En el intertanto surgieron unas miradas de susto y uno rumoreo salió de las entrañas de la sala.
-¡Primero! No repetiré el año, por un maldito demonio. No vine a perder mi tiempo acá. ¡Segundo! La manera para acreditar lo que sé es mediante un examen. ¡Y en tercera! Tengo que hacer la prueba para pasar el año. Es la única manera que tengo de regularizar mi situación y debo hablar con quien esté encargado de ello, y es por ley, así que no me lo puede negar, ¿savvy? Así que le conviene pasarme esas hojitas de papel, amigo-fue mi defensa.
Todos se miraron buscando respuestas. Rápidamente surgieron las apuestas acerca de la contestación del profesor. Y la mayoría pensaba que yo no había cambiado nada en aquel tiempo.
-Sólo por ser a usted. Después de todo es una buena alumna, y…-se quedó sin palabras.
-Gracias-dije cogiendo la prueba con total confianza-. ¿Sabe con quién debo regularizar mi caso?-pregunté antes de coger el lápiz.
-Con el director, a la hora del recreo. Hay varios niños en este liceo que deben regularizar sus casos y usted no será la única-me contestó para luego dirigirse a todos-. Y ahora completen sus exámenes y suerte…
Fui una de las primeras en terminar de completar el examen que cubría todas las ramas. Era, desde el ángulo que se le mire, un mamotreto enorme que podía tardar varias horas en ser completado por su complejidad, su letra de pigmeo y por su longitud. Aún así no consiguió superar mis capacidades. El profesor no pudo vencer su maldita curiosidad y lo revisó. Cuando concluyó la última pregunta se quitó los anteojos y miró por sobre todos.
-Señorita Poblete, venga por favor-indicó.
Todos se miraron entre ellos preocupados. Caminé en un gesto seguro, ya varias veces mi sarcasmo me había salvado y esa no sería una excepción, tampoco la entrega de mi examen había sido la última. Cuando llegué hasta su pupitre todos bajaron la cabeza y siguieron contestando sus pruebas.
-Sé que te parece algo dudoso que yo venza mi orgullo, pero de verdad hubiese sido una pérdida desperdiciar tu conocimiento haciendo que repitieses. ¿Cómo aprendiste?-preguntó pasmado.
-Donde estuve cada vez al almorzar leía un poco y aprendí-confesé, lo que él no sabría jamás es que yo era miembro de la NHM, y que entre revuelta y revuelta estudiaba lo que podía.
-Aún así en arte no te fue tan bien como esperaba, pero pasaste con un 6,8… ¿No eres buena en artes?-inquirió.
-En la categoría de mala, pésima es poco-dije riendo.
-Felicitaciones y ahora tome asiento-indicó.
-Gracias-musité al tiempo en que sonaba el timbre que daba inicio al primer recreo.
Salí disparada por la puerta a medida que pasaban por ella mis condiscípulos. Anduve lo más apresurada que pude por las escaleras hasta la dirección. No podía repetir habiendo obtenido esa calificación en el examen, no quedaba más que convencer al director que me dejase pasar el curso.
Acababa de entrar a la oficina una chica de séptimo básico que tenía bajas notas y una asistencia peor. Lo último que se vio de ella fue un bulto que corría y profería llantos horrendos, abrazada de una joven que parecía ser su hermana mayor. En lo que alcancé a oír tendría que repetir el año.
De inmediato hice un plan e indiqué que me habían dicho a qué hora debía presentarme en la oficina, y que casualmente era la que estaba en curso. Mientras parloteaba me hice un espacio en el ruidoso gentío e ingresé.
Salí con una sonrisa de oreja a oreja. Tenía una oportunidad de pasar el curso. Tendría que aportar un dinero a cambio de que se me enviase las pruebas a mi correo y las clases. Era una cantidad módica y semestral, así que la erradicaría cuan pronto pudiese. Mis notas de todos los cursos anteriores y la calificación obtenida en el examen me daban una importante posibilidad de permanecer en el liceo y pasar de curso al finalizar el año. Además tendría que rendir pruebas de cada ramo en el segundo bloque de clases, o sea al tiro, con el profesor correspondiente. Luego tendría que presentarme con los resultados a la dirección y se vería lo que en eso había concluido. Lo último que se vio de mí fue una niña que corría dando saltos de alegría en dirección al patio que se sometía ante la fuerte lluvia.
En el bloque que siguió rendí las evaluaciones correspondientes y deleité los oídos de algunos con la flauta dulce. Mi piedra de tope fue educación física, inclusive artes se me hizo más fácil, pues era teórico.
El director me indicó que podría pasar de curso con las notas que tenía y haciendo acto de presencia más seguido. Pero que para alivianar la carga con educación física, tendría que dar algunos conciertos en flauta y me subirían las calificaciones. Hicimos el acuerdo y lo primero que hice fue saltar reiteradas veces completamente feliz ante los atónitos ojos de la concurrencia, poco acostumbrada a ver actos de alegría ante esa situación.
Luego fui a mi sala a celebrar el inicio de vacaciones en la fiesta organizada en el curso. Nos divertimos bastante, después nos despedimos y cada uno tomó su rumbo.
En la Alameda nos reunimos y todos habíamos conseguido pasar de curso… estábamos realmente contentos, pues el viaje había rendido sus frutos.
Determinamos que como tendríamos que hacer acto de presencia iríamos a nuestras casas y que cada tanto nos reuniríamos. Seguimos con nuestras antiguas funciones en la guerrilla, pero aparte. Así me despedí de quienes luchaban junto a mí y me encaminé a casa. Las explicaciones que debería dar ese día no se acabarían tan fácilmente, así lo vaticinaban todos los signos. Y bajo una fuerte lluvia principié a caminar, por primera vez sola en mucho tiempo.
|