El caballo blanco alado tardó muchas horas en llegar a su destino, mientras la doncella esperaba ansiosa sosteniendo con delicadeza angustiosa el pañuelo que había bordado noche tras noche en su dulce espera, le daría como ofrenda a su príncipe azul este preciado tesoro hecho con sus propias manos. Cada puntada en sus esquinas estaba hilvanado de sus sueños, cada puntada del centro estaba llena de amor y esperanzas.
La hora esperada llegaba y ella sentía su corazón explotar dentro de su pecho, ¿sería tan apuesto como la comarca entera murmuraba?
Al verlo sus pupilas se dilataron y su corazón explotó en una taquicardia provocada por el amor, y mientras él se le acercaba tras paso firme y cansino, ella veía pasar ante sus ojos toda una vida llena de dulces momentos, veía caminos ornados de flores fragantes acompañándolos mientras ella se apoyaba en su brazo robusto.
Sus miradas se cruzaron, la cercanía física era tan esperada, que los temblores de su nerviosismo se transformaron en temblores de ansia y calor, todo era perfecto.
Él continuó su camino firme y decidido, la miró fijamente a los ojos y continuó su, con el mismo paso firme y cancino, montó su caballo alado y partió a las lides que le aguardaban en el mundo.
Ella quedó con el pañuelo blanco entre sus manos mirando incrédula y distante su partida.
El despertar fue cotidiano, un café y al trabajo, sin embargo aquella mañana salió de sus labios una frase corta…”el príncipe azul no existe”, y con una sonrisa que encerraba algo de ironía, cerró su puerta y salió como de costumbre cada mañana. |