Capítulo 53: “Resultados a la Vista, las Maneras de Despedirse de una Vida de Penurias”.
“Prejuicios… la vida se basa en ellos”, eso pensé el 1 de febrero de 2014. El tiempo había pasado y aquello que tanto esperábamos, el hecho de que la ONU hiciera levar anclas al régimen ibérico, no sucedía. Veníamos de rayar muros en la municipalidad de Curicó, era la manera perfecta de conseguir lo más deseado: batallar. Servía para mantener arriba el ánimo de la población patriota y envalentonar para una posible lucha la mente realista, hacerlos enojar. Ya que el poder superior no nos ayudaba, tendríamos que lograrlo por nosotros mismos, como siempre las ovejas negras teníamos que estar solas, se esperaba que nos pasara un huracán por encima y luego nos absorbiera un tornado para que nunca más regresáramos.
Cabalgábamos a todo galope, lo que yo diría a toda vela, pero el comentario pirata no viene al caso… ni los sueños tampoco.
Miré a mi lado derecho y como siempre vi a Manuel con la mirada fija en el horizonte, pensando en no me pregunten qué. Quizás el hecho de mirar a la lejanía se refería a conectarse con las propias ideas y ordenarlas para conseguir una buena estrategia, cosa que es imposible en una guerrilla a punta de murmullos y gritos. Esbocé una sonrisa, yo estaba consciente de que no me alcanzaría la vida entera, en caso de sobrevivir, para agradecerle que hubiese cuidado de mí durante la guerra, cosa que por cierto nadie haría ni en un millón de años… tampoco me alcanzaría la vida después de ésta… Me miró directamente a los ojos en son de escrutinio, solía hacer eso para introducirse en mi alma. Tenía una mirada profunda, no recuerdo el color de sus ojos, pero había de ser muy intenso. Al verme observándole tan perdidamente, alzó una ceja y sonrió de forma benévola. Éramos muy buenos amigos, y el día en que nos habíamos reunido en el salón por última vez nos habíamos prometido protección mutua, aunque yo con mi afán de meterme en aprietos solía necesitarla más que él y toda la NHM en conjunto, y salía sola de aquellos problemas más rápido que los ya mencionados.
Cuando él volteó la cara para seguir en no me pregunten qué demonios, yo quité la vista y miré hacia mi lado izquierdo.
A mi izquierda cabalgaban dos personas: Andrea y su hermano Javier. Conversaban entre sí de algo que no alcancé a oír. El muchacho reía. Nada hacía pensar que era homosexual. Sus maneras, sus rasgos, su acento, inclusive su risa era la de un hombre totalmente corriente. No tenía nada de afeminado. Los prejuicios sin dudas son falsedades. Y le sirvió enamorarse solo una vez para caer en un abismo de torturas como tantos otros homosexuales chilenos. Partiendo por los golpes, las burlas, la camisa de fuerza, las descargas eléctricas, el consumo de pastillas para ser “normal”, días enteros de oscuridad y se puede seguir así narrando una serie de penurias cada vez más fuertes y de alto peso legal. Todo por ser patriota y homosexual… Mientras que los ibéricos tenían total libertad de sentir atracción por otros del mismo sexo sin ser siquiera prejuzgados ni mucho menos castigados, hasta se les consideraba unos valientes por su decisión.
Por otra parte se encontraba Andrea, la muchacha que pronto daría a luz, asunto que me preocupaba. Las adolescentes embarazadas chilenas solían ser apuntadas con el dedo por el hecho de haberse entregado antes de tiempo a su pareja. Casi siempre iban a parar a un hogar de monjas dedicado al rubro y sufrían los rigores del hambre, el látigo, la esclavitud, las enfermedades no tratadas y otras penurias que desencadenaban en la pérdida del feto, la esclavitud de la madre y/o la muerte de la joven. Pero había un problema, además de todo eso: muchas eran violadas para que luego les sucediese eso. Y las embarazadas realistas gozaban del cobro de impuestos extra para su manutención o un posible aborto, además de no tener que tolerar media burla o prejuicio.
Andrea comenzó a retorcerse, estaban iniciando las malditas contracciones. “Maldita sea”, mascullé al mismo tiempo que Javier corría a verla y asegurarla al caballo para evitar una caida que se veía venir.
-Cabalguen rumbo a Molina, queda cerca-grité cuidándome de que ningún automóvil me arrollase a la berma del camino.
Pusimos rumbo al sur y en cosa de nada llegamos. Atravesamos cada calle con el miedo surcando nuestras mentes. Nadie sabía cómo demonios ayudarla a dar a luz, así que teníamos que apresurarnos lo más posible en llegar al hospital.
-¡Marisol!-grité sorprendida al entrar.
Era nuestra fiel aliada Marisol. Una gran amiga de la cual ya les hablé que tiempo.
-¿Qué les trae por aquí?-preguntó entre sonriente y preocupada, ella sabía que de nosotros no se podía esperar nada bueno y que tampoco era buena idea fingirnos.
-Tenemos un problema-dije con acento farfullado y arrastrado, mientras que se acercaba desde atrás una adolorida Andre siendo sostenida a duras penas por su hermano.
-¿De cuánto estás?-le preguntó Marisol a Andreita.
-Siete meses-contestó la interpelada.
-¿Cuándo te controlaste por última vez?-preguntó abiertamente preocupada Marisol.
-Nunca-respondió sudorosa la muchacha.
Marisol me miró molesta y preocupada para luego cogerme del brazo y hablarme.
-¿Los realistas?-preguntó.
-¿Quiénes más?... está sola-repliqué.
-¿Antes o después de unirse?-preguntó.
-Por eso se unió, Marisol-respondí.
-Ya capto-dijo, y luego dirigiéndose a una enfermera-. ¡Josefina! Atienda a la señorita aquí presente-señaló con la mano abierta a Andrea.
Andrea entró en una silla de ruedas a los interiores sin separarse ni dos milímetros de su dolor, en el cual la acompañaba su hermano.
-No vengas con que eres el médico de cabecera-dije sorprendida.
-La ginecóloga-especificó.
-Interesante…-dije.
-¿Por qué viene tan agitada la niña?-preguntó.
-Venimos huyendo-respondí cuidándome de que nadie me viese.
-Pero si la guerra ya terminó. Se tienen que ir por mandato de la ONU-comunicó.
-¡¿Qué?!-me sorprendí.
-Los realistas se tienen que ir por mandatos superiores-repitió extrañada por mi poca comprensión.
-¡No, si ya te oí!... Sigue, cariñito, ¿savvy?-indiqué.
-Mira, niña. Esos malditos roedores…-la interrumpí por si no se nota.
-¡Eso es mío!-me refería al término “malditos roedores”.
-Se tenían que ir hace dos semanas. Pidieron prórroga a la ONU para poder irse dentro de un tiempo y alcanzar a pedir disculpas públicas y todo eso, se tienen que ir más tardar hoy. Te aconsejo no joderles la pita, sino no se van a ir-me aconsejó.
-Mira, cariñito, esos malditos roedores han aprovechado el tiempo en hincharnos a nosotros, huíamos por eso, va a haber batalla. ¡Segundo! No teníamos idea de que esos tarados se largaban, así que probablemente rompan el acuerdo secreto, ¿savvy?-comuniqué y nos quedamos en silencio, luego agregué algo-. Tu papá te lo dijo, ¿cierto?
-Sí, ¿por qué?-preguntó.
-Que ingenua eres, cariñito. Tu papá quería que tú comunicases la idea y la gente bajara la guardia-le dije.
-Entonces ya sé porqué me quedé callada-replicó.
-Me alegra-dije.
Al rato Manuel se acercó a mi asiento. Yo estaba pensando, así que después de gritarme pudo entablar una conversación técnicamente normal conmigo…
-Sería mejor que nos guardásemos aquí adentro, si es verdad lo que dice Marisol es mejor no tentar al diablo-planeó Manuel.
-¡Eso es mío!-por la frase “es mejor no tentar al diablo”.
-Yo lo uso. Pero en serio, es mejor-pensó.
-Mira, cariñito, ya iniciamos la batalla, es algo obvio que vendrán acá-dije.
-No tanto, ninguna guerrilla se refugiaría en un hospital, y saben que por lo lanzada que eres nos llevarías a luchar-comunicó.
-Dime, cariñito: ¿Cuántas guerrillas que conoces andan con una mujer embarazada ad portas de dar a luz, asuntito a juzgar por su vientre? ¡Ninguna! ¿Qué pasa cuando una embarazada va a la guerra? ¡Se pone tensa, se estresa! ¿Qué pasa cuando una embarazada se estresa? ¡Comienzan nuestras amigas las contracciones! Y dime mi querido Manuel, ¿qué se hace con una parturienta? ¡Se la lleva al hospital! O sea, derechamente, ésto es una obviedad, ¿savvy?-le dije.
-Pero es un recinto cerrado, podría funcionar, vendrán tras nosotros y no nos podrán coger, es un ejército, les daremos una lección… probarán nuestro valor en lugares distintos, no creas que no vamos a luchar. Yo sin pelear me jodo y lo sabes-me dijo.
-Intrépidos y valientes… otra cosa que tenemos en común mi querido Manuel. El punto es que aquí nos vamos a joder al pueblo, no te apetece ¿cierto? Pues somos dos, ¿savvy? Pienso que podemos tomar una ruta a la carretera con Franco, mientras que él hace una ruta y luego los llevamos a un lugar con desnivel de terreno a nuestro favor, un camino pequeño, donde se atasquen, un sembradío, algo así y pelear-planeé.
Pasó un rato en el que estuvimos en completo silencio, hasta que sentimos unos disparos de cañón que se acercaban. Con Manuel nos arrimamos a la ventana.
-Por un demonio…-murmuré, y con el otro cañonazo que casi fue a dar a la ventana-¡Qué me lleve el Kraken y toda su mierda!... Manuel diles del plan, hay que salir.
-¡Sofía!-me llamó alguien.
-¿Qué?-pregunté y vi a Arlette.
-Avisé a Valentina, viene con unos actores de un taller del teatro de Curicó, hay que esperarlos, nos van a ayudar-me dijo.
-¡Ay, Dios!... ¡Que me lleve el Kraken, que me lleve el Kraken!-dije.
-¿Lo hice mal?-preguntó.
-No, la idea está al descueve, pero mira-dije, la empujé hasta el ventanal y ella gimió.
-Son Marianela y Graciela-dijo aterrada, pues las muchachas corrían.
-¡Marianela, Graciela, suban!-grité haciendo portavoz con las manos, ellas obedecieron, detrás de ellas venían Valentina y los suyos.
Arlette bajó la escalera a zancasos y les abrió la puerta. Entraron en turba, mientras que arriba nos deshacían con cañonazos.
-¡Maldita sea, maldita sea! Si no bajamos ahora, Manuel, nos van a hacer trizas o peor, ¿savvy? ¡Justo hoy teníamos que andar si cañones! ¡Maldita sea!-Manuel pensaba al mismo tiempo y solo atinaba a decir que debíamos amotinar el hospital, las enfermeras corrían de un lado a otro sin saber que hacer-¡Lo tengo!-dije al mismo tiempo que estallaba otro cañonazo casi al lado mío, destrozando la pared que daba del segundo piso a una de las calles-Hay que bajar, pero ustedes, los actores, han de hacerse los enfermos, heridos, ¿savvy? Nada más-y antes de que otra bala hiciera trizas por completo la pared bajamos.
Al vernos derrotados antes de iniciar la batalla, el gobernador de aquella época, que por lo demás dirigía el ejército realista, hizo un alto al fuego. Yo me esperaba eso, de hecho ese era el plan. Aquel hombre era muy sensible, le gustaba la batalla franca, era el enemigo personal del sufrimiento, odiaba la idea de que la mayoría se hubiese herido antes de principiar a combatir, así que era capaz de suspender allí mismo el asuntito aquel y dejar a todos libres, para batallar cuando nos encontrásemos en condiciones.
El ejército contrario estaba ad portas de marcharse de mala gana, cuando su dirigente me vio. Supo en menos de nada que yo era la que buscaban, la comandanta y que para colmo de todo estaba en buenas condiciones de batallar. Si era necesario, me daría duelo sólo a mí. Se acercó cabalgando en un bello caballo blanco hasta mí, con su turba destructiva de soldados, hasta que me acerqué caminando hacia el bando enemigo.
-Ve a buscar armas al otro bando, Marianela y Graciela te ayudarán, junto con Francisca y Javiera, el resto que pelee-dije en el oído de Manuel.
Seguí caminando y un soldado iba a colocarme la pistola en las sienes, justo entonces reviví a la pirata que llevo dentro, era la última carta que me quedaba por jugar.
-¡Parlay!, invoco el derecho a parlay-dije presurosa y ellos bajaron las armas.
Me encaminaron luego hasta el corazón de la formación enemiga. Cualquier cosa que intentase la pagaría con la vida sin socorro alguno. En el trayecto vi a Manuel, Marianela, Graciela, Javiera y Francisca escabullirse entre las filas realistas. Las hermanas embaucarían con su belleza a unos cuantos artilleros, Manuel se haría pasar por infiltrado realista y las dos últimas acarrearían el armamento hasta nosotros.
-¿Eres Boudica?-preguntó el hombre.
-Aye-respondí.
-Dime, ¿por qué invocaste el parlay?-inquirió.
-Simple, deseamos posponer la batalla hasta que nos volvamos a topar. Estamos completamente desarmados de artillería gruesa y tenemos heridos a causa del injusto ataque al hospital. Por favor, se lo pedimos. Sabemos aún así que es justo y no querrá batallar si la contienda no es franca-dije en un tono de voz casi de rogar que me hubiese valido cualquier premio increíble de teatro.
-¿Y a cambio?-hizo la peor pregunta de todas las ya mencionadas.
-A cambio…-me aproveché de la situación-le diré la manera perfecta de dejar el país sin que la ONU se percaté de que usted rompió el trato que tenían, eso le salvará de la cárcel…
-No soy tan torpe cómo para cerrar el trato de irme así como así, pero tengo una idea. Respetaré a tu bando si vienes conmigo. Te he estado buscando desde que ascendí al poder. No te dejaré ir-el que se aprovechaba de la situación ahora era él.
-Piense bien, que lo pueden encarcelar por secuestro y amotinamiento, sin contar que está rompiendo un trato pactado con la ONU, ¿savvy?-dije levantando el índice izquierdo.
Yo había tomado la idea de caminar hacia él realizando mi característico gesto, tenía que salir del tumulto y volver a mi bando a pelear, se me hacía como que necesitaría muchas balas y pólvora para esa tarde. Cuando me faltaban pocas filas que pasar para salir de dicha legión, me apuntaron varias pistolas, fusiles y metralletas. “Gracias, muchachos”, respondió el gobernador ante dicho gesto de lealtad de sus hombres y con una mueca les indicó que se moviesen del medio para pasar conmigo apuntada de la cabeza, su idea era llegar hasta los míos y decirles el “trato”. En ese momento vio a Manuel correr con cañones, fusiles y bombardas hasta nuestro bando.
-¡Fuego!-gritó conmigo aún asida por la pistola.
-¡Parlay!-grité antes de que pudiese ningún bando disparar.
El tipo me soltó con la paciencia a punto de acabarse, oportunidad que supe manejar.
-¿Qué quieres ahora?-preguntó.
-¡Dejen que Manuel regrese a mis legiones con el armamento! A cambio podremos batallar. Según las leyes no se puede batallar sin que ambos bandos cuenten con armamento y menos en la situación en que usted se encuentra. Y además que me dejen volver a mi ejército, ya que será una batalla franca, ¿savvy?
-Regresa, entonces-dijo y me soltó, Manuel había vuelto.
-No, usted me acompañará hasta allá, ahí finalizará el Parlay, antes me podrían matar-dije.
El gobernador me acompañó hasta la primera fila, la cual se selló hermética en cañones y bombardas.
-¡Fuego!-grité, inició el tiroteo y los avances-. Y fin del Parlay…-dije al gobernador, mientras que le disparé de muerte.
Me acerqué a Manuel, recuerdo que nos sonreímos. “Que el viento sople a tu favor”, le murmuré. Los cañones comenzaron a avanzar, estábamos en primera fila, además, los miembros de la NHM.
-¡Valentina!-grité cogiéndola del brazo, probablemente ni me oiría de lo contrario.
-¿Qué pasa?-preguntó.
-Reúne a tu gente, diles que se acerquen de manera seductora o enferma. Que pidan alcohol para las heridas a los soldados, le quiten el arma y los maten o hieran-le dije.
-Aye-respondió y se alejó.
Yo portaba mi pistola, mi escopeta y mi espada, sin contar cuantiosas municiones que Manuel me había facilitado de los hurtos al bando contrario.
Las bombardas y cañones avanzaban delante de todos, por los lados se escabullían quienes robaban armamento y se infiltraban, principalmente los actores que Valentina había conocido. Como la calle principal de Molina y la plaza estaban plagadas de árboles, los nuestros se habían subido a éstos y enarbolaban metralletas robadas.
Quienes portaban solamente armas blancas se habían acercado a los cañoneros a pelear, eso era en pos de la seguridad personal. Y quienes estaban en mis condiciones, teniendo armamento mixto, podrían luchar por su cuenta.
Ya habían llegado personas de los conventos, de otros teatros, los alumnos de Alejandra, borrachos y un artista callejero experto en piruetas. Todos ellos pelearían con nosotros. Franco les entregaba armas mientras cuidaba de los caballos en otros sectores.
La gente corría alarmada de un lado a otro sin saber si encerrarse en sus casas o huir de la ciudad y el caos cuanto antes. Otros optaron por pelear con nosotros enarbolando cualquier cosa que pudiese servir de arma. Así, poco a poco, se fue organizando nuestro bando.
Los realistas oponían un fuego peligroso que nos dividía, pero poco a poco comenzaron a consumirse todas las municiones, quedando inutilizados las bombardas y los cañones que los nuestros no habían podido hurtar. Aún así, les quedaban metralletas de poco alcance y pistolas, nada sabían de pelear con arma blanca, nosotros sí.
Les era muy difícil batirse a espadas con nosotros, estaban acostumbrados a hacer fuego y nada sabían del arte de la esgrima. Nos era fácil aniquilarlos, pues ellos creían que pelearíamos usando el fuego. Los realistas intentaron organizarse y así avanzar hasta la Plaza de Armas, entonces quienes se habían subido en los árboles los masacraron, especialmente a los líderes.
Los ibéricos se habían empeñado en resistir para batirse en contra nuestra a modo de venganza por la muerte de sus mandamases. Pero comenzaron a ser diezmados sin miramientos, sólo entonces determinaron huir y abandonar la noble e inútil empresa.
Nos miramos los unos a los otros, nos abrazamos. Un día que principiaba negro terminaba con una noche blanca, a los ojos de la luna sonriente que alegraba los corazones deshechos de cansancio y tristeza en la batalla.
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