Capítulo 52: “El Motín de Aquellos que Fueron Despreciados”.
Corría enero de 2014, unos de los primeros días para ser más precisa. En todas las casas de cada pueblo por el que pasamos se veía a la gente quitando los adornos navideños para disponerse a guardarlos en los sucios y viejos cajones de la habitación más oscura, en completo olvido hasta que llegase de nuevo la temporada a final de año y sacarlos sínicamente para volver a lucirlos.
En los espacios públicos todavía se veían los vestigios de las celebraciones llevadas a cabo el Año Nuevo. El personal de aseo de cada ciudad se encargaba de borrar, como todos los años, los recuerdos indeseados que la gente dejaba en los festejos. Al caminar se podía ver colillas de cigarrillos por doquier, botellas de cerveza a medio quebrar en múltiples rincones, cenizas esparcidas de los fuegos artificiales en cada paso que se daba, bengalas que no habían despegado por distintas razones, papeles en uno que otro lugar, restos de comida por montones y artefactos musicales en miles de lugares a la espera de ser desmontados.
Haciendo heroicos esfuerzos en no tropezar con el centenar de cosas que se interponían entre nuestro punto de destino y nosotros, conseguíamos pasar para volver a estar ad portas de visitar el suelo, o en su defecto las piedras y el cemento de las calles populosas.
Y así, haciendo caso omiso a los riesgos que se corre en transitar las calles céntricas de cualquier pueblo en días de vacaciones, llegábamos a destino, aunque eso retrasaba nuestros planes y eso solo contribuía a hacernos sentir totalmente furiosos e impacientes.
-¿Te sientes bien?-pregunté a Andrea que marchaba al lado mío.
Andrea, sin tomar en cuenta su avanzado embarazo y los riesgos que ello le valía, se había puesto a andar con nosotros, no nos quería dejar solos.
-No mucho-me respondió.
-Manuel… Manuel… ¡Manuel!-llamé a mi distraído compañero de andanzas.
-Sí, Sofía, ¿qué pasa que tanto gritas?-me preguntó totalmente ajeno a mis propósitos.
-Andrea no está muy bien, paremos en una parte-sugerí.
-Vamos a caballo-me dijo a modo de cable a tierra.
-Pues quedas a cargo, ¿savvy?-repliqué.
-¿Dónde pararán?-preguntó.
-Ella cualquier restorán, lo importante es que ella vaya al baño, coma y obtengamos suministros, ¿savvy? Yo la voy a acompañar, si alguien quiere bajarse es el momento-le comuniqué.
Le indiqué que desmontara a Andrea, mientras que Manuel daba aviso a los demás guerrilleros de que el que deseaba bajar estaba en el minuto preciso de hacerlo.
Al entrar en el restorán descubrimos que el baño era un verdadero asco, pero eso no fue un impedimento para que entráramos, debimos hacer caso omiso como a muchas cosas que se nos volvían poco propicias con el tiempo en nuestras luchas tanto personales como en la causa. A pesar de todo la comida era buena, no era tan asquerosa como en un inicio atinamos a pensar la muchacha y yo. Nos hicimos de suministros y regresamos dispuestas a seguir el rumbo.
Al rato sonó mi celular. Quien me estaba llamando era Catalina Fuentes. El lugar de su ubicación era un convento que servía de hogar de adolescentes embarazadas, y sujetos considerados dementes, que habían sido arrojados de sus casas. El motivo del telefonazo era que ya había conseguido colocar en ascuas a las monjas y demases, pero necesitaba ayuda para amotinar el lugar, pues las mandamases eran muy resistentes a la idea de dar mejor calidad de vida y diversas cosas que son necesarias para que la existencia sea digna.
-¡Andrea! ¡Ven aquí! ¡Andrea!-se sentía gritar a una persona desde dentro de una reja.
Ya habíamos llegado a Rancagua, habían existido algunos contratiempos después del amotinamiento de Navidad, pero eso servía para que estuviese toda la NHM reunida otra vez.
-Aquí es-anunció Manuel, con un aire mítico que de seguro me plagió, aunque no puedo pensar es de él que era una persona honesta, bastante más que yo.
Respiramos profundo, los caballos relincharon, y sentimos unos golpes desde dentro de la reja, ya iba anocheciendo.
-¡Andre! ¡Andrea! ¡Andreita! ¡Ven, por favor! ¡Te lo ruego! ¡Te lo suplico!-se volvió a sentir gritar.
Nos miramos totalmente extrañados. Andrea tomó la delantera palpando con una mano su espada que estaba al cinto y con la otra su pesado vientre de seis meses. Se acercó a la reja y vio por un agujero que estaba en ella.
-¡Javier! ¿Cómo llegaste aquí, hermano? ¡Por Dios! ¿Qué haces aquí?-preguntó la muchacha arrimándose lo más posible a la reja que la dividía de su hermano.
El muchacho se acercó a su vez, llorando, hasta la reja que lo dividía de su hermana y recaló en el vientre de la joven. A esas alturas, casi todos en el grupo estaban ad portas de llorar por lo emotivo del momento. Miré, aún montada, a Manuel, le vi que apretaba los puños con ira y apretaba los párpados para retener en sus pupilas castañas las lágrimas rebeldes que se asomaban.
-¡Dios!, ¡no! ¡No puede ser!-exclamó Javier meneando la cabeza en son de convencerse a sí mismo de que lo que veía era totalmente imposible, y al mismo tiempo palpaba el vientre de su hermana-¿Quién te hizo ésto? ¡¿Pagará el malnacido que te hizo ésto?!
-Ya pagó Peñaloza, le rajaron el pecho-respondió Andrea mirándome, yo solo atiné a contestar la sonrisa que tristemente Javier me dedicó-. Lo que quiero saber es cómo llegaste hasta aquí, tú no eres un enfermo mental, no tendrías por qué estar aquí.
-Me delataron, supieron que me enamoré de Danilo, no tienes idea cómo me tratan, me colocan camisa de fuerza, me dan pastillas, es como si estuviera loco. Danilo murió, por eso no le pudieron hacer nada. Sácame de aquí. Me dijeron que te metiste a la NHM, tú puedes sacarme-le suplicó el muchacho a su hermana.
A esas alturas el ad portas se había esfumado, varios transeúntes encontraron a varios de los nuestros llorando a mares, suerte que yo era una excepción, pues Manuel había vencido a su rudeza y había hecho aflorar su sensibilidad en el momento menos propicio.
-Sofía, ¿tienes una idea? ¿Nos puedes ayudar?-me inquirió suplicante la muchacha.
Me fue imposible negarme, tarde o temprano lo haría, ¿para qué dilatar más el asuntito aquél? Así que me desmonté y me acerqué.
-Aléjense los dos de la reja, voy a meterle plomo a la chapa, no querrán morir por un disparo, ¿savvy?-les dije.
-Sa… ¡¿qué?!-preguntaron al unísono.
-¡Savvy!, significa “¿captas?”, aunque, bueno, en este caso sería “¿captan?”, pero ese no es el punto. El punto es que, si captan o no lo que deben hacer-dije.
-Sí-contestó Javier, sin que Andrea concluyese de decir “aye”.
Yo ya me disponía a disparar a la chapa, luego de cerciorarme de que ambos estaban a una distancia lo suficientemente prudente como para no herirlos con la bala.
-Aléjese señorita de la reja-se escuchó decir una monja, Andrea obedeció inercialmente-. Javier, ¡adentro!, tú no estás en condiciones de salir, estás completamente loco: se enamoró de un hombre-se burló dirigiéndose a nosotros.
No me contuve la rabia, además se veía que era una veterana de alto rango, así que valdría la bala perdida. Así que le disparé a quemarropa, sin tomarme los segundos de apuntar. El resultado: un montón de caras mirándome con los ojos completamente abiertos y una monja muerta produciendo un charco de sangre en la vereda.
Aún en estado de completo shock, Manuel se acercó al cadáver de la anciana y cogió la carpeta que ésta llevaba entre las manos.
-Era importante. Aquí aparece un formulario de cada interno y de lo que se hará con él. Ésto puede servirnos un montón en tu plan, Sofía. Aquí tenemos las pruebas-dijo.
Me acerqué y solté un “¡Por un demonio! ¡Carajos!” al leer lo que se haría con uno de los tildados “locos”, era horrible, lo suficiente como para hacerme gritar.
-Sofía, la batalla se acerca, la vieja que mataste era importante-me advirtió.
-De todos modos el minuto preciso iba a llegar, ¿para qué alargarlo más?, ¿savvy?-dije.
-Es mejor que Javier vaya adentro y ahí lo liberemos. Le podemos causar problemas-dijo con la sensibilidad que lo caracterizaba.
-No, lo soltaremos aquí. Ya libre nos puede ayudar mejor. Quédate las pruebas. ¿Listos?-me volví a los hermanos.
Me contestaron que sí, solté el disparo y le llegó directo a la chapa que se abrió irremediablemente, dejando libre al prisionero que salió a la carrera y abrazó fuertemente a su hermana. Cuando se separaron ella vio las heridas que su hermano tenía en el cuerpo semidesnudo. “Pagarán por eso”, dejo empuñando con más valor la espada que yo le había facilitado.
-¡Javier!-llamó su atención Manuel.
-¿Sí?-dijo el chico mientras se acercaba a Manuel.
-Vístete, apúrate que te enseñaré a usar ésto-le dijo lanzándole la ropa y mostrándole una espada y una pistola.
-No hace falta, mi padre me enseñó, sé combatir-respondió y Manuel le lanzó las armas.
“Gracias”, eso me susurró muy cerca de mí mientras pasaba a refugiarse detrás de los caballos para vestirse. La idea era que la policía no lo encontrara, sino tendría que volver por donde había venido y la idea a nadie le apetecía mucho que digamos.
Yo pensé que el joven era un muchacho muy guapo como para que ninguna mujer antes le hubiese mostrado lo hermoso que es el amor, además era simpático y valiente. La última característica era totalmente distante al prejuicio que rondaba a los homosexuales, se decía que eran totalmente cobardes y afeminados y yo acababa de comprobar que era un mito, o que al menos no es justo generalizar.
“Pobre Catalina”. Esa idea surcó mi mente de punta a cabo en cosa de dos instantes. Ella era muy puritana, no le debía de haber hecho mucha gracia la idea de tener que convivir con monjas crueles e injustas, adolescentes embarazadas en castigo de haberse entregado antes del matrimonio y con jóvenes homosexuales, o sea las excepciones a toda clase de regla. “Sino de todos modos no se hubiese hecho a la guerra: no le hubiese gustado tener que ver sangre… ¡Cierto!”, y con eso cerré mis pensamientos.
No pasó mucho rato cuando notaron la ausencia de Javier. Entonces mandaron a espiar a una novicia. La pobre largó los tremendos gritos de puro terror que le producía la imagen de la monja muerta, pero se contuvo, no me pregunten cómo, pero se contuvo. Trató de llevar al muchacho adentro con resultados totalmente infructuosos, entonces, antes de que le llegase un culatazo o algo por el estilo corrió hacia los interiores del convento.
Al rato comenzamos a combatir, iniciando con quienes contaban con armamento ligero. Adentro estaba Catalina, quien nos ayudó en conjunto con Javier a contrabandear al medio de las filas el armamento. Comenzamos a avanzar en direcciones transformantes, de distinto inicio a mismo puerto de destino. Eso dividió el fuego realista que quedaba al medio de la NHM y los reclusos, que por lo demás les superaban en número, se sintieron asfixiados y debieron rendirse. La monja madre murió batallando y las personas que allí vivían recibieron gustosas a la subrogante y así se inició una nueva vida en el convento que dejaba el dominio ibérico para siempre.
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