Estaba en la salita que tenemos como biblioteca, revolviendo todos los libros de mi hermana. Buscaba algún libro viejo donde hubiera alguna linda poesía, para regalársela a Ursula, haciéndole creer que era mía.
Ursula es una hermosa vecinita, que se chifla por los
poetas y los músicos. Hasta ahora van ganando los
músicos, ya que su casa pasa llena de muchachos
pelilargos, que llegan con sus guitarras eléctricas bajo el brazo y que dicen siempre que están armando una banda, para hacer un demo y lograr la fama.
Úrsula tiene 17 añitos y parece una princesita de
cuentos de hadas. Me interesa como mujer, porque a su cerebro le falta bastante madurez, pero no a su precioso cuerpo.
Como siempre le pido ayuda a Doña Sofía, quien me
conoce los gustos y a veces me hace pata, pero
refunfuñando.
-—Si no soy yo, será otro, mamita Sofía...—le digo
zalameramente— y ¿quién la tratará mejor que yo en su debut?
Bueno, el caso es que Doña Sofía se hizo la
encontradiza con ella, y le comentó la próxima
aparición de mi primer libro de poemas y que dos
grandes editoriales se peleaban por editarlo.
—Lo que más me gusta- le comentó doña Sofía- es que cada poema lleva el nombre de la mujer que lo inspiró. A mí me hizo uno que se llama Sofía y que me hace correr las lágrimas cada vez que lo leo. Es un gran poeta, mi niño Edgardo.
Naturalmente, la pobre chiquilina entró como un
caballo y ahora me vuelve loco primero pidiéndome
prestados libros, porque sabe que en casa hay una
gran biblioteca.
Se sonroja porque yo cuando la veo, lanzo grandes suspiros y le pongo ojitos de cordero degollado.
Cada vez que nos saludamos, ya sea al llegar o al
despedirse lo hacemos con un beso, que primero era
en la mejilla y ahora poco a poco se ha ido corriendo y ya se lo doy en la comisura de los labios. Ayer esperé que ella me lo diera primero y me besó casi en medio de la boca. Me hice el tonto, pero me quedaron temblando las patitas...
Ahora le dije que le iba a hacer una poesía, así, a la
ligera, sin esmerarme mucho, ya que debo estar
inspirado para hacer un poema que sea inmortal.
Por eso estoy buscando una poesía no muy conocida en los libros viejos de mi hermana. Si Rita se entera para que quiero el poema, me pone de patitas en la calle, junto con la pobre doña Sofía.
Pero correré el riesgo. Creo que valdrá la pena y yo soy de aquellos a quienes les gustan las empresas difíciles.
Además, ya está ocupando gran parte de mis
pensamientos. Al sentir el aroma fresco de su cuerpo, al rozar su mano tibia, al escuchar su risa franca y argentina y sobre todas las cosas, al sentir su mirada llena de ternura hacia mí, me dan ganas de tirar todos mis proyectos al diablo y alejarme de ella, pero luego me digo que debo ser el primero, para que jamás me olvide.
¿Estaré equivocado? ¿Seré un pervertido? Pero sé que si le consulto a mi psicólogo, el muy turro me sacará la dirección de ella y se acercará haciéndose el poeta.
Ese es peor que yo.
Me doy una semana de plazo. Si en ese tiempo no me la he llevado a la cama, la dejaré ir. Lo prometo.
Uno también tiene conciencia, ¡qué diablos! |