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La patria


No se puede Augusto. No se puede ser así. No se puede encontrar en cada rincón de los confines (y sin fines) una sonrisa portadora del cielo. No se puede. Simplemente no se puede. No existe. No hay en cada curva, en cada seno palpitante bajo la tela la promesa del amor. Y unos pantalones, por más ajustados que pretendan ser, no son la puerta a nada.
Y esos ojos celestes como esas noches tibias del verano, y el rojo de su pelo, un rojo que se consume, que es tan sólo un recuerdo de las llamas, de lo que fue; no son, no pueden ser el pase a la eternidad. Porque la carne sencillamente no es eterna. Se quema, se pudre, se rompe en mil pedazos.
No se puede Augusto. Y te lo digo por tu bien. No hablo por mí, hablo por vos; por lo que queda de vos. Pero igual insistís. ¿No te agota el cansancio de la repetición?. ¿No te frustra el fracaso en serie?.
-Sí, claro. Pero entonces: ¿qué hay que hacer?. ¿Pasar por la vida como se pasa entre espejos agrietados a punto de traer los siete de la mala suerte?. ¿Pasar por la vida sin mirar a los costados por miedo a que los espejos nos devuelvan la mirada deformada por sus grietas?. ¿No volver a mirarlos por el terror secreto de descubrir que las grietas no están en el espejo?. Prefiero mirar la vida en el espejo, la cara en el espejo y sonreírle, besarla, insultarla o escupirle de ser necesario.

Augusto permanecía en silencio. Desde que entró al bar no había pronunciado palabra alguna. Esteban Acosta lo miraba desde el otro lado de la mesa. En realidad, por el letargo de sus pupilas, parecía que lo miraba desde el otro lado del mundo.
-Che, Correa –Augusto revolvía el café, aún absorto en la idea de lo sublime, en la idea de lo sublime que puede llegar a ser un culo. –Che, Correa. ¿Sos sordo?.
-Y vos, decime, ¿sos idiota?.
-¿Por?.
-¿Por?. ¿No viste ese culo?.
-¿Cuál?- dijo Acosta haciendo rebotar su cabeza hacia un lado y hacia otro.
-No. Evidentemente no lo viste –hizo una pausa y en un sorbo lento pero prolongado terminó el café. –Es increíble que después de cuatro años de profesorado y cinco de facultad me siga fascinando de esta manera un culo.
Acosta trataba de resolver el enigma en su cabeza.
-¿Qué tiene que ver la formación académica con admirar un culo Correa?.
-De-formación querrás decir.
-No empieces porque me voy a la mesa de enfrente con la jovata de historia que por lo menos filosofa sobre el Ser Nacional y no sobre un culo.
-¿Cuál es la diferencia?
-¿Entre el Ser Nacional y un culo? –Augusto asintió. -¿Vos estás mamado Correa?.
-En serio te hablo
Y lo peor para Acosta era precisamente eso, que le hablaba en serio, que no lo estaba cargando para pasar con una risa esa hora muerta entre una clase y la otra, que si se lo decía era porque en verdad había encontrado la punta de la madeja, esa madeja en la que se estaba ahogando y que iba a empezar a desenrollarla justo ahí, en el bar de José, frente a la Media seis, rodeado de colegas y de alumnos y que poco le importaba si alguno de ellos se enredaba con un hilo y se hacía torta contra el suelo.
-En serio –repitió Augusto- ponete a pensar un segundo. ¿Qué es el Ser Nacional?.
-No, de verdad Correa. Ahora tengo clase con los vándalos de 2º 2º y no tengo ganas de seguirte –le imploró Acosta.
-No me sigas si no tenés ganas, pero no me vas a poder negar el echo de que si existe un lugar donde se encarna el Ser Nacional es en el culo. Si indudablemente somos una mierda, si indudablemente las cagadas se repiten, si nadamos en el barro más fresco de Latinoamérica y pensamos que es el caribe, el Ser Nacional es un culo. Ojo –y el suyo, el izquierdo, se cerró un poco más que el derecho como intentando hacer puntería en lo que iba a decir –que a veces un culo puede ser glorioso. Como ese que acaba de pasar. Perfecto, firme, con estilo, arrogante, contundente es la palabra. Vos te reís, pero recién pasó el Ser Nacional en persona. –Pero Acosta no se reía, sino que lo miraba desconcertado y luego miraba a un grupo de alumnos de tercero que escuchaban a su profesor decir culo una y otra vez. –Disfrazado, escondido en ese pantalón celeste, reside el Ser Nacional. Bajo ese glorioso culo –y la carcajada de uno de los alumnos pareció que lo iba a hacer callar, sólo pareció –noble, embellecido aún más por esa bombacha blanca que no se conoce pero se adivina, está la esencia del Ser Nacional.
-Terminala Correa, te están escuchando en todas las mesas –y mientras le decía esto lo tomaba con creciente furia de la manga del saco. Pero Augusto no lo escuchaba. Porque si lo hubiese escuchado no hubiera dicho lo que dijo:
-Pantalón celeste, bombacha blanca. Esa pendeja es la patria misma. ¡Viva la revolución carajo!.
Esteban Acosta ya no lo miraba. Lo conocía desde el profesorado y estaba acostumbrado a que Augusto parara el tránsito de la Avenida Corrientes porque se le habían caído cinco centavos al grito de “yo a los putos del estado no les dejo ni medio, ni en la calle”, estaba acostumbrado a que interrumpiera una clase de Teoría Literaria sólo para preguntarle a una compañera si era un chiste lo que preguntaba o si realmente era una boluda, estaba acostumbrado a que sin embargo los profesores lo quisieran, a que sus colegas lo respetaran, a que sus alumnos lo extrañaran; pero ya a esta altura del partido creía que la separación, el libro publicado, el trabajo asegurado y los treinta recién cumplidos habían hecho de Augusto, por lo menos, un tipo razonable.

-Imaginate si French y Berutti hubiesen repartido las escarapelas acompañados de dos o tres pendejas así, con ese culo celeste y blanco. ¿Sabés cuánto hubiesen tardado en rajar a los españoles?. Treinta segundos. Y hoy seríamos una potencia mundial, es más, España sería nuestra colonia. Ma que cultura del trabajo, acá lo que hace falta es la cultura del
culo.
-Basta Correa, te están mirando hermano. No tenés veintidós, sos grande y tus alumnos están por todo el café –fue la última carta que tenía para jugar Acosta y la jugó. Y perdió la mano.
-¡La cultura del culo!. –Y esto lo dijo de pie, con la mano derecha sobre la mesa y la izquierda dando vueltas por el aire como una mosca indecisa que todavía no sabe si posarse en un vaso o buscar la ventana más cercana. A los alumnos del Magisterio que siempre se sentaban en la mesa del fondo (Augusto decía que era por la vergüenza que sentían de no ser más que maestritos, porque después de Sarmiento no quedaba más que eso) les parecía que estaba tomando juramento. Una mano sobre la Biblia de madera y la otra en el aire de la promesa. -¡Sí, juro!. –Dijo Augusto. -¡La cultura del culo!. Aprueban de culo, pasan de culo, estudian de culo, leen para el culo, te tratan para el culo, te hacen sentir como el culo, nos pagan para el culo, en fin, lo que se dice una verdadera mierda.
-Me voy Correa –le dijo Acosta y le soltó la manga del saco que todavía tenía enroscada entre sus dedos. Se paró, y con paso lento, y no porque rebozara calma, sino porque no quería agregar al papelón y a la vergüenza ajena, una fuga rápida y la vergüenza propia, se dirigió hasta la puerta del café. Ahí se dio vuelta y lo miró a Augusto que ya había hecho silencio pero que aún permanecía de pie. Lo miró como se mira a un barco que sale del puerto llevándose a la persona amada, lo miró como se mira llover a través de un ventana sucia, lo miró entre la niebla de las mesas y los rostros, y se fue sin decir nada.
Augusto se sentó, miró a su alrededor y aún pudo percibir la mueca que dejan la risa o la sorpresa en la cara. Tomó su portafolio y siguió los pasos de su colega hasta que una voz lo cortó en seco.
-Muy lindo el discurso Profesor, pero el café se paga con guita.
-Anotalo en la cuenta gallego.
-¿Qué cuenta? –dijo José, pero Augusto ya había cruzado la calle y entraba en la escuela.

Texto agregado el 27-07-2004, y leído por 1099 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
27-09-2004 tu eres mas bien un acosta o un correa??? halley
 
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