BENJAMIN Y EL RIO
A Benjamín lo encontramos sentado a la orilla de ese río sureño, moviendo el agua con una varilla del sauce llorón que se alzaba a sus espaldas. Era cerca del mediodía y el sol brillaba en el cielo. A sus diez años le gustaba mucho ese lugar, distante unos tres kilómetros de su casa. Para él era especial el contacto con la naturaleza. En algunas ocasiones le acompañó Hans su amigo de infancia, pero esta vez no lo encontró en su casa. Recordó que cuando se sentaban a jugar con el agua en la orilla, se decían uno al otro como escuchaban hablar al viento, al soplar sobre las ramas de los sauces, de los álamos, de los boldos, de los eucaliptos, y éstos le agradecían meciéndose de un lado a otro. Siempre al llegar al lugar, los queltehues volando en círculos parecían vigías, pues comenzaban a cantar ruidosamente anunciando la presencia de extraños, avisándole a las bandurrias, para que no sigan sacando gusanos desde los prados del campo y volaran.
Esta vez Benjamín, joven delgado, de tez blanca, pelo negro y liso, ojos castaños y mirada vivaz, decidió sacarse sus zapatillas deportivas, arremangarse los pantalones, para ingresar al río, pues el agua estaba muy agradable. Dio unos cuatro pasos hacia adentro, pisando las piedrecillas del fondo que en ese lugar era muy poco profundo. Usó la varilla como apoyo. Se detuvo y comenzó a observar a su alrededor, sentía el agua acariciando sus piernas corriendo río abajo, emitiendo un lindo sonido que le tranquilizó mucho. Cerró los ojos y pudo oírlo mejor, parecía que le hablaba, o mejor dicho le susurraba. Abrió los ojos y se inclinó mirando el al agua. Era límpida, tan transparente y se veían claramente las piedras y piedrecillas del fondo. También descubrió como se reflejaba su imagen en el agua, sonrió y la imagen también sonrió. Dijo la palabra - ¡Hola! – fuerte, y la imagen también le contestó, pero el sonido no salió al aire pues se fue con las aguas río abajo.
Mientras se encontraba disfrutando de ese momento, sintió el croar de una rana, saltando de piedra en piedra en la otra orilla. Al escucharla, Benjamín le contestó imitando su croar, y tuvo por respuesta un doble croar. Imaginó que era un saludo de amistad, como un hola y decidió contestar nuevamente. La rana se había quedado sobre una piedra y le contestó, con lo cual la conversación continuó por algunos minutos hasta ver a la visitante zambullirse en el río y desaparecer. Deseó interiormente que esos momentos no terminaran pues se sentía muy feliz, y ese lugar era como su paraíso. Decidió volver a su casa antes que lo echaran de menos. Había salido sin avisarle a Sandra su madre.
Como siempre ingresó a través de la cerca de pinos ubicada al fondo del patio de su casa. Caminó hasta la casa y desde una ventana vio a su madre que le dijo:
-¡Benjamín donde estabas! - ¡Lávate las manos para almorzar!
-¡Estaba jugando mamá!
Entró en la casa y fue hacia el baño para lavarse las manos. Mientras lo hacía se miró en el espejo y comparó esa imagen con aquella reflejada en el río. Era distinta, pero le gustaba más pues como estaba en constante movimiento por el correr del agua, le parecía una imagen con vida. Fue al comedor, se sentó en su puesto y esperó que le sirvieran. Su padre aún no llegaba y al parecer almorzaría solo con su madre. Le sirvieron una sopa, y Sandra se sentó frente a él.
-Ponte la servilleta Benjamín para que no te ensucies.
-Bueno mamá.
-Se podría saber donde andaba el jovencito.
-Había ido a buscar a Hans, pero no estaba. Fui al río y hablé con una rana.
-Benjamín te he dicho en varias ocasiones que no debes ir al río solo pues es muy peligroso. Si te sucede algo, ¿Quién te ayudará?
-Si mamá, es que no estaba Hans y yo quería ir al río pues me gusta mucho estar allá, es muy bonito y converso con la naturaleza.
-Se que te gusta ir al río, a mi también me agrada, pero prométeme que siempre irás acompañado.
-Lo prometo mamá.
-Ahora jovencito sírvase la sopa antes que se enfríe.
-Mamá, -¿El viento le habla a los árboles?
-Benjamín, todo lo que está en la naturaleza, las aves, los animalitos, los árboles, los insectos, los ríos, el sol, el viento y muchas cosas más, tienen vida de una u otra forma, y al igual que los seres humanos tienen su forma de comunicarse para vivir en armonía.
Mientras se servía la sopa, su mente volvió al río y recordó como le susurraba el viento y hablaba con los árboles. Ese recuerdo le hizo esbozar una linda sonrisa, que hizo reaccionar a su madre.
-Así me gusta verte Benjamín, contento mientras te sirves la comida que te hará crecer y ser un joven sano.
Guillermo Gaete - Alfildama ©
11.06.2011
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