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Capítulo 48: “El Regalo Más Peligroso Que Jamás Recibí”.
-Y coronamos Reina de la Alianza Libertadora, con total lealtad y sumisión, a Sofía Esperanza Poblete Hernández, alias Boudica. El mayor de los éxitos en su misión-pronunció un soldado y me llevó el medallón que por aquellos días era solamente un collar de trozos celestes entrecortados y unidos. Mientras el hombre hacía el trayecto a coger de desde la bandeja de plata el medallón que yo llevaría en señal de mi grado en la alianza, me di un tiempo para pensar y mirar.
Era de noche y todos quienes integraban la alianza estaban reunidos en Talca, en la casa de las hermanas Marianela y Graciela. En las viñas se encendió una fogata y alrededor se ubicó a la concurrencia, por cierto bastante amplia. Ya no habían vestigios del invierno mordaz, y en pleno valle era mejor olvidarse de la existencia de la palabra piratería y el nombre “Rosa Oscura” si no quería salir corriendo dejando por allí tirado el collar y correr a toda vela en busca de un navío cualquiera. Allí dentro de la concurrencia estaba Manuel y me perdí en sus ojos una vez más, con una frecuencia inaudita lo hacía y me apresuré para quitar la vista de encima de él, porque si no lo hacía probablemente correría hacia él y haría cosas de las cuales, claro no me arrepentiría pero si me asustaría bastante de mis instintos, “debe de ser una broma” pensé.
En ese momento que se me hizo eterno y como pocas cosas consiguieron me hizo sentir vergüenza, así que qué mejor que rememorar la forma en que había conseguido semejante regalo.
Era algo así como el 25 de agosto cuando una alarmada Javiera Espina llegó a contarme con Arlette de un brazo que estaban atacando cerca de los Campos de Hielo Sur, querían nuestra guerrilla pero para mi desgracia, por sobretodo Peñaloza quería mi cabeza y curiosamente yo quería la de él. Javiera llegó diciendo que teníamos tiempo para sacar armamento del regimiento y secuestrar a uno que otro. Arlette mandaba señales a diestra y siniestra de que la gente debía reunirse para ir a luchar.
-¡Manuel!, estudia el terreno de batalla, ¡Franco!, estudia las rutas que podrían ayudarnos a llegar hacia el Ejército, ¡Arlette! No olvides avisar a Andrade que debe venir con sus estancieros, piratas y lo que quiera que sean, ¿savvy? ¡Javiera! Tú entrarás a secuestrar gente que quiera recuperar armamento, ¡Francisca! Tú vienes conmigo, entraremos a robarnos el armamento realista-ordené y nadie de los mencionados opuso resistencia a lo que yo había solicitado en mi calidad de comandanta-. Manuel, Franco y Arlette se quedan aquí esperando los refuerzos; Javiera, Francisca y yo vamos a hurtar lo que queramos sin que nada devolvamos-concluí.
-¿Cuál es el plan de acción?-preguntó Francisca que al parecer no se daba cuenta de que yo pensaba en ello, pero mi mente rápida solo por que el de Arriba existe me dijo que hacer.
-Haremos lo siguiente-inicié-: Javiera permanecerá afuera resguardando el armamento, mientras que tú y yo cogemos cuanta arma pillamos por ahí, ¿savvy? Luego, esperaremos que los dirigentes las vayan a buscar, Javi los conoce y los asesinaremos, si va un soldado raso, pero bueno lo secuestramos para desviar la atención del Ejército.
-Perfecto, si salen los hacemos trisas, pero ¿por qué?-preguntó Javiera cuyo fuerte no era hacer estrategias del plazo que fuesen.
-Simple, hay mayor espacio de batalla y podemos huir mientras desgastan sus municiones y armas, además los dirigentes saldrán, supongo, primero, así que tendremos tiempo de mandarlos a visitar sin retorno a Davy Jones antes de que salga una pulga de ese regimiento, ¿savvy?-dije y me miraron con cara de “será”.
Seguimos cabalgando por un largo rato y en el camino me surgió una duda…
-Javiera, ¿cómo supiste del ataque de Peñaloza?-pregunté.
-Se aliaron para destruir la NHM y los pueblos Australes, a cambio de tu sangre y dinero-me respondió.
-¡¿Mi qué?!-grité despavorida.
-Tu sangre-dijo Javiera.
-¡No, si ya te oí!-dije y podría jurar que las vi palidecer del puro terror que les producía mi cara de extrema rabia.
-En resumen Peñaloza nunca fue muy patriota que digamos, pero se hace pasar por tal, es un infiltrado-dijo Javiera.
-Ya veremos quién se infiltra aquí-dije y podría jurar que las vi sonreír fugazmente.
Ingresamos, pero antes Javiera nos comunicó quienes eran los encargados de armamento y la localización de la bodega, les ofrecimos un par de cosas, no aceptaron y corre la espada por el cuello empapado de sangre. “Y eso que querían mi sangre”, pensé. En el patio de estrategia estaba Javiera guardando las municiones y armas.
“¡Alerta de saqueo en la torre de armas!”-se escuchó.
-Ya, vamos-dije y salimos disparando.
Era cierto, los primeros en salir fueron los dirigentes y adivinen que les sucedió: una bala propinada por una pistola, rifle o lo que quiera que sea les profanaba el pecho.
Luego salieron los soldados poderosos y mientras se distraían buscando a los comandantes, capitanes y solo el de Arriba sabe qué otra cosa más, los cogíamos, golpeábamos o les aplicábamos el éter con que sus generales pretendían protegerlos, una verdadera y gran ironía con tintes de sarcasmo.
Y así nos dimos cuenta de la masacre que habíamos causado. La torre de armas estaba quemándose, los soldados que habían querido protegerla estaban muertos, los soldados poderosos estaban secuestrados, los dirigentes estaban muertos y los supervivientes corrían de un lado a otro sin un cabecilla tratando de entrever que demonios hacer. Cogimos nuestro botín y partimos al encuentro de nuestras legiones.
Al cabo de media hora nos habíamos reunido.
-¡Manuel! ¿Cuál es la estrategia de terreno a seguir?-pregunté y para ser honesta no recuerdo que demonios me contestó.
-¡Franco! ¿Cuál es la ruta?-pregunté.
-Hacia la cordillera hay una ruta emboscada que nos ayudará a llegar rapidísimo, vive gente realista, así que no atacarán ahí ni tampoco la usarán-dijo.
-Bien, eso es lo que necesitamos, buenas estrategias. ¡Arlette!, ¿y el reporte?-seguí.
-Catalina viene con la gente del convento: novicias, curas, una que otra monja y niñas internas. Marianela y Graciela vienen con la gente de la taberna y sus borrachos-se me ocurre que debí poner cara de “mátame ahora, luchar junto con borrachos, no puede ser”-, la Valentina trae a los saltimbanquis, la Jana viene con sus alumnas-y terminó.
-¿Y eso es todo?, ¿qué fue lo que te pedí?-dije furibunda.
-Y Andrade viene con sus jiles, nos dice que les dio enseñanza de batalla así que no habrá necesidad de instruirlos-dijo.
-¿En cuánto llegan?-pregunté.
-Deberían estar llegando justo ahora, es que ustedes se demoraron mucho en venir con ¿qué traen?-ahí quedó.
-Armas y municiones como para derivar al Palacio Real de España, que es bastante grande, por cierto, ¿savvy?-dije y los vi sonreír.
Al cabo de un rato llego Andrade con una tropa bastante grande de gente que había conseguido cerca de su estancia, y luego cuando estábamos al borde del colapso llegó el resto de la guerrilla con las personas que habían podido reclutar en solo el de Arriba sabe dónde.
Nos pusimos en marcha.
-Ahí vienen-dijo Arlette.
-¿Quiénes?-pregunté.
-Los sobrevivientes del Ejército-contestó urgida.
-¡Manuel!, reúnete a Andrade y guía a la tropa. ¡Franco!, dirígete al frente a dirigir el rumbo, ¿savvy? ¡Javiera y los saltimbanquis!, a proteger el armamento al medio de la tropa. ¡Rápido! ¡Muévanse!, no tenemos todo el día. ¡Arlette y Francisca! Ustedes se reunirán con el Ejército y nos guiaran el rumbo, nos dirán a dónde se dirigen, ¿savvy?-dije.
-Y ¿qué será de ti?-me preguntó asustada Arlette.
-Ya veré qué demonios hago, ahora ustedes están a cargo-dije y me dirigí al frente.
Recuerdo que la dejé tartamudeando, pues si mal no rememoro a ella le encantaba mandar, pero en el minuto de mandar con riesgo y sin ninguna idea fija no era de las menos temerosas precisamente. Aún así igual luchaba… temerosa no es sinónimo de cobarde ni de desleal. También me acuerdo de que sonreí, alcé ambas cejas (no me culpen por no poder levantar solo una) y rodé los ojos mientras ella seguía diciendo frases incoherentes en su defensa.
Por un buen rato Manuel preparó a un grupo con Peñaloza, ellos harían batalla franca, Valentina vio a sus saltimbanquis que pelearían usando la ironía y las piruetas en las que tan buenos eran, Alejandra distribuyó artísticamente (equilibrio, ergonometría) las armas, para hacer buenos bloqueos, los religiosos (en su mayoría) serían de repuesto y ayuda, y yo me fui con Franco armando las rutas.
-Y ¿qué harás tú?-me preguntó.
-¡¿Caso no conocen otra pregunta que me puedan hacer?! Pues hay varias disponibles que, créeme, no me han hecho-dije medio chata de la maldita preguntita aquella.
-De verdad que no sé y quiero saber. Te estás yendo a la bolsa y sabes qué tolero y qué no-dijo.
-Si para ti irse a la bolsa es organizarlo todo, hacer de entretención para los guardaespaldas de Peñaloza, luchar con ellos y cuidarme, peleando, de su protegido, por la sencilla razón de que lo que vino a buscar a este maldito pedazo de tierra es mi cabeza, puede que tu cerebro y tu concepto de irse a la bolsa esté un poquito muy noqueado, ¿savvy?-dije.
-Funciona, funciona, vamos, funciona. Arlette, no te quedes dormida, señal. ¡Maldita señal!-decía Franco.
-Y eso que soy la única que maldice… ¿Qué pasó?-pregunté al ver que mi amigo no sonreía con mis ironías.
-La Arlette no da señales. El GPS, ella, su señal web. Nada. No nos queda sino ir a los Campos de Hielo sin saber de dónde vendrán-dijo.
-Soy buena en eso. Sigue conduciendo el rumbo constante por aquí, yo veré de dónde hago que la Arlette de señales de vida-dije desprevenida.
-¡Cuidado!-gritó Franco, y me cogió de la cintura bajándome de Hae`koro, el cual se agachó.
Lo que había sucedido en ese momento era que el bando contrarió estaba prorrumpiendo en disparos contra nosotros, y justo una de las balas iba a dar directamente conmigo y qué decir de mi pobre caballo que si tenía suerte en el mejor de los casos quedaría con el lomo quebrado.
-¡Andrade!, coge a la mitad de la gente e ingresa en esa punta del camino, escabúllanse, que no los vean. Llévense la mitad del armamento. ¡Franco! Al frente de los que nos quedamos, ingresa en la entrada más cercana. Daremos señales de reunión luego, ¿savvy? ¡Las armas al medio! ¡Alejandra! Diseña un mecanismo para guardar las armas al medio y poder atacar a la vez, ángulos, ya sabes a qué me refiero. ¡Manuel!, ve con Andrade y diseña la batalla, Alejandra verá el orden de armas, ¿savvy? ¡Ahora muévanse que necesitamos acción!-dije mientras veía a Franco mirarme completamente asombrado, quizás le impactaba verme íntegra aún haber estado a milímetros hacía segundos de la bala que suponía acabaría con mi vida.
-¿Nosotras a qué grupo vamos?-preguntó Marianela.
-A seducir a los soldados, amiga. Haber, como verán, ustedes son las más indicadas: adultas, bonitas, y una serie de características demás que no me apetece decir porque es demasiado obvio que son buenas, son las más indicadas para llevar a su perdición a unos cuantos realistas. Hagan lo que puedan y sepan hacer, pues eso es obvio, y si no estuviese de más reúnanse con Francisca y Arlette que son las que nos iban guiando el rumbo, ¿savvy?-dije, se miraron aterradas, como si eso no pudiese estar pasando, y luego me miraron con el mismo miedo al cual no hice ni el más mínimo caso-. Bien, nadie se opone… Entonces corren como el viento.
Después de eso fueron a cumplir algo aterradas lo solicitado y me acerqué a Franco. Al rato después…
-¡Recuperé la señal de Arlette!-dijo.
-Me alegra, ¿a dónde se dirigen?-pregunté, ya habían cesado los cañonazos y todas las cosas desagradables que nos estaban propinando.
-Camino divergente, por el noroeste. Aún así van a los Campos de Hielo a reunirse con Peñaloza que hace de las suyas por ahí, y luego piensan tomar esta ruta para atacarnos. Pienso seguir esta ruta, luego tomar un camino que atraviesa para llegar al Campo de Hielo Sur para luchar y que no nos vean si toman esta travesía, el camino que quiero tomar está bastante escondido, no lo verán, además si quieren llegar a esta ruta tendrán que tomarla desde que se bifurca en los Campos de Hielo-dijo.
-Entonces, Franco, debo decirte que comienzas a pensar por primera vez en tu vida bastante bien, por cierto-dije irónica y lo vi sonreír para luego rodar los ojos.
Seguimos andando, y a cada rato Arlette daba las señales de las rutas que tomarían, cuantos iban y dónde se reunirían con nuevas legiones de Peñaloza. Francisca se había llenado los bolsillos, el corsé y la ropa de municiones suficientes como para hacerla saltar mil veces por los aires si le llegaba un disparo. Las hermanas habían corrido el cuchillo a unos cuantos, a otros les habían aplicado éter y otro resto había sido encaminado a la mismísima perdición por causa de ambas.
Así cabalgamos hasta la noche y llegamos a los campos de hielo. Nos habíamos reunido un tanto antes con las legiones de Manuel y el estanciero Andrade en el camino que Franco cogió justo con ese fin.
-Por Dios-murmuré con mi expresión de asombrada.
-¿Qué te asombra?-preguntó Franco.
-Y preguntas. Este campamento realista tiene suficiente luz y gente como para abastecer a Estados Unidos mínimo por tres años seguidos-dije con las cejas alzadas.
-Solo preguntaba-dijo con una risita que me contagió-. Suerte-dijo al cabo de un rato.
-Que el viento sople a tu favor-dije mirándolo a los ojos y abrazándolo aún montados.
-¡Manuel! Comparte tu plan. ¡Andrade! A tu legión. ¡Alejandra! Tú dispón la ubicación del armamento y la figura de batalla. ¡Catalina y Franco! Reúnan a quienes deseen quedarse y cuiden del armamento y los caballos, no es terreno de cabalgata-dispuse-. ¡Franco! Tú trazarás la ruta que seguiremos al finalizar la batalla, ¿savvy?
No llevábamos más de cinco minutos organizándonos. Iríamos en dos filas intercaladas, vale decir partirían primero dos filas de artillería gruesa, luego dos de infantería y se colocarían en diagonal los de infantería que los de artillería, que cubrirían todos los bordes, y al fondo si era necesario se remataría con caballerizas.
Inició la batalla con una oleada de cañonazos de parte de los nuestros. Manuel, Andrade y yo íbamos al frente, un capitán jamás abandona su nave, así dicen y nosotros no dejaríamos a los nuestros a su suerte.
“Más cañones”. Eso recuerdo que escribí en el celular que llevaba colgado y lo envié como mensaje. Nos estaban haciendo trizas si es necesario mencionarlo, pues carecíamos de la suficiente artillería pesada. Mis deseos se satisficieron y me dirigí a Manuel.
-No venderé mi cabeza-le dije mientras peleábamos a espadazo limpio con tres o cuatro oponentes al mismo tiempo.
-Anda, tienes que hacerlo-replicó.
Seguí caminando por el campo de batalla que comenzaba a sembrarse de muertos del bando realista, que no se esperaban que llegáramos tan temprano a luchar y los encontramos con el famoso elemento sorpresa.
Disparé a diestra y siniestra, un par de duelos a espada y alguien me cogió del brazo izquierdo. No lo dudé ni por una milésima de segundo, la libertad ante todo, y apuñalé el brazo de quien me apresaba.
-Valla, valla, miren a quien tenemos aquí. A la súper pirata-estalló en una risa llena de las burlas que había querido largarme desde hacía medio año.
-Se le olvidó un “capitana” en dicho título, amigo-dije llena de sorna.
-Veremos si la “capitana” sabe luchar-dijo.
-¿Eso significa que me reta a duelo?-pregunté alzando fascinada las cejas.
-Sí, eso significa, niña-replicó.
-Interesante…-respondí.
-¿Qué es tan interesante?-preguntó empuñando la espada.
-Como te dejaré después de ganarte-respondí-. Sólo le pido algo, que nos batamos solamente en un duelo de espadas.
-Como quieras, de todos modos te descuartizaré-dijo atacándome por arriba.
-Eso ya lo veremos, ¿savvy?-repliqué contestando el ataque.
Él me había atacado sobre mi cabeza, yo luego frené dicho ataque, el contraatacó hacia mi vientre, yo retuve el ataque y lo forcé hacia el vientre de mi oponente. Allí, Peñaloza probó el filo de nuestras espadas que penetraron la carne de su panza. Me hice luego con las dos espadas y seguimos luchando. El hombre se apretó el vientre con un cinturón que llevaba para así retener la sangre y se volvió a armar con una espada que llevaba.
-Siempre preparado, señorita-dijo irónico.
-¿Para morir en pié?-pregunté con sarcasmo, me dirigió una mirada llena de odio-. Ésto es por haber hecho daño a la guerrilla, por haber traicionado al país, maldito viejo de los tres mil demonios.
No me contestó, pero aún así seguimos luchando. Al tipo le costaba horrores moverse a causa de su herida y de la sangre que estaba perdiendo. Aún así logró hacerme unas cuantas heridas en los brazos que yo llevaba descubiertos para no morir de calor en la batalla y otras tantas en el rostro.
A pesar de que las heridas eran poco profundas, yo perdía un tanto de sangre. “No creo que muera como el maldito de Barbanegra, ¿o sí?”, pensé mientras luchábamos y yo veía la sangre que derramaba.
Me atacó por arriba, yo respondí con fuerza por la izquierda, giré y me topé de frente con una sorpresa nada de agradable.
-Hasta que vinieron, perros sarnosos-profirió Peñaloza a unos diez tipos que estaban chantados justo enfrente a mí.
-Con que ésta era tu sorpresa, pues siento decepcionarte: no me sorprende, un traidor lo será inclusive dentro del ataúd-dije caminando frente a los soldados que empuñaban sus armas, como si yo les estuviese pasando revista.
No sentí más respuesta que el cuasi contacto de mi espalda con la espada del traidor. Me volteé rápido y contesté el ataque con un sucesivo combate de filo de espada, perdió el equilibrio y aproveché de apuntarle al cuello. Como me agaché un tanto, sus soldados me apuntaron a mí un tanto alejados invitándome al combate, mientras que uno de los de Peñaloza lo recogía y me apuntaban ambos. “¡Qué formalitos!”, pensé, me sonreí y luego calcé las espadas que me querían rebanar el cuello con la mía.
-Veamos a qué llega ésto-dije chocando mi espada con la de Peñaloza.
En ese momento los soldados se abrieron en círculo y me lanzaban tentativas desde diferentes ángulos. Yo estaba concentrada en aniquilar a Peñaloza, pero no podía dejar que ellos me liquidaran. Como portaba dos espadas me ubiqué de lado y así con la diestra atacaba a mi principal oponente y con la surda veía quien dejar como filete.
Como Peñaloza en un momento se localizó atrás mío, uno de los suyos se acercó a combatir enfrente de mí. Con la espada que llevaba en la derecha combatí con el guerrero. En eso vi proyectada la sombra de Peñaloza enarbolando la espada intentando enterrarla en mi espalda. Me giré dando una patada con la pierna izquierda y enterrándole en el brazo la espada que llevaba en la mano del mismo lado. Quité la espada del herido. Él me serviría para hacer tiempo para huir: todos se acercarían a verlo. Aunque mi estrategia dio bastantes frutos, dos soldados se acercaron a pelear conmigo por detrás y con las espadas les profané el vientre para luego rebanarlos hacia arriba en mi intento de quitarles las espadas. Cuando sus compañeros se acercaron a verlos pude divisar que cerca estaban los saltimbanquis, que al luchar hacían piruetas propias de una película de acción.
Entonces volví a arremeter contra el joven soldado de Peñaloza y lo guié hacia los saltimbanquis. Sus colegas y el capitán, comandante o lo que quiera que fuese del traidor, nos siguieron. Eran leales, lo harían, y luego caerían en patota. Eran demasiado formales para combatir como para ponerse al nivel de los saltimbanquis y por ende, morirían medio mareados en el intento de ganarles. Los combatientes de Valentina vieron la turba que venía “atacándome” y se acercaron a pelear.
-Tú vienes conmigo-dije a Peñaloza.
Antes de volver a la carga me detuve a mirar a mi oponente. Estaba hecho un desastre, ya no había un miserable rastro siquiera del hombre formal y elegante que una mañana de marzo había conocido. Se le veía cansado y sucio, enfermo. Sus heridas sangraban copiosamente y eso me trajo el recuerdo de las mías. Lo apunté, calzó la espada e inició el combate. Nos trenzamos en pelea en lo alto. Lo aproveché de enredar con lo que un día había sido su espada y con la mía me dirigí por lo alto a rebanar su cuello y profané su pecho. Inmediatamente palideció, soltó su arma y cayó con la cabeza ladeada hacia la izquierda. Miré su pecho con mi espada enterrada haciéndolo sangrar, la herida del vientre sangraba también.
-Es curioso… Me dediqué tantos meses a tener tu cabeza y en segundos te regalo la mía-susurró con un hilo de voz y la mirada perdida.
-Eso es porque yo nunca te la regalé y quise la tuya-repliqué.
Cerró los ojos, dejó de respirar y ahí se le fue la vida en cosa de nada. Desenterré la espada de su corazón, el cual se veía nítido. Tal como los sacerdotes aztecas veían el corazón de sus víctimas. Y me fui a pelear sin darme cuenta de algo.
-Triunfo patriota, señoritas y caballeros-dijo Manuel-. Agradezcamos a nuestra comandanta esta victoria.
Todos habían visto el duelo gracias a mi brillante idea de subirme a un cañón a punto de disparar para que Peñaloza me siguiera y cayera con el estruendo, cosa que por cierto hizo.
Los realistas y aliados de Peñaloza cuando vieron lo que yo hacía con el traidor determinaron huir: soldado que se salva sirve para otra guerra. Y los patriotas los habían rematado y obviamente se habían quedado en el campo de batalla.
Al día siguiente determinamos volver a Talca para llevar a cabo la coronación. Con el supuesto líder y rey de alianza muerto, alguien debía tomar el puesto y quien más acertada que la mismísima comandanta patriota que lo había aniquilado por traidor.
Y así llegué al presente. Al momento en que ese día, 29 de agosto de 2013, mi cumpleaños número 15, el soldado de alianza me abrochaba el medallón. Miré a mí alrededor con benevolencia, a todos y cada uno de los aliados. Cogí la antorcha y prendí fuego en una parte del pasto, luego me hice un pequeño corte a espada en mi palma izquierda para finalmente colocar dicha mano arriba del fuego. Simbolizaba que la fuerza destructiva del fuego se traspasaba a mis manos y desde ellas a todo mí ser.
Cuando terminó dicho ritual, todos prorrumpieron en aplausos y, entre la concurrencia vi los ojos orgullosos de Manuel, tan solo eso recuerdo.

Texto agregado el 28-01-2012, y leído por 229 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-01-2012 Nena, mejor envíanos tu cuento o narración impreso como regalo de navidad y mientras escribe relatos más interesantes, que éste aburre... a las primeras dos líneas leídas uno queda bostezando. psikotika
 
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