Capítulo 45: “Hae’koro Entra, una Multitud Sale”.
Al rato de presenciar esa catastrófica imagen que iluminaba con fuego de venganza e impotencia la noche del fin del mundo, un hombre ataviado de gruesa ropa se nos acercó y me habló.
-Si quieren esta noche pueden alojarse en mi estancia, pero mañana deben buscar donde irse. La única posibilidad que tenía de recuperarla, era que la NHM ganara la batalla y no lo hicieron, pero descuiden, no soy un hombre rencoroso-dijo demostrando lo contrario.
-Gracias, caballero. ¿Puedo saber su nombre?-dije.
-Claro, me llamo Roberto Andrade, por si crees que los encerraré en mi estancia por lo que me hicieron-replicó rabioso.
-En caso de que llegase a pensar eso, espero que no fuese muy certera-contesté.
-¿Van a seguirme o no?-preguntó.
-Claro, veo que lo urge encerrarnos-reí, mientras lo hacía enfurecer-¡Vamos, chicos, andando! ¡Muévanse, no tenemos toda la noche!
Mientras caminábamos, Manuel se me acercó a platicar.
-Tomas decisiones extrañas-dijo.
-Sí, eso creo, pero nunca sabes si nunca intentas-dije sumiéndome bajo el poncho.
-La piratería te volvió frívola-declaró.
-No, en verdad no. El que se queda es porque sabe lo que viene y quiere enfrentarlo, el que no se larga. Las situaciones me vuelven frívola a ratos, pero solo es una careta y lo sabes bien-dije con mi aire pirático.
-Eso espero, de lo contrario sería una lástima-confesó.
-Entonces siempre es una lástima-dije medio muerta de la risa.
-¡Silencio!-era Andrade-, ya llegamos, en las caballerizas se van a acomodar y mañana al mediodía espero que no den siquiera una mísera señal de vida.
Dicho ésto abrió un inmenso portón de doble hoja y nos señaló el camino a las caballerizas (algo tan simple como decir: “Vayan a Argentina, un milímetro antes se detienen”).
El lugar era horrendo, el frío era como para decir “Agradezco la existencia de los caballos, también pueden servir de calefacción”. De todos modos había estado en condiciones peores así que la situación no me espantó. Tratamos de dormir lo más cerca los unos de los otros para aplacar el hielo, debió aquella noche de haber 17 bajo cero o algo similar.
No saben cuán agradable es despertar adolorida (dormir sobre un morral de cuero duro, como el mismísimo iceberg que mandó a las tierras de Davy Jones el Titanic, no es bonito), muerta de frío (había hasta nieve sobre mí) y con un ruido que te baña de interrupciones. Eso es lo que pensé cuando uno de los tantos relinchos que nos habían acompañado toda la noche, me despertó. Me paré deseando estar en los confines de la incendiada Rosa Oscura quemándome también, en lugar de estar allí.
-Vamos, caballito, no te comportes así ahora. Es de madrugada y queremos dormir, mañana nos debemos ir. Amiguito no empieces, así guardaré un lindo recuerdo tuyo-susurré tratando de no despertar a nadie.
Me contestó un relincho aún más fuerte, que amenazaba con que el tercero despertaría a todo Chile.
-Por favor, cálmate, no querrás que…-suspenso-¡Hae`koro, no puede ser!
Examiné bien al caballo. Era oscuro (además del efecto de la luz), su tono era café, mientras que la cola y la tusa eran completamente negras azabache. No cabía duda, era mi caballo.
-Hae`koro, ¿cómo supiste que era yo?, me alegra mucho verte, espera ¿sí?-dije y luego me volví al grupo-¡Despierten!, hay algo importante, y de lo que no nos hemos dado cuenta, en este lugar.
-Eso de lo que hablas no se irá de aquí a mañana, ¿verdad?-dijo alguien que no recuerdo.
-No lo hará, pero puede y se ve que quiere. ¡Levántense, por lo que más quieran!-indiqué.
-Más vale que sea urgente-dijo la misma persona-, ¡no veo absolutamente nada!
-Mira, los caballos-dije meneando la cabeza.
-Nos dimos cuenta de aquello antes de llegar, hiciste una broma de pésimo gusto-replicó.
-Por si no se dan cuenta son nuestros-dije abriendo las manos.
-Al parecer te afectó la canción de los piratas “timamos, robamos”-risas generales-recuérdame darte la medicina mañana.
-¡Alto!, enciendan las luces. Sugiero que examinemos los caballos, Sofía puede tener razón-dijo Manuel.
Encendieron las luces de camping y examinaron los caballos. Al parecer me debían una que otra disculpa, pues eran los nuestros. Luego de corroborarlo, nos volvimos a dormir.
-¡Pero si les dije que al mediodía no quería verlos aquí! ¡Se largan inmediatamente!-gritó Andrade.
-No nos iremos sin que nos devuelva algo-dijo Manuel y todos nos miramos como diciendo “la cosa se pone buena”.
-¿El honor?, disculpe no puedo devolverles lo que nunca tuvieron-se burló.
-Es imposible que le hayamos dado eso si no lo tiene justo ahora, no creo que además de falto de honor sea lo suficientemente estúpido como para regalarlo-dije vengándome y ahí sí que las miradas de sorpresa vienen a tono.
-Señorita, en vez de comportarnos así y discutir, podemos ser racionales y platicar sobre lo que necesitan, debemos ser un ejemplo para los caballos-se burló mientras destrababa la puerta de las caballerizas.
-Dudo que usted en sus momentos de racionalidad sea un ejemplo de cordura-dije.
-Tú tampoco-replicó.
-Pero a diferencia suya no me da vergüenza-contesté.
Destrancó la puerta y el primer caballo en salir fue Hae`koro. Penas salió me afirmé de los estribos y subí.
-¡Bájese!, ese caballo es mío, además busque sus cosas ¡debe irse!-bramó.
-Este caballo no es suyo, es mío, y los caballos de aquí son nuestros, así que devuélvalos-dije, y entreví que el tipo no me obedecería en lo absoluto, así que di la señal de que montaran.
-Es imposible, Peñaloza me los dio-declaró.
-¿Peñaloza? ¡Qué canalla!-todos a coro.
-Disculpe, Peñaloza de el Ejército Libertador y bla, bla, bla-inquirí.
-Sí, ese. Me los dio cuando sellamos un trato-dijo.
-¿Trato de qué?-pregunté.
-Él me daba estos caballos y me devolvía mi estancia a cambio de que yo utilizara los animales y el sitio a favor de la causa-confesó.
-Y ¿por qué no cumplió Peñaloza?-pregunté.
-Porque si ustedes ganaban el me cumpliría, los caballos me los había dado, pero podía quitármelos y mi estancia estaba en remate, ahora él la compró y no me la devolverá a ningún precio-confesó.
-Pero si usted cumplió su promesa-repliqué.
-No del todo-dijo-. Él dijo que me avisarían para la batalla, así yo facilitaría los caballos al pueblo y mi estancia serviría de refugio, el caso es que no lo hizo y aquí ven los resultados.
-Pero usted no tiene la culpa. ¿Los caballos para qué los quería cuando nos pretendía echar?-pregunté.
-Para demostrarle a ese hombre que no soy idiota-dijo.
-Perfecto, si no es un idiota aceptará este trato. El grupo le consigue la estancia con derecho legal y todo lo que respecta, los caballos nos los quedamos, usted recibe los suministros patriotas en la estancia y su fundo sirve de hotel a quienes sean patriotas y necesiten hospedaje. Además, le debo encomendar una importante misión-dije.
-¿Cuál?-preguntó.
-Qué usted trabaje con los aborígenes de la zona y los otros estancieros, necesitamos que bloqueen el paso a todo navío ibérico, nosotros les diremos como identificarlos. En palabras simples lo que usted hará se llama piratería-dije.
-No me queda sino aceptar, ahora yo necesito su ayuda-dijo.
-Usted dirá-dije, ya comenzaba a sentir incómoda de tanto montar después de medio año.
-Necesito destruir a Peñaloza-dijo, Manuel y yo nos miramos ansiosos, al fin alguien con esas ambiciones-y necesito de su ayuda.
-Lo propicio sería guiarlo a los campos de hielo y allí batallar. La gente de aquí sabe pelear en esas zonas y nos pueden enseñar, él tiene esa desventaja. Además, nosotros usamos armamento que no hace fisuras en el hielo y ellos no. Se hundirán antes de que puedan tomar un arma y disparar-planeó Manuel.
-Es una gran idea, Manuel-dijo el hombre, que comenzaba a tenernos confianza.
-Pero, usted tiene que reclutar a la gente de la zona y avisarnos cuando esté listo-repliqué-, recuerde que no es precisamente un juego.
-Claro que sí…-se quedó en el suspenso.
Disparos, otro disparo más y seguían disparando. El hombre, que en un comienzo se había callado para escuchar, ahora se cubría bajo una capa imaginaria.
-¡Abre, Andrade! Si no quieres que te rompamos la puerta-voceaban desde afuera los soldados.
-Huyan por atrás-nos susurró.
-Tú huirás por atrás, nosotros los despistaremos, saben que con nosotros no se meten-ordenó Manuel, quien arrojó al vejete por la puerta de atrás.
Contestamos los disparos cabalgando a toda máquina. Andrade nos hacía señas a lo lejos y nos mostró un atajo por el cual jamás nos encontrarían. Volvemos a disparar. La lucha a armamento de fuego se hace pesada, pero tenemos la ventaja de huir por atrás y que esté presente la reja de las caballerizas. Al rato nos deshacemos de ellos, pues retrocedíamos. Galopamos hacia don Roberto, agradecimos y nos fuimos rumbo al destino, hacia el horizonte.
Al día de cabalgata con rumbo a Punta Arenas, con propósito de cumplir la palabra empeñada, se desató una desagradable situación…
Ya era de noche. No teníamos dónde alojarnos. Manuel dispuso que se hiciese una fogata y allí, al medio, compartir los planes de guerra. Era sabido que la NHM estaba de vuelta y había que tener mayor cuidado que nunca. La paga era la horca si nos llegaban a descubrir, cosa que estaba cercana, pero la hacíamos lejana ante el más mínimo amago de aparición del suceso letal que cambiaría nuestra historia para siempre y sin una mísera posibilidad de torcer el rumbo y esquivar el iceberg. Ahora que habíamos batallado, planeábamos un hito definitivo y teníamos la palabra empeñada, era muy fácil destruirlo todo y que nada funcionara. No teníamos donde guarecernos del frío letal que calaba nuestros huesos. En aquellos días era julio derechamente y el invierno no perdonaba a aquél que dormía en la intemperie, lo mataba, era un aliado más de la Corona. Habíamos sacado de una estancia un poco de licor para mantenernos en pie y por supuesto comida. A esa hora charlábamos y comíamos.
Paulatinamente, comenzaron a desaparecer una parte importante de la guerrilla. Pensábamos que necesitaban dormir, y como al día siguiente la caminata sería larga y tensa, las dejamos ir.
De un momento a otro tuve que afrontar el primer motín en mi vida, más bien un boicot, y no tengo muy claro si quiero que sea el único o simplemente no me importa en lo más remoto.
-Sofía, necesitamos hablar contigo-dijo Valentina Martínez abogando por todo el grupo que la seguía.
-Pues habla-dije.
-Nos vamos de la guerrilla y no volvemos- replicó la muchacha.
-Cuando ingresaron no les colocamos ni una venda en los ojos ni las apuntamos con un sable, así que se infiere que fue por voluntad propia, ¿savvy?-dije.
-Y eso nadie lo niega, pero con el tiempo las cosas se tornaron peligrosas-confesó la niña.
-Siempre lo fueron y en un inicio debieron saber los riesgos que esto suponía, así que no me vengan con cuentitos de segunda que pretenden hacerme creer que nunca supieron de que se trataba la guerra-dije.
-De todos modos nos vamos-replicó la chica.
-Perfecto, algo más que decir… ¡Ah, por supuesto!, necesito un motivo-dije.
-Que no queremos más riesgos innecesarios. Lo haz echado todo a perder, así que como recompensa necesitamos que nos devuelvas al pueblo-pidió.
-Ustedes entraron por sí solas, y se van por sí solas, ¿savvy? A menos que continúen en la guerrilla-dije tranquila bebiendo un poco de licor.
-Cada decisión que has tomado ha sido de mala suerte. Estamos al borde de la muerte y sigues con tus falsas promesas. Nos tienes subiendo a la horca y sigues en paz-dijo-. Nos debes devolver a Talca.
-Busquen su camino solas, ¿savvy?-dije.
-Nos llevarás-obligó y desenfundó la espada.
-Baja eso y hagamos un trato si no quieres quedar como filete-dije y obedeció.
-Si quieres que nos quedemos debes dejar la comandancia-dijo desafiante.
-Y, ¿quién se haría cargo?-pregunté.
-Yo-respondió la muchacha.
-O sea, si me dejas comprender, tú estás utilizando a una banda de miedosas para subir al alto mando y quieres que yo ni chiste del temor, ¿savvy?-dije.
-Murió la mitad de la guerrilla en la batalla, y nosotras no queremos ser las siguientes-dijo.
-Aye, entonces es temor o oportunismo… todavía eso no se me aclara. Y segundo, aquí las opiniones las tomamos en grupo… sin voceros, ¿savvy?-aclaré.
-No, sino no estaría la mitad bajo el agua-dijo-. Pero nos quedaremos si prometes algo.
-Habla, pues-dije.
-Simple, nos llevas a Talca, nos quedamos y reinstauramos un modo de lucha-dijo.
Yo no me la creí y cuando estaba al borde de apuñalarla con mi espada, se escuchó la voz de Manuel.
-¿Qué clase de método es?-preguntó-. Adelante, las escucho.
-Tenemos que establecer un lugar de mando, una base de operaciones-propuso la niña.
-¿Y con eso qué sugieres?-inquirió Manuel.
-Que nos hagamos cargo de la base, de la logística, y que otros se encarguen de las misiones. Con tantas muertes no somos muchos y no podemos hacer planes grandes-confesó.
-Pero como somos pocos podemos movernos rápido sin dejar huella, no levantamos sospecha y tenemos el suficiente cerebro como para hacer buenos planes. No estamos solos, tenemos al pueblo-dijo.
-De todos modos es más seguro que seamos solamente la fuente de operaciones-declaró-. Tenemos que resguardarnos en Talca y no batallar tanto.
-Y así perder la identidad de la guerrilla. Por favor no me hagas reír. Leven anclas antes de que haya guerra civil. Nunca alcanzarán el poder de la guerrilla, la llevarán a su perdición por su falta de orgullo. Si tienen tanto miedo, vayan, corran al ejército realista… son buenas guerreras y las admitirán, pero antes de que haya pasado un mes se marcharán de puro temor, porque el asunto es igual en los dos bandos, ¿savvy?-dije.
-Nos debes devolver a Talca o perder la comandancia-obligó desenfundando la espada.
-Leven anclas, sanguijuelas asustadas. No son dignas de la NHM, ¿savvy?-dije.
Se juntó el cuarto de guerrilleros que se quedaban en el grupo, tras de mí y comenzamos a batallar entre hermanos. La piratería es osca y los piratas aún más. Yo por mi parte sabía que era mi primer motín y que si moría (o me sucedía algo malo, propicio para someterme) la guerrilla quedaba bajo el total control de las traidoras, cosa que no me apetecía mucho, por cierto. Yo sabía perfectamente que ellas pretendían tomar el control para vender el grupo y no lo permitiría, aunque en ello me costase la vida. Me parecía insensato que una guerrillera y pirata que se daba de sablazos cada dos segundos se dejase morir por un estúpido miedo, la muerte no me asustaba y su amenaza la hacía sucumbir con el filo de mi espada. Definitivamente no podía dejar que la batalla se fuera de mis manos. Nos dábamos de sablazos y nos disparamos como nunca creí que nos atreveríamos, y yo pensaba “Justo ahora tenían que aprender a luchar, debieron haber aprendido hace años”, y seguía luchando.
Consiguieron huir sin timarnos una sola arma, un miserable caballo, ni una pequeña parte de nuestros botines. Nos dormimos y eso sirvió para armar mi carácter.
Quizás sirvió para que aprendiera a timar sin sentir miedo, y a mandar esperando el motín. Ya nada importaba sino vivir.
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