Capítulo 42: “Sin Él el Grupo no Está Completo”.
Habían transcurrido dos semanas desde la fallida ceremonia de transferencia del poder. El ejército se encontraba dividido en dos bandos: el primero, que quería que yo siguiera a cargo, y no estaba fundado en su totalidad por guerrilleras; y el segundo, que pensaba mil cosas de mí y consideraba que había sido un absurdo error entregarme la comandancia.
Millones de rumores recorrían casi por segundo los no pocos pasillos del regimiento. Unos decían que yo no sabía comandar; otros, que yo quería el poder del país; no pocos, que yo era una aprovechadora en busca de fama y, por qué no, fortuna; algunos, que yo odiaba al comandante Peñaloza y que mi meta era arruinarlo costara lo que costara; y así, los dichos en mi contra iban y venían en innumerables ocasiones sin que nadie detuviera su tránsito y los hiciera callar.
Pero dijeran lo que dijeran, el hecho de que yo estaba a cargo no cambiaría por la crueldad y los rumores de mis opositores. Yo no dejaría mi papel de importancia solo por los decires de ciertas personas. Al contrario, me guiaba en los sueños de quienes me apoyaban para resistir a aquellos que me odiaban.
Pero todavía seguía faltando aquél que había causado hacía cierto tiempo la detención de la ceremonia, hecho que me había causado unos cuantos problemas.
Un día me decidí a buscarlo, y en mi tiempo libre a guerrear, a comandar. Sin él el grupo todavía estaba incompleto y aunque teníamos el valor y la cercanía de miles, la ausencia de uno de los nuestros nos consternaba y hacía sufrir como si la mitad de todos estuviese desaparecido y no hubiese dejado ni la más remota huella de su paradero.
Ese día ingresé a la sala en que guardábamos los expedientes y me senté con toda parsimonia a leer el de él. Pero una dudosa sustancia había borrado todas las respuestas de la ficha que se llenaba, de hecho lo único que aparecía era su nombre que más de una carcajada muy estrepitosa hizo largar a quien había llenado los datos, entre ellos el paradero del comandante.
Entonces, a los días después, conseguí entender el origen de la desaparición de los datos y el paradero de quien había dirigido la NHM conmigo. En reiteradas ocasiones me había comentado que si lo asesinaban estando de paso en lo que él llamaba “el futuro”, desaparecería su historia y las dos causas independentistas por las cuales había luchado en su vida, quedarían muy distintas a lo que en realidad eran y que la actual podía incluso perderse por los avances que llevaba.
Lo más probable era que hubiese regresado al pasado, pues no quería tirar por la borda tres años de una agotadora contienda y treinta y tres de vida solo por intentar adquirir un poco de prestigio y riesgo. Solía pensar siempre en los demás y en lo que le sucedería a ellos con sus actos.
Sonreí cuando llegué a esa conclusión y miré una foto que tenía en mi bolsillo en la cual aparecíamos ambos. De inmediato, al salir, me encontré con Rafael, un soldado que era de mi bando en aquel momento y le hice la pregunta más rara que éste hubiese escuchado en su vida.
-¡Rafael!-exclamé cuando salí y lo vi.
-¿Qué sucede?-preguntó.
-Necesito hacerte una consulta y necesito que no me lleves al manicomio cuando la escuches-contesté.
-La vida es extraña, entonces según tú debí haberla mandado al manicomio hace mucho-filosofó.
-¡Basta de bromas!-reí.
-Bien, dime-dijo poniéndose serio, o intentando estarlo.
-¿Sabes dónde vive una médium o algo parecido?-pregunté.
-Sí, a dos cuadras, en el edificio, tercer piso, departamento dos-contestó.
-Gracias, te debo una, de verdad te la debo-agradecí.
-Si quieres te acompaño-dijo el muchacho.
-Te impones por presencia, me aseguras que no me estafarán, vamos-contesté.
Salimos y nos encaminamos hasta el edificio de a dos cuadras, el piso tres, departamento dos. Al entrar pensamos que nos habíamos equivocado rotundamente al levar anclas, en la sala de espera y en el lugar en general no reinaba el ambiente místico o aterrante que pensamos nos encontraríamos. De hecho lucía como una oficina común y corriente, y en teoría lo era, pero en el ámbito de común hay que tener el concepto o muy amplio o noqueado como para considerar ese lugar como común y peor aún, normal.
Adentro reinaba una paz y armonía irresistible, la gente esperaba tranquila su turno viendo la t.v. y la sala de espera se llenaba y vaciaba gradualmente. Parecía la consulta de un dentista no la de una clarividente.
Al cabo de una hora y media se abrió una puerta y nos sugirieron que pasáramos.
-¿Qué buscan aquí?-preguntó la médium.
-Necesitamos saber del paradero de una persona-dije con firmeza.
-¿De quién?-preguntó.
-De Manuel Rodríguez, sé que sueno como una loca, pero…-me dejó en el suspenso.
-No en verdad, al menos para mí no. Escucha niña, aquí me comunico con personas de ese tipo y suelen acontecerme cosas así, lo tuyo es algo común cercenado en el qué dirán de los demás-aclaró.
-Pues bien, hace casi dos meses él todavía estaba aquí, había regresado para ayudarnos a pelear en la guerra, pero hace dos meses nos enjuiciaron y nunca más lo vi. Ahora necesito saber si volvió al pasado para no eliminar su historia, el curso de las guerras o dónde está, pues lo necesitamos, necesitamos su ayuda-declaré.
La mujer, sin responder, comenzó a cerrar los ojos y entrar en un extraño trance de silencio, quietud y a su vez alarma. Los dedos se juntaban como imanes sobre unas hojas de papel. Se encontró en ese estado de búsqueda y expentancia por más de media hora. Al finalizar ese lapso de tiempo empezó a volver gradualmente, a separar las manos, a abrir los ojos, a dejar de vibrar y nos comenzó a mirar a los ojos de manera penetrante, que me dio vergüenza de mis propios secretos.
-Está aquí, no puedes verlo pero si sentirlo, busca en los lugares más insólitos y más comunes a su vez, no pienses mucho, solo actúa, se directa, no rebuscada. Vuelve cuando lo necesites-dijo la mujer haciéndonos salir, pero sin antes solicitar su paga, una suma nada módica de dinero.
Salimos con sus palabras en la memoria, nos daban vueltas y más vueltas en la mente. Queríamos sacar de allí esa escena, borrarla del todo, pero parecía que la mujer se había adueñado de nuestro interior y no pensaba salir hasta que hiciéramos solo Dios sabe qué cosa.
Pensaba además, en lo terrible que había resultado dicha búsqueda, las cosas no funcionaban. Habíamos intentado todas las cosas posibles (desde hablar con una médium) y él no se dignaba a dar rastro alguno de su dudoso y extravagante paradero. Lo único que quería era desaparecer, habíamos gastado un dineral estratosférico y no obteníamos ni el más remoto resultado.
Me puse en silencio a reflexionar sobre las palabras de la clarividente y llegué a la conclusión de que el lugar en que debía buscar no podía, bajo ningún hemisferio, ser tétrico, lo que comúnmente se asocia a alguien que hace siglos (literalmente) se encuentra en el más allá; no podía ser un lugar muy habitado a su vez por bohemios ni nada de ello, Manuel era muy amigo de la concurrencia; y lo de sentirlo, tenía que estar en un lugar donde sus ideas afloraran como un campo de calas, puras y con fuerza.
-¡Rafael!-grité al verlo subir las escalinatas para entrar.
-¿Qué quieres ahora?, ¿qué me usen de experimento de científico loco? ¡Mira!, perdimos la tarde entera en busca de tu querido Manuel y ni luces de ese idiota. Hemos gastado plata de lo lindo y no pareces tener control, pensé que eras diferente-dijo dejando en claro que no me acompañaría en mi nueva aventura.
-Quería que una persona liberal, buena, confiable y leal, que era lo que pensaba eras, me acompañase a un lugar donde Manuel de seguro está. Pero como no te importa nada más que salvar el pellejo de tu antiguo capitán, general, o lo que quiera ser ese malnacido, no te preocupes, tendrás el cargo antes de lo que esperes y en tu ventana en la mejor de tus suertes, mi ataúd-dije.
Rafael subió enfadado y yo, enfadada seguí mi camino. Me encaminé al pueblito de San Clemente, cercano a Talca. Allí estaba Manuel, no cabía duda. El campo era su mayor pasión. Cumplía todos los requisitos para buscar allí y encontrar resultados esperados.
El campo no era tétrico, nadie esperaba que un visitante del pasado lo hubiese elegido de hotel cinco estrellas, nadie creería que un muerto en lugar de estar en una capilla comiendo cerebros, estuviese en un pobre campo llenando de libertad y sueños al pueblo; no era habitado ni común, la gente de aquel entonces odiaba el campo por las cuantiosas incomodidades que presentaba en su menú de cosas indeseables para un hospedaje añorable y deseable; y, por último, era uno de los pocos lugares donde el espíritu patriota recorría con fuerza e intensidad, vivo y libre, de punta a cabo. Sin duda allí encontraría a Manuel, o sus sueños deambulando intentando guiarme a su dudoso, increíble y extraño paradero.
Tomé el último micro que ese día surcaría las calles talquinas con rumbo a San Clemente. Después de una hora de recorrer de punta a punta la ciudad, salimos rumbo a destino y paramos en la plaza de Armas. Recordé que Manuel gustaba de visitar a la familia Rojas. El padre y sus tres hijas eran parte de un grupo muy reducido de personas que recorrían los más inimaginables pasos fronterizos en busca de víveres y recursos clandestinos para quienes luchaban a favor de Chile, mientras que la madre y la abuela paterna recibían en el fundo un cuánto hay de heridos y gente por el estilo, los atendían y trataban bien. Era un lujo, el mayor privilegio de la clandestinidad era vivir allí, lo mejor era la gratuidad de la estadía. Me encaminé durante media hora hasta el fundo y cuando la llegué un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo, estaba oscuro y me daba miedo. En ese momento me juzgué por el simple hecho de no rogarle a Rafael por su compañía. Venciendo la incomodidad del temor me puse a canturrear una canción y toqué el timbre. Al cabo de un rato salió una mujer de aproximadamente cincuenta años a recibirme. Era delgada, estatura mediocre, cabellera castaña, ojos verdosos, trigueña, en fin, muy bonita.
-¿Tendría el honor de hablar con doña Julia Rojas?-pregunté al verla.
-Soy yo-respondió con voz ronca.
-Me alegro muchísimo. Deseo quedarme aquí, soy Sofía Poblete de la NHM-contesté venciendo el temor y sintiéndome a gusto.
-Me alegra conocerla, Boudica. Si gusta pase, hoy tenemos un carrete bien entretenido por si quiere bailar un poquito-anunció.
-Me parece extraño que todavía haya gente que me llame Boudica. Agradezco su invitación, sería una idiota si no la acogiese-contesté.
Tras nuestro pequeño diálogo entramos en la parcela. Recuerdo que en ese instante me pareció muy hermética. Tenía muros muy altos, coronados por alambre púa y cerco eléctrico. La reja era aún más alta y estaba electrificada entera, y su único espacio libre de la corriente eléctrica era un recuadro en el que estaba el lector de huella, la cámara y la chapa. Era un verdadero error apoyarse en esa reja, uno letal. Había animales y árboles, cualquiera que no supiera de qué calaña de gente eran los Rojas, hubiese pensado que era la granja de una familia relativamente pobre que pretendía resguardarla como si se tratase de un banco o una cárcel de alta seguridad.
Nos tardó un buen rato llegar a la casa en la cual se hospedaban los patriotas y la familia residente. Era grande, una casona colonial, una verdadera casa patronal con tejas, adobes medio corridos y vigas a la vista. La puerta de madera se quejaba sobremanera mientras ingresábamos a tan cálido lugar. Era de madera nativa, vieja y a medio romper, resquebrajada por el paso del tiempo, el único en la velada que no era admitido.
Adentro la casa distaba totalmente de su apariencia de la fachada. Lo único que hacía pensar en su indudable centenaria edad eran las vigas y los muros de adobe. Aún así estaba bellamente pintada y decorada, el estilo era contemporáneo como cualquier hogar de este entonces.
-¿Ves ese corredor?-preguntó la señora señalando uno.
-Claro que sí-contesté.
-Pues bien, en la segunda habitación a la derecha está la cama en la que dormirás hasta que tu estadía aquí concluya. Es la segunda cama de la litera del medio-me introdujo.
-Gracias-dije.
-Si quieres puedes ir a dejar tus pertenencias-sugirió con amabilidad.
-No traigo nada, solo mi morral, vengo ligera, de paso-repliqué.
-Como todos, de todos modos ve a dejarlo, luego anda a la cocina, ¿te gusta la cazuela de osobuco?-preguntó.
-Claro que sí, a quién no-contesté.
-Pues bien, pide que te sirvan un plato y anda a comerlo al comedor, hay carrete-sugirió.
-Gracias, ahora vuelvo-alcancé a decir antes de desaparecer.
Fui a reservar mi cama y me fijé en que en la cama de debajo de la litera de la ventana estaba el revólver de Manuel. Miré al techo de la habitación como si al hacer eso fuese a ver el cielo y en medio de él a Dios, y susurré “Dios existe”. Salí con entusiasmo, de estar realmente en la casona no estaría lejos y si no lo estaba, de seguro debería volver en busca de su armamento. Además, el hambre me apremiaba en ir en busca de la deliciosa cazuela que me había ofrecido la amable mujer, ya me había abierto el apetito que con heroicos esfuerzos había obligado a mantenerse cerrado, ya no podría volver a colocarle el candado a menos de que lo llenase cosa que pronto sucedería. Después de atravesar de punta a punta la casa, llegué a la cocinería, allí las hijas del matrimonio Rojas-Valenzuela preparaban holladas de cazuela en cantidades industriales, lo suficientemente grandes como para alimentar a Chile entero sin los menores problemas.
-Disculpe-dije a la primera que se cruzó en mi camino.
-Sí, dígame-replicó la aludida.
-La dueña de casa me dijo que viniese aquí para pedir cazuela, soy de la NHM, me llaman Boudica-lancé de sopetón.
-Claro, espérame aquí, mi mamá siempre en lugar de servir ella misma los platos nos mete a nosotras en cualquier cuento-contestó mientras me llenaba generosamente el plato.
-Gracias, por cierto encuentro increíble, genial, la labor que hacen-felicité y me marché en rumbo al comedor.
Me senté alrededor de un mesón largo, mínimo para cincuenta personas, quizás unas setenta, en una silla de plástico roja. Comencé a comer, me quemé en un comienzo en innumerables ocasiones. Luego vi en una de las pocas sillas de madera de la habitación, en un rincón, con una garrafa de chicha, a Manuel. Cerca de él había una mujer cortejando a otro varón, su oficio con el tiempo se había transformado en una de las más fuertes groserías, una de las más crueles.
Apuré como nunca mi plato, quedé sintiendo un hambre intenso, pero no importaba, todo lo que interesaba en realidad era el bienestar de mi amigo.
Me aproximé aún más y me percaté sin hacer mayor esfuerzo de su inconfundible borrachera, la cual dormía sosteniéndose heroicamente de uno de los brazos del mueble. La cabeza la tenía ladeada y la garrafa la dejaba caer cada tanto un poco más, dentro de un rato llegaría al suelo completamente quebrada, la prostituta se le acercaba, en ese momento determiné acercarme, tenía que tener un don estómago para aguantar el fuerte olor a chicha.
-¿Me permite?-pregunté a la mujer.
-¿No crees ser muy joven?-preguntó irónica.
-Tú tampoco eres una vieja, ¿qué dices?-repliqué.
-Los otros son míos-dijo pensando que yo era de su calaña.
-Los otros ni me interesan-contesté.
-Es un hecho, yo te cubro-propuso.
-No es necesario, ahora vete-dije y obedeció.
Me acerqué y cogí la garrafa, Manuel no despertaba, dormía su borrachera reposadamente. Quizás cuantas noches se las llevaba así. Por suerte había conseguido espantar a la mujer, sino estaba totalmente perdida la lucha, ella se lo llevaba al lecho y no era difícil meterlo en ese estado en una pila de problemas. Pienso eso y él sigue sin despertar. Por inercia huelo el brebaje, apestaba sin lugar a dudas, miro por el agujero y descubro que hay como más de un litro de ese líquido. Lo cojo con las dos manos y en un acto decidido y valiente, en exceso tratándose del alcohol de alguien que se encuentra en estado de ebriedad, y lo arrojo directo a su cara y cuerpo.
-¿Qué te pasa? ¿Quién eres?-preguntó Manuel, de forma pausada, de gestos tambaleantes, tono de voz entrecortado y elevado.
-Necesito hablar contigo, me alegra que estés aquí, pero no en este estado, amigo. Soy Sofía, de la NHM, ¿te sueno?-pregunté.
-Ella no sería así de odiosa-dijo.
-No lo soy, te digo la verdad, amigo. ¡Mira cómo estás!, ¿no te da vergüenza?, no sabía que fueses alcohólico-aclaré.
En ese momento, al parecer con la palabra alcohólico recordó a su difunta garrafa de chicha y la cogió para intentar beber algo de ella, cosa que no consiguió, pues me había dedicado a vaciarla.
-¡Mira lo que has hecho!, no queda cerveza, ¿no serás una maldición?-me reprendió.
-Sí, la que amenaza a tu borrachera, despierta de una vez, tenemos que hablar algo más importante que llorar a un litro de chicha-dije con sarcasmo e imperiosas ganas de golpearlo.
-Al demonio contigo-dijo y volvió a dormir.
-¡Despierta!-grité golpeándolo para hacerle volver a la razón.
En ese minuto se paró tambaleante al ver que no tenía más opción que charlar conmigo para que su pesadilla concluyese lo más rápido posible. En ese momento lo cogí del hombro para dirigirlo a la habitación que gracias a Dios era la misma mía. La mujer me giñó con el ojo y levantó la ceja derecha, yo junté dos dedos de mi mano derecha, los llevé a mi frente y los quité rápidamente, ese era mi gesto. Juro que fue la travesía más larga que haya hecho en mi vida, Manuel pesaba demasiado y yo estaba tan cansada que no estaba como para cargarlo una casa patronal entera de punta a cabo. Al llegar hice puntería, con él colgando, a la cerradura y conseguimos entrar. Él llevaba la ropa en un estado tremendo, a medio caer y romper, su barba estaba mal cuidada y el cabello lo llevaba sucio. Lo arrojé en su cama y me senté en la mía.
-Supongo que no me queda más opción que escuchar lo que se supone quieres decir-dijo.
-Y hasta que comprendiste-dije.
-Habla luego, mira que la cabeza se me parte por capítulos-sugirió.
-Espérame aquí, te voy a traer algo para el dolor de cabeza-dije.
Fui a la cocina, saqué un paño mojado, estilando, de agua y una taza de café bien cargado.
-Bebe ésto, te traje ésto para que te lo coloques en la cabeza-dije al volver.
-Y bien, dime qué quieres-pidió.
-Llevamos mes y medio buscándote, te necesitamos-dije.
-Sabes muy bien lo que sucederá si me asesinan-replicó.
-Y muy bien lo que sucederá si te cuidas y luchas con nosotros-contrarresté.
-No entiendo para qué me necesitan. Tú sabes luchar, eres valiente, firme, buena estratega, estás en condiciones de hacerte cargo; mientras que, Karina es comunicativa, confiable, buena, se gana a la gente. Yo solo sobro, cumplí mi ciclo-dijo.
-¡Primero! Te agradezco muchísimo el alago, nunca pensé que tuvieses tan buen concepto de mí, pero por muy buena que sea necesito alguien más, sola soy buena, contigo mejor. ¡Segundo! Quizás de a dos podríamos haberte, con heroicos esfuerzos, suplido, pero, Karina se hizo la desentendida y no volverá a comandar, eso se traduce en que estoy sola. ¡Tercero! Amigo, me puedes decir quién te dijo que tu ciclo se había cumplido, sigues aquí, si así fuese estarías de vuelta y no darías ni la más remota señal de vida. ¡Finalmente cuarto! Eres un gran elemento, si no lo fueses quizás estaría comandando sola y me importaría dos miserables bledos tu ausencia, pero no es así. Hay dos reglas que te deben quedar bien claras: ser inteligente y creer serlo. Yo soy lo suficientemente inteligente como para darme cuenta de que soy una gran guerrillera y luchar por mi cuenta, pero sé muy bien que sola las cosas no le funcionarán al país como quiero. Ésta es una cuestión de tener el norte bien clarito, amigo. Mi norte es la libertad y el bien común, no una fama egoísta y sarcástica. En cambio si creyese ser inteligente y en realidad no lo fuese, de partida no sería tan buena guerrillera, pero me endiosaría y lucharía sola rechazando la ayuda de los demás, queriendo para mí el protagonismo. Tendría los mismos resultados individuales, pero los resultados en general serían un poco más pobres, ¿savvy? Así que, aceptas volver a la NHM ¿o pretendes ver como lo que hemos logrado lo destruyes en tu temor?-filosofé.
-Estoy aquí para poder luchar sin arriesgar nada-dijo.
-Por si no te has dado cuenta eso es parte de tu temor-dije.
-Si todo se ahoga en tu impulsividad serás la culpable-dijo.
-¿Debo tomar eso por un sí?-pregunté.
-Sí, antes de que me arrepienta o me venga la amnesia con el dolor de cabeza-anunció.
-Mañana partiremos a menos que te sientas mal-dije.
-A qué hora-preguntó.
-Después del mediodía. No creo que antes estés en condiciones. No sé cuantos días de borrachera no los podrás corregir en dos horas de aire fresco-filosofé.
Finalmente nos dormimos. Al mediodía nos encontrábamos en condiciones de partir. Almorzamos y nos fuimos. Quizás en cuanto tiempo no volveríamos, quizás nunca más pondríamos un pié ahí. Pero si no habitábamos en esos lugares esos lugares habitaban en nosotros, su espíritu estaba en nosotros y nuestro espíritu siempre vagaría en la memoria y en el alma de aquellos lugares, aunque quisiera la gente negarlo.
Recorrimos en silencio toda la trayectoria que he narrado hace un tiempo. Yo pensaba con el silencio propio de una tumba sin habitar, en lo difícil que había sido encontrarlo. Habíamos probado de todo, los costos monetarios no eran precisamente muy módicos y el único costo que hubiésemos tenido que pagar, hubiese sido una noche de diversión en el día preciso, nada más.
El dinero no compra nada, ni siquiera encontrar un amigo. La verdad es encontrar lo que se quiere encontrar en verdad…
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