SAMUEL HAHNEMANN Y LA HOMEOPATÍA

Salgo entristecida del cementerio de Perè Lachaice en París; he caminado entre ángeles de mármol, monumentos funerarios exquisitos, gatos que toman el sol cómodamente relajados sobre lápidas que cuentan historias, avenidas bordeadas de añosos árboles donde los pájaros han sentado sus reales para entre cantos y aleteos criar sus polluelos, tumbas que contienen restos recientes y personajes que ya solo viven en la mente de quienes los recuerdan; todo el entorno tiene un aire de aristocrática tristeza. El viento pasa silbando a través de las hojas de los árboles y simula un murmullo lleno de mensajes de los que ahí reposan. Entre las voces que logro identificar está la de este médico alemán fundador de la homeopatía. Samuel Hahnemann. Cuando visité su tumba me pregunté cómo pudo un hombre amar tanto la ciencia al punto de poner su propia vida el servicio de experimentos que pudieron acabar con ella, ahora, el susurro del viento me trae sus palabras y me cuentan su historia. Como música de fondo la voz de Edith Piaf entona “Sous le ciel de París”

Mientras camino hacia la salida, Samuel me acompaña, me cuenta que vivió en Meissen, donde estudió varios idiomas y la cultura clásica. Tanto conocimiento adquirí- me dice- que aun antes de cumplir los 25 años ya el gobernador de Transilvania me tomó como su médico personal.
Le pregunto: ¿pertenecía el gobernador a la familia del famoso conde de hábitos nocturnos? Se ríe y me dice que aquello es pura patraña. Me cuenta en cambio que antes de ser médico fue químico, que su suegro fue farmacéutico, que él fue su alumno, que en aquellos tiempos la medicina, tal como existía a finales del siglo XVIII o inicios del siglo XIX no podía considerarse medicina, sino una amalgama de recetas extrañas, e incluso "extravagantes".

Me casé con Enriqueta, -me cuenta en tono reposado- una buena mujer que me dio 11 hijos pero que muchas veces no comprendía que para mi era desesperante ver como las enfermedades diezmaban a la población y yo no podía hacer casi nada para mejorarles; ¿Sabes? -me dice- una vez, al entrar a mi consultorio encontré varios pacientes que me esperaban y les manifesté que no podía mejorarles, que se vayan a sus casas; pero esto causó tal conmoción que me obligué a buscar un medio para solucionar los males. Comencé entonces a aplicar en mi propio organismo los distintos químicos que provocaban las enfermedades, y cuando ya los síntomas me demostraban que la enfermedad estaba en curso, aplicaba los mismos compuestos que me enfermaron y que lograrían a su vez mi mejoría. Algunos dijeron de mí que fui esencialmente un experimentador y es verdad, por ejemplo; tomé cuatro Dracmas de quinina dos veces al día, tuve paroxismos de fiebre y frío; en mi práctica como médico, había visto iguales síntomas de fiebre y frío, los había curado con quinina. Ya no podía seguir diciendo que la quinina cura los paroxismos de escalofrío y fiebre, porque es una droga astringente y amarga. La verdadera deducción saltó a la vista: la quinina curaba los paroxismos de escalofrío y fiebre, porque producía paroxismos de escalofrío y fiebre. De esta manera se hizo patente la necesidad del descubrimiento metódico de las propiedades medicinales de las drogas y su aplicación para curar las enfermedades.

- Sabes- me dice- después de muchos años de que Enriqueta falleció conocí una mujer singular con la que volví a casarme, se llamaba Melanie, era hermosa y luchadora, tanto me amaba que cuando fallecí hizo embalsamar mi cadáver, cerró todas las puertas y permaneció días enteros sollozando junto a mi. Luego de nueve días permitió que fuera enterrado en el cementerio de Montmatre. Melanie d'Hervilly, por el resto de su existencia luchó arduamente para demostrar que la homeopatía era ya una ciencia médica.
Cuarenta y cinco años mas tarde, después de la muerte de Melanie, mis restos mortales fueron trasladados al cementerio de Père Lachaise y al abrir el féretro, descubrieron atado a mi cuello un mechón de sus cabellos rubios y una botella tapada con cera, en ella una nota escrita de mano de mi amada Melanie que decía:
 
CHRISTIAN FRIEDERICH HAHNEMAN
 
Nacido en Meissen (Sajonia) el 10 de Abril de 1775
Fallecido en Paréa el 2 de Julio de 1843.
 
Su esposa, María Melanie d' Hervilly,
Se le unirá en la tumba como él lo deseó
Y a cincel se grabarán estas palabras escritas por él:
 
�HOC NOSTRO, CINERIS SINIS, OSSIBUS OSSA,
SELPULCRO, MISCENTUR,
VIVUS UT SCIAVIT AMOR.�
 
(“Mézclense en este, nuestro sepulcro
las cenizas con las cenizas
y los huesos con los huesos,
como en la vida nos unió el amor”)

Al pronunciar las últimas palabras me pareció percibir que se le quebraba la voz, y sentí una presencia tierna y leve rondando a nuestro rededor.
La noche comenzaba a oscurecer el cielo de París, me despedí de Samuel y dirigí mis pasos a la gran avenida que atraviesa el centro de la ciudad luz.

Avefenixazul
27 enero 2012