Capítulo 41: “Recuerden que Estamos en la Nueva Era"
Dejé la carta en mi cama, cogí mi morral y salí de casa. Cerré con llave la puerta y fue la única vez que tuve la incertidumbre de creer que podía ser la última vez que lo haría. Esos pensamientos desaparecieron en cuanto tomé consciencia de mis actos y me decidí totalmente a dejarlo todo en el campo de batalla.
Caminé hasta el mismo indescifrable lugar en que había pactado la rebelión esa misma mañana, esa rebelión que tantos sentimientos y desilusiones me había acarreado. Antes de golpear la puerta rememoré por última vez la frase con que el tipo me había despedido en la mañana: “No se le olvide, debe estar aquí hoy a las cinco para tomar el mando”, respiré profundo y tan solo entonces me embarqué en dicha aventura, golpee decidida la puerta y un soldado me abrió.
Lo que ese soldado vio al abrir era totalmente impensable de una muchacha antes de marzo del año 2010. Yo estaba vestida con mi blusa blanca que servía de corsé, mi bléiser de tela de color rojo, mi faldón café y botas de cuero de tacón alto y seguro. Mis brazos eran adornados por cuantiosas pulseras y brazaletes de conchas marinas y tejidos en macramé, mientras que mi cuello era coronado por una cadena de plata, mi trofeo, lo único que había sacado de casa el año 2010, y llevaba mis aros de oro. La cabellera la llevaba a medio trenzar, algunos mechones estaban trenzados, otros flameaban al viento, la cabeza la llevaba cubierta con una pañoleta floreada anudada a lo pirata y arriba mi corona era mi tricornio de cuero, para concluir una trencita me recorría la frente de punta a punta. Llevaba mi morral y en él anudada mi pañoleta de combate, la que había sustraído a mamá y colgando mi poncho de lana.
Esa imagen ya no era inimaginable, pero sí única, de hecho me atrevo a decir que fui la única muchacha que se vistió así para ir a guerrear.
El militar me hizo pasar y yo recorrí cada recoveco imaginable para legar a la oficina de quien subrogaba y entonces, vi que el Rosa Oscura estaba en poder del ejército. Peñaloza sin advertir mi presencia se pavoneaba feliz al haberme embaucado y no me devolvería el Rosa.
-¿Por qué no me comentó que el Rosa Oscura estaba en su poder?-pregunté decidida haciéndolo temblar.
-Porque nos pertenece-respondió.
-Si tanto le pertenece no tendría miedo de decirme que lo tiene, pero es de la NHM-repliqué.
-La cual está desintegrada-contrarrestó.
-El pueblo no se ha desintegrado, o el Rosa nos lo devuelve o se cierra el pacto, y sin pueblo usted sabe que su plan no funcionará. A la larga el Rosa le sirve, porque será volador de luces en las campañas marítimas, pero debe ser nuestro, savvy-propuse o más bien obligué.
-Es un hecho-dijo.
-Documento firmado o no hay trato y usted sabe que el Rosa tarde o temprano desaparecería misteriosamente del muelle en el cual lo amarró-obligué.
Al rato el escriba tuvo listo el documento que firmamos y el Rosa Oscura volvía a ser mío.
Acto seguido nos dirigimos a un salón donde estaba reunida toda la dotación del ejército. Nos encaminamos al centro y tras pronunciar un discurso, el comandante Peñaloza anunció que yo lo subrogaría en el mando y las razones de tan abrupto cambio. Tras ésto, me hizo entrega de la señal del alto mando: un medallón de oro que yo llevaría en el cuello hasta que se reuniese la guerrilla.
Todos miraban incrédulos tan extraño suceso, al fin de cuentas yo era una muchacha de catorce años que ascendía al más alto poder de oposición, el más respetable y bien fundado. Era extraño por dos motivos: era mujer y era menor de edad. Aún así los hice entrar en razón con mi discurso, les mostré que en estos momentos no importaba quien era, solo importaba lo que podía hacer por el país. Y para iniciar planifiqué un ataque relámpago al tribunal ibérico en Talca, los propósitos eran múltiples: robar el expediente en el cual se estipulaba el paradero de los Neo Húsares para buscarlos, destruir ese bastión del régimen impuesto, eliminar soldados para disminuir el ejército y así podría seguir un buen rato. Se preocuparían tanto de recuperar los expedientes y el edificio que podríamos contar con una cantidad considerable de tiempo para reunir en completa libertad a la NHM y si se me antojaba cumplir la palabra empeñada de ayudar al “Ejército Nacional Libertador”.
Era de noche y distintas legiones de cincuenta soldados tomaban posiciones para destruir un edificio símbolo del poderío español. A la hora de menor dispersión de guardias ibéricos y mayor número de éstos, lancé una flecha en dirección sur. Era la señal de que debíamos entrar.
De repente nos vimos entrando por puertas y pasadizos secretos hasta encontrar la habitación de los expedientes. Nos encontrábamos hurgueteando allí para obtener todo lo necesario para iniciar la búsqueda cuando nos encontraron.
Comenzó entonces una lucha épica, yo había ordenado que si eso sucedía debíamos crear blancos que nos defendieran de las armas de fuego, como luces adicionales, disparos desde distintos lugares, etc. Y así conseguir que gastaran sus municiones y doblaran sus espadas para luego liquidarlos. Todo sucedió como lo esperaba y terminamos de sacar todo lo necesario en paz. Antes de salir no olvidamos prender fuego al cuarto y encerrar en la cafetería todo el personal de seguridad para quemarlos. El edificio lo apedreamos y ensuciamos, al rato, a lo lejos vimos como el fuego no daba tregua y al final contemplamos las cenizas del primer gran éxito de mi comandancia en dicho ejército.
A la mañana siguiente descubrimos con orgullo que se había levantado toda guardia sobre las cartas, correos y llamados que se hacían a los guerrilleros, entonces decidimos bloquear todos estos sistemas ingresando códigos erróneos, destruyendo las computadoras, robando como comadrejas hasta reventar todo lo que pudiese ser útil para espiar y avisando al personal humano que ese día no deberían trabajar.
Y era cierto, todos estaban volcados en reconstruir el tribunal, hacer exámenes de A.D.N. a los fallecidos que estaban completamente calcinados y encontrar y rearmar los expedientes quemados.
Ésto nos ayudó para reunir gente para buscar a la guerrilla, ellos se unían lealmente a nuestro grupo y nos ayudaban con comida que servía para todos, nosotros a cambio les dábamos protección y lo necesario para vivir.
Los directores de los colegios de los niños, los agentes de correos, los encargados de telefonía e internet se sumaban y con ello conseguíamos cada vez más gente que en su tiempo había sido útil. La única que no quiso regresar fue Karina, se había ido del país exiliada y si volvía tendría mi mismo fin.
Nuestros espías las buscaban en los recreos, les entregaban un bombardeo de cartas, no les pasaban el libro de reclamos, de lo contrario darían con nosotros los soldados ibéricos y sería un triste y precoz fin para estas correrías.
Por correo electrónico les enviaban cartas, videos, música que mostraba el trasfondo de todo, las llamaban por teléfono, en resumen era una persecución que solo concluiría cuando aceptasen regresar a la guerrilla.
Cuando decían “sí” a la proposición de regresar, se debían reunir conmigo en una cafetería o en el regimiento para firmar contrato de lealtad. Desde ese día se quedaban con la guerrilla.
Así pasó un mes. Al comenzar la segunda quincena del mes de abril de 2013 todo el grupo fue citado a reunirse con Peñaloza.
Yo estaba triste, pero ya sabía que tenía las armas de mi lado, las que nos habían obsequiado y sabía que mi firma era falsa y eso me abalaría, pero si confesaba eso no se cumpliría el contrato de posesión de armas y no serían nuestras, pues las armas eran de la otra firma, una persona inexistente.
Cuando todos esperaban que yo hiciese entrega del medallón de oro para dejar de estar a cargo del ejército y pasar a ser una subordinada, recordé a Manuel. Él era el único que todavía no aparecía y según el documento cuando todos estuviesen ligados al grupo yo debería traspasar la comandancia. En aquel momento me acerqué al público y pronuncié:
-Falta Manuel, uno de los nuestros. Cuando él aparezca traspasaré el mando al Sr. Peñaloza, pero como no está aún no se cumple íntegramente la palabra estipulada en el contrato-dije pensando “Dios existe” y dando gracias a que Manuel aún no hubiese aparecido cosa que aún así me preocupaba.
Así fue, tiré por la borda los sueños de poder, fama y fortuna de un hombre, y arruiné la ceremonia en la que los deseos de aquél se convertirían con una inmunda y cruel magia, en realidad.
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