Capítulo 40: “El Alto Mando Puede Ser lo Mío”.
Salí luego de la firma y las preguntas de rigor, algo perturbada. Aquel hombre me fue a dejar a la puerta y nos despedimos como si fuésemos parientes, nadie sospecharía el pacto de lealtad y rebelión que habíamos concretado segundos antes.
Aunque habían pasado tan sólo minutos desde que yo saliere de la oficina, me parecía que habían transcurrido unas cuantas imperceptibles eternidades, y a la vez creía que lo estaba viviendo en ese preciso instante, me convencía casi por segundo de que todavía estaba en medio de la enérgica conversación que intenté reflejar hace un tanto. Los recuerdos y realidades se sucedían en mi mente y mi memoria en paralelo y yo perdía percepción de lo que en ese momento me acontecía de verdad. Era una sensación muy extraña la que sobrevivía en mí aquellos momentos: por un lado, reuniría mi guerrilla como tanto había deseado en un buen tiempo y eso me hacía sentir feliz y emocionada, casi no sentía nada opuesto a ello; pero, en el otro rumbo de mi alma se mezclaban la rabia contra mí misma y la sensación de que estaba traicionando a alguien, ese alguien no sabía si era mi madre, a quien había prometido no volver a guerrear, mi guerrilla, que había incluido en esta aventura sin informarles ni tomarles el parecer, y finalmente a la parte cobarde de mí que solo pensaba en vivir, no me pregunten cómo.
Caminé un largo trecho con mi cabeza en un constante remolino que yo pensaba me hacía hasta tambalearme o hacer algo totalmente estúpido o fuera de lo común, pues la gente me miraba como si yo fuese o una tarada o una loca de remate. Luego, esa percepción extraña y totalmente insegura de mí misma se disipó, y una extraña sensación de seguridad se apoderó de mí ser y hasta creo que comencé a sonreír, no gradual sino abruptamente. Miré mi celular y comprobé que la hora me jugaba en contra, era bastante obvio que quedaba solamente cuarto de hora para que concluyese mi primer día de clases en la enseñanza media y sería la alumna más reconocible del establecimiento por la sencilla razón de que, además de llegar tarde de hecho casi al finalizar la jornada, había desaparecido de una manera muy extraña. Así que, opté por regresar al liceo y entrar gradualmente al establecimiento y, si lo conseguía, a mí clase.
Por pura buena suerte logré mi primer objetivo: entrar al liceo desapercibida; pero, por desgracia, no estuve ni cerca del segundo: ingresar sin ser vista a mi sala de clases.
-Y ahora dejaremos de estudiar la historia medieval para escuchar una historia actual, srta. Poblete la escuchamos-anunció mi profesor haciéndome entender que por buena actriz que fuera no lograba ser creíble para él y que había sido vista.
-¿Qué desea escuchar de mí, profesor?-inquirí con una seguridad que asustó a mis compañeros.
-Y es atrevida, por lo demás-dijo sin darse cuenta que él lo era también.
-¿Por no hacer una reverencia al entrar? Perdón, me perdí de clase entonces, pues en mi sala están estudiando la historia medieval no representándola con un intento de simulacro de proyecto de obra teatral, pero si quiere puedo servir de actriz-dije sarcástica.
-Iré al grano, sus compañeros y yo queremos saber si éstas son horas de llegar-preguntó tratando de llevar las riendas de un asunto que visiblemente se le escapaba de las manos.
-Pues bien, contestaré. Eso depende de la diferencia horaria, pues en el siguiente meridiano que tenemos al occidente de nuestro país es una hora menos que acá y puede que les parezca un poco temprano, ¿alguna otra duda?-pregunté sin perder la altivez y volviendo a salir airosa.
-Aún no me responde lo que quiero oír-dijo y no lo dejé concluir.
-Ahora veremos qué es lo que usted quiere, no eran mis compañeros y usted-inquirí haciéndolo enfurecer en silencio.
-Quiero saber por qué salió de la clase tan abruptamente y sobre todo por qué viene llegando a esta hora-siguió haciendo como que no me escuchaba.
-Eso es algo muy personal, si algún día soy famosa no olvidaré colocarlo en mi biografía para que usted lo lea-respondí.
-Si no muero antes de que eso suceda-contestó sarcástico.
-¿Se considera usted viejo?-inquirí sin perder la seguridad.
-Aún me queda la duda-contestó.
-Insisto, es personal, lo único que puedo decirle es que me esperaban para algo realmente importante, más que su repaso de los colores, y naturalmente se me hizo tarde. Lo siento, pero los detalles deberá comprarlos junto con mi biografía-contesté altiva.
-Solo por ser hoy no le daré los boletos a algo más importante en la dirección de los modales, siéntese-indicó tratando de imitarme.
Caminé con el pasillo con la frente en alto, para luego sentarme e indicarle con un ademán que siguiera su intento de repaso (o algo parecido). Todos simulaban volver a hacer lo que hacían antes de mi llegada sorpresiva y casi impredecible. Pero, me miraban de reojo sin poder creer lo que habían visto hacía tan solo segundos, pues nunca habían escuchado a alguien rebatir con tanta seguridad e ironía los dichos de un profesor, y mucho menos que esa persona consiguiera salir airosa.
-Admirable, supongo que los medievales también aplaudían-dijo Miguel.
-Eso depende de tu concepto de medieval y del medieval que esté en tu concepto-dije para demostrar cuán irónica era y para perderlo.
-Como sea, ¿tienes planes para el almuerzo?-preguntó.
-Eso depende de tu concepto de almuerzo y de plan, de más está decir que del mío también-contesté.
-Quiero preguntarte si te agradaría ir a almorzar conmigo al casino, yo pago-anunció.
-De gustarme debo admitir que me fascina, pero tengo que hacer algo normal-dije.
-¿Eso de qué depende?, ¿del concepto?-inquirió frustrado.
-Nos entendemos, pero ese concepto de normal lo entiendo solamente yo, savvy-respondí.
Cuando él se aprestaba a contestar sonó el timbre. Debí en aquel momento susurrar mi clásico “Dios existe”, pues me estaba salvando de algo peor que la más fiera batalla. Miguel cogió su mochila y se fue, no recuerdo ni supe si se despidió o no, solo me acuerdo de que lo vi salir con la mirada perdida y una sonrisa en los labios.
-Mal comienzo-susurró el profesor al lado de mi banco mientras yo cogía mi mochila.
-Eso depende del concepto-respondí sin amilanarme y salí de la sala.
Caminé amedrentada hasta mi casa, no recuerdo si lloraba o no, si deliraba o no, si tambaleaba o no, si estaba mareada o no. En aquel momento no tenía recuerdo, concepto, realidad, nada que paseara en mi mente, solo una indescifrable sensación recorriendo de forma insoportable mi cuerpo y alma. Al quebrar en la esquina llegué a la conclusión de que debía intentar actuar. Fingí de lujo una sonrisa, aclaré mis movimientos y entré de súbito en razón. Al entrar me dieron ganas de salir corriendo, pero supe retenerme. Vi a mamá sonriéndome y extendiendo los brazos para abrazarme, entonces entendí, mirando del otro lado, el verdadero significado de la traición.
-Hola, ¿cómo estuvo tu día?-preguntó.
-Extraño, supongo que es tu percepción de normal-respondí y descubrí en sus ojos un gesto de alivio.
-Lávate las manos, el almuerzo está listo-dijo.
-Claro, voy al tiro-respondí.
Me senté en la mesa con una percepción distinta de mí misma, eso me asustaba, pues no conseguía saber qué era, pero suponía que era algo de inseguridad, rabia, asco y todo causado por sentirme una traidora o algo parecido. Por suerte que mamá no lo notó y conversó conmigo todo lo que duró la comida que cronológicamente hablando no fue mucho, pero por mi amasijo de sentimientos me pareció una eternidad que se alargaba a propósito para hacerme sentir mal y hacer que yo confesara, cosa que no logró, pues con un heroico esfuerzo me reprimí y sobreviví a ello.
-Voy a estar en mi pieza-anuncié al concluir.
-Ya, yo voy a salir, me van a aceptar en una empresa-anunció feliz.
-¿No era que estabas clandestina al huir de la esclavitud?-inquirí.
-Cuando juraste no volver a guerrear me liberaron, me apresaron por ser madre de una guerrillera, esa es la verdad. Por eso me alegra mucho que estés intentando hacer de ti alguien normal-confesó.
-Brindo por ello-dije sintiéndome más culpable que traidora.
-¡Salud!-dijimos al brindar.
Chocaron los vasos, bebimos algo que no recuerdo, solo me acuerdo que yo quería que fuese algo muy fuerte y me hiciese perder la consciencia, deseo que no se cumpliera en ningún aspecto.
La vi salir esperanzada y cerré la puerta. Corrí hasta mi pieza y exclamé “¡Dios existe!” para luego derrumbarme en el suelo y llorar. Me sabía una traidora, una maldita. Era una persona en un terreno que le era totalmente ajeno y desconocido, y que pretendía que fuese como estar en el propio: de ella y conocido.
Me consolé pensando en que podía tener algo de suerte y que las cosas fueran por “el buen camino”, aparte ya había empeñado a sabiendas mi palabra y no estaba dispuesta a dar pié a atrás.
Al rato conseguí calmarme y encontrar la cordura suficiente como para armar un plan e irme del lugar.
Me encaminé hasta mi ropero y cogí mi ropa de batalla, me vestí, armé mi morral y arreglé todas las cosas que llevaría. Cuando me disponía a salir y no volver, un recuerdo regresó a mi memoria. Entonces, para no sucumbir y abandonar todo por lo cual hacía un enorme esfuerzo de subsistir, de sobrevivir, escribí una carta. No puedo asegurar que era una carta de despedida, no sabía si lo era o no, podía que nos volviésemos a ver en cosa de nada, la viera al finalizar la guerra y estuviésemos las dos bien, como podía ser que lo letal hubiese tomado una gran posición en mi ser inerte y ella estuviese condenada a ser una esclava hasta más allá del cambio de era. Solo me acuerdo de que esa carta fue escrita de una forma muy particular, entre que despedida y un recuerdo muy nostálgico del pasado, solo me acuerdo de que mi madre era la destinataria, solo recuerdo que una sincera lágrima rodaba por mi mejilla al escribir dicha carta, solo recuerdo que tejía en esos instantes una imagen que intentaba apartar de mi mente, me perturbaba. Veía a mi mamá leyendo la carta, diciendo un garabato, caer al suelo de rodillas consternada, para luego dar rienda suelta a su llanto, el cual podía ser por el futuro de esclava que se le aproximaba, porque yo la había traicionado o porque la muerte me asechaba. La mencionada carta rezaba así:
Talca, 15 de marzo de 2013.
Mamá:
Cuando leas esta carta yo no estaré en casa. Seguramente pensarás lo obvio: que fui a guerrear. Probablemente te sentirás muy dolida y se te hará la idea de que te traicioné a propósito. En parte a mí también se me hace esa idea, pero espero que no pienses como yo. Quiero dejar bien en claro que me he ido para liberar el país y estoy muy consciente de las consecuencias que dicho acto me puede acarrear. Sé muy bien que te hiere el hecho de que me vaya a sabiendas de que te esclavizarán apenas te encuentren por ser mi mamá, y que cuando me encuentren a mí estaré condenada a morir en la horca por mi sinfín de actos vandálicos entre ellos piratería, robo y tantos otros. Pero quiero que sepas que no estaré en paz hasta ver mi patria libre y dentro de ella encajas tú, no descansaré si me llego a enterar de que te han hecho algo. Solo quiero pedirte un favor: guarda muy bien el secreto de que me he marchado para reunir a la guerrilla y lanzar la última estocada, de lo contrario el efecto secundario puede ser lamentable para todos. No puedo comentarte nada de cómo pretendo juntar la NHM, ni como lucharemos ahora más clandestinos que nunca; no puedo decirte dónde estaremos, ni quienes nos ayudarán. Solo puedo decirte que estaré bien, en buenas manos y que regresaré tan pronto como la guerra finalice, que me cuidaré más que nunca para poder verte cuando este lamentable hecho concluya. En caso de que sucediere lo peor (que fuese condenada a morir en la horca y cumpliese la condena) recuérdame bien y prométeme a la distancia dos cosas: que ayudarás a la guerrilla cómo esté a tu alcance y que huirás a Francia, a Marsella a buscar a una familia amiga (los Garreau, son grandes personas que de seguro te ayudarán). Cuando llegues y encuentres esta carta en mi cama, no llores, recuerda que todo irá bien, que estoy hecha para vivir en la clandestinidad. Cuando regreses probablemente aparte de ver la carta no encontrarás mi ropa de combate, pues la estoy usando ahora, tu pañoleta me la llevé y el morral está cargado de cosas que tú no comprenderías. No te asustes cuando no veas mis municiones ni la espada, ni mi cuchillo ni la pistola, es mi armamento, mi fiel armamento que nos asegurará que viviremos para contarlo. No olvides que te quiero y te extraño desde ahora, recuerda que me es difícil tomar esta decisión.
Sofía Poblete, alias Boudica.
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