Soñé que salía a la calle y que todo estaba de
espaldas. Sólo se veía la parte de atrás de las casas
y la nuca de las personas y los traseros de los perros y las colas de los
pájaros. Caminaba por un callejón trasero que en vez de
mostrar los escaparates de las tiendas, enseñaba su parte de
atrás, su lado oscuro. El mundo me había dado la espalda.
Giré la cabeza hacia atrás, pensando que, de ese modo,
vería narices, ojos, bocas, párpados, pero mirara donde
mirara sólo había nucas, nalgas, omoplatos. Una vez que me
resigné al espectáculo, me di cuenta de la poca
atención que le prestamos a esta parte del cuerpo y de la realidad.
Trabajaba, en el sueño, como ayudante de un fotógrafo que
sólo fotografiaba el envés de las personas y las cosas.
Naturalmente, yo sólo veía la espalda del fotógrafo.
Las paredes de su estudio estaban llenas de retratos de personas que
sólo enseñaban la nuca. En medio de todas aquellas
fotografías, vi la de un árbol que resultaba una rareza, pues
los árboles no tienen parte de delante ni de atrás.
¿Los hace eso más perfectos?
Vivía con mi esposa y cuatro hijos, todos de espaldas a mí.
No sabía de qué color tenían los ojos, ni si eran
guapos o feos. Mi mujer poseía unos omoplatos suaves, dos bultitos
que me gustaba acariciar. Me excitaban casi tanto como unos pechos. Pero
por más que intentaba, cuando hacíamos el amor, colocarme en
una postura que me permitiera verla por delante, ella actuaba de tal modo
que siempre me mostraba el mismo lado. Teníamos un canario que
siempre me daba el culo, aunque no paraba de cantar. La jaula, como el
árbol, no tenía más que un lado, pues era redonda y
completamente simétrica. Por la noche, después de cenar, nos
sentábamos frente al televisor, pero yo sólo veía su
tubo, y las nucas de los componentes de mi familia. La nevera, al estar de
espaldas, tenía la puerta pegada a la pared, por lo que resultaba,
para mí al menos, completamente impracticable.
La vida cotidiana estaba llena de pequeñas dificultades, pues en vez
de cepillarme los dientes, tenía que conformarme con
raspármelos por la parte de atrás del cepillo. Y para sacar
la crema del dentífrico tenía que forzar el culo del tubo.
Naturalmente, llevaba las camisas del revés, lo que
constituía una tortura a la hora de abrochar sus botones. Lo peor,
con todo, eran los libros, pues sólo se podían abrir por
atrás. Al principio los leía de atrás hacia delante,
pero pasado el tiempo comencé a leerlos directamente del
revés. Quiero decir que la realidad dio de súbito, aunque con
la naturalidad con la que se viven las cosas más raras en los
sueños, un cambio sutil, de manera que a partir de determinado
instante las cosas no sólo estaban de espaldas, sino al
revés. Mi familia, por ejemplo, llevaba las vísceras por
fuera, igual que el canario. Y en lugar de decirme buenos días,
decían said soneub.
- Said soneub –respondía yo adaptándome, pero consciente de
que todo estaba patas arriba.
Salí a la calle y vi que le habían dado la vuelta como a un
calcetín. Los grandes edificios tenían todo su interior al
aire libre. Veía a las personas, si se podía llamar
así a aquellas calamidades, por los pasillo de sus casas. No
había fachadas. Las fachadas estaban ahora en la parte interior.
Todo era un caos de tuberías, de tripas, de infraestructuras al aire
libre.
Me desperté sin agobios, pero extrañado. Antes de colocarme
los calcetines, me aseguré de que estaban del derecho. Lo mismo hice
con la camisa y con la camiseta. Me despedí de mi mujer y
cogí el coche, pues ese día tenía que viajar. Como iba
bien de tiempo, en vez de tomar la autopista cogí una carretera
secundaria. Advertí que el paisaje de esta carretera era en cierto
modo la parte de atrás del que se apreciaba desde la autopista. Sin
darme cuenta, había vuelto, ya despierto, a la parte de
atrás. Sonreí imaginando que el siguiente paso
consistiría en viajar por el revés de la realidad. A la
sonrisa le siguió un movimiento de pánico. Dio la casualidad
de que pasé junto a una gasolinera que estaba de espaldas a la
carretera (seguramente daba el frente a la autopista). También vi la
fachada trasera de varios restaurantes. Comprendí que debía
regresar enseguida a la autopista, pero no veía el modo; no
había ninguna indicación que la anunciara. ¿Y si me
resigno, me pregunté, a llegar a mi destino viajando por la parte de
atrás? Lo hice, me resigné, pero con mucho miedo.
Comprendí, al terminar el viaje, hasta qué punto estamos
habituados a vivir sólo en una parte de la realidad. Es un error,
como si sólo habitáramos una parte de nuestra casa, o de
nuestro cuerpo.
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