¿Quién se atreverá a decir esta noche que la dama aquella o el sultano aquel no pueden vivir de recuerdos?
Para empezar, los muy turros, se quedan en la retina y mueven tantas emociones como oleajes bravos de alguna tremenda isla.
Recuerdos de distintas clases, pero recuerdos al fin.
De cómo te lavabas los tiempos con el celular en la mano para no perder ni un macrosegundo.
Ni como te gustaba aparentar agendas superpobladas con cara de ocupado y mirada perdida.
Tambien hay algunos recuerdos chiquitos pero enormes, como por ejemplo la intensidad de tus manos al agarrar mi cintura, o la delicada forma de colgar tus camisas.
Algunos son recuerdos un tanto borrosos, como las peleas entre vasos y besos de reconciliación que terminaban un domingo cualquiera una mañana.
Recuerdos de colores: azules, amarillos, rojos, verdes.
Con tinta de llanto, recuerdos arcoíris.
Recuerdos grises, de discusiones interminables y maraña de excusas.
Recuerdo de voces, consejos y abrazos de medianoche con gusto a café y reconciliación.
Vivir de recuerdos es como vivir en un pasado, algo asi como una zona de confort, saber lo conocido y no querer dejarlo ir.
El presente se vuelve excusa y se disuelve, en el “ahora” la dama aquella y el sultano aquel no son mas que viejos conocidos.
El recuerdo es el lazo inexorable que los une, dejarlos ir es olvidar.
Olvidar es dejar ir lo que fue.