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Y cuando me senté a escucharla, sus lágrimas implotaban volviendo el brillo de sus ojos, frío, casi odioso, lleno de desencuentros.

Empezó a narrar una historia muy común entre casi todas las mujeres de nuestra edad:

Pensé que estaba embarazada – me comentó y no pude contener mi asombro- No te asustes fue una falsa alarma. El retraso no duró más que unos cuantos días, pero que sortilegio más grande el que permitió que no fuere cierto.- sonreí, ¿Sería simplemente un sortilegio?-.

¿Él?..., reaccionó como el común denominador o por lo menos como los rumores existentes sobre el común denominador de los hombres; como quizás reaccionaría “tu hombre perfecto”

-Noté dolor en sus palabras- Preguntó si él era el responsable. – Esbozó una sonrisa adolorida mimetizada con odio y sarcasmo- ¿Yo? Simplemente me sujeté del aire, me tragué las lágrimas, la decepción, el odio; olvidé todas las promesas, todas las verdades a medias; enterré los suspiros, su nombre, su imagen; Logré crear un nuevo y reciente dibujo de lo que sería su rostro, mientras escuchaba mi nombre en sus labios,…

¡Mi nombre!, sentí que no tenía el poder de decirlo, que no sabía evocarlo,… Entonces volteé, miré su nuevo rostro, por un segundo lo reconocí. Nuevamente me sujeté del aire y sonreí. Le dije: Ya no importa, igual no pasó nada. Recobré mi postura anterior y después de moldear mi rostro a una imagen inexpresiva, retomé una conversación totalmente resguardada.

¿Qué piensas? –Pregunté- ¿lo volverás a ver?

Sí por supuesto, mas aprendí la lección. Todo habrá cambiado y para cuando él me reconozca no sabrá los motivos, ni se sospechará como uno de ellos.

Así pasaron las horas, yo escuchaba su introspección, alguna que otra incoherencia, pero una mente ávida de no ser humillada.

Recordé a Rosseau, cuando decía, que al salir de manos del Creador somos perfectos y que es la sociedad, las artes, la ciencia, lo que corrompe al hombre. Sin embargo, sin esa corrupción no podríamos subsistir, necesitamos del otro, es cierto, de su libertad y sus límites.

Me pregunté si yo me sentía capaz de ser madre. La respuesta fue negativa. Aún no me sentía capaz de ser libre de mostrar mis límites y peor aún de reconocer límites y libertades ajenas.
Aún no me siento capaz de traer un niño al mundo y verlo transformarse en hombre, verlo perder su inocencia, su creatividad, su mundo de fantasías constantes para revivir todo esto eventualmente;… Un ser perfecto que sé, será corrompido incluso por mis pensamientos, mis actitudes, mis enseñanzas, sin que pueda él (ella) o yo evitarlo. Un ser que no será enteramente libre, aún incluso en mi más fiel predisposición. No podría condenarlo a la muerte dándole la vida.

Mi interlocutora seguía presente, mas había quedado exhausta. Sonreí ante su dolor, como ella lo hacía victoriosa aún de dormida.

Comprendí que ambas habíamos aprendido una lección. Terminé mi copa de vino; me arreglé frente al espejo: apagué la luz; salí a caminar…



Texto agregado el 26-07-2004, y leído por 176 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-07-2006 "Esbozó una sonrisa adolorida mimetizada con odio y sarcasmo", me gusta como retratas, como pintas con palabras, como te mueves en la apariencia, Avanti! franz
 
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