“Truco al diez de espada”
Ella está en su cocina. Yo estoy del lado derecho de la mesa, barajo las cartas. Ella no está peinada y pone la pava con agua en la hornalla para el mate. Miro el reloj, las tres y cuarto; es verano. Ella, con esa vieja falda larga, se sienta y corta. Cartas sobre la mesa. Yo, línea, ella. Baraja las cartas y al repartir nuestras manos se tocan. Cinco puntos. Mira sus cartas, levanta la mirada y busca mis ojos. Sus ojos celestes me desarman. Siete puntos. Sonríe. Tres puntos. ¿Cómo estás?, pero su tono nunca llegaba a empalagarme. Seis puntos.
-Te extrañé.
Seis puntos. Veamos… Ella, veintisiete; yo también, desde el doce de Septiembre.
-Truco –le dije sin pensar.
-Falta envido.
Y faltás vos.
-No, no quiero.
Un punto.
-Truco –repetí.
-Quiero –y sonrió.
Doce de espada. Cinco de copa. Once de espada.
-Quiero retruco.
-Quiero.
Tres de oro, el agua comienza a hervir. Yo también te extrañé; todavía. El sonido de la pava comienza a aumentar, el aire está muy denso. ¡Te quiero, Ana! El vapor sale y sale de la pava, me rompe el tímpano. Taquicardia.
Ella se levanta y apaga el fuego.
-¿Con azúcar?
-No, amargo, por la salud.
Siete de basto.
En mi mano, diez de espada. Sin caballos ni coronas; solo con una espada, peleando por ella. ¡Por vos, Ana!
Acá se termina todo.
Carta boca abajo. Muerte al diez de espada.
Ella, treinta y uno; yo, veintisiete. Por siempre veintisiete.
|