Cocoliche de un 25 de Mayo
¡Viva Buenos Aires libre! – Juan José Paso
Argentina, 25 de Mayo de 1810. En la revolución de Mayo, de fondo se escuchan los acordes de una milonga.
Argentina, 25 de Mayo de 1910. En el Centenario, un bandoneón improvisa algunas notas para bailar un tango Canyengue.
Argentina, 25 de Mayo de 2010. En el Bicentenario, parejas se deslizan al compás del Altertango.
Asqueada, salió del Cuartito azul del prostíbulo con el animal nocturno efervescente en su garganta. Por detrás, como eco, retumbó la voz del hombre:
-¡Muñeca, todavía no termino!
Pero ella se alejó por el pasillo, rasgando el suelo de madera con sus tacones. Debía ir a la tanguería Mil novecientos diez a reunirse con otro cliente para ganarse unos mangos más. Agarró su atado de cigarrillos y encendió uno escupiendo humo de su boca. Le avisó a la patrona que no volvería hasta tarde y se escapó de ese lugar barato.
La ciudad estaba tapada por un telón negro donde las luces de los autos, como flash plasmaban el cinismo de la yira. La noche estimulaba sus pensamientos subversivos que comenzaban a devorarle las entrañas lentamente. Está rota mi Argentina. Sus zapatos hacían ruido al pisar los charcos que había por la vereda. Iba a paso rápido, llovía. Llevaba sus curvas bajo un tapado gris y unas medias finas. Era una mina morocha de ojos oscuros, hermosa.
Entró en el bar a las doce y diez y se dirigió hacia el baño. Allí se retocó la pintura y se quitó el abrigo. Llevaba puesto un vestido rojo con tajo y tenía un portaligas en su gamba derecha. Traía el pelo suelto y ondeado por la lluvia, que luego se recogió en un rodete; y una mirada seductora remachada en negro. Entonces, caminó hacia la barra y se encontró con él.
Era un pibe italiano de veintipico, simple, con zapatos y sombrero. Producto de la inmigración extranjera reciente, tomaba un Strega, intentando reprimir el amargo sabor de la soledad. Sus ojos acariciaban la figura de la yira, gritaban ¡Qué flor para mi truco! y la invitaban a bailar Amor y tango. Ella, encendiendo otro pucho, le dijo:
-¿A dónde vamos? Te recuerdo que el precio es el que hablamos y lo espero en tiempo y forma.
-Piano piano, todavía no nos vamos -le respondió tendiéndole la mano- Avanti morocha, ¿Bailamos?
Acto seguido, ella apagó su cigarrillo en el cenicero de la barra y suspiró, rindiéndose ante el pedido del tano.
En seguida, un bandoneón empezó a susurrar las notas de Libertango. El tano tomó suavemente la cintura de la yira y sus pies comenzaron a trenzarse con los de ella.
Primer compás, juego de seducción. Carne corrupta en un abrazo. Uno, pie derecho atrás; se cruzan las miradas. Dos, izquierdo al costado. Tres, pie derecho adelante; se mantienen las miradas. Sacada con el izquierdo, cruce del derecho hacia atrás y enrosque. Rulo con el izquierdo y freno; roce de mejillas. Pivot, pies juntos, seis, siete y ocho; beso.
Último compás. Uno, una revolución en el cuerpo que late. Undos, doscientas revoluciones, que laten, que laten. Undostres, laten, laten, laten. Undostrescuatro, siglo XX, Cambalache de sentimientos.
El tango no quiso terminar hasta llegar al departamento del tano. Entonces, las sombras de los bailarines se hicieron una bajo el calor del fuego en el suelo del living. Mestizaje.
Al día siguiente, ella ya no estaba. El tano la fue a buscar al prostíbulo y le preguntó a la patrona si podía verla. Ella le explicó que se había ido y no sabía por qué; que lo único que había dejado era el dinero de ayer y una nota dirigida a un tal tano. Él le explicó que esa carta le correspondía a él y la patrona, desconfiada, le entregó la carta diciéndole que no quería volver a verlo por ahí, que no necesitaba más líos de los que ya tenía. El pebete se fue caminando y leyó la nota que decía:
“Dejame, quiero ser libre, pero recuerda: Argentina batte giunto a te.”
Él respiró profundamente y miró al cielo:
-Arrivederci piccola Argentina, abre tus alas y echate a volar, que yo no te olvidaré jamás.
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