En la última estadía en su cuarto, percibí que algunas pequeñas sabandijas regocijaban mi estómago y que la soledad de su cuarto quería ser asesinada por mi a gritos. Era totalmente perceptible el aroma que emanaba de su almohada y de sus sábanas viejas, invitándome a fundirme con él y descubrir del perfume humano su belleza. La noche fría y el barrio sin luz endulzaron la lúgubre ventana herida por los penetrantes rayos lunares, que me dejaban percibir su silueta sentada en la cama.
Pronto, el aroma que percibía se infiltró en mis costillas y mi pecho golpeó casi desesperadamente mi corazón, que aceleró su ritmo hasta hacerme aparecer aquellas mejillas rosadas tipicas de un dia de sol, con lluvia.
Ella, me miraba con sus ojos pequeños y negros, los cuales me parecían entonces aún más penetrantes que ahora, como si pudiera ver mis sentimientos, mis pensamientos y las porquerías que cultivaba adentro, esas sabandijas, estúpidas sabandijas... Luego, en mi intento descarado, mis pasos acariciaron las tablas de madera rechinante y asesiné el silencio que idolatraba el momento. Ella escondió su rostro detrás de su cabello y se recosto en su cama, su cuerpo delgado y marcado levantó el polvo de las cobijas y me embriagué de sus sabores, parte de su piel y vida, su cuerpo en miniatura, añejado y perfectamente deleitable.
Inducido a tal pleitecía, manchamos de rojo el jadiante aire invadido en polvo y sudor hasta ver como la luz de la luna nos alcanzaba, hasta perder de nosotros la pena y la agonía, el sufrimiento de la vida.
El dolor y el placer eran indistinguibles y alli mismo, cubiertos de olor consumado, de luz azul diamante y sudor envenenado, la asesiné para no perder la sensación total de su cuerpo y de su ser, evitando cualquier futuro distinto al pasado que moría resignado.
Al terminar de soñar frente a su cuerpo, y antes de que la luna asqueada me abandonara, recurrí al mismo veneno y besé sus labios frios. Ahora, después de muerto, la luna permanece intacta, iluminando nuestros cuerpos y eternizando la profecía que temí cuando desee la muerte más deliciosa y triste, que pudiera recordar y sentir en donde estuviera después de visitar el infierno. |