Para Dagmar, pues su belleza y bondad me inspiran
Un Sábado temprano por la mañana, recibí una llamada telefónica,” es el tío de Adriana”, me dijo mi hermana. Medio somnoliento aún y con los estragos de la fiesta de la noche anterior, pensé, “Adriana, la mujer más bella que alguna vez conocí. Joven, muy inteligente, hija única y bellísima” Yo no me atrevía enamorarla porque se me antojaba demasiado perfecta, demasiado. Su tío me preguntó “¿Es usted César, el amigo de Adriana?” Le contesté afirmativamente, y sin más preámbulo me dijo: “Siento decirle que Adriana está muerta, ha sufrido un terrible accidente con su auto….” Ya no le preste más atención. Fue un golpe demasiado fuerte para mí. “Adriana muerta – me repetía una y otra vez, no puede ser cierto”.
Desde entonces aprendí lo precaria que es la vida. Lo frágil y precaria que son todas las cosas. Adriana había cumplido 20 años apenas. De eso han pasado casi 30 años. Aprendí por ejemplo, que es mejor andar ligero de carga y de amores. Es decir, no tiene sentido a eso de aferrarse a cosas materiales, anda con lo justo, lo demás se superfluo. Además aprendí que debemos amar aquí y ahora. Sin promesas, sin cadenas, sin ataduras. Justo con lo alcanza una vida o un sentimiento. Fuera de nuestra familia, todas las demás personas son aves de paso en nuestra vida, aunque muchas veces quisiéramos retenerlas más de lo necesario. Pero es inútil. Si no me crees, revisa tu agenda, tus álbumes de fotos, cuantos rostros, teléfonos, promesas que se quedaron sepultadas. Ya no están más a tu lado. Que te hace pensar, que ese amigo o ese amor que te parece eterno ahora, no correrán la misma suerte. Como alguna vez pregunto ese vate francés ¿Dónde están ahora las nieves del ayer? Acaso no te preguntas tú, dónde está toda esa gente, esa alegría, esas risas que poblaron tu juventud. Fuimos tan locos y tan ingenuos entonces.
Hay mucha gente que le teme a la Soledad, a tener que sentarse solitarios en algún parque cualquier tarde, sin una voz amiga a su costado. Yo considero que debemos hacernos amigos de la Soledad, primero porque no podrás evitarla y segundo, porque te permitirá encontrarte contigo mismo, reconciliarte, perdonarte y perdonar.
Muchas veces he buscado afanoso una línea, una fórmula, un encantamiento, un hechizo o un consejo que me permita hallar la felicidad. Pero créeme si te digo que no hay ninguno. Son apenas aproximaciones, sombras que pretenden dar respuestas. Parece que cada uno debe hallar la suya.
En la novela “Rayuela” de Cortázar, en las primeras líneas se pregunta el personaje principal si podrá encontrar a la Maga, la mujer que amaba, en ese inmenso París. Finalmente comprenderá que todo hallazgo no hace sino abrir la puerta a una nueva búsqueda. Qué es la búsqueda eterna de los seres humanos. Cuando tienes un amor, o crees tenerlo, te preguntas ¿es por fin este el amor de mi vida? Y sucederá que la rutina o su vanidad de creerte asegurada, termina por decepcionarte. Estoy seguro finalmente que la felicidad no está en hallar “a la persona”- el tiempo se encargara de enseñarte que esa persona no existe- sino que la búsqueda, la eterna e incansable búsqueda debe enfocarse de otra manera. Porque la persona que tienes que hallar primero que nada es a ti mismo. Y cuando lo hayas hecho, conseguirás lo que Hesse dice en su novela el Demián
“El amor no debe pedir -dijo-, ni tampoco exigir. Ha de tener la fuerza de encontrar en sí mismo la certeza. En ese momento ya no se siente atraído, sino que atrae él mismo. Sinclair: su amor se siente atraído por mí. El día que me atraiga a sí, acudiré. No quiero hacer regalos. Quiero ser ganada”
Entonces debemos ganarnos nosotros primero y cuando lo hagamos, es decir después de haber hallado nuestra seguridad y serenidad plena, ya no necesitaremos “buscar” al amor, el vendrá a nosotros. El verdadero y real amor que necesitamos.
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