Capítulo 36: “La Graduación y el Fin del Mundo”.
-¡Qué emoción!-escucho de una voz femenina.
Son las 17:00 p.m. y es lo primero que escucho dentro de horas. Reacciono sorpresiva, asustada, y luego me alegro sobremanera. Miro hacia la puerta. Por unos segundos parezco despreocuparme de mi misma, de lo que hago, de todo. Me parecía que todo era una visión, un espejismo, era un ser al que hacía ya mucho tiempo que no le conocía ni siquiera el alma, era parte de mi familia, la amaba, era un reencuentro deseado desde meses atrás. La había extrañado tanto tiempo que no me había dado cuenta del tiempo, era una razón de mis fuerzas, era uno de los motivos de mi triunfo a pesar de su oposición a mi rebeldía, aunque creía en la causa. En esos segundos del encuentro de nuestros cuerpos olvidamos apariencias, la guerra no existía en nuestros sentimientos, los sucesos del último tiempo eran historia, el presente era volver a vivir, aunque fuese solo un poco, tan solo un poco…
Mi madre me abrazó y me miró. No reconocía a la muchacha que tenía ante los ojos quizás. Hacía demasiado tiempo que no me veía con uniforme, el recuerdo la embargaba. Eran tres años dentro de los cuales no había visto esa imagen. La niña pequeña había desaparecido, era inexistente, yo no poseía recuerdo de esa niñita dulce y tierna que parecía que jamás se haría a la guerra, que jamás dañaría a nadie.
Yo vestía una falda escocesa, la del uniforme de la escuela, una polera blanca con cuello en tonos azules cubría mi pecho, las calcetas blancas se veían encerradas en unos zapatos azul marino muy bien lustrados, mi cabellera estaba atada de manera sinuosa con un cinto de color blanco, y para la noche, cuando acabase la ceremonia llevaba el polar de la escuela. En el momento de la llegada de mi madre, yo me acomodaba frente a un espejo haciendo los últimos retoques para lucir ojalá perfecta en uno de los momentos más importantes de mi vida, era un cambio, uno enorme, ya dejaba de ser esa pequeña muchachita que años a, había ingresado a la NHM, se había hecho a la guerra, dejándolo todo atrás, olvidándolo todo, incluso una de las cosas más importantes: su familia y su educación. Ahora se vería si el esfuerzo y el trabajo rendirían frutos, si todo había valido la pena, o si dejar todo su pasado atrás y ser una revolucionaria le habían jugado una mala pasada con el destino que se tapaba con el sol profundo y brillante en el horizonte.
Mientras me ayuda a arreglarme, la televisión destruye su programación oficial, para dar paso a una de las creencias fundamentales de aquel entonces: El Fin del Mundo. Todos los noticiarios, toda la programación hablaba de eso de forma continua y segura, casi temerosa. El mundo entero se había volcado a sus miedos para creer en el final de sus vidas de manera súbita, pero a la cual se había dado aviso previo desde el comienzo de la guerra, o quizás muchísimo antes de ello, casi cada seis años había una falsa alarma de cataclismos, hecatombes, invasiones alienígenas que azotarían el planeta anunciando el final de la raza humana, no hasta nuevo aviso, sino que para siempre.
-Son puras estupideces eso que dicen-dije incrédula y distraída a mi madre.
-Dios es el único que sabe cuando ha de llevarnos junto a Él-confirmó mi mamá.
-¿Cierto?...-reafirmé.
Y en un acuerdo silencioso nos callamos, en momentos como ese no valían las palabras, sino las sensaciones.
Prestamos oído a las cuantiosas explicaciones que daban a que ese día: 21-12-2012, la civilización llegaría a su fin. Algunos explicaban que ese día llegaba a su fin el calendario de la era maya de 5000 años; otros, anunciaban que ese día caía día del Ahau, que ese año ocurriría el eclipse total de sol y como si fuese poco todo esto, Venus haría su paso frente al sol, las oportunidades de que esto ocurriese, todo en un mismo año eran prácticamente nulas y que cada vez que sucedía era un gran acontecimiento a nivel mundial, todo esto en base a teorías mayas que como a de remate decían que en coincidencia concluiría el calendario de la era maya; unos cuantos, haciendo honor a la Astronomía, decían que el Sistema Solar se alinearía completo con el agujero negro que mantenía desde el centro de la galaxia, unida la Vía Láctea, y que cada vez que esto sucedía (cada 65.000.000 de años), ocurría algo relevante a nivel mundial, (la vez anterior correspondió a la extinción de los dinosaurios y grandes reptiles) y que cada 13.000 años la tierra, el sol y el agujero negro se alineaban causando cambios o desastres naturales; otros, echaban mano a que los aliens nos sacarían del mundo; y así, las teorías se sucedían las unas a las otras, destronándose con tal de conseguir las creencias populares, yo francamente no llevaba en el alma ninguna de ellas, vivía tranquila, en paz, sabía que mi final podría haber llegado mucho antes con una puñalada o cosas de ese tipo. Éramos pocos los que conseguíamos mantener nuestras mentes lúcidas en aquellos días, los que vivíamos en paz, los que no creíamos en parrafadas y sentíamos que la vida estaba presente para ser disfrutada: a concho.
Eran las 19:00 hrs. El gimnasio del colegio nos recibía imponente, ya nos parecía extraño que no hubiese presencia policial y del ejército español en el evento en el cual podían tener a su haber a las guerrilleras que tanto habían buscado, sin parar, sin cesar.
La gente no se sorprende de vernos, muchos ni siquiera saben quiénes somos, los que saben guardan el secreto a voces. Todos sabían que ese día nos graduaríamos, muchos pensaban que apareceríamos con ropa de esclava y cosas de esa clase, pero no, por un momento dejaríamos de lado lo que en nosotras se había hecho una maldita costumbre, es más, en nosotras se había hecho una profesión, una que jamás nadie se atrevería a ejercer. No era del todo cierto que eso ocurriría, el ejército no tardaría en aparecer y en intentar prendernos, todos los asistentes portaban un arma, fuese la que fuese todo servía, había que pelear, había que luchar, no podíamos olvidar la libertad así como así, el ímpetu no podía desaparecer, sucediese lo que sucediese. Escondida entre las ropas, llevo mi espada, el mango lo escondo bajo la polera, nadie puede percatarse de quién soy, es un dulce secreto, aunque de dulce y pueril no tenga nada, en lo absoluto. Esa fiel espada me acompaña desde el comienzo, cuando la escondo, siento que a la vez de ser una de las tantas veces que lo hice, es una importante, la más difícil, de eso pendía el recuerdo que tendría toda mi vida de mi licenciatura, ya no habría otra, eso no era un ensayo, era el acto.
Karina, comunicativa como de costumbre se colocó en la puerta de entrada a saludar a los docentes, a nuestros compañeros a los que casi no tuvimos oportunidad de conocer, salvo a la mayoría en la toma. Se abrazaban, era uno de los tantos reencuentros que deberíamos sortear, lástima que dada la circunstancia sería la última vez que los veríamos, parecía imposible, pero era cierto, desde la medianoche de ese día había llegado la hora de decir adiós. Los apoderados e invitados le presentaban su adhesión, y mientras ella revisaba que todo estuviese en orden, ella comenzaba a hablar con ellos. Yo hablaba con todos, no bromeaba como Karina, yo simplemente charlaba con todo aquél que entrase, los nervios, esa sensación extraña a la cual no estaba acostumbrada en lo absoluto, me lo pedían, quizás no quería llevarme un recuerdo terrible, solo quería disfrutar el momento. Llegó el instante en que los que no se licenciaban debieron subir al palco y los que ese día nos despedíamos de la enseñanza básica, nos debimos dirigir al comedor… ¡Cuántos recuerdos se acumulaban en nuestras memorias! ¡Cuántos momentos!, solo rogábamos revivir aquellos instantes que marcarían nuestras vidas para siempre.
-Buena suerte, este momento es para siempre, no dejes que una mala reacción o algo que quizás no quisiste hacer lo arruinen para siempre-dijo Manuel y subió a las tribunas.
Él gestaría cualquier plan rápido por si algún soldado de la Corona pretendía arruinarnos ese instante, él defendería todo, ahora todo estaba a cargo suyo, yo no era más que un humilde soldado de su milicia, por un momento había dejado de ser la comandante, por un momento mi personaje, por el cual casi no me llamaban: Boudica, desapareció, solamente era Sofía Poblete Hernández, nadie más, de todos modos ya me conocían así, el apodo de la reina guerrera había quedado, como muchas otras cosas, atrás, simplemente había partido al olvido, al baúl de los recuerdos que con el tiempo no vuelve a abrirse, sino cuando uno pasó a ser parte de ellos.
Mamá también fue a coger una posición, paradójicamente al lado del hombre al cual ella jamás hablaría: Manuel, según ella, nuestro hábil y vil estratega me había poseído, me había llevado a lugares inhóspitos a los cuales ella creía yo nunca partiría por voluntad propia, pero nadie me obligaba a luchar, yo estaba allí porque quería estar. Me dio la sensación de que la pobre buscaba protección, pues aunque fuese decidida y ágil de mente, siempre es bueno tener a un guerrero profesional al lado, en especial si la estaban buscando por dejar la esclavitud sin una autorización la cual por cierto solamente hubiese conseguido hacerla sufrir más por el solo hecho de nunca salir a la luz del sol.
Caminamos hasta que nos dieron la entrada. La música de fondo mientras entrábamos al gimnasio, aclamados y de pie por los asistentes, era clásica y una voz masculina y jovial cantaba en latín una letra que nadie pudo descifrar, al fin y al cabo tampoco estábamos de ánimo para traducir. Luego nos sentamos y una profesora anunció que cantaríamos el Himno Nacional, en nuestras caras se figuró un ademán de desgano, el cual desapareció de forma inmediata penas percibimos la melodía del Himno Nacional de Chile. Cuando concluimos de cantar aplaudimos y nos sentamos. Luego los profesores dijeron algunas palabras de despedida, hasta que comenzó el intermedio artístico de danza, literatura y música. Luego, al retomar, se entregaron los diplomas y licencias a los graduados. Cuando subí al escenario instalado a la mitad de la cancha, el público se puso de pié y me aplaudió con fuerza. A lo lejos yo divisaba los ojos llenos de júbilo de mi mamá, de Manuel, de todos, de los que creyeron en mí sin pensarlo dos veces aunque fuese difícil creer en una jovencita de once años, cuando ella le decía que libertaría al país, ella y sus colegas no lo conseguían aún, pero no darían su brazo a torcer pasara lo que pasara.
Recibí mi diploma y la licencia que acreditaba que había conseguido pasar de curso, ahora la Enseñanza Media me abría los brazos al aire, esperaba no fallar al llegar allí, solo quería confiar en algo y en alguien, eso era todo lo que pedía.
Con Karina sucedió lo mismo, todo el mundo quería conseguir una imagen de las apreciadas y queridísimas guerrilleras, con todos los guerrilleros sucedió lo mismo, pero especialmente con nosotras dos, por la sencilla razón de que éramos las más conocidas y las comandantas.
Luego a esto se sucedió otro intermedio artístico para seguir, ahora era el turno de los premios a asignaturas, promedios, compañerismo, etc., etc. Sorpresa mayor cuando me hacen subir al escenario: había conseguido el premio de la mejor alumna de la promoción por mi promedio general. Todos me aclamaron, era difícil comprender que una alumna libre, que no estudiaba jamás y que se dedicaba a la guerra consiguiese ese premio, era difícil: no imposible, yo había conseguido derivar ese mito. Karina por su parte consiguió el de la mejor compañera, se lo merecía, su lealtad se lo había entregado en bandeja.
Después siguieron algunas palabras de los graduados, los profesores, la directora, la canción del Adiós y finalizó el acto con el Himno de la Escuela Juan Luis Sanfuentes. Cuando todo concluyó, me miré a mi misma, miré el diploma, ya todo había llegado a su fin, había acabado una de las etapas de mi vida, con el tiempo esas emociones me parecerían una insignificancia, tal vez sí, tal vez no, eso solo lo podía saber el destino.
Luego algo me movió del brazo, había comenzado el cóctel, había de todo, estaba delicioso. Mamá no paraba de abrazarme, quería aprovechar un momento en el que yo no sacara a relucir mi complejo de heroína, quería aprovechar a la niña que ella sentía se le iba de los brazos, de hecho ella sabía que eso era cierto, pero no miraba el hecho de que yo la llevase siempre en mi corazón, su nombre lo llevaba en los labios tantas veces como batallas tuve, sin embargo esa era la guerrillera que nadie conocía, la que nadie quería ver, todos querían ver a una rebelde, no a la causa. Cuando salimos a eso de las 00:30 de la Escuela, el fotógrafo le vendió mis fotos a mi madre, una me la obsequió a mí, la otra se la quedó ella y una última quedó guardada para el día en que yo volviese a casa, nadie sabía cuándo llegaría ese increíble y majestuoso día.
Nos despedimos de todos y llegamos a casa, nos dormimos con una sonrisa en los labios, no sabía cuál había sido la última vez que había dormido en mi cama. Era simplemente maravilloso saber que ningún español había osado aguarnos la fiesta, las armas estaban intactas.
Al día siguiente, desperté pasado el mediodía. Me restregué los ojos y caminé hacia debajo de las escaleras, mamá al sentir mis pasos salió a recibirme desde la cocina donde ella preparaba el almuerzo, olía bien, eran tallarines con salsa de carne, de ensalada había ensalada a la chilena y de postre babarois, mi favorito. Me besó en la mejilla, y mientras nos abrazábamos recordé que lo del fin del mundo era nada más que un vulgar rumor. De fondo sonaba la radio que anunciaba la hora exacta y el televisor encendido en un programa de la rama cultural desmentía el rumor del fin del mundo, con una fuente de ese calibre difícilmente alguien se atrevería a engañar a la población terrícola con algo así.
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