Capítulo 35: “El Temor del Viajero”.
Comenzaba la primavera del año 2012, un recuerdo tras otro se amontonaba en nuestras mentes. Ya hacía mucho tiempo en que estábamos formando esta guerrilla, ya hacía mucho tiempo en el cuál la Corona Española no se rendía de sus ideas, hacía mucho tiempo en el cuál habíamos perdido de cumplir los sueños de niñez, hacía mucho tiempo desde el cual nos debimos acostumbrar a la idea de que cuando fuésemos mayores no recordaríamos una infancia común y corriente como la de cualquier otra persona, hacía mucho tiempo desde el cual no nos arrepentíamos de lo que hacíamos. A pesar de que ese hito cambiaría para siempre nuestras vidas, no nos arrepentíamos, la palabra cobardía no estaba en nuestro vocabulario, a fin de cuentas ser guerrilleros nos hacía sentir henchidos de orgullo hasta más no poder, el alma no nos cabía en el pecho, era una causa noble que de adultos recordaríamos nostálgicos, viendo los sucesos. Quizás nuestros recuerdos de infancia y adolescencia no serían andar en bicicleta o jugar a las muñecas, quizás dentro de diez años alguien nos preguntaría “¿A qué jugó usted de niña?” y responderíamos con orgullo “Jugué a luchar por la libertad de mi patria, y lo más paradójico es que no era un juego, y me siento orgullosa de haber sido de la NHM”.
Esas ideas a esas alturas nos hacían pensar en sucumbir, pero preferíamos mantener la frente en alto y seguir el camino por cuesta arriba y pedregoso que fuera. A la larga estábamos perdiendo una infancia normal, pero en esa época nadie tenía recuerdos normales, la guerra y la idiosincrasia del chileno estaban muy lejos de quererlo así, eso nos daba valor y fuerza y olvidábamos por lo pronto el asunto, pero en cosa de segundos alguien más nostálgico que el anterior nos hacía caer de nuevo en el tema y eso era un eterno círculo vicioso que nos mantenía laxos y cansados de tanta aventura, era una paradoja, eso ya era terrible, pero algo lo hacía peor: era doloroso, pues queríamos que las cosas no fuesen así.
En medio de ideas raras del todo, llegamos a la carretera y nos dividimos. Las últimas palabras fueron: “Buena suerte, adiós, no te rompas la pierna: la necesitarás”.
Un grupo de 15 venía conmigo, desde ese segundo estaba a cargo de la vida de 15 personas, sin contar la mía que era el almuerzo desde hacía años de mucha gente. 15 personas depositaban su confianza de forma íntegra en mí, no podía defraudarles, simplemente era una idea inconcebible en la cual más me valía no pensar siquiera dos instantes, sino pensaba que enloquecería.
Nos subdividimos en 3, 5 personas me acompañarían en la aventura más grande de todas, las otras 10 me seguirían de cerca, muy de cerca, estaríamos al habla.
Era a eso del mediodía y diviso un auto conducido por un español, sabía de quién se trataba, desde muchos meses atrás le buscaba noche y día sin cesar. Estábamos a la altura de Rancagua, la patente nos ayudaba a saber que era un peninsular puro, con ideales ibéricos puros. Todos por lo pronto supieron que ya no había tiempo para estar en paz, ya comenzaba la acción, allí si podíamos lo dejaríamos todo, si lo conseguíamos la vida nos acompañaría.
Era un auto Jaguar, estaba al descueve, negro, brillante, imponente, recién lavado, pero aún no estaba limpiado de su inmundicia mayor que era su dueño sentado en el asiento delantero conduciendo con aires de arrogancia, ahora quizás conocería su sangre.
Le hice dedo en una bifurcación a la berma del camino y acto seguido lo vi que entraba aún más en la vía alternativa que le encaminaba a la cordillera. El auto seguía andando, más y más rápido, me parecía que jamás se detendría, al parecer estaba en nuestras manos que el automóvil dejara de moverse. Al parecer, pretendía arrollarnos con su velocidad.
Al divisar que la carretera estaba ya demasiado lejos como para que fuese visto nuestro primer atraco, corrimos con muchas fuerzas. Se amedrentó, y en un vuelo de pájaro se detuvo, nos aproximamos a la ventanilla del asiento contiguo al suyo, forzamos el seguro y subimos. Lo apuntamos para que condujera a una parcela que era la que le pertenecía, lo forzamos a hacerlo, mientras que otras manos vivas corrían a robar lo que fuese, a literalmente dejarle sin nada, luego lo dejamos botado a la mitad del camino sin las llaves del coche, mientras que nos pusimos en contacto con los otros 10. 5 de ellos se encargarían de fingir socorrerlo con el propósito de ir a su casa y dejarle el alma ante mucho, pues a fin de cuentas nadie querría para sí un alma tan sucia e impura. Los otros 5 se encargarían de llevar las cosas a nuestro refugio en las cercanías de Talca.
De inmediato llegaron y fingimos muy bien batallar los unos con los otros mientras el alma nos conducía chispeante a pensar en las paradojas de la vida. Muchos de los mentirosos habían dicho cientos de veces no saber actuar, pero dadas las circunstancias se les había olvidado rotundamente su defecto inexistente, la necesidad lo pedía, o quizás sabían mejor que nadie actuar, eso hasta ahora era un completo y tajante misterio, un secreto rotundo que nadie desea desentrañar y a nadie le interesa conocer.
Era el día 12 de octubre de 2012, España estaba de fiesta. Ese día nos anunciaba que sería uno de los más productivos, uno con más anécdotas, historias y aventuras, que luego dentro de un par de años sabíamos contaríamos alrededor de una fogata con la mirada sugiriendo un profundo suspenso y la voz quebrando un silencio aún más profundo. Solamente guardábamos las historias de nuestros primeros asaltos, de la implementación de la técnica. El resto de esas interesantes historias, parecía para nosotros no ser tan interesantes, nos parecía cotidiano, quizás para una persona que no estaba acostumbrada a la guerra eso le parecería una ventura de novela y allí tenía cientos para contar, pero para nosotros con el tiempo nuestras almas comenzaban a hacerse más sedientas de aventuras interesantes y relevantes, dignas de merecer ese nombre y el adjetivo de épicas. Con el tiempo nos habíamos tornado más exigentes que una persona corriente y eso nos delataba a la hora de hablar, era mejor mantener la boca cerrada y olvidarnos del hecho de que sabíamos hablar, nos volvíamos mudos y torpes de un segundo a otro, así sabíamos que las cosas eran mejores, mucho mejores.
Ese día se celebraba el descubrimiento de América a manos de Cristóbal Colón el año 1492. En los campos aledaños a la vía principal, a la Panamericana, la gente se había dedicado a hacer un memorándum a los viejos tiempos, antes de que el enfrentamiento bélico nos hiciera presa suya, con una vieja y oxidada parrilla, algo de carne, preparando esa deliciosa ensalada a la chilena que sin lugar a dudas nos hacía delirar. A lo lejos unos volantines se perdían en el cielo azul que conquistaba corazones, diversos colores se perdían en la inmensidad y los niños con las caras rojas corrían a buscarlos. ¡Cuánto extrañábamos los momentos en los cuales fuimos así!, no teníamos idea ni siquiera nosotros mismos, simplemente rompíamos a llorar pidiendo uno de los pocos deseos imposibles: retroceder el tiempo, era para nosotros lo único imposible, hasta vivir tras la muerte nos era posible gracias a la vivaz memoria de la gente, al subconsciente popular que alimentaba nuestros sueños y nuestro ímpetu noche y día, veló nuestros deseos millares de veces sin saber, incluso muchas sin querer.
La Panamericana estaba atochada de vehículos. Las patentes nos indicaban la procedencia del viajero y así no cometíamos el error garrafal de atacar a uno de los nuestros, al menos en ese caso no pecaríamos de maldad, sino de ignorancia que era lo que todos tenían y lo que todos tienen, ojalá llegue un momento en que la gente no la lleve más consigo, simplemente la deje por allí: olvidada, tan olvidada como las cosas profundas que de un segundo a otro elimina de su sentir.
Nos lanzamos un auto tras otro, los hacíamos aparcarse y les pedíamos que nos encaminaran a un fundo cercano en las vías que bifurcaban la carretera. Todos accedían, todos nos querían de esclavos, según ellos éramos adorables, justo hasta el segundo en que se nos acababa la paciencia y la visibilidad. Los apuntábamos y nos adueñábamos de las llaves las cuáles tirábamos al agua, o hacíamos diversas cosas, algunas las robábamos y así nos servían de señuelo. Les robábamos lo que iba en el portamaletas, la radio, las antenas y cualquier cosa que se pudiese sacar del aparataje de forma fácil, pues era una operación en la cual primaba el efecto sorpresa. Si ese efecto conseguía disiparse, el hurto llegaba a su final y corríamos riesgos estúpidos e innecesarios que no calificaban ni siquiera para una remota emoción en nuestros corazones.
Ese día se llenó de aventuras, de ideales que en nosotros renacían, la primavera nos había hecho recaer en emociones y cosas que hacía tiempo no sentíamos.
Despertamos en las arboledas. El aire ya no era frío, ya no sentíamos que algo nos calaba y nos congelaba los huesos. El viento nos inspiraba pureza. La sensación de libertad nos embargaba, era increíble que la mayoría según nuestra edad tuviera que estar haciendo cosas por obligación como ir a una escuela donde sus sueños y talentos no fuesen reconocidos.
Aspiré el aire, todos lo hicieron, era el último atisbo de paz que tendríamos en el día, muchos pedíamos que fuese así hasta el final de la guerra, nos asustaba la tranquilidad, la quietud y mucho más la rutina, eran cosas que cualquier guerrillero odia, de hecho pienso que sigue siendo así. Nos lavamos lo esencial como de costumbre en el estero, ese poco de agua casi invisible y más quieta que cualquier rutina existente en el mundo. Luego con vestimos con ropa nueva. En cualquier lugar nos podríamos duchar, pero era preferible prevenir antes que lamentar. Cogimos nuestras cosas y comenzamos nuestra labor que ya casi nos parecía profesional. Iniciamos y divisamos un auto negro, no se podría decir que era de última generación, pero sí era fino, de categoría, una verdadera joya, digna de un anticuario.
Venía con su hija, una adherente que todos los meses nos enviaba una suma de dinero de manera clandestina para conseguir armamento y espías de calidad, además de los nuestros que eran dignos de ser apreciados de buena forma, cumplían de manera profesional una tarea que estaba fuera de lo que establecía cualquier regla o norma. La simpática joven recuerdo que se llamaba Marisol, tiene un hijo: Martín, de cinco años de edad que en el momento del atraco estaba en plena etapa de gestación, de hecho estaba a punto de ver la luz del sol por primera vez. Ella por su estado no podía ser una guerrillera de batalla incluida, pero sí podía ayudarnos. Antes incluso de convertirse en madre quiso hacerse montonera para compartir nuestras emocionantes correrías, pero su padre no lo aceptó, nunca fue capaz, nunca comprendió que su hija no se le parecía ni en lo más remoto, y para evitar que la muchacha gritase a los cuatro vientos sus ideales y lo dejara de pasada en vergüenza, la casó con un hombre que la dejó embarazada y luego murió, paradójicamente el varón era del ejército, del de la Corona por supuesto.
Divisamos a Marisol con el alma saltando en su habitáculo y le hicimos dedo. Ella nos vio y fue disimulada, le dijo a su padre casi suplicando que nos diera pan, él accedió a hacernos subir y casi nos lanzó el pan con queso y ni hablar del café que casi nos lo derrama en las ropas, sin embargo fuimos agradecidos, de hecho saltábamos en una pata por el solo hecho de tener que comer y por supuesto que tener para poseer, aunque fuese robando, a fin de cuentas no era más que devolverles con la misma y sucia moneda que era utilizada desde hacían ya siglos, la intensidad y el valor eran más fuertes de nuestra parte. Nos sentamos en el asiento posterior y en el lenguaje sordo mudo le comunicamos el plan a la maliciosa muchachuela. Fingiríamos atacarlo, era una verdadera paradoja, pues era lo que estábamos haciendo sin que él lo supiese. Marisol fingió a su vez defender a su padre el cuál a la vez perdía el control del vehículo de manera progresiva. De repente, la chica utilizó un poder actoral hasta ese entonces desconocido por todos los ocupantes del auto, excepto los guerrilleros e inventó una contracción, inventó a tal punto que el sudor no era necesario para creer que ella si el conductor del auto no se apuraba, daría a luz en la carretera. Luego comenzó a proferir chillidos agudos, ensordecedores a decir verdad, mientras que movía hábilmente el abdomen para hacer creer que su vientre se contraía con mayor fuerza e intensidad, era imposible no sentir el dolor que supuestamente ella tenía en su interior. Al rato comenzó a arquear las piernas como preparándose a la idea de que tendría a su hijo allí mismo, mientras gemía y se quejaba ruidosamente, respiraba con dificultad, o más bien fingía hacerlo, ladeaba la cabeza a la ventana y cogía su vientre con ambas manos y se veía que enterraba las uñas en la polera. Su padre murió del miedo al ver su hija en esas condiciones, se apresuró a hacer la entrada a Rancagua mientras nos maldecía y voceaba que tras el parto nos haría recibir un merecido castigo, nosotros lo apurábamos, la chica entre tanto grito parecía que iba a enloquecer. De manera muy camuflada le pasamos una pistola, ella en el Hospital distraería al hombre con la escena del nacimiento y si eso no funcionaba lo apuntaría, era una manera muy cruel de hacerle saber que todo era una farsa, pero él era más cruel con ella, era el momento en que la joven se vengaría de tanto daño, de tanta maldad. Al llegar al Hospital, ella bajó del auto, mientras el hombre la afirmaba, sin querer se había olvidado de nosotros y había dejado las llaves del vehículo en el asiento, lo sacamos todo, luego sentimos dos balazos, la muchachuela había hecho valer el arma, la fuerza estaba de su lado, ya nada más se podría hacer. Cinco bandoleros de aproximadamente catorce años habían robado todo lo que se podía sustraer a un hombre de poder con un automóvil ídem, y una mujer embarazada tomaba las riendas del asunto en un Hospital público, en eso se habían hecho las 11:00 hrs. La mañana se iría dentro de pocos minutos, tan solo restaba una hora y se acabaría una de las mañanas más contradictorias de la historia, las paradojas no sabían si hacernos reír o llorar…
Seguimos cabalgando a lo largo del día. Nuestros ojos se habían acostumbrado a los mismos colores, ya se habían hecho neutros en nuestra vista. De pronto caminamos al lado de algo, nos detenemos, pensamos un poco alarmados, y nos devolvemos, los colores vivos habían surtido un efecto inesperado. Leemos con el alma en suspenso y en cosa de segundos el suspenso desaparece, se torna en hambre y sed, hambre y sed de nuevas aventuras, era un día importante y no lo dejaríamos pasar así como así. En un camino que conducía a una pequeña localidad aledaña a la gran ciudad, se ubicaba un afamado centro de eventos que pretendía celebrar la ocasión, era todo el día. Empezamos a hacer dedo a la berma del camino y el asunto en lugar de tornarse rutinario, se tornó gracioso, pues solicitábamos el transporte de una persona que accedía feliz a llevarnos, pues nos hacíamos pasar por servidumbre de la fiesta, lo cual hacía que fuésemos su servidumbre, luego, a un par de metros comenzábamos a apuntarle y a coger sus pertenencias, al rato lo perdíamos al hacerlo entrar en fundos con los ojos vendados, volvíamos a salir, y repetíamos el mismo operativo infinita cantidad de veces, cada vez avanzando una cantidad de distancia mayor, quedando más cerca del festejo. Gracias a éste modus operandi, llegamos en cosa de una hora, justo a la hora de almuerzo, al último le perdonamos la vida, nos pareció muy agradable y consciente de que nuestras vidas valían la pena, y como a de remate ese día le habían pagado y se ofreció amablemente a pagarnos el almuerzo, el que nosotros quisiéramos, después de ese favor y esa sorpresa tan agradable, no nos quedaba más que tener un poco de conciencia y honradez para con nuestro beneficiario.
Acabamos de comer oyendo una música que amamos y tarareamos hasta el día de hoy, Mozart, y cuantiosos músicos dedicados al área clásica llenaron el aire moviendo el sonido de los talentosos intérpretes atrayendo paz al ambiente, en un lugar así nadie podía estar enojado, después de todo nuestros atacados no consiguieron llegar a destino, aunque sobrevivieron al mayor susto de sus vidas.
Eran las dos de la tarde y el mismo modus operandi nos sirvió para llegar al punto de transacción.
A eso de las tres, cinco personas encapuchadas nos extendían las manos para entregarnos alimento en el morral y para recibir de nuestros morrales, bolsos, mochilas y carteras las cosas que habíamos conseguido sustraer de una manera que cabe mencionar no es para nada limpia.
Luego llegamos a la carretera y en la bifurcación que hacía la entrada a la costa nos instalamos. Hicimos dedo, y la suerte nos acompañó, un auto lujoso se detuvo y nos hizo entrar. A la mitad del camino vimos la entrada a un viñedo que se perdía entre los cerros.
Lo apunté, yo había cogido el asiento delantero, atrás iban los hijos de la mujer y comenzaron a chillar como animales, los amordazamos y amarramos. Para esos perfumaditos, hijos de la Corona ya era demasiado terrible que unos chicos con vestimenta de esclavos entrara a su auto y los dejase apestosos, era aún más horroroso que le quitasen la cartera a su madre de acento que ni ellos comprendían, era horrible que los amarraran y los hicieran callar, mucho peor que todos estuviesen en esa situación, entrando a un fundo del destino incierto sin saber a dónde ir, era como para tomar una mirada fatalista del destino si su madre era obligada a conducir amarrada en plenos viñedos, luego amarrada, sin las llaves del vehículo y sin las pertenencias que la habían acompañado en su vida de desbaratados lujos. Corrimos frenéticos por los parronales. El hijo del dueño de la viña salió conduciendo su camión a repartir unas garrafas del alcohol alabado por todos los chilenos y nos dio hospedaje en el vehículo para que guardásemos allí todo lo que habíamos conseguido. Para seguir saqueando todo el día. Nos dormimos en la parte posterior con una sonrisa esbozada en los labios, el futuro era incierto para el día siguiente. Sí, era cierto, la incertidumbre, la aventura y el riesgo nos hacían realmente felices…
Al día siguiente de aquél en el cual las esperanzas volvieron a florecer, seguimos con nuestra vida normal, anotábamos cada anécdota, aunque pasáramos la vida comprando cuadernos en la librería, sí, con la gente honrada, éramos honrados.
Así llegó la mitad del mes de noviembre y nos llamaron, se reorganizaban los puestos, quienes “socorrían” asaltarían ahora, y viceversa, ahora tendríamos hospedaje gratuito y algunas otras cosas…
Iniciaba el sábado 17 de noviembre de 2012. El sol era cálido, no había siquiera un remoto rastro del frío de hacía un par de meses. Era lo más cercano que teníamos a la noción del tiempo, desde hacía ya mucho tiempo que no sabíamos que día era ni la hora, ni nada, a no ser de nuestros teléfonos celulares no hubiésemos conocido esos datos necesarios y elementales para la vida en comunidad. Despertamos con el sonido proferido desde mi teléfono móvil que me anunciaba que había recepcionado un mensaje de texto. Lo leímos con los ojos llorosos y borrosos por el cansancio, el día anterior había sido el último en el cual cumplimos la función de asaltantes de efecto sorpresa. Nos vestimos con suspenso, el destino era incierto lo cual lo hacía directamente llamativo para nosotros. Desde ese segundo lo posible y lo imposible valían para que pudiésemos llegar a Talca, al día de la graduación, la primera de todas, la que marcaba un cambio.
Llegamos a socorrer a una mujer de aproximadamente 25 años, hermosa, pero muy mala, si hay una persona maldita, es ella. Le habían robado hasta el alma cuando llegamos, intentamos quitarle las cosas a nuestros colegas en medio de una intensa balacera, mientras que ellos corrían. A lo lejos lanzaron la llave al agua. Como andábamos en una camioneta nos ofrecimos a llevarla a cambio de que ella nos diera un lugar para vivir. Era predecible el hecho de que ella vivía en casi un palacete, le era imposible negar que tuviera un lugar para que pudiésemos vivir un tiempo, aunque fuera un tiempo.
Así se agregaron seis sirvientes a su vasta lista de servidumbre, pero estos seis esclavos eran diferentes, eran una mala elección, una de las peores de su vida, nadie puede decir lo contrario.
Llegamos a un fundo con perales, manzanos y viñedos, era una empresaria agrícola que con el tiempo había conseguido que su producción y su trabajo se hicieran famosos. Al fondo había una casa pintada de verde agua, de dos pisos, de hermosas terrazas y balcones. Parecía francamente una casa de película, un hotel, llena de visitas que la esperaban, otros que entraban cuando querían, era un verdadero palacio real.
Nos encargó de súbito de las visitas a las cuales robamos todo lo que pudimos y cada día los encargados de recolectar las especies nos visitaban.
Un día fue distinto, muy distinto, mejor que cualquiera. Estábamos tomando desayuno cuando entró al comedor de la servidumbre y nos sacó de manera brusca.
-Tomen, esto les pertenece, han sido más leales que cualquiera de estos pedazos de basura-dijo y nos extendió las llaves de la casa.
Vimos que sus dedos finos se desprendían del objeto, el llavero se enredaba con las uñas coloridas de la mujer. Su cabellera castaña caía lacia y sus ojos aceituna se divisaban maliciosos y confiados a la vez.
Con esa prueba de confianza dimos el espolonazo. Era de noche, la servidumbre nos apoyaba. El living de la casa se llenaba de invitados. La empresaria Josefinne Rouan, la dueña de casa celebraba su cumpleaños. Cuando cesó la llegada de invitados cerramos las puertas con llave, robamos las llaves de ella y la encerramos junto a sus invitados en el cuarto de jacuzzi y sauna. En el segundo piso. La artimaña más fácil fue colocarles gentilmente la bata y luego atarlos de diversas formas con el lazo, otra técnica fue amarrarlos con cintos y enrollarlos en las alfombras, pero con el tiempo nos percatamos de que eso solo era posible en las películas de comedia que por cierto son excelentes. Luego colocamos la temperatura máxima, mientras que los que estaban en el otro jacuzzi entraron por diversión y ofrecimiento.
Tras cerrar las puertas comenzó el saqueo. Nuestros colegas nos querían, nos agradecían, ahora eran ricos y felices, podían cumplir sus sueños, pues por desgracia todo se puede con dinero, con nada más que dinero.
Esto hicimos cada vez acercándonos más. Un día de diciembre el día 19, llegamos a nuestra casa, a nuestro refugio, las chicas nos esperaban, toda la guerrilla se volvió a ver tras tres meses. Llegó un e-mail para cada uno: dentro de dos días nos licenciábamos.
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